“Una victoria militar de Ucrania sobre Rusia, en la que Ucrania recupere todo el territorio que Rusia ha tomado desde 2014, no es un objetivo realista”, afirma un editorial de The New York Times publicado ayer en el que pide a la administración Biden que marque claramente los objetivos de una guerra que “se está convirtiendo en complicada” y en la que Estados Unidos corre el riesgo de verse excesivamente comprometido en una lucha contra una Rusia que califica de “maltrecha e inepta”, pero “aún potencia nuclear”. “Al final, serán los ucranianos los que tendrán que tomar decisiones difíciles: ellos son los que están luchando, muriendo y perdiendo sus hogares ante la agresión rusa y son ellos quienes deben decidir qué imagen tendrá el final de la guerra”, añade el editorial, que pese a calificar de “impresionantes” los éxitos militares de Ucrania, apela al Gobierno ucraniano a tomar decisiones “basadas en una valoración realista de sus recursos y de cuánta destrucción más puede Ucrania soportar”.
El editorial de The New York Times se produce coincidiendo con la rendición de los últimos centenares de soldados ucranianos, entre ellos los oficiales de más alto rango, en la acería Azovstal en Mariupol, lo que supone el final de toda presencia militar ucraniana en el último punto del mar de Azov. Aunque la lucha por la ciudad terminó hace semanas, la rendición de los últimos soldados ucranianos supone un punto final a la batalla por Mariupol incluso para Ucrania, que en este tiempo ha mantenido la ilusión de una resistencia ucraniana que en realidad no era más que atrasar un desenlace inevitable que solo podía pasar por la muerte heroica o la rendición.
El avance ha sido mucho más rápido que en semanas anteriores en otras zonas del frente, especialmente en Lugansk (como se esperaba tras la captura de Popasnaya), hechos que se han visto eclipsados por la situación en Azovstal y el intento ucraniano de presentar una evidente derrota como una “misión completa”. Pese a la importancia que Ucrania le ha dado a la idea de salvar las vidas de los héroes, es improbable que los más de 3000 prisioneros de guerra ucranianos capturados en la ciudad vayan a ser entregados a Ucrania a corto plazo. A ello se suma el riesgo de que miles de soldados ucranianos vuelvan a quedar rodeados por las tropas rusas y republicanas, esta vez en Severodonetsk o Lisichansk y sin un Azovstal en el que protegerse. Pese a los artículos que en la prensa occidental se preguntan si “¿Puede Ucrania seguir ganando?” o si “¿Está Ucrania a punto de invadir Rusia?”, idea de la que se jactaba incluso el líder espiritual del movimiento Azov, Andriy Biletsky, el triunfalismo no se corresponde con la realidad.
Contrastando con el relato oficial de victorias militares ucranianas, comienzan a hacerse más frecuentes artículos que, como el editorial de The New York Times, apelan al realismo y suponen la confirmación de que la guerra se dirige a un final no concluyente. Quizá con más dificultades de las esperadas -no sabemos realmente cuál era el cálculo realizado por Rusia sobre el nivel de resistencia que recibiría en Donbass, aunque Vladimir Putin afirmó en los primeros días de la intervención rusa que tomar el territorio “llevará un tiempo-, Rusia y las Repúblicas Populares avanzan en Donbass y es de esperar que sean capaces de capturar, más temprano que tarde, todo el territorio de las antiguas regiones de Donetsk y Lugansk.
El 2 de abril, uno de los asesores de la Oficina del Presidente de Ucrania, Mijailo Podoliak, afirmaba correctamente que Rusia está dispuesta a abandonar todos los territorios salvo el sudeste. Su interpretación argumentaba que no va a producirse una “afganización” del conflicto ucraniano. Sin embargo, su descripción de un frente estable con una Ucrania dispuesta a luchar hasta el final, como ha mantenido Kiev desde entonces, apunta a la posibilidad de una guerra a largo plazo más similar al escenario de Siria: dos bandos consolidados territorialmente, pero sin perspectivas de resolución militar ante la ausencia de un acuerdo político.
En ese sentido se enmarcan las palabras de Podoliak de esta semana, que no hacen más que reflejar los actos y las declaraciones de Zelensky y su equipo. El jueves, Mijailo Podoliak, miembro del equipo negociador por parte de Ucrania, afirmaba: “No nos ofrezcan un alto el fuego: es imposible sin una retirada completa de las tropas rusas. Ucrania no está interesada en un nuevo Minsk y la reanudación de la guerra en unos años. Mientras Rusia no esté preparada para liberar completamente los territorios ocupados, nuestro equipo de negociación son las armas, las sanciones y el dinero”. Podoliak, que posteriormente añadió que espera que en Jerson, Donetsk y Lugansk la población olvide que existió la palabra “rusos”, reaccionaba a una propuesta de paz presentada por el Gobierno de Italia y cuyos contenidos se han hecho públicos esta semana.
La base de la propuesta de Luigi di Maggio son cuatro puntos que se implementarían paso a paso y bajo la supervisión de potencias occidentales, una de las muchas similitudes con los acuerdos de Minsk. Y como dichos acuerdos de paz -incumplidos durante siete años debido fundamentalmente a las interpretaciones contradictorias que de ellos realizaban Kiev, Berlín, París y Washington por una parte y Donetsk, Lugansk y Moscú por otra- la propuesta italiana es evidentemente inviable.
El plan italiano comenzaría con un alto el fuego y desmilitarización de la línea del frente bajo supervisión de Naciones Unidas para dar paso a las negociaciones sobre el estatus de Ucrania: renuncia al acceso a la OTAN a cambio de la entrada en la Unión Europea. Las dificultades son evidentes: en plena ofensiva, Rusia no va a aceptar ahora mismo un alto el fuego, que rechaza también Ucrania. Kiev, que inicialmente se mostró dispuesta a renunciar al sueño de la OTAN, que había introducido incluso en la Constitución, ha cambiado de parecer ante la llegada de grandes cantidades de armas y financiación de sus socios. La guerra hasta el final se ha convertido en el lema de Ucrania.
El tercero de los puntos es aún menos viable: un acuerdo bilateral entre Rusia y Ucrania sobre Donbass y Crimea. Pese a la experiencia de los acuerdos de Minsk, que garantizaban a Donbass unos derechos que Ucrania consideraba excesivos y la insistencia de estas semanas de Zelensky de que no habrá autonomía, el plan italiano prevé la vuelta de todos esos territorios, incluida Crimea, a soberanía ucraniana con autonomía y el derecho a garantizar su propia seguridad.
Por su parecido con los acuerdos de Minsk y la concesión de más derechos a los territorios perdidos por Ucrania desde 2014, este plan de paz, que como punto final implicaría un acuerdo de seguridad a nivel europeo, podría haber sido una vía de negociación -a excepción de la inclusión de Crimea- en el pasado. Son muchos los analistas y expertos que han planteado en los últimos siete años, y especialmente en los últimos tres meses, la idea de acceso rápido a la Unión Europea, renuncia a la OTAN e implementación de los acuerdos de Minsk como base de un compromiso en busca de la paz, una opción que habría sido viable como forma de evitar la guerra, oferta que Scholtz planteó a Zelensky días antes de la intervención rusa, pero que el presidente ucraniano rechazó.
Casi noventa días después de la intervención rusa en Ucrania, las posiciones iniciales han cambiado: Rusia no está ya dispuesta a abandonar todos los territorios a excepción de Donbass y comienza a integrar a Jerson en la vida económica y política doméstica mientras que Ucrania, inicialmente dispuesta a renunciar a la OTAN a cambio de garantías de seguridad similares a las del Artículo V de la Alianza, habla ahora de buscar una victoria final que incluya la recuperación de todos los territorios “ocupados por Rusia”, incluidos Crimea y Donbass, reparaciones de guerra, juicios por crímenes de guerra rusos e integración europea. Entre todos los desacuerdos, hay algo en lo que Kiev y Moscú están de acuerdo: ninguno de los dos países quiere un nuevo Minsk.
Perdida la ocasión de un acuerdo de compromiso a lo largo de las primeras semanas y perdida la posibilidad de evitar la intervención rusa por medio de la implementación de los acuerdos de paz firmados en 2015, las opciones de prosperar de un plan de paz en las condiciones actuales, sin ninguna de las partes militarmente derrotadas, son nulas. Rusia no puede renunciar a Crimea ni a Donbass y es discutible que pueda renunciar voluntariamente a Jerson, mientras que Ucrania, ambigua en ocasiones en referencia a Crimea, se niega a aceptar la pérdida de Donbass (incluso en sus fronteras del 23 de febrero) y espera más armas con las que liberar esos territorios. Ese es, al menos, el relato que presenta públicamente y que incluso los medios occidentales comienzan a calificar abiertamente de poco realista. Sin embargo, con un constante flujo de armas y financiación y el apoyo político y diplomático aparentemente sin límites de Estados Unidos y Gran Bretaña, esta postura de guerra hasta el final condena a Ucrania a prolongar una guerra que debió haberse evitado y que dejará cada vez más muertos, más destrucción, desincentivará el retorno de los refugiados y hará cada vez más difícil la recuperación económica.
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