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El papel de Victoria Nuland

Desde el estallido de Maidan, que contó con un papel internacional importante, Victoria Nuland ha sido una de las figuras recurrentes en la historia reciente de Ucrania y en su camino a convertirse en un país satélite de Occidente y más recientemente de la OTAN. Conocida por pasearse por las protestas de Maidan repartiendo galletas a los manifestantes, algo que en caso de producirse por parte de un país oponente a Estados Unidos habría sido considerado una injerencia externa, Nuland participó directamente en las negociaciones con la oposición y en la formación de lo que sería un nuevo Gobierno. Ese nuevo Gobierno nació de Maidan y del incumplimiento del acuerdo de reparto del poder y adelanto electoral alcanzado con el presidente Yanukovich, que los protegidos de Estados Unidos y de la Unión Europea nunca tuvieron la intención de cumplir.

Nuland se hizo célebre en aquellos días con la publicación de una conversación telefónica con el entonces embajador de Estados Unidos en Ucrania, Jeffrey Pyatt, posiblemente interceptada por los servicios secretos rusos. De aquella filtración se destacó ampliamente el “fuck the EU” de Victoria Nuland, una muestra evidente de que en la Ucrania post-Maidan la Unión Europea sería el socio secundario de Estados Unidos, que siempre llevaría la batuta. Sin embargo, fue menos resaltada la parte en la que Nuland describía perfectamente a Pyatt cómo debía ser el Gobierno que saliera de esa revolución tras el derrocamiento de Yanukovich. “Yats es el hombre”, afirmaba entonces Nuland, que presentaba a Arseni Yatseniuk, protegido de Estados Unidos, del partido de Yulia Timoschenko, como la persona que debía dirigir el Gobierno. Yats, con experiencia política y el favor de la administración Obama, debía “hablar con Klitsch y Tyahnibok tres veces a la semana”. Klitsch, el actual alcalde de Kiev Vitaly Klitschko, era el protegido de Alemania, el candidato de la Unión Europea, que no solo no fue nombrado primer ministro, sino que ni siquiera fue incluido en el Gobierno.

Como apuntaba Nuland, Arseniy Yatseniuk era el hombre del momento y él sería quien afirmara ante la prensa apenas un día después del anuncio de la operación antiterrorista, que Ucrania ya estaba en guerra. Era abril de 2014 y Ucrania había decidido imponer una solución militar a un problema que, pese a la aparición del grupo armado de Strelkov en Slavyansk el día anterior, aún era político. La población de Donbass y parte de sus élites rechazaron el cambio de Gobierno de Maidan y los cambios políticos, económicos y sociales que implicaba. Frente a una Ucrania occidental que miraba a la Unión Europea como su vía de futuro, Donbass viró hacia Rusia, principal mercado de su industria, un sector económico de escaso interés para la Unión Europea o Estados Unidos.

La operación antiterrorista siempre fue una guerra de las tropas ucranianas contra las milicias locales que, con ayuda de voluntarios rusos, consiguieron mantener una parte del territorio que se había levantado contra el Gobierno del hombre de Victoria Nuland, que en lugar de diálogo inclusivo ofreció a Donbass unas conversaciones en las que participaron únicamente grupos y personas favorables a Maidan y nombró gobernador de la región a un oligarca de segunda con escasa vinculación con la región, Sergey Taruta. La ayuda rusa logró detener el avance ucraniano en Ilovaisk, un importante nudo de comunicaciones contra el que estos días Ucrania dispara sus HIMARS. Esa derrota militar en 2014, como ocurriría meses después en Debaltsevo, obligó a Ucrania a firmar los acuerdos de Minsk, de los que reniegan ahora tanto Ucrania como sus socios. Sin embargo, durante siete años en los que Ucrania mantuvo una postura contradictoria, alegando que los acuerdos eran la única vía a la paz mientras abiertamente rechazaba cumplir con sus puntos más importantes, los acuerdos de Minsk fueron la base del debate político sobre la resolución del conflicto, en aquel momento interno.

Como ha quedado claro con las últimas declaraciones de Boris Johnson, que definió las conversaciones de Minsk y Normandía como inútiles y prácticamente las describió como una simulación de negociación, ese proceso fue únicamente una iniciativa de los países de la Unión Europea, fundamentalmente de Alemania, especialmente interesada en mantener las relaciones económicas con Rusia y evitar que la guerra se extendiera. El hecho de que en la visita de Volodymyr Zelensky a Washington antes del inicio de la intervención rusa no se realizara mención alguna a los acuerdos de Minsk, único documento existente para resolver el conflicto interno ucraniano, sin el que es imposible imaginar la guerra tal y como se libra actualmente, refleja que para Estados Unidos, al igual que para el Reino Unido, las conversaciones de paz simplemente no eran un factor relevante. Aun así, durante siete años, en los que el incumplimiento de los términos de Minsk justificaba el mantenimiento y el aumento de las sanciones contra Rusia y dificultaba las relaciones entre Berlín y Moscú, incluso Washington presionó para que Kiev mantuviera las apariencias. Según publicaron en aquel momento los medios de comunicación, en julio de 2015, Victoria Nuland intervino personalmente para obligar al presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, a incluir en la reforma constitucional una versión del estatus especial que Minsk preveía para Donbass. Aunque sin intención de que ese estatus fuera a entrar jamás en vigor. El objetivo de Nuland fue el mismo que el de Kurt Volker años después: presentar un documento que, aunque no cumpliera ni la letra ni el espíritu de lo pactado en Minsk, Ucrania pudiera utilizar como argumento para alegar haber cumplido ya con sus obligaciones.

El estatus especial para Donbass fue también uno de los temas principales en las reuniones mantenidas por Victoria Nuland en octubre de 2021, cuando comenzaba ya a hablarse de la posibilidad real de una invasión de Ucrania. La aparente sintonía de Dmitry Kozak y Victoria Nuland con respecto a la importancia de los acuerdos de Minsk y de la garantía de estatus especial para Donbass no escondía que se trataba únicamente de otra simulación de negociaciones. En un contexto de interpretación contraria de los términos de los acuerdos, especialmente del estatus especial para Donbass, la voluntad de Rusia de exigir el cumplimiento de la letra de los acuerdos y la tajante negativa de Ucrania a hacerlo hacían inviable el proceso de Minsk, algo de lo que todas las partes, también Estados Unidos, eran conscientes. La despreocupada sonrisa de Nuland en Moscú tras aquella reunión no presagiaba acuerdo sino continuidad de una situación que perduraba desde 2015: Ucrania no tenía intención alguna de cumplir los acuerdos de Minsk, algo que abiertamente admite ahora, y sus socios extranjeros, incluida Alemania, tampoco estaban dispuestos a presionar a Kiev para hacerlo.

Aunque esa postura fue evidente a lo largo de los siete años de Minsk, declaraciones como las de Hollande, Johnson y en menor medida Merkel pueden únicamente aumentar la desconfianza. El generalizado discurso de que fue Rusia quien incumplió los términos de los acuerdos de Minsk no hace desaparecer la realidad: Ucrania nunca tuvo intención de cumplir con unos acuerdos que se vio obligada a firmar en dos momentos de debilidad militar en los que se arriesgaba a perder aún más territorio. Sus socios siempre fueron conscientes de ello, de ahí las exigencias de mantener las apariencias.

Por lo tanto, no puede sorprender la indiferencia rusa a la última propuesta de Victoria Nuland, formulada la semana pasada en una vista en el Senado de Estados Unidos. La subsecretaria de Estado afirmó que Estados Unidos está dispuesto a relajar parte de las sanciones contra Rusia en caso de que se produzcan conversaciones reales de paz. Al margen de la falta de credibilidad que ofrece la oferta de uno de los aliados que protegió a Ucrania durante su incumplimiento de los acuerdos de Minsk, la propuesta parece estar en sintonía con el “plan de paz” de Volodymyr Zelensky, que exige la rendición rusa y la retirada de todos los territorios bajo control ruso como prerrequisito para una negociación. Teniendo en cuenta el apoyo incondicional de Estados Unidos a Ucrania, la “oferta” de Nuland es simplemente una más de las muchas propuestas de rendición que se han planteado a Moscú a lo largo de estos años. Durante la etapa de Minsk, la capitulación rusa se traducía en la aceptación de la interpretación ucraniana de los acuerdos, en la práctica la rendición de Donbass, como vía a la reanudación de las relaciones normales y el levantamiento de sanciones. Ahora, a la exigencia de rendición en Donbass se añade también a Crimea, pero, como entonces, se hace a cambio de vagas promesas de futuro de escasa credibilidad teniendo en cuenta los antecedentes.

La postura estadounidense en esta guerra ha quedado clara: al apoyo incondicional a Ucrania se suma el uso de las circunstancias para apartar a Rusia del mercado energético de la Unión Europea, impidiendo así una relación económica viable entre Berlín y Moscú y minando también la competitividad de la industria alemana, única competencia relevante de Washington en el continente. De ahí que las palabras más creíbles de las declaraciones de Nuland ante el Senado fueran precisamente las referidas a las explosiones del Nord Stream. Sin ruborizarse, la subsecretaria de Estado afirmó que “nos agrada mucho saber que el Nord Stream-2 se ha convertido en un montón de chatarra en el fondo del mar”.

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