La segunda reunión, en esta ocasión virtual, entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia Joe Biden y Vladimir Putin que se produjo el pasado miércoles no ha tenido, tal y como se esperaba, grandes resultados. Frente a la primera reunión de los dos mandatarios, esta cumbre ha venido precedida por varias semanas de filtraciones de la inteligencia militar estadounidense en busca de la creación de una histeria sobre una supuesta amenaza inminente de invasión rusa de Ucrania. En estas semanas, toda la prensa generalista estadounidense y gran parte de la europea han publicado, de forma absolutamente acrítica y sin cuestionar en ningún momento el interés de por qué ahora, tras siete años de guerra, Estados Unidos ha decido que Rusia pretende solucionar por la vía militar la cuestión ucraniana. En un ataque -difícilmente involuntario- de nostalgia por la Guerra Fría, el secretario de Defensa de Estados Unidos ha llegado estos días a denunciar la posibilidad de que la Unión Soviética invada Ucrania.
Pese a que la conciencia colectiva, haciéndose eco de la prensa, parece haber decidido ya que Ucrania verdaderamente se encuentra frente a la amenaza militar de un vecino militar y económicamente más potente, la actuación de Rusia en las últimas semanas ha estado dirigida a dos objetivos: denunciar la connivencia de los socios europeos en el incumplimiento de los acuerdos de Minsk por parte de Ucrania y llegar a un acuerdo con la OTAN que garantice detener la expansión de la alianza hacia el este, especialmente hacia Ucrania, no solo como miembro, sino como herramienta y plataforma del bloque contra Rusia sin que Rusia tenga, además, derecho a defenderse.
En ese sentido hay que leer la actuación de Sergey Lavrov y las declaraciones de Vladimir Putin estas últimas semanas. El ministro de Asuntos Exteriores sorprendió -especialmente a sus homólogos alemán y francés- con la publicación de una correspondencia diplomática en la que quedaba claro el apoyo diplomático y político de los socios europeos al incumplimiento de los acuerdos de Minsk por parte de Ucrania. Pocos días después, cuando había comenzado ya la histeria de la supuesta amenaza rusa a Ucrania por la presencia de tropas rusas en una base cercana a la frontera ucraniana (en realidad era cercana a la frontera bielorrusa), el presidente ruso mostró su satisfacción porque la OTAN había, según su opinión, tomado nota de las preocupaciones rusas, haciendo referencia a la exigencia rusa de detener la expansión de la OTAN hacia el este.
En ese contexto en que ninguna de las partes puede, de antemano, ceder ante las exigencias del otro lado -Estados Unidos no tiene intención de detener la expansión de la OTAN ni el uso de Ucrania como herramienta de presión a Rusia y Rusia no puede permitirse abandonar a su suerte y dejar sin apoyo político a las Repúblicas Populares de Donbass-, las posibilidades de la cumbre de llegar a algún acuerdo, siquiera de mínimos, era prácticamente imposible y el principal acuerdo siempre iba a ser el de seguir negociando.
A juzgar por los comunicados posteriores y las declaraciones de las partes, ambos países plantearon sus exigencias ya previstas: Estados Unidos amenazó con duras sanciones (Victoria Nuland habló después de aislamiento financiero de Rusia) en caso de invasión de Ucrania, mientras que Rusia exigió garantías por escrito del compromiso a no continuar con la expansión de la OTAN al este. Según la representación estadounidense, Joe Biden no hizo ni comentarios ni concesiones al respecto.
Pese al aparentemente nulo resultado de la cumbre, una parte de la prensa rusa ha querido resaltar dos aspectos: el compromiso de Estados Unidos a favorecer el cumplimiento de los acuerdos de Minsk, algo más que cuestionable teniendo en cuenta que en los últimos seis años Washington ha sido el principal apoyo de Kiev en su flagrante incumplimiento, y el hecho que, en el último momento, se eliminaran del proyecto de presupuestos de Defensa las sanciones previstas contra el gasoducto ruso Nord Stream-2. Un gesto conciliador difícilmente compatible con la certeza de posible invasión rusa que Estados Unidos lleva semanas mostrando, pero un gesto conciliador, al fin y al cabo. Aunque es probable que esa pequeña “concesión” (¿Quién es Estados Unidos para imponer sanciones a un proyecto ruso-alemán y por qué habría que agradecerle que no lo haga?) busque una contrapartida por parte de Rusia en forma de flexibilización de sus exigencias con respecto a Ucrania, no en el tema militar sino en el político, es decir, en los acuerdos de Minsk.
En cualquier caso, ese pequeño gesto de Estados Unidos es fácilmente reversible, especialmente ahora que Washington es consciente de que el nuevo Gobierno alemán es mucho más proclive a las posturas antirrusas que espera escuchar de Berlín.
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