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El frente, el reclutamiento y la «vida normal» de la retaguardia

“Ucrania se encamina a la derrota”, titula un artículo publicado esta semana por Político, uno más de los muchos medios que se suman a la visión catastrofista de los acontecimientos en el frente. Un día antes, otro de sus artículos alertaba del peligro de la caída de Chasov Yar, uno de los focos de la lucha en estos momentos y cuya pérdida pondría en peligro “los últimos puntos fuertes de Ucrania en la región de Donetsk” y daría la oportunidad a Rusia de “lanzar una ofensiva sobre Konstantinovka, Druzhovka, Kramatorsk y Slavyansk”. Ese es, sin duda, el objetivo desde el inicio del avance en la región, aunque la lentitud de los progresos, en los que Rusia ha de luchar por cada localidad en una zona fortificada durante los ochos años de guerra de Donbass, sugiere que, salvo colapso inesperado de las Fuerzas Armadas de Ucrania, esa ofensiva no será un blietzkrieg o un paseo. La situación de las tropas ucranianas se ha deteriorado notablemente en ese sector tan importante, pero las voces que alertan de la derrota generalmente buscan utilizar ese riesgo como argumento para exigir a los socios occidentales más armas para Kiev, especialmente sistemas antimisiles.

La fe ciega en Occidente y en la victoria ha desaparecido y una parte cada vez más importante de la población se pregunta si luchar hasta la victoria final, con las implicaciones de tiempo, recursos y sufrimiento que requiere, es lo más adecuado. El pesimismo no se limita a la población civil, sino que se extiende entre las tropas, antaño enaltecidas por su enorme espíritu de lucha y su moral por las nubes. “Basta con preguntar a un soldado ucraniano si sigue creyendo que Occidente apoyará a Kiev el tiempo que haga falta. Esa promesa suena hueca cuando hace cuatro semanas que tu unidad de artillería no tiene un proyectil que disparar, como se quejaba un militar desde el frente”, escribe Político dando por buena una afirmación a todas luces exagerada. Es evidente que existe una fuerte superioridad artillera rusa, pero Ucrania continúa disparando proyectiles de 155 milímetros contra objetivos escasamente estratégicos como las afueras de Donetsk, signo inequívoco de que la escasez es relativa. El pesimismo continúa en el artículo, que añade que “las fuerzas ucranianas no sólo se están quedando sin munición. Los retrasos occidentales en el envío de ayuda significan que el país está peligrosamente escaso de algo aún más difícil de suministrar que los proyectiles: el espíritu de lucha necesario para ganar”.

Esta semana, Volodymyr Zelensky ha firmado finalmente la nueva ley sobre la movilización, con la que Ucrania espera reclutar a un elevado, aunque indeterminado, número de soldados con los que reponer sus filas y ampliar su contingente sin desmovilizar a los soldados que llevan dos años luchando. A partir de ahora, tanto en el país como en el extranjero, todos los hombres ucranianos en edad militar (entre 18 y 60 años) deberán portar a todas horas su cartilla militar actualizada para no exponerse a multas o represalias administrativas. Los hombres que no deseen ser reclutados tienen dos meses para renovar sus pasaportes y permisos de todo tipo si pretenden intentar evitar el reclutamiento. En el momento en el que entre en vigor la norma, la carencia de la cartilla militar previo registro en la oficina de reclutamiento, hará imposibles esos trámites.

Como alerta Político, la cantidad de hombres que no están dispuestos a luchar ha aumentado de forma preocupante. “La moral de las tropas es sombría, abatida por los incesantes bombardeos, la falta de armamento avanzado y las pérdidas en el campo de batalla”, se lamenta Político, uno de los medios que con más ahínco defiende la política de la administración Biden de luchar hasta la derrota de Rusia. “En ciudades situadas a cientos de kilómetros del frente, han desaparecido las multitudes de jóvenes que hacían cola para alistarse en el ejército en los primeros meses de la guerra. Hoy en día, los aspirantes a reclutas eluden el reclutamiento y pasan las tardes en clubes nocturnos. Muchos han abandonado el país”, insiste. En ese breve pasaje, el periodista menciona dos aspectos importantes: la huida del país para evitar el reclutamiento y la vuelta a la vida normal. Ambas apuntan a la falta de voluntad de luchar en el frente. Esa postura explica también lo escasamente popular que ha sido, a lo largo del proceso de debate mediático, la nueva ley sobre la movilización.

La postura de continuar luchando, ya sea hasta recuperar los territorios perdidos desde el 24 de febrero de 2022 o la integridad territorial según las fronteras de 1991, sigue superando, según las encuestas, a la parte de la población que defiende una solución de compromiso. Sin embargo, es también representativa la elevada proporción de personas que rechazan luchar personalmente. En otras palabras, las postura mayoritaria sigue siendo continuar la guerra, siempre que no implique acudir al frente. Así lo muestran, no solo las impresiones de periodistas y corresponsales sobre el terreno, sino también los estudios sociológicos. Una de ellas muestra que casi el 54% de la población comprende, al menos en parte, a quienes evaden el reclutamiento. En otra, mucho más preocupante para Ucrania, el 49% de la población de Ucrania occidental, el 42% de la de las regiones del centro, el 52% de las del sur y el 60% de las del este rechazan participar en la guerra. El aumento del porcentaje a medida que disminuye la distancia al frente es evidente. Es en esas regiones donde la guerra se siente más de cerca frente a aquellas que, pese al riesgo de ataques con misiles o drones contra objetivos militares y los condicionantes económicos que implica la guerra, la vida trata de volver a una relativa normalidad.

El artículo de Político explica la postura de la población ucraniana equiparándola con la del resto de países europeos, “donde las recientes encuestas de opinión sugieren que grandes cantidades rechazarían ser reclutados incluso si sus países fueran atacados”. Pero “Ucrania es un país en guerra” en la que, según el periodista, “esta lucha existencial no puede ganarse sin movilizar a toda la nación”.

Sin embargo, se sorprende Político, “mientras el conflicto continúa, los ucranianos que viven en Kiev y en el centro y oeste del país -alejados de las líneas del frente- parecen en cierto modo dispuestos a soportar la guerra que asola el este, con tal de poder volver a su vida normal”. Este aspecto -el de la vuelta a la normalidad, la reapertura de restaurantes, bares, las fiestas de los fines de semana en Odessa o en Kiev- ha sido presentado como un acto heroico de un pueblo que no se arrodilla ante un ataque externo. En ese argumento se olvida el matiz de que se trata de todo un estrato social, la clase media, dispuesto a exigir que sus compatriotas con menos suerte luchen en el frente hasta una victoria completa que, entonces sí, reivindicarían como propia. Las imágenes de normalidad en las ciudades de la retaguardia ucraniana contrastan con la situación en las localidades cercanas al frente, a ambos lados de esa línea de contacto, donde el sufrimiento de la guerra es diario en forma de peligro y miseria, no solo cálculos geopolíticos.

Esa relativa normalidad recuerda también a la actitud de gran parte de la sociedad ucraniana durante los ocho años de guerra en Donbass, tiempo en el que la población continuó su vida mientras las consecuencias se sentían únicamente en una región lejana y en un pueblo tan poco importante que no hubo un solo movimiento social relevante que abogara por sus derechos o que buscara realmente el final del conflicto. Completamente ignorada aquella guerra, la vida normal de las ciudades ucranianas era algo que no se ponía en duda porque ni siquiera era un aspecto que se pasara por la cabeza de la población, sus autoridades o los socios extranjeros. Desde 2022, cualquier signo de vida civil se ha presentado como una heroicidad. Ahora, sin embargo, esas imágenes son el síntoma un conflicto cronificado en el frente -ya no como la guerra de baja intensidad de los años de Minsk, sino como un conflicto terrestre de alta intensidad-, mientras que la retaguardia aboga por seguir luchando. Siempre que pueda hacerlo a distancia.

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