Artículo Original: Denis Grigoriuk
Escribo este texto, no para los residentes de Donbass, a los que lo que describo a continuación les parecerá un lugar común, sino para quienes están al otro lado, lejos de la vida en la guerra. Porque, tras seis años de guerra en la RPD y la RPL, en Rusia parece haber gente que sigue asombrándose cuando mira a la población de Donetsk.
En Moscú
Una chica joven, de unos 25-27 años, mira cuidadosamente nuestros pasaportes. Nos encontramos en una recepción improvisada en un pequeño hotel de Moscú. Hubo un tiempo en el que fue un edificio de grandes apartamentos con habitaciones separadas, pero en la realidad moderna se ha convertido en un hotel a bajo precio. “¿Tenéis visado?”, pregunta.
Vittorio y yo nos miramos. Creemos que está bromeando. Reímos y seguimos hablando normal. Entonces me di cuenta de que está confusa por el apellido italiano de mi acompañante. Este compañero periodista italiano, que lleva años viviendo en Donetsk, y yo hemos venido hasta aquí para participar en un programa del canal ruso Zvezda para hablar de cómo el Gobierno de Ucrania ha dado orden de detenerle y acusarle de creación de organización terrorista. Es la venganza ucraniana por la condena de 24 años de cárcel [por el asesinato del periodista italiano Andrea Rocchelli] que se ha impuesto en la ciudad italiana de Pavía al voluntario ucraniano (con nacionalidad italiana) Vitaly Markiv, que luchó en Donbass.
“¿Tenéis visado?”, insiste. Nos reímos de nuevo, pero en esta ocasión respondemos que no. Sigue buscando entre las páginas en busca de un visado. “¿Vivís en Donetsk?”, pregunta mientras se le cambia la cara. Sus ojos se hacen más grandes. Es como si hubiera visto un fantasma. Como si dos animales desconocidos se hubieran presentado de repente en la puerta de su pequeño hotel. “Sí, venimos de Donetsk. Hemos venido en el tren nocturno”, respondo. Pero veo que todo lo que se le pasa por la cabeza son estereotipos.
Vuelta a la zona caliente
Se tiende a pensar en la gente que vive en guerra con la cara sucia y llena de sangre, ropas rotas, con aspecto salvaje, una mirada temerosa y movimientos extraños. Evidentemente exagero pero por ahí van los lugares comunes. Y cuando esa chica del hotel vio a dos personas que vienen de la guerra riendo y haciendo bromas, esa idea no concordaba con su visión de cómo los seres humanos viven la realidad de la guerra.
Cuando pasan estas cosas, siempre recuerdo las palabras de uno de mis escritores favoritos, Ernest Hemingway: si te permites hacer una broma, nadie te tomará en serio. Y esa misma gente no comprende que hay muchas cosas que serían insoportables sin un poco de humor. Ni Vittorio ni yo somos soldados de servicio que pasan casi todo su tiempo en las trincheras de los bombardeos sin fin del Ejército Ucraniano y aun así, también tenemos experiencia en situaciones extremas. Pero eso no significa que la gente que vive en una zona de conflicto tenga que estar siempre enfadada y pensando constantemente en las terribles imágenes de la guerra. Es algo parecido a lo que ocurre en las películas sobre la guerra de Vietnam. No niego que exista el estrés postraumático, pero no todos están expuestos a él. Incluso los habitantes de las zonas más calientes ríen, bromean, porque no hay otra manera de vivir. Solo hay dos opciones: aceptar las cosas como son y seguir adelante o agotarse. En ese caso, las cosas acabarán más rápido pero solo acabarán para ti.
Para empezar, hay que aceptar algo: sí, la situación en Donetsk y otras ciudades de Donbass es complicada. Y eso está estrechamente vinculado a la guerra. La situación económica también es complicada. Así que te puedes encontrar en la cola para pagar con pensionistas que solo llevan tres manzanas y unos huevos, compran lo que pueden permitirse con lo que les queda de la pensión en el bolso. Sin embargo, al mismo tiempo, la zona minera se prepara para las celebraciones del Año Nuevo. Las calles, las tiendas, los parques, las plazas y las ventanas de las jruchovkas están llenas de bolas de nieve, decoraciones y árboles de navidad. Y al lado de esas pobres jubiladas, hay grandes carros llenos de productos para las fiestas.
Una de las características que diferencia a las personas que viven en lugares en paz de las que viven en ciudades en guerra es el toque de queda. Este tema sigue siendo relevante a día de hoy. Cada vez que alguien saca el tema, se produce un gran debate. En ocasiones, especialmente durante la parte más cálida del año, apetecería salir a ver la ciudad de noche y a disfrutar de las luces de las calles. Hay días, y noches, en los que esa prohibición de salir de noche se cancela, principalmente durante las fiestas ortodoxas o los festivos estatales. La población sale de sus edificios de cemento, pasea, lo pasa bien. Es curioso que para hacer feliz a alguien hay que quitarle algo y luego devolvérselo. Es entonces cuando sabe apreciar lo que había perdido.
En general, la población se preocupa de sus problemas cotidianos, no está constantemente pensando en la política y la guerra. Muchos han aprendido a aceptar que la situación es la que es, que la guerra es parte de sus vidas, que lo es. Pero eso no significa que haya que dedicarle todas las horas del día a pensar en ella.
En paralelo a los informes sobre los bombardeos en Spartak, Zaitsevo o Kominternovo -perdón por no ofrecer un parte de guerra completo-, se habla de las cenas, de las compras de electrodomésticos, las vacaciones y todo tipo de temas comunes. Es algo así como las comedias de situación, donde los personajes se encuentran en situaciones absurdas y tratan de sacar lo mejor de cada momento. La diferencia es que el contexto no es una decoración de cartón-piedra sino la guerra. Así que se tiende a pensar que todos los aspectos de la vida desaparecen en cuanto empiezan a rugir las armas. Pero eso no es así.
A pesar de la guerra
En el sexto año de guerra, la mayor parte de la población de Donbass ya se ha resignado a las circunstancias. Sí, hay una guerra. Cerca de donde viven mueren civiles y soldados. Es una situación triste. Pero, al mismo tiempo, aunque pueda parecer cínico, eso también es algo que se puede utilizar como mecanismo de seguridad para no volverse loco. Así que se intenta disfrutar no porque no te importe otra gente, sino exactamente por lo contrario.
Posiblemente porque hay caos y muerte, cada ciudadano de las zonas calientes intenta disfrutar de las pequeñas cosas, ya sea comprar decoraciones navideñas, vivir la vida sencilla en una ciudad pequeña que nunca aparecerá en los titulares de la prensa mundial o no convertirse en un número más en la lista de víctimas de esta guerra sin fin.
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