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Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Rusia, Ucrania

Prioridades económicas de la guerra

La destrucción causada por la guerra y las implicaciones de pérdida de población, fuga de capitales y destrucción del tejido económico y social han causado, a lo largo de los años de guerra en Donbass una situación que, en ocasiones, ha podido desembocar en una verdadera catástrofe humanitaria. Fue el caso del primer invierno de la RPD y la RPL, cuando en lugares como Pervomaisk, parcialmente sitiada y en la práctica aislada del resto de Lugansk a causa del peligro de transitar por las carreteras, se produjeron situaciones verdaderamente catastróficas. Los problemas para la población se debían a dos aspectos fundamentales: la destrucción de empleo o las dificultades para el cobro de salarios de aquellas empresas que seguían en activo y la carencia de ciertos bienes de primera necesidad. A esas dos dificultades puramente económicas hay que sumar los daños sufridos en infraestructuras y viviendas en las localidades cercanas al frente. En los más de ocho años de guerra en Donbass, la imagen de viviendas y otros edificios carentes de ventanas ha sido una constante repetida en los pueblos y ciudades en los que las treguas de Minsk existían solo sobre el papel.

La extensión de la guerra de Donbass a toda Ucrania ha supuesto la extensión del frente hasta los casi mil kilómetros que llegó a adquirir en verano y a los alrededor de 600 que se mantiene hoy en día. La guerra, que sigue siendo una guerra de artillería implica que esa destrucción que antes se limitaba a la RPD y la RPL se repita ahora en mas ciudades y pueblos de Donbass y también en Járkov, Zaporozhie y Jersón. El problema de las carencias materiales en las viviendas, especialmente la ausencia de ventanas o los habituales remiendos temporales con film es especialmente preocupante para la población en estos meses de invierno, un problema que las autoridades rusas tratan de resolver de forma acelerada, pero sin haber podido cubrir toda la demanda en el enorme número de ciudades destruidas en su territorio. El problema es especialmente importante en ciudades como Mariupol, donde Rusia ha comenzado a reconstruir el parque de viviendas y construye, a marchas forzadas, nuevos barrios para realojar a la población. Mucho más cerca del frente y con un perfil más bajo, otras ciudades como Lisichansk o Severodonetsk han recibido menor atención. Tras meses de quejas, un reportaje publicado esta semana mostraba, por fin, ciertos avances en el suministro de servicios básicos como electricidad o agua en la ciudad de Severodonetsk. Sin embargo, muchas de esas viviendas carecen aún de ventanas.

Las carencias no distinguen los márgenes de la línea del frente y los problemas son similares en ambos lados. En el caso ucraniano, al igual que en Donbass, los efectos de la guerra van más allá de la destrucción de las localidades cercanas al frente y las dificultades para la vida diaria de la población en esos lugares. Lejos del frente, incluso aquellos lugares que no se han visto afectados por los bombardeos o por los ataques con misiles padecen actualmente los efectos del conflicto. Al igual que ocurriera en Donbass en 2014, la pérdida de empleo, fuga de capitales y pérdida de población son una realidad en la Ucrania actual, cuya industria sufre además a causa de los bombardeos rusos de aquellas empresas relacionadas con el sector militar y la crisis energética y económica. Ese cúmulo de circunstancias ha supuesto la práctica desaparición de la industria en un país que heredó de la Unión Soviética toda una red industrial que hizo inmensamente rico a un grupo de oligarcas en los años noventa, pero que el país nunca ha desarrollado como forma de soberanía económica. Actualmente, en condiciones de guerra y con el riesgo constante de resultar destruida por los bombardeos rusos, la industria no es más que una sombra de lo que fue, con las consecuencias que eso acarrea para la población.

Sin embargo, al contrario que Donbass, con la RPD y la RPL como estados no reconocidos ni siquiera por Rusia hasta febrero de 2022, Ucrania sí cuenta actualmente con un flujo constante de financiación con el que mantener a flote a su economía. Ucrania no sufre un bloqueo impuesto por su enemigo con el objetivo de destruir su economía y el bienestar de su población. No ha sido Vladimir Putin sino que fue Petro Poroshenko quien imaginó el inicio de “revueltas del hambre” en Donbass a causa del bloqueo que él mismo impuso.

En aquel momento, Donbass contó con el apoyo económico de Rusia para garantizar unos servicios mínimos, mantener al menos una parte de la economía e iniciar el pago de unas pequeñas, aunque imprescindibles, pensiones a la población más vulnerable. Ucrania, por su parte, cuenta con subsidios y líneas de crédito de los países e instituciones más potentes del mundo occidental para cubrir los costes de la guerra y para mantener a la población en un nivel de vida digno. Sin embargo, con la guerra como herramienta con la que conseguir los objetivos del país, la entrada en la Unión Europea y en la OTAN, las prioridades del Gobierno de Ucrania siempre han quedado claras: cada aspecto de la vida y del Estado ha de supeditarse al objetivo militar. De ahí que Kiev haya reaccionado en términos económicos sin cambios con respecto a lo observado antes de la entrada de Rusia en la guerra. Ucrania no ha optado por la estatalización ni por la toma de control de la economía para reorganizar los diferentes sectores para garantizar las necesidades básicas del frente y de la retaguardia, sino que ha profundizado en las reformas neoliberales que venía realizando desde años atrás. La privatización de activos estatales ha continuado y toda incautación de activos privados pretende ser utilizada para su posterior venta al gran capital extranjero.

Los subsidios de la Unión Europea, 18.000 millones de euros para los próximos meses, están permitiendo a Ucrania mantener, por ejemplo, el pago de pensiones y sueldos públicos, no solo los costes del personal involucrado en la guerra. Sin embargo, más allá de ese mínimo, el Gobierno ucraniano parece estar aplicando la receta libertaria, entendida en el sentido estadounidense: dejarlo todo en manos del mercado. La consecuencia es que, pese a no sufrir ningún bloqueo económico, padece ahora algunas de las carencias que en estos años se han producido en Donbass, que sí sufría de ese lastre del bloqueo ucraniano. Sin ir más lejos, ayer medios ucranianos críticos con el Gobierno publicaban, por ejemplo, la escasez de antibióticos en las farmacias ucranianas, un síntoma de falta de previsión y de carencias en la cadenas de suministros de los productos más básicos.

Nada de eso parece ser de incumbencia del Gobierno de Ucrania, centrado únicamente en dos frentes: el militar y el informativo. En ese contexto, la población debe valerse por sí misma con la única ayuda del mercado. Así lo ha dejado claro esta semana Irina Vereschuk. La viceprimera ministra, que hace unos meses se destacó por recomendar que no se escolarizara a los niños y niñas en los territorios controlados por Rusia, ha pedido a la población internamente desplazada, es decir, a quienes han tenido que abandonar sus localidades a causa de la guerra, que busquen empleo. Con la economía paralizada y gran aumento tanto de la pobreza como del paro, el Gobierno ucraniano espera que esa población víctima de la guerra, no suponga un lastre y no tener que invertir en ella lo que espera emplear en la guerra.

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