En los últimos tiempos, los aliados occidentales de Ucrania, entre los que se encuentran algunas de las principales potencias militares mundiales, han admitido las dificultades que están sufriendo para garantizar el suministro de armas y especialmente de munición para una guerra incomparable con todo conflicto en el que han participado en los últimos años. Acostumbrados a conflictos con gran desequilibrio de fuerzas, en los que han sido capaces de imponer su superioridad aérea y potencia artillera sobre milicias, guerrillas y ejércitos menores a los que se han enfrentado -y a los que no siempre han sido capaces de vencer-, los aliados occidentales de Ucrania se enfrentan ahora, aunque sea de forma subsidiaria, a un ejército bien armado y apoyado por un país con capacidad militar para suministrar a sus fuerzas armadas en un conflicto largo. Destruida su industria militar por la guerra, pero también por la dejadez y corrupción de los treinta años de liberalismo y economía de mercado, Ucrania depende así de los suministros procedentes de los países del antiguo Pacto de Varsovia y de la OTAN.
En este año transcurrido desde la intervención militar rusa, Kiev y sus socios, especialmente Washington, Londres y Bruselas, aunque también las capitales menores de los países europeos, han tratado de presentar un discurso de unidad mundial frente a un agresor que causó una guerra no provocada y sin precedentes en el orden internacional basado en reglas, concretamente las de Estados Unidos. Ese simplista discurso trata de hacer olvidar los ocho años de guerra que precedieron a la intervención rusa, la actitud de Ucrania con respecto a los acuerdos de paz firmados en 2015 y el uso que actores externos como Estados Unidos han hecho del conflicto en su exitoso intento de obstaculizar las relaciones políticas y económicas entre Moscú y las capitales europeas, fundamentalmente Berlín.
Sin embargo, como ha quedado en evidencia con el caso de las sanciones, a las que no se han sumado gran parte de los países de Asia, África o América, esa unidad mundial contra Rusia que pregonan oficiales europeos y norteamericanos carece de fundamento. Consciente de ello, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, se ha lamentado de la situación. Pero incluso en esos momentos en los que el líder de la diplomacia europea ha logrado realizar un correcto análisis de la situación, sus causas se encuentran siempre en esos lugares comunes basados en la condescendencia de ver a los países del sur global como fáciles de manipular por medio de “desinformación”. Prohibidos los medios rusos en la Unión Europea pese a su más que limitada difusión, Borrell observa el peligro que supone para esos países que trata de convencer “con argumentos”.
“Esa batalla contra la desinformación también hay que hacerla. Porque nos guste o no, hay todavía en África un sentimiento anticolonial, y en América Latina, un sentimiento antiimperialista que hace que muchos de sus líderes – y de sus habitantes – miren a esta guerra con unos ojos distintos de los nuestros”, afirmó el Alto Representante de la Unión Europea en uno de sus muchos discursos. “El ministro Lavrov está de gira por África otra vez estos días. Mali, Eritrea. Bueno, esos son países fáciles para él, pero otros no son tan fáciles”, añadió en otra ocasión con un comentario que difícilmente puede no entenderse como la condescendencia europea sobre la credulidad de los países que no forman parte de su jardín.
Como Borrell, también Emmanuel Macron se ha sorprendido recientemente de la falta de voluntad de las antiguas colonias a aceptar el discurso de la vieja metrópolis. Pero más allá de la desinformación -definida como todo mensaje procedente de Rusia, sea falso o no-, Francia se ha centrado en las cuestiones políticas y militares y ve con extrema preocupación la tendencia de varios países a preferir la presencia de mercenarios rusos en lugar de las fuerzas armadas de países como el que él mismo preside.
El rechazo de los países africanos a posicionarse en una guerra que les es completamente ajena quedó claro en el fracaso de Zelensky en su reunión con los países de la Unión Africana. La diplomacia occidental en África cuenta con un solo gran éxito: convencer a Marruecos, aliado prácticamente incondicional de Estados Unidos, de enviar a Ucrania los tanques de origen ruso adquiridos a Bielorrusia.
El caso de América Latina, por su parte, es aún más doloroso para los países occidentales, ya que no solo se ha requerido de ellos un posicionamiento político, sino que se les ha exigido involucrarse directamente en el esfuerzo europeo y norteamericano de financiar y equipar la guerra. Sin entender por qué los gobiernos progresistas y las clases trabajadoras, que han sufrido las consecuencias del intervencionismo estadounidense en la región y su lucha “contra Moscú” por medio de escuadrones de la muerte o golpes de estado en la época de la Guerra Fría, Estados Unidos y sus socios europeos se sorprenden también de la negativa latinoamericana a sumarse a los tambores de guerra.
Antes incluso de su victoria electoral, en una entrevista publicada por la revista Time, Lula da Silva calificaba a Zelensky mal actor y afirmaba que “este chico es tan responsable como Putin por la guerra. Porque en la guerra, no hay solo una persona culpable”. Lula, comparando la situación actual con la crisis de los misiles de 1962, una comparación que se ha realizado a lo largo de los últimos años, alegaba que debía favorecerse la diplomacia en lugar de “motivar a este chico y que se piense que es la guinda del pastel” y, ante todo, garantizar a Rusia que Ucrania no será parte de la OTAN. El discurso de Lula, similar al mantenido por otros líderes de la política continental como Andrés Manuel López Obrador o Alberto Fernández, no busca defender la postura rusa sino que aboga simplemente por la paz.
Sin embargo, en el contexto actual de exaltación de la guerra, esa postura supone tal sorpresa para los países occidentales, acostumbrados a que el sur global cumpla sin rechistar las órdenes de Estados Unidos, que incluso grandes medios publican reportajes al respecto. “La oferta de Estados Unidos sonaba atractiva: si los países de Latinoamérica donaban sus envejecido equipamiento de fabricación rusa a Ucrania, Washington lo sustituiría con superior armamento estadounidense”, escribió la semana pasada Finacnial Times, sorprendido de que “lejos de aceptar la propuesta de Estados Unidos, revelada el mes pasado por la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos, los líderes de Latinoamérica se han alineado para denunciarlo”. Richardson, que en el pasado no ha dudado en hablar de Rusia y China como enemigos “que están ahí para minar a Estados Unidos” o en referirse a los recursos naturales de la región como su interés fundamental, presentó, sonriente, una propuesta que siempre debió saber que sería ampliamente rechazada. Lo mismo ocurrió con el intento europeo de obtener armamento occidental y, sobre todo, munición para las Fuerzas Armadas de Ucrania.
Es posible que la sorpresa haya sido en realidad la forma pública en la que desde México a Argentina pasando por Brasil, Chile y Colombia, uno a uno, los países latinoamericanos han rechazado inmiscuirse en una guerra ajena entre dos países europeos en la que aspiran a mediar. Al contrario que los países europeos, muchos de los cuales buscaban la guerra contra Rusia ya desde los años de guerra en Donbass, los países latinoamericanos han mostrado una independencia que quienes los colonizaron política o económicamente no esperaban obtener en su patio trasero y por la que ahora se les acusa de equidistancia.
“Con todo el respeto, América somos todos”, afirmó Andrés Manuel López Obrador criticando que Joe Biden hubiera dado la “bienvenida a América”, no a Estados Unidos, a Volodymyr Zelensky durante su visita. Esos mismos países de los que olvidan su existencia hasta el punto de haberse apropiado para sí mismos del nombre del continente, exigen ahora a América Latina que se una a su guerra contra Rusia. La sorpresa que causa la negativa latinoamericana a unirse a un conflicto y la autonomía mostrada en estos tiempos de presiones geopolíticas es tan relevante como la completa ausencia de independencia mostrada por los países europeos en esta guerra que Rishi Sunak ya ha calificado de “global”. En ese sentido, esa apelación de Macron al sur global para buscar todos juntos la paz en Ucrania no es más que el burdo intento de la vieja potencia colonial de hacer que esos países antaño parte de su esfera de influencia sigan actuando como colonias de facto.
La visita de ayer de Joe Biden a Kiev, más propagandística que estratégica, buscaba mostrar la importancia de la cuestión ucraniana para la alianza occidental. La guerra de Ucrania ha alcanzado la cúspide del protagonismo global al que Kiev lleva años aspirando. Pero en esa guerra global falta gran parte del globo. Salvo que se olvide que Occidente, definido como la OTAN y sus aliados más cercanos, no puede ya imponer su voluntad sobre los países que considera que deben, como ataño, seguir órdenes sin rechistar.
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