Artículo Original: Dmitry Steshin
Tengo la sensación de que todos están esperando esta guerra, a ambos lados del frente. En Donbass, es necesario resolver las contradicciones, para lo que los diplomáticos han resultado ser inútiles. Zelensky necesita salvar su poder y, por lo tanto, su pellejo. Y muchos, muchos en internet gritan: “Que empiece pronto”.
No seamos hipócritas. Hay momentos en los que la población, de forma inexplicable, quiere una rápida y victoriosa guerra. Ven muchas cosas buenas en la guerra: el viento de frente a los blindados y el sonido en los oídos porque “los nuestros están dándolo todo”. El orgullo se esconde en el pecho y cuando las aeronaves les sobrevuelan, echan a correr. La posibilidad de vender cantidades ilimitadas de combustible y otros recursos para unos y, para otros, aumentar la popularidad. Es un tipo de guerra que, seamos sinceros, algunos adoran.
No les gusta la guerra posicional, las calderas y las batallas durante la retirada, las acciones de retaguardia, las acciones sin esperanza. No les gustan las cosas cuando hay hielo, poca comida y menos analgésicos y quienes hacen el trabajo de enfermería se desmayan al ver sangre. No les gusta lidiar con todo aquello que conlleva toda guerra, incluso las más honestas, justas y victoriosas: kilómetros de paredes caídas y hectáreas de cristales rotos, carreteras minadas, barata sangre humana, personas lisiadas, vidas pasadas destruidas que jamás serán “como antes de la guerra”.
Aunque todo se pinte y se revoque. Aunque todo se reconstruya “mejor de lo que era”, nunca podrá ser como antes. La guerra es una irreversible transición entre dos mundos. Nadie puede regocijarse por su estallido, hay que remarcar el infortunio y la tristeza. Y al volver de la guerra, preguntarse a uno mismo: ¿eres la misma persona que la que salió de casa?
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