A lo largo de la tarde de ayer, el Parlamento Europeo sufrió un ciberataque. Horas antes, el pleno había aprobado una resolución que declaraba a Rusia Estado patrocinador del terrorismo. Como se jactaba en las redes sociales Samuel Ramani, habitual comentarista de esta guerra desde la máxima de que, pase lo que pase, Rusia siempre es culpable, el Parlamento Europeo sigue el liderazgo de Lituania, Letonia y Estonia, que han conseguido que esa definición, hasta ahora marginal, se haya convertido ahora en mainstream. La guerra ha conseguido que un odio a todo lo ruso, existente ya en años anteriores, se generalice para justificar medidas como esta, para la que no ha sido necesario mencionar grupo terrorista alguno patrocinado por Rusia. El uso de misiles contra las infraestructuras ucranianas es argumento suficiente para declarar terrorista a un Estado, siempre que no sea un Estado de la Unión Europea, cuyos países acostumbran a utilizar ese método de shock and awe en sus guerras.
Ayer, Rusia atacó nuevamente las infraestructuras energéticas ucranianas, que se encontraban ya al borde del colapso. El último ataque dejó las centrales nucleares desconectadas del suministro eléctrico, un camino al desastre similar al que Ucrania lleva meses sometiendo a la central nuclear de Zaporozhie, y a regiones enteras de Ucrania sin luz ni suministro de agua. En Kiev se mostraban ayer por la tarde colas para obtener agua similares a las que sufren desde hace meses los ciudadanos de Donetsk. Rusia ha dejado claro que su objetivo es lograr una negociación con Ucrania, hasta ahora rechazada tanto por Kiev como por sus socios. La presidenta del Parlamento Europeo anunciaba sonriente ayer una nueva campaña de apoyo a Ucrania: #GeneratorsofHope, generadores de esperanza. La campaña busca que las ciudades y regiones donen generadores para garantizar el suministro energético y “para generar esperanza”, un parche que de ninguna manera puede paliar la gravísima situación en la que se encuentra actualmente la población civil del territorio ucraniano.
La situación es aún más grave en las zonas en las que la guerra ha destruido o continúa destruyendo las infraestructuras y las viviendas de la población, como es el caso de Donetsk o Mariupol. En ese contexto, la Unión Europea, en lugar de ofrecer diplomacia, ofrece futuras esperanzas vacías y gestos que, como el de ayer, tienen únicamente valor propagandístico y que solo contribuyen a romper todos los puentes que hasta febrero de 2022 existían entre las capitales de Europa occidental y Moscú. La guerra lo justifica todo, tanto las acusaciones como la negativa a negociar una salida, lo que condena a la población que se dice defender a una catástrofe humanitaria inminente con la llegada del invierno.
Sin embargo, ni la historia ni la guerra comenzaron el 24 de febrero, cuando dio inicio la intervención militar rusa, ni dos días antes, cuando Vladimir Putin anunció a Emmanuel Macron y Olaf Scholz que Rusia se disponía a reconocer la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Tan solo unos días antes, el presidente ruso y el francés habían mantenido una maratoniana reunión de seis horas de duración en busca de una forma para evitar que la guerra, hasta entonces contenida en una pequeña región, se extendiera más allá de las fronteras de “ciertas zonas de las regiones de Donetsk y Lugansk de Ucrania”. Era la culminación de un proceso de siete años en el que Ucrania jamás tuvo intención de implementar los acuerdos que su jefe de Estado había negociado con sus homólogos de Alemania, Francia y Rusia. Ahora, intentando adjudicarse los éxitos de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Poroshenko afirma abiertamente que su intención siempre fue ganar tiempo y reforzar las tropas para la guerra con Rusia.
En realidad, el objetivo de Ucrania en las negociaciones, tanto en tiempos de Poroshenko como de Zelensky, fue presentarse inflexible, afirmar haber cumplido ya con sus compromisos y exigir a Rusia concesiones unilaterales: la entrega del control de la frontera, el desarme de las Repúblicas Populares y el retorno de esos territorios a control de Kiev a cambio de vagas promesas de un posible cumplimiento parcial de algunos de los puntos de los acuerdos firmados en 2015. Todo ello sin siquiera levantar el bloqueo económico, bancario y de transporte que Poroshenko instauró para tratar de conseguir por la vía económica lo que Ucrania no había logrado por la vía militar: someter a las Repúblicas Populares al dictado de Kiev.
En ese proceso, fue imprescindible para Ucrania el firme apoyo de sus socios. Absolutamente dependiente de las líneas de crédito internacionales para mantener a flote la economía y para poder rearmar y reforzar al ejército y de la asistencia diplomática occidental para continuar incumpliendo abierta y eternamente los acuerdos firmados, Ucrania jamás habría logrado mantener vivo el estancado proceso de Minsk durante siete años sin Francia y Alemania. Aunque Estados Unidos siempre fue más importante para garantizar la supervivencia económica del régimen post-Maidan, fueron los países de la Unión Europea los que patrocinaron y mantuvieron artificialmente vivo el proceso de Minsk, fundamentalmente por medio del Formato Normandía.
Aunque con más moderación que Petro Poroshenko, también Angela Merkel se manifestó en la misma línea que el expresidente ucraniano y afirmó que el proceso de Minsk había dado a Ucrania tiempo para reforzarse. En estos meses, Emmanuel Macron, el único líder europeo del que puede decirse que trató hasta el final de buscar un acuerdo, se ha mostrado también favorable a la negociación solo en los términos de Kiev. Los líderes europeos, al igual que los norteamericanos, más cómodos aún con una guerra que ven en la distancia, mantienen así la misma postura que precede a la invasión rusa del 24 de febrero. Al igual que Ucrania, Francia y Alemania han buscado siempre un “compromiso” que se tradujera en la imposición del diktat ucraniano, sin tener nunca en cuenta el bienestar de la población que sobrevivía en estado de guerra. Hasta febrero, esa población se limitaba al demonizado pueblo de Donbass, cuyos intereses jamás fueron un factor para Kiev, París o Berlín. Ahora, el sufrimiento se ha extendido a todo el territorio de Ucrania, que se enfrenta a un invierno de sacrificios por el bien de la guerra.
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