El otoño ha cobrado protagonismo en las últimas semanas para ralentizar las operaciones militares. El barro supone para los dos ejércitos en lucha, especialmente a sus vehículos pesados, un obstáculo quizá más incómodo que el frío, ese general invierno al que tantas veces se refiere la prensa occidental. El argumento asume que será Rusia, y no Ucrania, quien más sufrirá los efectos de la temporada de frío, aunque la idea se utiliza sin más argumento que el discurso de debilidad militar rusa. Sin desviarse del camino marcado por la narrativa ucraniana, los medios y las autoridades occidentales han optado por una línea en la que prácticamente dan por hecha una victoria ucraniana sin necesidad de explicar la forma en la que Ucrania podría recuperar, no solo Donbass, donde la población ha demostrado con creces que lucharía contra las Fuerzas Armadas de Ucrania, sino especialmente Crimea.
En Crimea, a la demostrada voluntad de la población de no regresar a Ucrania, hay que sumar no solo la presencia militar rusa, sino la importancia política y estratégica de la península para Rusia y su población. Como pudo comprobarse en 2014, cuando ante la incredulidad e impotencia de Kiev, la península regresó bajo control ruso en unas semanas y sin que mediara batalla, la importancia de Crimea para Rusia trasciende de las autoridades y no es comparable a otras regiones ucranianas.
En septiembre pasado, ante las evidentes derrotas en el frente tras meses de estancamiento, Rusia anunció referendos de adhesión y reconoció como propias dos regiones ucranianas además de la RPD y la RPL. En caso de las Repúblicas de Donbass, que Rusia ya había reconocido como independientes el 22 de febrero de 2022, esos referendos parecieron redundantes. A lo largo de ocho años, la población había mostrado ya sobradamente su voluntad de adhesión a Rusia y había dado pasos progresivos en esa dirección, especialmente en términos económicos y legislativos. Las Repúblicas habían celebrado además, el 11 de mayo de 2014, un referendo en el que ya se mostró la decisión de buscar una adhesión a la Federación Rusa y, aunque en su momento no fuera reconocido por Moscú, no era necesaria una repetición para justificar la anexión.
Rusia, consciente ya de la necesidad de cubrir sus carencias de personal con una movilización parcial, precisaba de una decisión política para justificar ante su población unas medidas que le implicaban directamente. Eso hacía del referéndum en las zonas bajo control ruso de Jerson y Zaporozhie una necesidad objetiva para Moscú sin la que difícilmente habría podido presentar el decreto de movilización ante la población. Rusia no podía tampoco permitirse el lujo de anexionarse oficialmente la RPD y la RPL y dejar en el limbo al resto de territorios del sur de Ucrania bajo su control. Tras la retirada de Kiev y la huida de Járkov tras haber prometido a la población que “Rusia está aquí para quedarse”, un tratamiento desigual a los territorios del sur de Ucrania con respecto a Donbass era políticamente inviable.
La rapidez con la que se produjeron los referendos y la certeza de que una parte de esos territorios iban a perderse, en ocasiones de forma inminente, como ocurrió en Krasny Liman, ponía de manifiesto que, para Moscú, la importancia recaía en la decisión, no en las fronteras concretas que marcara un mapa que, sin duda, iba a cambiar con el tiempo. La inestabilidad en el frente hacía imposible pensar lo contrario. Y al fin y al cabo, las fronteras entre Rusia y Ucrania quedarán definidas según el resultado final de la guerra.
En el tiempo transcurrido entre ese momento y la actualidad, las autoridades políticas rusas, al margen del triunfalismo alejado de la realidad de los partes de guerra del Ministerio de Defensa durante meses, ha mostrado una actitud más realista. Tras el ataque con un camión bomba el puente de Crimea, que sufrió daños materiales que, en el caso de la carretera han sido reparados, pero que dañó también la imprescindible conexión ferroviaria, la Federación Rusa realizó cambios de personal. El nombramiento del general Surovikin trajo “decisiones difíciles” como el abandono la ciudad de Jersón. La decisión evitó una batalla similar a la de Mariupol, en la que Rusia podría haber perdido a una cantidad importante de sus mejores tropas, pero que supuso un golpe a la moral y al prestigio ruso y dio alas a la retórica de victoria de Ucrania.
La retirada de Jerson dejaba, en el sur, al río Dniéper como frontera temporal entre las partes y la cercanía a Crimea hacía inevitable el inicio de la ofensiva mediática ucraniana sobre la futura batalla por Crimea. Ahora, incluso los artículos occidentales que se muestran críticos con la posibilidad de iniciar prematuramente la batalla por Crimea, evitan plantearse incluso la posibilidad del rechazo de la población a Ucrania. “Los soldados ucranianos podrían ser tratados como liberadores, pero no serían universalmente bien recibidos por la población de Crimea”, escribía la semana pasada Foreign Affairs en uno de esos artículos en los que la opinión de la población parece limitarse a ser la “consecuencia de la ocupación”. Pero pese a la retórica de victoria -Podolyak, por ejemplo, ha mencionado ya el futuro tribunal de Yalta para juzgar los crímenes de guerra rusos- y de batalla inminente, los avances ucranianos desde la retirada rusa de Jersón han sido inexistentes en este frente.
El ataque, posiblemente con el uso de HIMARS, contra objetivos civiles en Melitopol parece anticipar la reactivación de esta zona del frente. Esa dirección, desde el sur de la ciudad de Zaporozhie, ya en la orilla oriental del Dniéper, hacia Melitopol, que ejerce de capital de la región, es desde hace meses la ofensiva más previsible. En caso de haber contado con esa superioridad tan manifiesta de la que hace gala Ucrania, ese habría sido el golpe definitivo que habría intentado Kiev para cortar en dos el territorio bajo control ruso. Sin embargo, las circunstancias, entre las que se encuentra la mejor organización de las tropas rusas en el sur, los condicionantes climáticos y también las dificultades que para ambos bandos supone el extensísimo frente, han provocado una cierta estabilización militar en este tiempo.
Aunque los ataques han persistido, especialmente en la zona de Kremennaya y Svatovo, en Lugansk, los cambios en el frente en las últimas semanas de otoño han sido escasos. Sin embargo, a juzgar por las declaraciones de las autoridades rusas, especialmente las palabras del presidente Vladimir Putin, Rusia ha comprendido ya que la guerra será más dura y más larga de lo inicialmente previsto. Moscú sabe también que la guerra no se limita a la línea del frente ni al territorio de Ucrania. Los ataques ucranianos en varios aeródromos o bases de la aviación rusa en territorio ruso alejado de la frontera recuerdan que el peligro no se limita a la zona de combate.
Es así para Rusia en los territorios de la frontera rusoucraniana como Belgorod, donde es la población civil la que sufre los ataques, y es así para la totalidad de la población ucraniana, que está sufriendo gravísimas carencias con cortes de luz y agua a causa de los ataques con misiles rusos. Para Rusia, el peligro se ha extendido a las instalaciones militares tanto cercanas como alejadas del frente. Los éxitos del escudo aéreo ruso en la península de Crimea, especialmente en comparación con la facilidad con la que Ucrania atacó las bases de la retaguardia, no solo denotan la eficiencia de los sistemas antiaéreos rusos, sino la preparación para defender Crimea.
La península de Crimea es la línea roja más clara que existe actualmente para Rusia en el conflicto ucraniano. Dentro de la lógica occidental de apreciar una voluntad rusa de utilizar armas nucleares en Ucrania, un peligro real en Crimea sería un escenario posible. Para ello habría que estirar y retorcer el concepto del peligro existencial para el Estado previsto como una de las justificaciones para el uso de armas nucleares. Sin embargo, las recientes palabras de Vladimir Putin, que recordó que Rusia no tiene una doctrina de “ataque preventivo” que sí tiene Estados Unidos, insisten en que, frente al alarmismo interesado de la prensa y las autoridades occidentales, que han usado esa alerta para justificar más guerra y menos negociaciones, Moscú no tiene entre sus intenciones un ataque nuclear.
Las palabras del presidente ruso, que no pueden considerarse una sorpresa teniendo en cuenta que Rusia ha tratado de evitar destruir, por ejemplo, los puentes sobre el Dniéper, lo que deja abiertas opciones de escalada que serían utilizadas antes de plantear seriamente la posibilidad de un ataque nuclear, han sido suficientes para provocar una reacción. Coincidiendo con esa intervención, en la que Vladimir Putin públicamente negó la posibilidad de una escalada nuclear por parte de Rusia -aunque no la guerra nuclear y remarcó que Rusia responderá en caso de ser atacada-, The Times publicaba una noticia sobre los planes de Estados Unidos para Ucrania. Washington habría levantado el veto al uso de drones para atacar el territorio ruso, incluida, por supuesto, Crimea, una opción que una parte de la administración, fundamentalmente del sector militar, había rechazado abiertamente. No es casualidad que ese “permiso” se produzca tras los ataques ucranianos contra las bases rusas, cuyo objetivo principal era precisamente mostrar la capacidad de ataque en la retaguardia rusa para obtener de sus socios armamento más potente con el que poder infligir daños más serios. La forma en la que Ucrania está dispuesta a atacar abiertamente zonas civiles en regiones en las que no espera el favor de la población -como ocurre en Donetsk- implica que el peligro podría no limitarse a los objetivos militares.
El desarrollo de los acontecimientos presagia un invierno catastrófico para la población civil ucraniana, sometida a todo tipo de penurias y con cortes regulares del suministro de luz y agua. Se unirán así al sufrimiento la población de Donbass, que vivirá su noveno inverno en condiciones de precariedad extrema. En el caso de Donetsk, lo hará en su momento más peligroso. A lo largo de la última semana, las tropas ucranianas han atacado a diario la ciudad, incendiando zonas residenciales con disparos de proyectiles notoriamente imprecisos como los viejos Grad. Actualmente, no hay calle ni hora alguna en la capital de Donbass que pueda considerarse completamente segura.
Ayer, tanto el Ministerio de Defensa de Rusia como el comandante del batallón Vostok -que se otorga a sí mismo mayor libertad que otros comandantes- anunciaban acciones ofensivas rusas. Alexander Jodakovsky, más optimista que con su anuncio de ofensiva sobre Pavlovka hace unas semanas, anunciaba el inicio de un ataque en esa misma zona. El Ministerio de Defensa de Rusia, por su parte, confirmaba lo que fuentes occidentales habían constatado ya en los últimos días: ciertos avances rusos en la zona de Krasny Liman. Esos ataques pueden tener un afán ofensivo o ser simplemente una acción preventiva de un ataque ucraniano contra Svatovo o Kremennaya. La lucha continúa también en Artyomovsk, donde Rusia sigue, tras meses de batalla, tratando de destruir a las tropas ucranianas desde el sur de la ciudad, a estas alturas completamente destruida.
Sea cual sea el resultado a corto plazo de los ataques en Donbass o cuáles sean los planes de Ucrania para posibles ataques -sean una ofensiva terrestre o un tratamiento similar al que las Fuerzas Armadas de Ucrania dan ahora mismo a Donetsk- sobre Melitopol, las circunstancias presagian, ante la llegada del invierno, una temporada más cercana a la lucha de meses anteriores que un periodo de pausa operativa o intento de congelar el conflicto.
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