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Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Minsk, Rusia, Ucrania

Siete años de manipulación

Un callejón sin salida prácticamente desde su firma, los acuerdos de Minsk fueron un tema recurrente en la agenda política de las relaciones entre Rusia y Ucrania desde 2015 hasta 2022, cuando el reconocimiento ruso de las Repúblicas Populares cerró formalmente una puerta que, en la práctica, nuca estuvo abierta. Sin embargo, la poca espectacularidad del lento y repetitivo proceso, con reuniones periódicas en las que las partes únicamente acordaban la fecha del siguiente encuentro, y el desinterés mostrado por la prensa internacional por el conflicto en Donbass, olvidado desde que finalizaran las grandes batallas en febrero de 2015, ha hecho posible que su desarrollo sea manipulado para justificar a la parte que abiertamente saboteó el proceso.

En las últimas horas, han alcanzado cierta visibilidad las palabras de Petro Poroshenko, un político cuya carrera quedó en entredicho tras su mala gestión y los nefastos resultados en el intento de reelección que hicieron imposible la recuperación del perfil político perdido. Aunque no es la primera ocasión en que el expresidente ucraniano se refiere a los acuerdos y a sus objetivos en las últimas semanas, sus palabras sí han alcanzado una mayor relevancia. Poroshenko, que negoció con Vladimir Putin con la mediación de Angela Merkel y la presencia de François Hollande los acuerdos firmados en febrero de 2015, ya había tratado de sumarse al discurso de que los acuerdos no fueron más que una táctica para que Ucrania pudiera ganar tiempo para defenderse de un ataque ruso que daba por hecho. La manipulación de la realidad difícilmente puede esconder que el expresidente trata de otorgarse parte de un éxito militar que espera no se adjudique únicamente a Zelensky. Al fin y al cabo, las elecciones legislativas están a meses vista y Solidaridad Europea, el antiguo Bloque Poroshenko, es uno de los escasos partidos que las actuales autoridades no han prohibido. Sin nada más que utilizar como carta de presentación ante el electorado, Poroshenko intenta reclamar para su persona el inicio de la reconstrucción de las Fuerzas Armadas de Ucrania para poder así afirmar que, sin su gestión, la resistencia ucraniana no habría sido posible.

En las últimas semanas, tanto Merkel como Hollande se han referido a las negociaciones y a las perspectivas y objetivos de los acuerdos de Minsk y del formato Normandía. Ambos participaron en la larga noche de negociación en la capital bielorrusa, que se tradujo, a primera hora de la mañana del 12 de febrero de 2015, en un documento que se entregó a la OSCE y en el que firmaron los entonces líderes de la RPD y la RPL además del expresidente ucraniano Leonid Kuchma. En el caso de Alexander Zajarchenko e Igor Plotnitsky, lo hicieron a título personal y sin haber podido participar en la redacción de los términos del acuerdo. Sin intención alguna de dar el más mínimo reconocimiento a la RPD y a la RPL, Ucrania negoció con Rusia un acuerdo que, una vez finalizado, fue entregado a Plotnitsky y Zajarchenko sin más opción que aceptar firmarlo. Al igual que había ocurrido en septiembre de 2014, no era Ucrania quien disfrutaba de la iniciativa en el frente, sino que tras semanas de batalla, la RPD y la RPL, con asistencia de Rusia, avanzaban sobre territorio ucraniano con el ejército de Poroshenko en retirada. Todo acuerdo de paz o de alto el fuego implica concesiones y, en este caso, para las Repúblicas Populares implicó la renuncia a avanzar sobre Mariupol en 2014 y sobre Artyomovsk en 2015. Rusia negoció un acuerdo de alto el fuego para las Repúblicas Populares en dos momentos de avances, no de retrocesos.

Y a lo largo de los siete largos años de proceso de Minsk y de Normandía, en los que Ucrania  rechazó de forma explícita negociar políticamente con Donetsk y Lugansk, impuso un bloqueo económico en lugar de reanudar las relaciones económicas y, en vez de ofrecer amnistía, buscó la forma con la que en el futuro castigaría a los colaboracionistas, Rusia mantuvo siempre la postura de presentar propuestas en busca del compromiso.  Moscú se mantuvo firme en su rechazo a modificar ciertos términos de los acuerdos: la exigencia ucraniana de la entrega del control de la frontera como prerrequisito para un futuro cumplimiento parcial de algunos de los puntos, ni siquiera todos, fue, por ejemplo, una clara línea roja. Sin embargo, Moscú obligó a Donetsk y Lugansk, más exigentes en sus demandas, ya que eran la parte directamente afectada por el estado de guerra, a renunciar a la idea de los intercambios de prisioneros “todos por todos” e incluso a la negociación del estatus especial si este cumplía mínimamente la letra de Minsk. Los intentos de acercamiento de Rusia a lo largo del proceso de Minsk fueron constantes y se produjeron a lo largo de los años prácticamente hasta las últimas semanas antes del reconocimiento ruso de las Repúblicas Populares.

Durante todo ese tiempo, cada una de las partes implicadas directa a indirectamente afirmó, sin cesar, que no había alternativa a los acuerdos de Minsk. En 2015, François Hollande afirmaba, por ejemplo, que Minsk era “una de las últimas oportunidades”. El 6 de febrero, apenas una semana antes de la firma de los acuerdos, el entonces presidente francés afirmaba que “si no logramos encontrar, no ya un compromiso, sino un acuerdo de paz duradero, pues, conocemos perfectamente el escenario: tiene un nombre, se llama la guerra”, una postura muy diferente a la que mantiene actualmente. Manipuladas intencionalmente las declaraciones de Angela Merkel, que no afirmó, como se ha repetido, que los acuerdos de Minsk fueran una estrategia para ganar tiempo, sino que, pese a su fracaso, cuando menos dieron a Ucrania ese periodo de siete años para reforzarse, algo por lo que está siendo recompensada actualmente, las palabras de Hollande son aún más claramente la repetición del discurso ucraniano.

Quizá sin haber comprendido realmente las palabras de Merkel, que se lamenta de no haber sido capaz de impulsar junto a Emmanuel Macron un nuevo formato de diálogo en sus últimos meses en el cargo, Hollande mostró una versión muy diferente a la dada por la canciller alemana. En diciembre de 2022, en una entrevista concedida al Kyiv Post, el expresidente francés alegaba que Francia y Alemania “llevaron” a Rusia a aceptar el formato Normandía y posteriormente a acudir a Minsk. Sin embargo, a lo largo de todo 2014, mucho antes de que la rebelión de Donbass se levantara en armas, la postura rusa era ya la del diálogo en busca de compromiso. Lo mismo ocurrió en mayo de ese  mismo año, cuando Vladimir Putin pidió oficialmente que las regiones ucranianas cancelaran el referéndum del 11 de mayo, que Rusia no reconoció, o en septiembre, cuando paralizó la ofensiva de Donbass con el ejército ucraniano en caótica retirada o en febrero de 2015, ya con la experiencia de los meses tras la firma de Minsk, en los que Ucrania no mostró interés alguno en cumplir lo pactado. En 2015, con la guerra centrada en el frente norte con el avance de la RPD y la RPL hacia Debaltsevo, no había ningún signo de que Rusia tuviera, como alega ahora Hollande “la mira puesta en Mariupol”.

El tiempo parece haber borrado los hechos y el desconocimiento del desarrollo del proceso de Minsk hace posible que hayan pasado desapercibidas las falsedades de François Hollande, que para justificar el bloqueo del proceso de Minsk en 2017 y 2018 afirmó que todo se debía a que “por un lado, la parte ucraniana veía que las amenazas rusas se hacían más claras (y que Moscú no quería la paz); por otra, Vladimir Putin se empezó a cansar de este arreglo porque le impedía avanzar en su deseo de conquista total de Donbass”.

En 2017, en parte debido a la presión nacionalista, Petro Poroshenko decretó el bloqueo económico de Donbass, que reaccionó nacionalizando las propiedades industriales ucranianas que no aceptaran dejar de contribuir a la hacienda ucraniana para contribuir a la de las Repúblicas Populares. Ese momento fue el punto de inflexión de un proceso de separación económica de Donbass y Ucrania que también tuvo consecuencias políticas. Rota la relación económica con Ucrania, Donbass comenzó una integración económica con Rusia que habría sido imposible si Kiev hubiera mantenido, por ejemplo, los pagos de pensiones y el comercio entre los dos lados del frente, con lo que había perpetuado, por ejemplo, la presencia de la grivna.

Y en esos años, frente a las Repúblicas Populares -o a Rusia, como Ucrania siempre prefirió afirmar-, que no dieron paso alguno de avance sobre territorio ucraniano, Kiev capturó, paso a paso, toda esa zona neutral que debía ejercer de zona de amortiguación y de separación entre las partes en conflicto. Todo ello sumado al rechazo explícito a toda negociación política. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos y el interés de presentar, incluso entonces, a Rusia como agresora permite ahora manipular los hechos para hacerlos encajar en el esquema actual de una “guerra no provocada”.

En sus declaraciones, además de otorgarse parte del mérito por la fortaleza de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Petro Poroshenko afirma algo aún más importante: los siete años de proceso de Minsk han supuesto un tiempo para crear una “coalición anti Putin”. Es ahí donde el expresidente ucraniano acierta plenamente. El proceso de Minsk es el ejemplo perfecto de la construcción de un discurso interesado y basado en la manipulación de la realidad cuyo objetivo no es otro que buscar el máximo antagonismo con la parte que se considera enemiga. Durante siete años del uso de los bombardeos como herramienta política, de culpabilizar a Rusia de los bombardeos ucranianos, de bloqueo económico para obligar a la población a la rendición, de manipulación constante de las listas de prisioneros de guerra y de rechazo abierto al cumplimiento de los puntos más importantes de los acuerdos firmados, Ucrania consiguió imponer su discurso de víctima mientras ejercía de agresor. El desinterés de la prensa por reflejar el flagrante incumplimiento del acuerdo de paz y de sus socios europeos por presionar en busca del compromiso permite ahora a Ucrania presentarse como víctima, no solo de una guerra no provocada pese a que esta comenzara ocho años antes, sino como parte inocente frente un agresor que durante todo ese tiempo actuó de mala fe. Aunque la realidad lo contradiga.

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