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Cínica estrategia diplomática

A lo largo de los últimos días, han aparecido en medios tan relevantes como The New York Times o Foreign Affairs artículos dirigidos a volver a poner sobre la mesa la posibilidad del uso de la diplomacia para lograr una salida al conflicto en Ucrania. A esos movimientos hay que sumar el repetido intento de impulsar la diplomacia realizado, generalmente desde posturas proucranianas, por partidarios de las diferentes vertientes del realismo desde John Mearsheimer a Henry Kissinger pasando por el Quincy Institute for Responsible Statecraft. Las iniciativas actuales se producen en un momento en el que se ha evidenciado que la ofensiva relámpago de Ucrania en Járkov no ha podido repetirse y cuando se acerca un invierno que será duro para la población de todo el territorio que Ucrania heredó de la Unión Soviética en 1991.

Ante todo, estas propuestas se producen apenas unos días antes de unas elecciones legislativas de mitad de mandato en las que la administración Biden y el Partido Demócrata se juegan su posición en el Congreso, con toda una serie de enfrentamientos relevantes que podrían caer del lado Republicano. Históricamente, la intervención extranjera ha sido uno de los puntos en común del bipartidismo estadounidense y figuras importantes del Partido Republicano han apoyado desde 2014 la causa ucraniana, antes y después de la intervención militar rusa. Es más, frente a las reticencias de Obama de entregar o vender armamento ofensivo al Ejército Ucraniano, Donald Trump fue el primero en dar la aprobación para vender los ansiados sistemas antitanque Javelin a Ucrania. Pese a que está siendo utilizado como argumento para pedir el voto al Partido Demócrata, es improbable que los resultados electorales de esta semana vayan a modificar radicalmente la postura de Estados Unidos con respecto a Ucrania. Tanto Washington como Londres, París, Berlín y Bruselas han apostado activamente por la derrota militar de Rusia en Ucrania y difícilmente podrán echarse atrás.

Sin embargo, la fatiga de la guerra es evidente y ante un invierno en el que Ucrania ni siquiera puede garantizar a su población evitar grandes apagones, Washington, principal benefactor de Kiev, precisa de argumentos para mantener el camino elegido. Las afirmaciones de Klitschko, alcalde de Kiev, sobre la posibilidad de evacuar a toda la población de la capital ucraniana en caso de colapso del sistema energético, se trate o no de un plan viable, suponen una prueba más de la debilidad del Estado ucraniano, cuya economía depende exclusivamente de los subsidios de sus socios para mantenerse a flote. Esos millonarios y constantes subsidios se producen en un momento de alta inflación en los países contribuyentes, con las implicaciones que eso supone en forma de pérdida de poder adquisitivo de la población.

Ucrania puede aportar los argumentos que justifiquen la continuación de esa ayuda económica y financiera a largo plazo de dos maneras: presentando posibilidades reales de derrotar a Rusia en el frente o mostrando su disponibilidad a negociar con Rusia una resolución al conflicto. La evacuación de civiles de la zona del Dniéper, la retirada incluso de los animales del zoo, que podría quedar inundado en caso de un ataque sobre la presa Kajovskaya y la retirada incluso de las estatuas que Moscú considera valiosas hacen ver que Rusia se prepara para la primera opción, la de un ataque ucraniano con el que Kiev querría mostrar a sus socios que es capaz de lograr una victoria militar. Nada está garantizado y la batalla por Jerson, pese a que las autoridades rusas advierten de la importante acumulación de tropas ucranianas preparadas para el ataque, no ha comenzado y Ucrania muestra sus dudas ante la actuación de Rusia. Las autoridades militares ucranianas temen estar siendo atraídas a una trampa y Rusia sigue sin mostrar definitivamente cuáles son sus planes para Jerson.

Kiev, que necesita mantener el discurso de una victoria militar al alcance de su mano, solo podría permitirse no realizar un ataque a gran escala con el objetivo de recuperar Jerson, la zona más vulnerable para Rusia por motivos logísticos y geográficos, en caso de una apuesta por la diplomacia. Es decir, en caso de existir una negociación con la que Ucrania lograra por la vía diplomática lo que aspira a conseguir por lo militar. Esa es la esencia del plan publicado por The New York Times, según el cual Rusia debería retirarse a las fronteras del 24 de febrero para posteriormente proceder a una negociación directa con Ucrania sobre el destino, no solo de Donbass, sino también de Crimea. En esencia, se trata del plan presentado por Mario Draghi, que no consiguió el favor de ninguna de las partes al ser absolutamente inviable sin uno de los dos países militar o económicamente derrotado.

Rechazada por Ucrania la negociación con Rusia el pasado marzo, cuando pudo recuperar todos los territorios perdidos a excepción de Donbass y Crimea, es improbable que la diplomacia pueda tener recorrido ahora mismo. Al contrario que en marzo, cuando aún asediadas Kiev y Járkov y con las Fuerzas Armadas de Ucrania en retirada en varias zonas, Ucrania es ahora militarmente más fuerte y solo la presión económica o la falta de apoyo de sus socios podría obligarle a sentarse en la mesa de negociación con Rusia. Hay que recordar que Zelensky aprobó por decreto la prohibición de negociar con Vladimir Putin propuesta por el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional.

En estos meses de guerra entre Rusia y Ucrania, las tropas de Kiev no han sido militarmente derrotadas ni corren actualmente el riesgo de serlo a corto e incluso medio plazo. Sin embargo, como afirmaba hace unas semanas el medio económico Bloomberg, su economía sí lo está siendo. De ahí que el apoyo financiero y económico occidental sea incluso más importante que la asistencia militar. Para mantenerla, Ucrania debe enfrentarse a la posibilidad de una creciente fatiga de la guerra en los países occidentales. No es de extrañar así lo publicado el pasado fin de semana por The Washington Post, que afirma citando fuentes anónimas del ejecutivo que Estados Unidos está animando a Ucrania a mostrarse abierta a un proceso de negociación. El artículo coincide con la reciente visita del asesor de seguridad nacional Jake Sullivan a Kiev, una visita de alto nivel en la que es de esperar que se hayan coordinado las estrategias de ambos países.

Sin embargo, al igual que con los planes de paz presentados en Occidente, que en realidad proponen la rendición de Rusia para una posterior negociación en la que deba ceder aún más, el plan no busca realmente la paz ni la negociación. “La petición de los oficiales estadounidenses no está dirigida a empujar a Ucrania a la mesa de negociación, afirman estas personas. En lugar de eso, la calificaron de un intento calculado de garantizar que el Gobierno de Kiev mantenga el apoyo de otras naciones que se enfrentan a una población recelosa de alimentar una guerra durante años”. Una muestra de extremo cinismo que, como otros muchos fenómenos políticos y diplomáticos en esta guerra, no es nuevo. Se trata de la misma actuación ya mantenida por Estados Unidos, y favorecida también por Alemania y Francia, en relación con los acuerdos de Minsk.

La exigencia de un gesto únicamente para la galería ha sido una constante de la actuación de Estados Unidos en ese proceso: tanto Victoria Nuland como Kurt Volker exigieron a Ucrania la aprobación o prórroga de una ley de estatus especial para Donbass, conscientes de que jamás entraría en vigor. El objetivo no era otro que mantener la ficción de que existía realmente un proceso de negociación de paz en el marco de los acuerdos de Minsk. De esa forma, Ucrania podría continuar afirmando haber cumplido su parte de los puntos políticos de los acuerdos de Minsk. Pese a que fuera falso -para empezar porque ese estatus especial debía negociarse con Donetsk y Lugansk-, Kiev, París, Berlín y Washington podían así seguir exigiendo concesiones a Moscú. La misma estrategia se repite ahora.

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