Artículo Original: Denis Grigoriuk
La guerra en Donbass ha dejado de ser interesante. Las agencias de noticias ya no envían a Donbass a sus periodistas a sacar jugosas historias para el prime time, los corresponsales de renombre ya no vienen en busca de material llamativo que consiga o promover o parar el conflicto. El aspecto informativo de la guerra en Donbass ha perdido su interés comercial. La sangre, las lágrimas y el sufrimiento, que son lo que se vende bien ante las audiencias masivas, ahora no son la tendencia. Donbass ya no da grandes audiencias. Nadie quiere ver la incertidumbre que se ha establecido con firmeza en la región minera. Así que, para algunos, pudiera parecer que la guerra solo existe en la retórica de los especuladores políticos.
Desde luego, los habituales talk shows políticos siguen mencionando la guerra en Donbass en busca de aumentar su popularidad. Quien grite más alto podrá repetir las ideas que les han adjudicado: algunos mostrarán compasión, otros pueden criticar lo que ocurre y otros intentarán justificar el odio. Y hablarán como si fuera una batalla, un juego de cámaras, mostrarán emoción y después se acabará todo. Mañana habrá otro programa, donde otra vez tendrán que odiarse entre ellos, porque el conflicto no ha desaparecido del espacio informativo, especialmente mientras no haya otras historias jugosas.
Mientras tanto, en el frente, bajo las viviendas destruidas se forman ciudades subterráneas. Soldados de ambos bandos cavan trincheras lo más profundas posibles para que, en caso de ataque de artillería enemiga, puedan salvarles la vida. Tras la firma de los acuerdos de Minsk, la guerra en Donbass es posicional, aunque se sigue infringiendo el punto clave del acuerdo de paz, que exige parar los bombardeos. Los enfrentamientos fueron constantes del verano de 2014 y el invierno de 2015, pero, desde entonces, a cada empeoramiento le sigue una bajada, un agujero enterrado en el que vive Donbass.
Ha habido numerosos conflictos similares al de Donbass alrededor del mundo. La comunidad internacional pierde interés inmediatamente, en cuanto la prensa, a merced de las élites gobernantes, ha mostrado el horror perpetrado por la crueldad humana creada por esas mismas élites gobernantes. Pero el conflicto no acaba ahí. Continúa ahogándose en su propio jugo hasta que finalmente cesa. Son similares los casos de Transnistria y Nagorno Karabaj, lugares indefinidos para la comunidad internacional en los que se produjo una lucha sin resultado. Ahora observamos un empeoramiento en Siria. En Turquía presionan a periodistas. Los políticos se reúnen para negociar mientras los ejércitos de varios países destruyen el equipamiento de otros. No se puede descartar la posibilidad de que alguno de esos políticos pronuncie declaraciones altisonantes y que luego, tras algún juego secreto, todo vuelva a lo normal, aunque sea con otras cartas.
En estas condiciones continúan navegando aquellos que, por elección o por el destino, tienen que vivir un periodo de cambio. Es una de las características de la vida en las zonas de conflicto: vivir con un ansia de paz y a la vez miedo a ella. En un estado intermedio entre la guerra y la paz, siempre se tiende a la primera. El ansia natural por la vida siempre se impone. Es especialmente fácil al escuchar la risa de los niños por todas partes. Y devolvérsela. No es para tranquilizarles diciendo que todo acabará pronto, como se han convencido mentalmente, al menos de momento. Es más difícil luchar contra el ansia de vivir en paz. La idea de “luchar contra el ansia de vivir en paz” es una paradoja. Solo hay un pero que recae sobre los hombros de los ciudadanos de la zona roja de la guerra. En un estado en el que el conflicto no ha acabado, la ilusión de paz puede ser fatal. Así que siempre hay que recordar la batalla. Es difícil resistirse a la tentación cuando, al llegar a casa, no te encuentras con una bolsa de emergencia en la que están los documentos importantes, dinero y el álbum de fotos de familia, esa bolsa que sería lo único que te llevarías en caso de tener que huir de casa entre las bombas solo para sobrevivir y salvar las vidas de tus familiares. Ahora todo ha cambiado. Las cosas vuelven a estar en su sitio y las fotos vuelven a coger polvo.
Hoy se celebra el festival de la Maslenitsa. El parque Shcherbakov vuelve a estar lleno de gente. Los artesanos han colocado sus puestos: venden miel, souvenirs, comida. Hay cola para comprar blinis. En el centro de la gran plaza, frente al escenario, hay una gran masa de gente en la que residentes de Donetsk y visitantes de la ciudad se han reunido en busca de algún premio. No muy lejos, hay una efigie de invierno. Es otra tradición. Hoy se quemará para que el frío no vuelva. Aunque es domingo, hace sol y el primer día de primavera es cálido.
Entre la gente, no puedo evitar los flashbacks. Todo esto ya lo he visto, aunque fue hace cinco años. Entonces fue algo diferente. Era un placer ver que la gente salía a las calles de la ciudad. era extraño observar a grupos de residentes de Donetsk celebrando. Hasta entonces, la ciudad había estado vacía. Tenían miedo: ataques, tiroteos, explosiones. Las negociaciones, ni siquiera las negociaciones al más alto nivel, no garantizaban que al ir a la parada del autobús no fueras a caer en la lista de quienes no iban a sobrevivir a ese día. Así que me sorprendió ver a niños corriendo alrededor del estanque en el parque Shcherbakov. Entonces también se quemó una figura, se cantaron canciones, pero aquel día el aire era frío, como se esperaba. Pensando ingenuamente que el documento de Minsk traería la paz, Donetsk disfrutó. Pero resultó que la esperanza no se cumplió y lo que llegó fue un alto el fuego con la guerra al acecho. Y una y otra vez vuelven a escucharse los cañones y se vuelve a escribir sobre otro empeoramiento en el frente. Pero a estar alturas el mundo tiene otras cosas más importantes sobre las que hablar, cosas más relevantes o que simplemente dan más audiencia.
Como la sangre de la canción de Viktor Tsoi, de la que brotan hierba y flores, nos hemos acostumbrado a vivir al lado de la guerra, con esta nueva experiencia. Nos movemos entre los bloques de ladrillos rotos para poder seguir viviendo.
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