Artículo Original: Colonel Cassad
En vísperas de las conversaciones directas entre Rusia y Estados Unidos [las rondas preliminares comenzaron ayer-Ed] sobre garantías de seguridad y estabilidad se ha podido ver una tendencia interesante, en la que países y organizaciones que no han sido invitadas se han mostrado muy interesadas en acudir. La Unión Europea, la OTAN y Ucrania querrían participar en las negociaciones. El motivo está claro: Estados Unidos y Rusia discutirán sobre la Unión Europea, la OTAN y Ucrania sin su presencia. Aunque Estados Unidos alega que consulta con sus “socios europeos” y “aliados de la OTAN”, la realidad sigue siendo que se les puede haber notificado y consultado, pero no están invitados a las negociaciones de cuestiones estratégicas.
Al mismo tiempo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania continúa haciendo declaraciones en las que la línea principal es impedir que se discuta sobre Ucrania sin Ucrania. Sin embargo, las negociaciones continúan en su ausencia, y solo se le requiere para ser notificada, en ocasiones con retrasos, mientras Kiev espera ansiosamente la llamada de Washington [Biden tardó tres días en informar a Zelensky de los resultados de la última conversación con Putin]. En Ucrania todo está claro: es un objeto de las relaciones internacionales, gestionado por una administración títere controlada por Estados Unidos y que no está ni de lejos a tal nivel que pueda ser invitada a participar en el debate sobre la estabilidad estratégica y las esferas de influencia.
Es curioso que la situación sea similar a la de los países europeos, que se ven como sujetos políticos, pero que tampoco han sido invitados ni a título individual ni como bloque, ya que no determinan las perspectivas estratégicas de estabilidad y, como Ucrania, tienen que aceptar la postura definida por Estados Unidos. Por supuesto, Washington también consulta con ellos y, como en el caso de Ucrania, serán notificados de los resultados de las negociaciones. Pero su “postura consolidada” es, en realidad, una postura de debilidad, ya que depende completamente de Washington y de lo que Estados Unidos acuerde o no con Rusia y sobre esa base tendrán que construir su política.
El actual nivel de oposición europea es completamente insuficiente para tener un papel independiente de Estados Unidos, como garantizarían unas fuerzas armadas propias y una política exterior completamente independiente. La UE, como, por ejemplo, Japón, está de facto ocupada por tropas estadounidenses y está obligada a tener en cuenta la postura de Estados Unidos en tantos aspectos que debe esconder esta “molestia” detrás de diversos eufemismos.
En tiempos de Trump, Estados Unidos mostró abiertamente cómo trata a sus “aliados”, destruyendo toda apariencia de “sociedad, no dependencia”. Con Biden, Estados Unidos ha vuelto a pretender que Washington y los países europeos tienen una sociedad. Pero los cuatro años de Trump no son fáciles de olvidar y, de hecho, los países europeos están esperando la notificación de los resultados de las negociaciones con Rusia de la misma forma que Ucrania, lo que claramente muestra lo que esconde la vuelta a la política anterior.
La UE es consciente de que Estados Unidos, además del conflicto con Rusia en el este de Europa, está obligado a equilibrar sus intereses en términos del conflicto con China, lo que causa ciertas preocupaciones de si, en vistas de su estrategia en el Indo-Pacífico, pueda llegar a algún tipo de acuerdo con Rusia sobre Ucrania. De ahí la creciente histeria en la prensa euroatlántica los días previos a las negociaciones, en los que se ha acusado a Biden de debilidad, voluntad de hacer concesiones a Rusia o incluso de retirada estratégica. En este sentido, Biden ha tenido que emitir desmentidos, asegurando que no habrá concesiones y que no jugará según las líneas de Rusia y que no rendirá Ucrania a Putin. Para sonar más convincente, se han repetido las amenazas contra Rusia como forma de mostrar la seriedad de las declaraciones de Biden. Pero la preocupación sobre un hipotético acuerdo entre Estados Unidos y la Federación Rusa permanecen.
Mientras las quejas de Ucrania pueden ser fácilmente ignoradas, las quejas de la prensa occidental, instigadas por los halcones estadounidenses y los trumpistas, son más difíciles, especialmente en un año electoral. Esta presión mediática hace más difícil a la administración Biden llegar a un acuerdo de mínimos con la Federación Rusa, incluso si asumimos que eso es lo que busca la administración estadounidense, algo que es cuestionable. La consecuencia es que el tono de ambas partes se ha hecho más amenazante a medida que se han acercado las negociaciones, ya que, desde el principio, Rusia afirmó que no habría concesiones en cuestiones vitales y Estados Unidos cada día que pasa se muestra más claro afirmando que no tendrá en cuenta los intereses de Rusia y que ni siquiera discutirá ciertos temas del hipotético acuerdo planteado por Moscú.
Por el camino se han escuchado amenazas potentes, algún ultimátum y sanciones destructoras que supuestamente harían “pagar a Rusia”, a pesar de que la experiencia muestra que el impacto de las sanciones tiene muy poco efecto en las decisiones del Kremlin. Es más, es casi al contrario: la institucionalización del conflicto ha llevado a que cada nueva sanción, sea con motivo o no, sirva como justificación del curso elegido, algo que han comprendido las facciones del establishment estadounidense que reconocen que, en este contexto, no tiene sentido para sus intereses a largo plazo relacionados con China, las sanciones están alejando a Rusia.
Pero los halcones euroatlánticos y los neocon están convencidos de que el tiempo de hegemonía de Estados Unidos no ha acabado y que pueden obligar a Rusia y a China a dar pasos atrás y aceptar el dominio estadounidense por medio de limitar sus intentos de promover una agenda internacional multipolar y exigir respeto en sus esferas de influencia.
Así que es natural que haya gran escepticismo sobre los resultados de las negociaciones. Y aquí lo más interesante no es en qué punto chocan y activan una nueva escalada, sino cómo se manifiesta, ya que ninguna de las partes ha descartado la posibilidad de conflicto directo en el este de Europa y abiertamente hablan de diversos “escenarios militares” sin especificar el teatro de operaciones o las fuerzas que implicaría.
Las conversaciones del 12 de enero pueden ser un punto de inflexión al que puede seguir una escalada en las relaciones Rusia-Estados Unidos o algún tipo de estabilización si se llega a algún acuerdo. De momento, el primer escenario parece más probable, pero, en cualquier caso, las consecuencias de estas conversaciones tienen, bajo ciertas circunstancias, un carácter global, un punto que futuros historiadores pueden considerar como inicio del periodo del colapso del tardío orden mundial de Washington.
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