En lo que es ya una larga lista en la escalada de acusaciones occidentales contra Rusia, el sábado a las diez y media de la noche, la ministra de Asuntos Exteriores del Reino Unido publicaba en su perfil oficial de Twitter un texto del Gobierno británico advirtiendo de una nueva trama rusa para tomar el poder en Ucrania. Al texto le acompañaba el comentario de la ministra, “No toleraremos una trama del Kremlin para instalar un liderazgo proruso en Ucrania”, y la ya habitual amenaza de “costes severos”.
La trama que denuncia el Reino Unido -algunos medios británicos la información no proviene de la inteligencia británica sino de la estadounidense, mientras que The New York Times alega lo contrario-, que parte de la idea de que Rusia pretende invadir Ucrania y capturar Kiev, tal y como alegó la semana pasada la cadena CNN, supondría la imposición de unas autoridades prorrusas lideradas supuestamente por Yehven Munayev, exdiputado ucraniano proveniente del extinto Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich. Entre otras figuras que participarían en ese Gobierno impuesto por Moscú personas como Vyacheslav Azarov, exprimer ministro en tiempos de Yanukovich y que no recibió apoyo alguno de Moscú cuando trató de organizar en Rusia algo que pudiera asemejarse a un Gobierno en el exilio.
Sin dejar pasar por alto la ironía que supone que el Reino Unido, que mantiene retenido el oro de las reservas de Venezuela en nombre del Gobierno de Juan Guaidó, acuse a Rusia de tratar de imponer un Gobierno títere en lugar de las actuales autoridades, reconocidas por Rusia como también lo fue la administración de Poroshenko, la mención a Yehven Munayev es, cuando menos, extraña.
Murayev, que aprovechó ayer el altavoz internacional ofrecido por la noticia para insistir en que Ucrania necesita nuevos políticos y abandonar el eje prorrusos-proeuropeos, ha formado parte de varios partidos opositores desde la desaparición del Partido de las Regiones y finalmente fundó su propio partido, Nashi, con el que no consiguió el 5% mínimo de votos para entrar en el Parlamento. Munayev tampoco forma parte del partido opositor con mejores perspectivas electorales, la Plataforma Opositora por la Vida, de Viktor Medvedchuk, considerado el político más cercano a Vladimir Putin en Ucrania y desde hace meses en arresto domiciliario en un caso puramente político. El origen de Nashi fue la ruptura de Munayev con Viktor Medvedchuk. Desmarcado desde hace años de cualquier manifestación que pudiera considerarse prorrusa, Munayev fue incluido en 2018 en la lista de sanciones de la Federación Rusa. Cercano al oligarca ucraniano Rinat Ajmetov, que como donante del Atlantic Council difícilmente puede ser considerado cercano a Rusia, la figura de Munayev parece una elección un tanto improbable para un Gobierno prorruso impuesto por el Kremlin.
Munayev es también el dueño de uno de los últimos medios opositores que aún no han sido sancionados o prohibidos por el Gobierno de Zelensky, que tras las revelaciones británicas, se ha comprometido a seguir desmantelando los “grupos prorrusos”. De ahí que no se pueda descartar que el canal de televisión Nash sea víctima de las sanciones del Gobierno en breve. Eso sí, de la misma forma que no hubo detenciones ni interrogatorios tras el anuncio de Zelensky de que se preparaba para el 1 de diciembre un golpe de estado prorruso dirigido por Ajmetov, pese a la gravedad de las acusaciones, Munayev no ha sido detenido o interrogado.
Al igual que ocurriera el pasado noviembre con la filtración de la inteligencia estadounidense del riesgo de inminente invasión rusa a Politico, medio ideológicamente cercano a la administración Biden, que publicó la información de la presencia de tropas rusas en territorio ruso, en una localidad más cercana a la frontera bielorrusa que a la ucraniana, toda la prensa ha publicado, de forma que difícilmente puede considerarse crítica, la información publicada por el Gobierno británico. En un momento en el que cualquier acusación contra Rusia, siempre acompañada de amenaza de sanciones, es considerada creíble y no requiere de mayor prueba que la publicación en la prensa, la acusación británica solo es un paso más en la escalada diplomática contra Moscú que comenzó hace casi tres meses y que se construyó sobre la base de las acusaciones de inminente invasión que comenzaron en abril del pasado año, cuando las tropas ucranianas intensificaron sus bombardeos en la línea del frente de Donbass.
Tras conseguir que la prensa en bloque dé por hecha una invasión de Ucrania para la que, en realidad, nunca ha habido evidencia real alguna (las 100.000 tropas que, según la inteligencia estadounidense Rusia dispone en las fronteras de Ucrania son difícilmente suficientes para atacar un país de más de 40 millones de habitantes), meses de presión diplomática y amenazas de un bloqueo económico que superaría con creces al embargo estadounidense de Cuba, Estados Unidos ha colocado a Moscú en una situación en la que cualquier actuación, por mínima que fuera -como la entrega de armas, real o imaginaria, a Donbass para defenderse en caso de que Ucrania utilizara la asistencia militar recibida estos días de Estados Unidos y Gran Bretaña-, sería considerada invasión y supondría una escalada de sanciones. La no actuación, por el contrario, pese a que esa fuera la intención rusa desde el principio, sería presentada como una retirada rusa y una forma de debilidad.
Estados Unidos pone así en marcha un juego geopolítico en el que Ucrania no es más que una pieza en un tablero que pasa por desestabilizar la situación en Rusia y, sobre todo, impedir que se desarrolle una relación económica y política normalizada entre Moscú y las capitales de la Unión Europea, especialmente Berlín, capital más criticada hasta ahora por su negativa a enviar armas a Kiev. Pese a que el gabinete cuenta con la importante presencia de los Verdes, uno de los más radicales defensores del Gobierno de Kiev desde Euromaidan, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, el canciller alemán Olaf Scholz, que estos días ha rechazado una reunión urgente con Joe Biden, se ha desmarcado de la beligerancia atlantista, lo que ha causado la ira del excéntrico e irrespetuoso embajador ucraniano en Alemania. Ayer, Andriy Melnyk se despachaba en Twitter exigiendo un cambio en la política exterior alemana y publicaba una viñeta en la que describía la política de contención alemana con la imagen de Vladimir Putin sin camisa sobre un tanque atacando a un soldado ucraniano armado con una rama de árbol y seguido por dos camilleros alemanes. Frente a países como Gran Bretaña o Estados Unidos, que se han apresurado a enviar armas a Kiev, Alemania ha prometido enviar un hospital de campaña.
Frente a la falta de diplomacia y salidas de tono como la del embajador ucraniano en Berlín, la gravedad de la situación requiere pocas bromas. El envío de armas a un país en guerra siempre puede suponer un empeoramiento del conflicto, algo que, en esta ocasión, con las partes separadas por apenas unos centenares de metros, es aún más peligroso. Pero ciertos países, España entre ellos, están dispuestos a arriesgarse a causar otro empeoramiento con el único objetivo de culpar de ello a Moscú. Todo ello sin que importe ni haya importado lo más mínimo en los últimos casi ocho años la situación de la población de Donbass, aún en estado de guerra y bajo un bloqueo del Gobierno de Ucrania que sigue negándose a cumplir con los acuerdos de paz que firmó en 2015.
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