La rueda de prensa o amago de entrevista colectiva celebrada por el presidente de Ucrania Volodymyr Zelensky el pasado viernes ha dejado numerosos titulares, gran parte de ellos relacionados con las luchas internas que se libran actualmente en Ucrania. Si el jueves personas vinculadas al oligarca Rinat Ajmetov acusaban al entorno del presidente de preparase para introducir el estado de excepción, el viernes Zelensky contraatacaba asegurando que Ajmetov preparaba un golpe de estado para el 1 de diciembre. Sin ninguna prueba, sin que exista ni vaya a existir ningún dispositivo policial para impedirlo y sin convicción alguna, el presidente alegó que el hombre más rico del país pretende derrocarle con apoyo de la Federación Rusa, que ha de ser parte de todas las tramas denunciadas en Ucrania.
Aunque no representan diferentes visiones de un país ni defienden modelos diferentes de desarrollo, sino simplemente una diferente distribución del poder, la guerra entre el entorno de Zelensky y el de Ajmetov no es nueva y su estallido viene vislumbrándose desde hace un tiempo. Los medios del oligarca han dejado de apoyar a Zelensky y en poco tiempo han pasado a la crítica abierta en una batalla cuyo desarrollo puede marcar el curso de la política nacional, pero que puede también enterrarse con un acuerdo. El oportunismo y los rápidos cambios de alianzas y de posición son una constante en las luchas políticas internas de Ucrania. Pero en esta constante pelea entre facciones, con acusaciones cruzadas sin la más mínima base, Zelensky, cuya popularidad ha caído notablemente en los últimos meses ante la crisis económica y el sistemático incumplimiento de sus promesas electorales, parece haberse convertido en una réplica de su predecesor.
En este contexto, la histeria sobre la “amenaza rusa”, que tanto se ha publicitado en la prensa occidental y que causa amenazantes declaraciones diarias de los países de la OTAN a Rusia, es una herramienta útil para desviar la atención de una incierta situación política interna, especialmente cuando otros bandos son acusados de cooperar con el Estado agresor. Sin embargo, la actual histeria sobre esa nueva inminente -aunque tan falsa como las anteriores- invasión rusa no procede de Kiev sino de su aliado de Washington, la parte más interesada en instalar en la prensa y en la agenda internacional una amenaza en la frontera en el este de Europa de la misma forma que busca crear alarma sobre una amenaza militar china contra Taiwan.
Tras numerosas reticencias y refutaciones de la presencia de actividad militar inusual rusa cerca de la frontera, Ucrania se sumó finalmente a la histeria sobre esa “amenaza” militar, que, al contrario que los bombardeos ucranianos en la línea del frente, es inexistente. Sin embargo, no existen tampoco grandes movimientos militares que presagien una ofensiva ucraniana sobre Donbass. Kiev, que desde 2015 ha utilizado los bombardeos como herramienta más política que militar, parece seguir con la estrategia de la etapa de Poroshenko de usar la presión militar como herramienta para obligar a las Repúblicas Populares y a Rusia a realizar concesiones en forma de una versión de los acuerdos de Minsk más favorables a Ucrania, especialmente en términos políticos.
Kiev sigue poniendo todas sus esperanzas en sus aliados europeos, que como demuestra la correspondencia diplomática publicada recientemente por Sergey Lavrov, apoyan la reescritura de los acuerdos de Minsk eliminando la negociación directa con las Repúblicas Populares y toda concesión política al territorio. Sin embargo, para ello precisa de la celebración de una nueva cumbre del Cuarteto de Normandía a la que Moscú se niega correctamente, observando que Ucrania aún no ha cumplido con las condiciones pactadas en la anterior cumbre celebrada en diciembre de 2019.
Para lograr cambiar la opinión de Rusia, Kiev puede aferrarse a la presión de sus aliados de la OTAN y la Unión Europea u ofrecer algún gesto de buena voluntad o a una mezcla de ambas. Es así como puede leerse una de las propuestas que Zelensky manifestó en su tan publicitada entrevista. Se trata de la paralización del “proyecto de ley sobre el periodo de transición”, presentado por el propio Gobierno y que busca determinar un marco jurídico, policial y político para el periodo de transición para el retorno de Donbass a soberanía ucraniana. Duramente criticado en Donbass por contradecir abiertamente todos los puntos políticos de los acuerdos de Minsk, el proyecto preveía duros castigos para los colaboracionistas, una administración civil-militar en la que solo quienes Kiev considerara oportuno podrían participar y no quedaba rastro alguno del estatus especial que, según los acuerdos de paz, Ucrania debe negociar con los representantes de Donetsk y Lugansk.
“Sobre el periodo de transición, hoy podemos hacer lo que queramos, somos un Estado soberano”, afirmó Zelensky, olvidando deliberadamente que ese Estado soberano firmó unos acuerdos ratificados por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que no tiene intención de cumplir. “Pero no creo que debamos forzar el asunto ahora. Creo que hay más riesgos que la ley sobre el periodo de transición. He hablado francamente sobre ello con los líderes de Europa y de Estados Unidos. No es una cuestión de si Rusia está en contra, somos un país independiente. Creemos es algo que puede llevar a una escalada”, insistió. El tiempo dirá si se trata de un cambio de rumbo, algo poco probable, o si no es más que un aplazamiento en busca de una cumbre, la de Normandía, con la que tener alguna victoria que presentar ante su electorado en un momento de crisis económica y energética y con un creciente número de adversarios dispuestos a unirse en su contra.
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