Artículo Original: Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda
Cuando quedó claro que Rusia no se iba a detener hasta privar a Ucrania de energía ocurrió el milagro. Residentes de las ciudades ucranianas sentados en sus baños o sótanos que se habían desentendido de sus familiares o amigos en Donbass, de repente empezaron a mandarles mensajes quejándose de su crueldad y falta de humanidad. Como en el viejo chiste del abogado: “Pido piedad para mi cliente, que tras haber asesinado a sus padres, se ha quedado huérfano”. Algunos recibieron respuestas de este tipo: “Posiblemente os estéis bombardeando sin mucho cuidado, apuntad mejor”. Esta idea ha sido la base de la propaganda ucraniana desde 2014, desde Slavyansk: “se bombardean a sí mismos”. Por algún motivo, ahora a los ucranianos les ofende y reaccionan con nerviosismo e insultos.
Mi camarada, el corresponsal Yora Medvedev, que vive en Gorlovka, en lugar de discutir, simplemente envió a sus ofendidos interlocutores sus fotografías y vídeos sobre las consecuencias de los bombardeos ucranianos. Yora ha recopilado varios gigas solo en el último año. Recuerdo bien que en agosto, cuando nació su hijo en la zona de Gorlovka, que se consideraba tranquila, las tropas ucranianas repentinamente empezaron a bombardear. No sabía qué hacer: preparar la casa con bolsas de arena o llevarse a la familia a Rusia. Recuerdo bien su confusión, no se la desearía a nadie.
Así que cuando escuchamos la opinión de los ucranianos, no nos sorprendió. Pero era importante saber qué piensa la población de Donbass, que lleva más de ocho años viviendo en este infierno, sobre lo que ocurre ahora en Ucrania. ¿Lo ven con satisfacción? ¿Con empatía?
Medvedev aceptó ser mi guía por el triste mundo de los pueblos de los alrededores de Gorlovka. Por si acaso, había que aclarar cuál sería el camino. Yora preguntó: “¿Vas a venir por la guerra o haciendo el desvío por Enakievo?”. Parte de la carretera Donetsk-Gorlovka lleva años bajo control enemigo. Solo unos 20km son nuestros, pero están a la vista. Yora me recordó: “Hubo llegadas cada 30 segundos ayer cerca de Panteleimonovka. Tengo el vídeo en el drive. ¿Lo has visto?” Lo vi, así que conduje lo más rápido que pude. Yora me llamó cuando según el navegador quedaban cien metros para llegar a sus casa. Estaba preocupado: “He escuchado que han bombardeado la carretera”. Tuve suerte, como otra docena de coches que intentaban avanzar por la maldita carretera hacia Gorlovka o de vuelta.
“Cuando volvía de Moscú, los refrigeradores explotaron en plena carretera”. Asentí con empatía, imaginando el desastre. Llevó el coche a repararlo en Kamensk-Shajtinsky. El jefe le llamaba constantemente pidiendo dinero para arreglar esto o aquello, aunque las cantidades no eran elevadas. Todo me quedó claro sobre esta historia: un taller sucio en la carretera, una trama común. “Eso pensé yo”, dijo Yora. “Iba a ir a rescatar el coche cuando llamó para decir que la reparación se retrasaba y que me daba un UAZ en buenas condiciones, para que luego se lo pudiera dar a los soldados del frente”. Me alegré de haberme guardado mis suposiciones.
Paramos en el supermercado, compramos una cesta básica de productos para una familia de tres. En el coche, Yora se dio cuenta de algo: “Normalmente me pongo el chaleco antibalas aquí”. Nos vestimos, pero dejé el casco en las rodillas. Nos esperaban en el pueblo Gagarin, donde la línea del frente está a escasos dos kilómetros. Gorlovka, además de su centro histórico, está compuesta por toda una serie de asentamientos que han crecido alrededor de las minas y las fábricas. Ahora todo ello está rodeado por el frente.
Yora empezó su labor de guía: “Aquí cayeron dos Grad en la tienda. Un electricista murió aquí. Estaba con los periodistas, todos estaban exaltados porque habían visto un charco de sangre en el asfalto, ya no volvieron a quitarse el casco. Y ahí se solía distribuir la ayuda humanitaria, al lado del autobús, ahí dispararon”.
Yora conoció hace muchos años a la familia que nos espera. “En la cola de las patatas. Las distribuían desde un coche y estaba claro que no había para todos. Y el abuelo Petya, un minero jubilado, vino y me dijo: “Al menos alguna, unas pocas, para que pueda cocinarlas para mi nieto”. Era imposible decir que no. Su mujer era enfermera de quirófano, se acaba de jubilar. Su nieto vive con ellos, es un buen estudiante”. Por enésima vez, pensé en la gran injusticia de que personas que han trabajado honestamente toda su vida tengan este sufrimiento en su vejez.
El nieto, Sasha, estudia a distancia y está escribiendo algún trabajo. En una de las ventanas de su ordenador leo: “Costumbres de los eslavos orientales”. Hay ocho alumnos en la clase y no se puede salir a dar una vuelta por el pueblo con los amigos. Es obvio que el chico está muy pálido, no le da el sol del sur. ¿Por qué? Las ventanas del cobertizo se han cambiado cinco veces, todas ellas rotas por las explosiones. Las gallinas han dejado de poner huevos a causa del estrés de los bombardeos. La peor noticia de todas es que se han acostumbrado a vivir así. No espero a que oscurezca para preguntar: “¿Qué pensáis de la destrucción de las infraestructuras ucranianas?”
El abuelo Petya estaba esperando: “Yo responderé. Hay que destruirla. Es exactamente lo que ha hecho el Ejército Ucraniano. Es obligatorio apagarles la luz, destruir los puentes, especialmente en la frontera con Polonia. Están luchando con armas occidentales ahora. Sí, será duro. Pero nosotros llevamos ocho años sin electricidad, luz y gas”.
“¿Es decir, que ellos también pueden sobrevivir a eso?”
“Depende para qué. Nosotros sabemos lo que defendemos y por qué vivimos. Yo vivo por la memoria de mi padre, que fue partisano en un destacamento desde que tenía 14 años. Yo soy su hijo. Y los que vinieron a luchar contra nosotros…”
Lida quiso aclarar algo: “Es una pena por la gente corriente. Los ricos inmediatamente se marcharon”. No quiero insistir en que lo mismo ha pasado en Donbass. Preguntar a Lida, Petya y Sasha por qué no se marcharon es una tontería. ¿Por qué no se marchan de Gorlovka? Para que ellos no piensen que les tienen miedo. Entre otras cosas.
No nos dejan irnos con las manos vacías. El abuelo nos entrega una berenjena de la huerta, vino casero, dulce y rojo como la sangre. Yora se da cuenta de que será muy útil para bautizar a su hijo. Empiezo a pensar cuántos de mis amigos y conocidos han tenido hijos recientemente. Son muchos. ¿Por qué? Explico: “Vi grandes grupos de chicos de 10 a 12 años en la República Srpska, que nacieron justo después del final de la guerra. Un grupo que se siente en riesgo de supervivencia pone en marcha mecanismos de protección”.
El pueblo de Golmovsky es un lugar memorable para mí. Desde el principio de la guerra, he esperado con horror y humildad el momento en el que, tras un bombardeo, la gente se echara a los periodistas, culpándoles de todos los problemas. Sabía que era inevitable. En el verano de 2015, la artillería ucraniana atacó seriamente el pueblo. Llegué pronto por la mañana después de toda una noche de bombardeos y me encontré en medio de un furioso grupo: la mitad eran periodistas y la otra mitad les gritaban: “A ver si estáis aquí durante los bombardeos”. Pero cuando me ofrecí a pasar una noche en un sótano, me encontré con un montón de brazos en alto diciendo: “¡Pero qué dices, hombre! ¿Y si pasa algo?”
A la entrada de Golmovsky, Yora me enseña el punto de referencia local: la subestación eléctrica, blanco favorito de la artillería ucraniana. Ha recibido tantos impactos que sus paredes, de indestructible construcción estalinista, han empezado a caer. El viejo ayuntamiento también ha sido metódicamente destruido y se ha trasladado a la Casa de Cultura. Estuve allí en febrero en un concierto de Yulia Chicherina (a la que Putin ha concedido el título de Artista de Rusia). Ahora hay agujeros de proyectiles en el pórtico y hombres entristecidos cortan cristal para preparar los edificios para el invierno. La población acude al ayuntamiento porque se entregan radiadores como ayuda humanitaria.
En Golmovsky hay un edificio lujoso: un edificio de dos pisos y bonitas ventanas. Según la leyenda, fue construido por soldados alemanes capturados y quedó como trofeo. Golmovsky parece un pueblo medieval, pero no he visto una sola casa con las ventanas y el tejado al completo. La alcaldesa me explica: “Hay viviendas en las que solo vive una persona. No tiene sentido conectar esas viviendas a la calefacción, así que llevamos radiadores eléctricos. También a los colectivos vulnerables. Son de fabricación rusa”.
Me siento cerca de los radiadores e inmediatamente conozco a una lectora, que lleva toda su vida siguiendo el Komsomolskaya Pravda. Es la bibliotecaria jubilada Valentina Grigorievna. Le pregunto por los bombardeos de infraestructuras ucranianas: “No está bien”, dice.
“¿Por qué tienen que pagar los ciudadanos ordinarios? Ellos no empezaron esta guerra”.
“Vale, pero vosotros tampoco y han pasado casi nueve años”.
Valentina Grigorievna se mantiene firme. “Sí, tampoco es nuestra culpa. Aquí simplemente hay muchos rusos, eso explica la actitud hacia Rusia”.
No esperaba encontrar una actitud tan ejemplar y humana en este terrible lugar, alguien capaz de aguantar la situación sin caer en la ira y sin echar la culpa a nadie. Pero esa es la única manifestación de esa opinión.
La alcaldesa, Elena Jodusova, me cuenta que, desde hace mucho tiempo, Golmovsky vive a la vista. Ya nadie recuerda cuántas veces se ha atacado el ayuntamiento, cómo murieron dos jardineros en el Paseo de los Héroes, cuántos años, cuántos meses han pasado sin luz. Como dice una persona del frente: “Los bombardeos a Ucrania no me dan ningún placer. No se puede desear el infierno ni al peor enemigo. Pero nosotros vivimos en estas condiciones. Que ellos vivan de la misma manera. Ellos no piensan que nos estén haciendo nada malo. Piensan que están haciendo algo noble, que nos están liberando. Que vengan y vivan en nuestras casas”.
Elena se equivoca en algo: es difícil ponerse en el lugar de la población de Golmovsky. En Ucrania, los nuestros están golpeando las infraestructuras, pero en Golmovsky atacan “las plazas”. “Proyectil busca separ”, escribió recientemente alguien en Ucrania a sus no-hermanos que quería liberar. Ya no escriben. Todavía no hay luz. Cuándo vuelva a haberla solo depende de ellos.
Llevo siguiendo el blog hace tiempo y lo comparto pues yo que he estado varias veces en Ucrania eres de los pocos que redacta la verdad de lo que ocurre allí, mis más sincera enhorabuena por tu trabajo que seguramente será un buen libro para cuando termine todo al igual que paso en Bosnia.
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