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Alto el fuego, Bloqueo económico, Bombardeos, Crisis Humanitaria, Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano

«No tenemos a nadie a quién llamar»

Artículo Original: Liza Reznikova / Antifashist

dnr-080417-09Hoy estoy en el sur. Antes, en los tiempos antes de la guerra, la palabra sur evocaba en mi imaginación el sol, el mar, la playa, la arena ardiendo, la brisa del mar, gaviotas y felicidad. Hoy, en la realidad actual, la palabra sur está asociada al frente sur de los informes militares, los ataques constantes, la muerte, la destrucción y los horrores de la guerra.

Sajanka, Bezimenoye, Kominternovo. El voluntario de Donetsk Andrey Lysenko y yo nos dirigimos allí. Salimos pronto por la mañana, al amanecer. Es un viaje largo y hay que regresar antes de las nueve de la noche, ya que, a partir de esa hora, los puestos de control están cerrados.

La ruta al sur pasa por Starobshevo. Hubo un tiempo, antes de la guerra, cuando paraba regularmente aquí, de camino al mar, para comer deliciosos cheburekis. En mi familia era un ritual. Hoy, el establecimiento está cerrado. A lo largo de la carretera son visibles los daños en las viviendas. En las calles apenas hay nadie. Ahora la situación está relativamente calmada, aunque las localidades de los alrededores son periódicamente alcanzadas, desde Stila a Kominternovo, por el Ejército Ucraniano. El verano de 2014 fue caliente aquí: duras batallas, docenas (cientos, según algunas fuentes) de muertos y heridos en el Ejército Ucraniano y equipamiento quemado en los campos. Hoy, en lugar de tanques hay tractores en esos campos.

Sin parar, atravesamos Novoazovsk. Un poco más adelante y estamos en Bezimenoye. Aquí ya se puede “oler” el frente. En las calles hay muchos militares. La población local se fija en los extraños, de los que desconfía. A lo largo de la carretera, a la derecha, hay edificios destruidos. No tantos como, por ejemplo, en Spartak, pero los hay. A la izquierda está el mar. Grande, brilla bajo el sol. A la vuelta pararemos a saludar con un poco más de tiempo, pero por ahora nuestro camino está en dirección al frente, al pueblo de Sajanka.

dnr-080417-02Se nota que nos aproximamos a una zona de combate en la trinchera junto a la señal con el nombre del pueblo.

Circulamos junto a una escuela rural, que regularmente se encuentra bajo el fuego de artillería. No hay una sola ventana: los huecos están tapados con plástico. Colocar cristal ahora sería inútil: volverían a romperse a causa de los incesantes bombardeos. Las paredes están llenas de restos de metralla. Detrás de él está el edificio del colegio, cuidadosamente pintado y decorado con flores.

Pese a que es temporada de vacaciones, sorprendentemente, hay mucha gente. Creo que ahí están todos los residentes que quedan en el pueblo. Es así. Algunos esperan en el porche del edificio. La mayoría están en el interior del colegio, fuera hay mucho viento. Pronto comprendemos la razón de tanto gentío: Cruz Roja distribuye hoy aquí ayuda humanitaria. Eso mismo explica el silencio: ni un solo disparo desde el lado ucraniano. La población local cuenta que, en cuento llega un vehículo de la Cruz Roja, siempre hay silencio. Pero en cuanto los filántropos extranjeros se marchan, en el pueblo vuelve a resonar la artillería con más vigor.

Conocemos a Anna, una residente local. Anna tiene 58 años. Antes de la guerra trabajaba como profesora ayudante en el internado de la vecina localidad de Dzerzhinsk. Anna y su marido llevan en Sajanka desde 1994. Antes vivían en Rusia, en la región de Rostov. En Ucrania vivía su suegra. Anna y su marido estaban felices de volver a casa: un pueblo próspero, su casa, el jardín, el aire fresco, estar cerca del mar. Vivían felices. Y entonces la guerra llegó al pueblo. Enviaron al único hijo de la pareja a la provincia de Leningrado, en Rusia. “Insistí en que fuera. Nadie quiere que muera su hijo”, cuenta Anna. Ella y su marido permanecieron en Sajanka.

dnr-080417-06“Disparan continuamente. Día y noche. Día y noche. Sin cesar. Pero cuando llega la Cruz Roja o la OSCE, entonces paran. Y es así siempre. Las viviendas están destruidas. En ese edificio de ahí, el tejado está cubierto con plástico. Todas las casas aquí están así. Y esas son las que están bien. Hay otras completamente destruidas sin posibilidad de reparar nada. ¡Cuántos han muerto, cuántos han resultado heridos! Con lo bien que vivíamos”.

Anna comienza a llorar. Interrumpe nuestra conversación su amiga Natalia. “Te contaré cómo vivimos. Las pensiones son una miseria, no hay trabajo, los precios son altos y disparan todo el día. Las pensiones son 2.600 rublos. Y eso que han subido, antes eran 1.800”.

“¿Cómo se puede sobrevivir con esa cantidad?”

“Así sobrevivimos. Por ejemplo, yo tengo un trabajo a tiempo parcial. Hago pasteles y los vendo. Vendo diez al día y solo en pan y sal se va la mitad. No hay otra forma: solo la pensión y el trabajo que nos da el Consejo Municipal para reparar lo destruido. Pagan 2.000 al mes. ¿Eso es un salario? ¿Es posible vivir con ese dinero y estos precios? Las huertas nos salvan. Las llenamos de verduras, patatas. En invierno hay que proteger todo lo que se planta. Y la vida”.

Pero algunos no pueden hacer siquiera eso. Las tropas ucranianas habitualmente impiden que los residentes lleguen a sus huertas. Al ver a personas trabajando en los campos, abren fuego para alejarlos. He escuchado lo mismo de los residentes en los suburbios al oeste de Donetsk, Staromijailovka y Alexandrovka. Es algo común. Resulta que es una práctica habitual del Ejército Ucraniano.

Según los entrevistados, en Sajanka solo funciona una tienda. Los precios están a niveles de Donetsk o incluso más caros. “La comida, solo compramos lo que no tenemos”, cuenta la mujer. “Las huertas son nuestra salvación. Sobrevivimos gracias a ellas”.

Solo la Cruz Roja entrega ayuda humanitaria en Sajanka. Nadie más. “Antes llegaba a veces el Batallón Ángel, pero eso paró. El ejército trajo zumos, carne enlatada, comida de todo tipo en Año Nuevo. Ahora solo llega a nosotros la Cruz Roja”, explica Anna. “Nos traen ayuda humanitaria. ¿Ayuda humanitaria? Les digo, mejor que nos traigáis paz”.

Las casas de muchos residentes están destruidas. “Mi casa está en la calle de la Paz”, cuenta Natalia. Cerca hay cuatro proyectiles de 120mm. Gracias a Dios ninguno ha impactado directamente o explotado cerca. Se ha caído el tejado. Las ventanas están destrozadas por las explosiones. Por tercer año las he cubierto con plástico. Pero nadie hace nada. Dicen que estamos en el frente. Y vivimos en el frente. Las casas están destruidas, disparan todos los días, ¿cuándo va a parar esto?”.

La situación más delicada en Sajanka es la de las medicinas. Hasta ahora, Cruz Roja entregaba medicinas. Pero ahora nada. Es el tercer mes que no traen medicamentos y nadie ha explicado el porqué. Por supuesto, no hay farmacias en el pueblo. Solía haber un punto de asistencia médica, pero cerró con la guerra. No quedan médicos ni enfermeros en Sajanka. Las ambulancias no llegan hasta aquí. “¿Y si alguien se pone enfermo o resulta herido durante los ataques?”, pregunto. “¿A quién le importa?”, dice Natalia. “¿Quién nos necesita? Las ambulancias se llevan a enfermos desde Bezimenoye. Hay que llegar hasta allí. ¿Y si no se puede? Solo se puede sentarse y esperar a morir. No tenemos nadie a quién llamar. Así vivimos. Nadie nos quiere”.

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Anna y Natalia

“¿Y las autoridades locales hacen algo para solucionar el problema?”

“Lo intentan. ¿Pero para qué? Nadie quiere venir a trabajar aquí: ni enfermeros ni médicos. Esto es el frente. ¿Quién quiere trabajar bajo las bombas?”.

“Tengo hipertensión y diabetes”, interrumpe Anna. “En cuanto los bombardeos se reducen un poco, voy inmediatamente a por medicinas. Compro todo lo que puedo con el dinero que tengo. Para mí y para los vecinos. Pero no se puede hacer muchas veces. Los ataques raramente se relajan durante mucho tiempo”.

Parece que las mujeres están dispuestas a hablar de sus problemas. De repente, desesperada y avergonzada, Natalia me pregunta: “¿puedo enviar un saludo a mi hija? ¿Lo escribirás en el artículo? ¿Puedes hacer eso?”. Sugiero algo mejor: grabar un vídeo. La hija de Natalia, que ahora vive en Rusia y que en febrero tuvo un hijo, para que no solo pueda leer a su madre, sino que pueda verla. Natalia comienza a llora. Espero a que se calme y comienzo a grabar. Las lágrimas siguen cayendo por las mejillas de esta madre que hace tres años que no ve a su hija.

Aparecen jeeps blancos de la Cruz Roja. Tras ellos hay un gran camión. Cruz Roja trae ayuda humanitaria. En el porche del colegio se forma una fila. Natalia y Anna se unen a ella.

dnr-080417-05Junto a mí se para un hombre, alto, con pelo blanco. “¿Dónde escribes?” La web Antifashist, de Rusia, contesto. “Aquí solo sobrevivimos. Escríbelo. Está bien, pero solo puedes escribir…”

¿A qué sobreviven? “A todo. A los bombardeos. A los ukrops. A los nuestros. Este no es lugar para vivir”, se desespera el hombre, que se coloca en la cola. Le miro, pero no tengo nada que decir. La guerra convierte la vida de inocentes en un infierno de muerte, penurias, dolor y devastación. Las posibilidades de sobrevivir de una persona con un arma en la mano son mayores que las de un residente local que pacíficamente intenta cuidar su huerta. Estas personas se han convertido en rehenes de la masacre. Masacre sin un final a la vista. No hay nada que pueda decirle a ese hombre. Pero puedo escribir sus palabras.

Con tristeza abandono Sajanka. Yo me marcho, pero ellos se quedan. La guerra continua. Próxima parada Kominternovo.

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