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Las Repúblicas Populares un año después de su reconocimiento

Después de varios meses de crecientes tensiones y negociaciones fracasadas, las horas del 22 de febrero de 2022 supusieron momentos frenéticos en los que colapsó completamente el frágil equilibrio que se había mantenido durante siete años en el proceso de Minsk. Semanas antes, Estados Unidos y la OTAN habían rechazado toda negociación política con Rusia para detener la expansión de la Alianza hacia el este en la que Moscú exigía un compromiso por escrito de la renuncia a admitir a países como Georgia y Ucrania. El objetivo ruso no difería de los intentos diplomáticos de la Unión Soviética a lo largo del último siglo, ser incluido en la arquitectura de seguridad del continente. Creada en gran parte contra Moscú tanto en los años de posguerra de la Primera Guerra Mundial como en la Guerra Fría, la arquitectura de seguridad europea siempre estuvo cerrada para Moscú, que nunca dejó de ser considerada un rival y un oponente, nunca un potencial aliado con el que los países continentales compartían intereses. Sobreestimando la debilidad estadounidense tras la retirada de Afganistán, Rusia quiso obligar a Washington a una negociación que siempre fue imposible. Estados Unidos, que utilizó la guerra para presionar a sus socios en busca de una alejamiento de Moscú que se ha concretado en el último año, que desde 2014 se mostró cómodo con una guerra controlada en las fronteras de Rusia. La negociación nunca fue posible.

El conflicto ucraniano contó desde sus inicios con un componente interno, una parte política procedente de la división provocada por el golpe de estado del 24 de febrero de 2014 y que hizo posible la anexión de Crimea y causó la guerra en Donbass, y un aspecto geopolítico que iba más allá de la política interna ucraniana o de la relación entre Moscú y Kiev. En las primeras semanas de 2022, esos dos aspectos convergieron en su máxima tensión para forzar un cambio completo en la estrategia que Rusia había seguido desde los primeros meses de 2014 tras la anexión de Crimea, cuando el objetivo de Moscú fue consolidar la situación en Crimea y buscar un acomodo de Donbass en una Ucrania en la que fuera posible la existencia de una región rusófona e industrial que mirara hacia Moscú en lugar de hacia Bruselas y Washington a la hora de buscar referentes culturales y socios económicos.

Utilizados a lo largo de los años de Minsk como elemento de presión en momentos de tensión, los bombardeos ucranianos se incrementaron a partir del 18 de febrero, cuatro días antes de lo que sería el reconocimiento ruso de las Repúblicas Populares. El último intento de realizar una cumbre en Formato Normandía para relanzar el siempre moribundo proceso de Minsk había fracasado ya. Como pudo saberse en semanas posteriores, Zelensky había rechazado también el último intento de Olaf Scholz de evitar la guerra prometiendo a Ucrania facilidades de acceso a la Unión Europea a cambio de una resolución del conflicto basada en los acuerdos de Minsk y la renuncia a la OTAN. Para Ucrania, Minsk siempre supuso una concesión inaceptable: la existencia de una región con cierto grado de autonomía impedía imponer ese país monocultural, nacionalista y que rechazara todo pasado, presente o futuro común con Rusia. El riesgo de una guerra más amplia y más destructiva era preferible al cumplimiento de los acuerdos de paz firmados en la capital bielorrusa el 12 de febrero de 2015.

En un contexto de fuerte aumento de los bombardeos contra Donetsk y Lugansk, anuncio de evacuación de civiles y precipitada marcha de la misión de observación de la OSCE, el 22 de febrero de 2022, en una conversación a tres con el canciller alemán Olaf Scholz y el presidente francés Emmanuel Macron, Vladimir Putin anunció la intención rusa de reconocer la independencia de la RPD  y la RPL, un paso hasta entonces impensable y con el que Rusia enterraba finalmente el proceso de Minsk. Horas después, los medios rusos emitían el pregrabado discurso de Vladimir Putin, en el que el presidente ruso apelaba a la historia y renegaba de todo aquello que significó la Unión Soviética, pero que finalmente lamentaba su disolución. Minutos después, y tras años tratando de lograr una negociación cara a cara con Volodymyr Zelensky, los líderes de las Repúblicas Populares Denis Pushilin y Leonid Pasechnik firmaban junto a Vladimir Putin los acuerdos por los que, en la práctica, Rusia se hacía cargo de la seguridad de Donetsk y Lugansk.

La alegría de las Repúblicas Populares por haber conseguido finalmente lo que gran parte de la población aún residente en la zona llevaba años buscando fue breve. El 23 de febrero, tanto Donbass como Rusia celebraron el Día de la Defensa de la Patria. Esos actos, continuación de lo ocurrido el día anterior, no solo marcaban el cierre de una etapa sino el inicio de otra: el reconocimiento ruso no solo abría el camino final a la adhesión de los territorios a Rusia sino también el inicio de una nueva y mucho más dura fase de la guerra. La operación militar especial, como antes la operación antiterrorista y la operación de fuerzas conjuntas, no era más que un eufemismo para una guerra terrestre con especial protagonismo de la artillería.

El 24 de febrero supuso extender la guerra a todo el país y, con la retirada rusa de Kiev los primeros días de abril, la consolidación de un frente de alrededor de mil kilómetros que dividía el territorio ucraniano. La entrada de Rusia afectó por primera vez a la población civil de Ucrania, que se había mantenido tan al margen de la guerra que en ocho años de conflicto no se produjo en el país una sola acción contra la agresión de Kiev contra Donbass. Pero esta fase de la guerra ha afectado desproporcionadamente a la población civil de Donbass, que sufre de los bombardeos y de la destrucción de infraestructuras, arruinadas tanto por los bombardeos actuales como por lo acumulado en los primeros ocho años de guerra.

Los primeros días de la intervención militar rusa supusieron un rápido avance en la región de Lugansk, donde la RPL logró capturar, sin apenas necesidad de lucha, localidades por las que se había batallado durante meses en 2014-2015. El avance ruso y republicano en la región no se complicó hasta que comenzó la batalla por ciudades más grandes como Popasnaya, en posicionamiento estratégico y que supuso en junio de 2022 una serie de importantes avances. Aunque menos mediáticas que Mariupol, las batallas por Severodonetsk o Rubezhnoe causaron una destrucción similar y siguieron un mismo guion: las tropas ucranianas optaron por luchar hasta el final a base de refugiarse en las zonas industriales, equipadas con zonas subterráneas de construcción soviética que permitieron alargar lo inevitable y garantizaron que cada ciudad industrial que quedara en manos rusas o republicanas lo hiciera con sus fábricas completamente destruidas.

El avance ruso en la RPD, mucho más fortificado durante los ocho años de guerra en Donbass, siempre fue más lento, incluso en los primeros momentos de intervención rusa, contando aún con el efecto sorpresa de la rápida llegada de refuerzos para los ejércitos de las Repúblicas Populares. Hasta ahora, los éxitos a la hora de alejar a las tropas ucranianas de las grandes aglomeraciones urbanas han sido limitados tanto en Gorlovka al norte como en Donetsk-Makeevka al oeste. Completamente destruida, Marinka continúa, al menos parcialmente, en manos de Kiev, que desde allí, como desde otras ciudades satélite aledañas, continúa atacando prácticamente a diario y de forma indiscriminada las zonas residenciales de la capital de Donbass.

El principal éxito militar de Rusia en la RPD se produjo en los primeros meses con el avance a dos direcciones sobre Mariupol. Desde el norte, el ejército de Donetsk logró, con un gran esfuerzo y a costa de bajas significativas, capturar Volnovaja, localidad que abría el camino hacia la capital del sur, sobre la que avanzaban desde Crimea las tropas rusas. Ambos contingentes se unirían dejando sellado el destino de la agrupación ucraniana, que a pesar de la oferta de un corredor verde por el que abandonar la ciudad, optó por luchar hasta un final que se produjo en las catacumbas de Azovstal, donde la inmensa fábrica soviética protegió a los miembros del regimiento Azov y otras unidades del ejército regular ucraniano hasta la rendición y evacuación. Un acuerdo político devolvió a parte de aquellos soldados a Ucrania meses después, mientras que los mandos de aquellas unidades fueron entregados a Turquía, donde permanecerán hasta el final de la guerra.

El final de la batalla por Mariupol liberó una importante cantidad de tropas, lo que se tradujo en los avances finales del verano de 2022 con la captura de Severodonetsk y Lisichansk y la aproximación a Artyomovsk. Sin embargo, la paralización de los avances rusos en el frente sur, el agotamiento de la guerra y la dificultad de avanzar sobre las zonas más fortificadas de Donbass contra tropas ucranianas reforzadas por el éxito de la defensa de Kiev mostraron los límites de las capacidades ofensivas rusas. La batalla por Artyomovsk, que comenzó el pasado julio, continúa actualmente a base de metódicos asaltos a las localidades aledañas y el intento de cerrar el cerco que impida a Ucrania suministrar a sus tropas.

Con la lucha concentrada en el frente norte, pero sin ningún intento ruso de avanzar sobre Slavyansk desde el norte, Ucrania comenzó a finales de mayo a su campaña de presión contra la población civil de Donetsk, sometida a bombardeos diarios en un contexto de creciente precariedad. El control ucraniano de la parte norte de la región implica el control del suministro de agua, lo que ha dejado a la ciudad más poblada de Donbass con carencias que dificultan aún más una vida ya de por sí complicada. Aunque sin alcanzar los niveles de Mariupol, Rubezhnoe o Popasnaya, la muerte y destrucción se acumula a diario en Donetsk, sin que la población pueda atisbar el final.

A lo largo de la primavera, cuando el camino hacia la adhesión a Rusia parecía ya una línea recta, gestores rusos aterrizaron en los gobiernos de la RPD y la RPL. Su misión es lograr una administración funcional y, sobre todo, acelerar una reconstrucción mínima que haga posible la vida de la población civil. Aunque con éxitos como la construcción de barrios enteros de edificios residenciales en Mariupol, la magnitud de las necesidades de reconstrucción supone que el trabajo no ha hecho más que comenzar.

El cambio definitivo se produjo a raíz de la derrota rusa en Járkov, cuando Rusia perdió la posibilidad de avanzar hacia Slavyansk-Kramatorsk desde el norte y el asalto directo a zonas fortificadas quedó como única vía de avance. Pero más allá de las consecuencias tácticas de la pérdida de posiciones como Izium, el colapso del frente de Járkov supuso para Rusia la necesidad de justificar la movilización parcial decretada en septiembre por el presidente Vladimir Putin. Esa decisión política precisaba de una legitimación, lo que se tradujo en los referendos que dieron lugar a la adhesión de los territorios a Rusia. Ocho años y medio después de la adhesión de Crimea, el 30 de septiembre de 2022, la RPD y la RPL lograban finalmente el objetivo para el que nacieron.

Ese reconocimiento de la RPD y la RPL como territorios rusos no supone, al menos por el momento, una resolución final y no será sino simbólico hasta que sea consolidado sobre el terreno. Desde la adhesión oficial, Rusia ha perdido el control de parte del territorio, fundamentalmente la ciudad de Krasny Liman, y ha recuperado otros, como la ciudad de Soledar, ya en enero de 2023. Sin embargo, con una enorme destrucción acumulada y miles de bajas tanto entre los ejércitos de las Repúblicas como entre la población civil, el año transcurrido desde el reconocimiento ruso no ha supuesto una mejoría del nivel de vida o reducción del peligro para la población civil. Con el frente aún demasiado cerca de las ciudades más importantes y con la amenaza artillera ucraniana en amplias zonas residenciales incluso de la capital de Donbass, la población civil es consciente de que la situación puede continuar degradándose hasta que la superioridad artillera rusa se traduzca en el alejamiento de las tropas de Kiev de las principales aglomeraciones urbanas.

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