El viernes, por primera vez en semanas, el líder de la delegación rusa para las negociaciones con Ucrania, Vladimir Medinsky, confirmaba en sus redes sociales una información de la agencia rusa TASS, que afirmaba que se habían reanudado los contactos entre Rusia y Ucrania. Esos contactos han dado lugar a una nueva e inevitable ronda de suposiciones, declaraciones interesadas e intento de diferentes partes involucradas de colocar su relato informativo en la prensa. En ese juego ha entrado también Turquía, país que aspira a convertirse en principal mediador y que el sábado afirmaba que existe ya un documento de tratado que las partes están negociando. Turquía anunciaba ese supuesto avance el mismo día que anunciaba el cierre de su espacio aéreo para las aeronaves rusas camino de Siria, lo que evidentemente resta posibilidades al país de lograr ese ansiado papel relevante en las negociaciones.
Minutos después de la declaración del ministro de Exteriores turco Mevlüt Çavuşoğlu, varios medios publicaban algunos detalles sobre el estado de las renovadas conversaciones, paralizadas desde hacía varias semanas, no solo por las acusaciones contra Moscú o por la situación en Mariupol, sino por unas contradicciones entre las partes que hacen que las posibilidades de lograr un tratado que ponga fin al conflicto y normalice las relaciones entre los dos países sean prácticamente nulas en este momento.
Como en ocasiones anteriores, la información publicada por la prensa apunta a un acuerdo improbable y al interés de Ucrania por utilizar las negociaciones para su relato informativo. Según Meduza, un medio liberal ruso con base en Letonia, afirmaba el sábado que Rusia y Ucrania negocian dos aspectos fundamentales. El primero es el ya conocido acuerdo relativo a las cuestiones militares, especialmente la neutralidad de Ucrania a cambio de unas garantías de seguridad que implican a terceros países, por lo que un acuerdo rusoucraniano no sería definitivo.
El segundo aspecto es un acuerdo para un “respeto cultural mutuo”, algo que aparentemente podría atajar el objetivo ruso de defender los derechos de la población de habla rusa en Ucrania, pero que, teniendo en cuenta los términos en los que está planteado, parece, una vez más, un intento de Kiev de dirigir las negociaciones hacia un callejón sin salida. Según Meduza este respeto mutuo se reflejaría, por ejemplo, en que si se mantiene en Ucrania cierto número de escuelas en lengua rusa -lengua materna de la población de regiones enteras del país-, un número correspondiente de escuelas ucranianas se mantuviera abierto en Rusia, donde la población ucraniana es una de las muchas minorías presentes (alrededor de tres millones de personas). A finales de marzo, Volodymyr Zelensky afirmó que la cuestión lingüística había sido tratada en las negociaciones y que Kiev exigía los mismos derechos para la legua ucraniana en Rusia que Rusia exige para la lengua rusa en Ucrania. La asimetría de la demanda parece evidente, especialmente en un contexto en el que la lengua ucraniana sigue siendo oficial en Crimea y la lengua rusa está siendo apartada por ley y por decreto del ámbito público en Ucrania, pero el hecho de que sea presentada como uno de los dos temas de negociación es, en sí, significativo.
Frente a las cuestiones de vida o muerte que se juegan en las negociaciones entre Rusia y Ucrania, Kiev continúa explotando en el campo informativo temas que, sin ser menores, únicamente desvían la atención de una situación en la que las negociaciones se alargan en el tiempo sin grandes posibilidades de conseguir un acuerdo. Ante una realidad en la que la cuestión territorial carece de posibilidades de acuerdo -Ucrania pretende volver a las posiciones del 23 de febrero y volver a poner sobre la mesa la cuestión de Crimea, mientras que Rusia pretende recuperar todo el Donbass y se plantea qué hacer con los territorios del sur de Ucrania capturados en esta campaña-, los temas secundarios son utilizados para simular actividad y mantener cierto aspecto de negociación.
El sábado, Mijailo Podolyak insistía nuevamente en que Ucrania pretende un acuerdo sobre las cuestiones militares, dejando para una reunión entre presidentes las cuestiones políticas, la misma estrategia que Kiev utilizó durante años en el proceso de Minsk. Para ello sigue siendo útil también la situación en Mariupol, donde los militares ucranianos -y un número indeterminado de civiles que no fueron siquiera mencionados hasta hace unos días- permanecen atrincherados en el territorio de la acería Azovstal. Sitiados y sin capacidad de cuestionar el control ruso de la ciudad, siguen siendo definidos como resistencia ucraniana y su causa es ahora una prioridad para Kiev, que exige un corredor humanitario o una negociación que Rusia, por el momento, no acepta realizar. Ayer por la noche, la delegación ucraniana volvió a insistir en algo que ya había planteado días atrás y con la que busca otra imagen para su narrativa: una ronda de negociaciones en Mariupol, cerca de Azovstal.
La situación en Azovstal -presentada siempre como la situación en Mariupol, a pesar de que la resistencia ucraniana se limita a una zona industrial al margen de la ciudad en sí- será uno de los temas tratados por el secretario general de Naciones Unidas Antonio Guterres, que viaja esta semana a Moscú y Kiev en busca de un alto el fuego que posiblemente tampoco sea posible. Con la batalla por Donbass a punto de iniciar su fase más importante, es improbable que Rusia acepte una tregua que únicamente serviría para dar tiempo a Kiev a recibir las armas pesadas que están enviando estos días sus socios occidentales.
Pese a las declaraciones, ya sean sobre la necesidad de una tregua o sobre una negociación por los defensores de Mariupol, ambas partes son conscientes de que la guerra continuará, por lo menos, hasta que se resuelva la batalla por Donbass. En este contexto, vuelve a surgir el nombre de Oleksy Arestovich, asesor del presidente Zelensky, y un habitual de los medios por su contundencia a la hora de realizar declaraciones explosivas.
Si hace unos años veía la posibilidad de una guerra con Rusia como opción más favorable a Ucrania ya que supondría la ruptura final con Rusia y la entrada en la OTAN, Arestovich se ha referido recientemente a la posibilidad de una guerra de larga duración, un conflicto en diversas fases que se alargaría hasta 2035. Eso sí, todo ello es compatible con la idea de que la fase caliente de la guerra terminará en dos o tres semanas. Esta predicción se une a la realizada por el Ejército Ucraniano el 22 de marzo: aquel día, las autoridades militares ucranianas anunciaron que las tropas rusas únicamente disponían de víveres para dos o tres días más. Pero incluso antes, el 4 de marzo, Bellingcat afirmaba que Rusia, acosada por las sanciones, disponía de recursos para luchar dos o tres semanas más, tras lo cual se colapsaría.
La predicción de Arestovich tampoco es nueva. La pronunció incorrectamente a mediados de marzo, cuando anunció una victoria rápida para Ucrania y volvió a repetirlo, en términos ligeramente diferentes, ayer domingo. Según esta versión, en ese plazo, a tiempo para el 9 de mayo, Rusia trataría de presentar sus progresos como objetivos cumplidos y buscaría negociar. Ese es, al menos, el cálculo de Ucrania, que confía en que la presión de sus socios contra Rusia, fundamentalmente en forma de sanciones y un embargo energético, obligue a Rusia a negociar en los términos marcados por Occidente.
En sus declaraciones de este fin de semana, Arestovich se ha lamentado también de la dificultad para atacar el puente a Crimea, ya que Ucrania carece de las armas que harían posible ese ataque. “Por desgracia, nada amenaza al puente de Crimea a corto plazo”, afirmó al comentar las palabras de Oleksy Danilov, presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, que hace unos días alegó que Ucrania atacaría el puente tan pronto como fuera posible. Frente a la constante retórica de victoria segura de Ucrania, las súplicas en busca de más armas y más financiación para una guerra larga, dan a entender que Kiev y sus socios han optado desde hace tiempo por la opción de continuar la guerra hasta el final. Aunque ese final suponga una creciente destrucción de las infraestructuras del país, de su economía y de su población.
Reblogueó esto en PédePera.
Me gustaMe gusta