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En el frente sur

Artículo Original: Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda

Desde el frente sur, desde la región de Azov y de Jerson, apenas llega información en vivo de los corresponsales militares que trabajan en la línea del frente y son pocos los canales de Telegram que se dedican específicamente a este tema, así que la información llega catastróficamente tarde. He esperado durante toda una semana pensando que, quizá, se hace a propósito. Pero cuando se presentó la ocasión de visitar a la infantería del mar Negro que lucha en la zona del Dniéper, no lo dudé durante mucho tiempo.

Sorprende la carretera de Melitopol por el hecho de que se está reparando, el trabajo se realiza incluso los viernes por la tarde: unos vehículos retiran asfalto, otros lo prepararan y lo extienden y por delante avanza el grupo supervisor con aparatos láser. La población local está harta de los baches que Ucrania dejó atrás. Pero la vida civil acaba en los alrededores de Novaya Kajovka con esta escena: campos abandonados de girasoles en el horizonte. Las “semillas” ya se han podrido y se han vuelto negras. Hay un grupo de una docena de coches en la cuneta. Cambian la rueda pinchada en el UAZ del comandante y los soldados salen de los camiones como si fueran guisantes y toman posiciones. Habría parecido un ejercicio de coordinación de no ser porque los soldados rápidamente rompían bolsas de plástico para obtener las armas antitanque y prepararon los proyectiles. Se estaban preparando para el combate. ¿Contra quién? El enemigo está al otro lado del Dniéper. Resulta que hay grupos de sabotaje ucranianos que cruzan el río y que prueban nuestras defensas constantemente aquí.

Novaya Kajovka fue una vez uno de los grandes centros de logística de la región, que se hizo rica gracias al tránsito y procesamiento de los productos agrícolas que se cultivan aquí, en las tierras negras. Bosques de pinos, un gigante espejo en la reserva de Kajovka y la presa que bloquea el gran Dniéper, es la vida aquí. Ahora la ciudad está a oscuras. Solo vi dos puntos de luz: un café hípster y una bastante pretenciosa pizzería que aún estaba abierta a las seis de la tarde. Había luz a la entrada de las viviendas, pero las ventanas de los pisos estaban oscuras.

El oficial que nos recibió inmediatamente dijo que no debíamos quedarnos en su campamento. ¿Por qué? “Verás. No tenemos sótano. He encontrado un piso, estaréis más seguros allí. No he dicho más tranquilos”. La anfitriona rápidamente nos explicó las normas de vida: “No hay agua caliente, pero hay agua fría. No hay gas. No os acerquéis a las ventanas, no intentéis abrirlas. Se bloquearon con la explosión, fueron contrachapadas mientras aguanten. El mercado está cerca. Abre muy pronto, pero cierra a la una del mediodía”.

“¿Por qué?”

“Empezaron a golpearlo con HIMARS. Ha llegado a haber hasta un centenar de explosiones al día. Bueno, descansad, ya lo veréis todo”.

Nuestra anfitriona se marchó. A los quince minutos, sonaron las sirenas: los HIMARS pasaron por encima de la ciudad hasta la presa de Kajovka. Creía que ya lo había visto todo en Donetsk, pero aquí apenas pude aguantar las ganas de gritar y tirarme al suelo. Las paredes y las ventanas temblaban y la luz estaba intermitente. Por la mañana, todo quedó claro: los edificios de los alrededores estaban destrozados por la metralla. Nadie vino a la escuela, que tenía todas las ventanas rotas. No he visto niños en la ciudad en todos estos días.

Por la mañana comenzó la dolorosa coordinación de nuestra visita al frente. No se puede conducir un coche, los civiles no pueden circular por la presa de Kajovka. Se puede llamar al destacamento del ejército, pero no está claro cuándo saldrás. En general, como dicen los militares en privado, “la situación es difícil”. Eso significa que no hay nada que enseñar: no hay bonitos trofeos ni prisioneros a los que mirar a la cara. Solo unas sangrientas y agotadoras batallas de artillerías y asalto con diferentes grados de suerte a localidades y cuyos nombres no dicen nada a nadie.

Jerson, que está cerca de Kajovka, también fue una especial “pesadilla”, incluso han enviado a los niños de vacaciones. Según los informes de la prensa, el viernes por la mañana, varios HIMARS impactaron en el puente Daryevsky, toda la defensa aérea no pudo repelerlo. Nos dirigimos a Jerson, que parece que no está lejos, pero no hay carretera por tierra. El puente Antonovsky está dañado, incluso se ha abandonado la idea de repararlo, no tiene sentido. Seamos objetivos, no se hará. En todas partes, en los alrededores al puente, hay sistemas de defensa aérea, con sus antenas y restos de HIMARS americanos y sistemas ucranianos Alder, similares a nuestros Uragan. Los Alder han empezado a utilizarse más a menudo, fundamentalmente junto a los HIMARS, en ataques que buscan sobrepasar nuestras defensas aéreas con multitud de objetivos.

En el puente Daryevsky mueren personas que esperan al autobús que transporta pasajeros. Un camión con comida fue impactado y las mochilas de los niños se llenaron de cebollas quemadas. Una alegre abuela pasaba con una bolsa. Había cruzado el Ingulets para ir a Jerson a comprar comida. Dijo medio en ruso, medio en ucraniano: “Cuenten lo que los banderas han destruido”.

El abuelo Yura se aproximó desde el otro lado de la valla apoyado en un bastón. No hay nada que contar. Los misiles cayeron un cálido día de otoño. Sin un zumbido, sin un rugido. Explosiones y cinco muertos. La historia habitual, pero hay un detalle: no podemos sacar del hombre quién disparó. “Vino de allí”, entiende lo que quieras. Tiene miedo. Diez minutos después, tenemos la explicación de un periodista de Jerson: “La gente tiene miedo de hablar, especialmente ante las cámaras. Sin embargo, quien no tiene miedo te lo contará todo, hasta el final. Especialmente las mujeres”.

“Entiendo que es difícil de determinar, pero ¿quién está aquí a favor de quién?”

Resulta que mi interlocutor hace tiempo que lo ha pensado todo: “Mira, aquí queda el 50% de la población anterior a la guerra. De esta cifra, el 70% está a absolutamente a favor de los nuestros y el 30% restante, muchos se están escondiendo. Hay quien espera que vuelvan los banderistas”.

“¿Dónde se encuentra a esos que no tienen miedo?”

“Te mostraré”.

Los profesores no tuvieron miedo de hablar, tenían un concierto festivo en el Palacio de Cultura ese día. En el descansillo, conocí a una pareja: el rescatista Grigori y su esposa Victoria. Les pregunté por qué no tenían miedo de hablar con la prensa. Victoria se sorprendió: “¿De qué tendría que tener miedo? Dios está con nosotros, Rusia está con nosotros. ¿Puedo saludar? A Yakutia, a Neriungri, a Moscú, a mi hermano”. Según la pareja, el referéndum ha dado confianza a algunas personas. La elección está hecha, no hay dónde retirarse. Pregunto cuáles son las señales de la llegada de Rusia en el día a día. Victoria las enumera: “La medicina es gratis, la educación vuelve a ser normal. Imagina, en los colegios de Jerson, en Ucrania ya han empezado a enseñar que mamá y papá no son necesariamente mujer y hombre. Las tarifas han bajado. Ahora esperamos un cielo pacífico gracias a los chicos que nos protegen”.

En el café al otro lado del Palacio de Cultura, encuentro al director y al elenco que ha actuado. Sergey me sorprende con sus primeras palabras: “No todos han entendido lo principal. Rusia les ha abierto su corazón demasiado rápido y lo dan por hecho. Rusia ha llegado, así que está obligada. No todos le dan el valor que tiene que apenas pagan servicios comunitarios, que las pensiones se han multiplicado por dos o por tres. Y Rusia no ha llegado, ha venido para quedarse. Ha recuperado este territorio”.

“¿Te molestan los carteles prorrusos con gente con vishivankas? Están por todas partes en la ciudad. En términos de lógica, entiendo su objetivo: mostrar que no va a haber persecución étnica. Pero, de alguna manera, me parece que no funcionan del todo”.

“Las camisas bordadas son una excusa. Las camisas bordadas con comunes a casi todas las regiones del sur de Rusia, lo que no entiendo es cómo se han convertido en un símbolo de Ucrania. Pero me lo imagino”.

De repente, Sergey cuenta una historia de su familia, como si fuera un modelo, una copia reducida de los procesos ahora en marcha: “Mi padre es ruteno, viene de la región de Lviv. A principios del siglo XX, la mitad de la familia era rusa, la mitad se hizo ucraniana, empezó a hablar la lengua y a llamar “moskalis” a sus propios familiares. Eso es todo lo que hay que decirle a la gente”.

El sábado por la noche, la situación cambió: el ataque a Crimea mezcló muchas cartas. En Jerson, sin necesidad de que nadie diera una orden, decidieron llevarse a los niños a áreas cercanas. Las carreteras de la liberada región de Azov se han convertido en la única ruta por tierra a Crimea y repentinamente han adquirido una importancia estratégica. Así que el enemigo ha comenzado a lanzar rumores sobre “un golpe decisivo a Melitopol”. Según el mapa y según las fantasías de Ucrania, este golpe debería ser desastroso para nuestra agrupación de Azov: la cortaría en dos. Decidí obtener información de primera mano de los comandantes de los marines del mar Negro. Botsman lleva toda la vida luchando: las dos guerras de Chechenia, Donbass, el asalto a Mariupol, donde resultó herido de metralla en la cara, pero volvió en verano a Ugledar y ahora al mar de Azov. Así es como Botsman valoró la situación: “Estamos realizando una defensa posicional activa. El enemigo trata de irrumpir cada día, pero se retira”.

“¿Cambia la situación operativa que el puente de Crimea haya sido atacado?”

“No, teníamos todo lo necesario de antemano. El enemigo no puede impedir el suministro”.

“Las tropas ucranianas han conseguido ampliar su territorio en Dudchany (al norte de la región de Jerson). Sé que abandonamos el pueblo”.

“Nos las arreglamos para organizar la defensa. El enemigo pagó un alto precio por este avance. No conté todo exactamente, pero las tropas ucranianas debieron de perder más de cien unidades de equipamiento, incluyendo vehículos de infantería estadounidenses Bradley”.

“¿Hay extranjeros luchando contra vosotros?”

“Hay polacos y también se oye a instructores que hablan en inglés”.

“¿Hay algún soldado que haya destacado y que te haya llamado la atención?”

“Un oficial con nombre de guerra Istina atacó Bezimennoe, resultó herido, vendado y siguió luchando. En el mismo asalto, ocho soldados de la compañía aerotransportada resultaron heridos, que siguieron luchando tras ser tratados. Como dicen, volvieron a sus chicos. Todos recibieron medallas”.

“Si vemos la actual situación de nuestras tropas y las enemigas, lo primero que llama la atención son dos flechas: sobre el Dniéper y la reserva Kajovka y al mar de Azov. ¿Hay peligro de que pase?”

“Hay peligro aquí para nosotros y para el enemigo. La guerra es una cadena de errores, quien cometa menos ganará. Así que las tropas ucranianas o nosotros podemos tener aquí un armageddon local. Todo se decidirá por el factor humano, las habilidades del comando, el reconocimiento y la capacidad de derribar objetivos. Quien realice mejor esas tareas ganará”.

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