Ayer, en una comunicación ordinaria con la prensa, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, afirmó que, en las condiciones actuales, los objetivos planteados por la Federación Rusa en Ucrania pueden obtenerse únicamente por la vía militar. Aunque no pueden considerarse un anuncio oficial del Kremlin, los comentarios de Peskov muestran el cambio que se ha producido en el mando ruso en el último año. En marzo y abril de 2022, Rusia aspiraba a un acuerdo con el que lograr sus objetivos: la aceptación ucraniana de la pérdida de Crimea y Donbass y el compromiso de neutralidad a cambio de garantías de seguridad de diferentes países. La realidad de la guerra y la voluntad de Ucrania de continuar luchando no solo para volver a las fronteras del 23 de febrero de 2022 sino a las de 1991, han dejado claro que la vía diplomática hacia un acuerdo parece actualmente una quimera.
Como muestran los acuerdos económicos y de intercambio de prisioneros, la comunicación entre los dos países nunca se ha interrumpido completamente. Sin embargo, desde la ruptura de las negociaciones en la cumbre de Estambul, no se han producido negociaciones políticas. Tampoco los socios occidentales de Ucrania han promovido en ningún momento una negociación en busca de un alto el fuego y, como su proxy en Kiev, han optado abierta y declaradamente por la guerra para lograr su objetivo político de debilitar al máximo a Rusia. Y no debe esperarse tampoco un súbito cambio en los aspectos políticos de la guerra a causa de la anunciada intervención china. Según publicaba ayer The Wall Street Journal, Xi Jinping pretende dialogar en los próximos días tanto con Volodymyr Zelensky como con Vladimir Putin, anuncio que se ha entendido como una forma de tantear la posibilidad de actuar de mediador entre los dos países. Esta iniciativa se produce apenas unos días después de que la mediación china lograra la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, con el consiguiente relajamiento de tensiones en Oriente Medio. Sin embargo, la dificultad para lograr siquiera un alto el fuego temporal en una guerra en la que Ucrania rechaza públicamente cualquier propuesta que contradiga la máxima de guerra hasta el final, hace imprevisible un cambio significativo en los próximos meses.
En un contexto de preparación de la reanudación de las hostilidades a gran escala tras el breve respiro que en partes del frente ha dado la temporada de barro, toda propuesta de detener, aunque sea momentáneamente la guerra, es vista por Kiev como una concesión inaceptable a Rusia. El argumento principal es que haría ganar tiempo a Moscú en su preparación de esas reservas creadas a base de la movilización parcial iniciada en septiembre. Sin embargo, ese tiempo garantizaría también a Kiev la posibilidad de lograr recibir el material prometido por sus socios -fundamentalmente tanques occidentales, aunque puede que también incluso la aviación que exigen con tanto ahínco- y permitiría completar el entrenamiento de esas tropas que se encuentran en proceso de instrucción en Ucrania o en diferentes países aliados.
El cálculo de Ucrania va más allá de sus necesidades militares para preparar esa ofensiva que tanto Kiev como la OTAN esperan que suponga un punto de inflexión en el conflicto. Pese a las declaraciones públicas de ambas partes, que continúan afirmando que el apoyo occidental se mantendrá hasta el final, es evidente que mantener a largo plazo los actuales flujos de financiación, armamento y munición es inviable para, por ejemplo, los países de la Unión Europea, que ya sufren dificultades para cumplir con las necesidades ucranianas de munición. De ahí la necesidad de acortar el conflicto o disminuir su intensidad.
Como prácticamente cada mes, en los últimos días un medio estadounidense relevante, en este caso Político, ha publicado un artículo en el que destacan las fisuras que podrían estar empezando a aparecer en la coalición que financia y surte la guerra de Ucrania, tanto en su vertiente financiera como puramente armamentística. La importancia de este medio radica en su cercanía al Partido Demócrata y a las constantes alusiones a la división interna que existiría, según sus fuentes, dentro de la propia administración Biden. No se trata así de esa supuesta oposición Republicana al gasto que supone el suministro de armas y que, por ahora, no se ha materializado más allá del discurso mediático, sino de discrepancias en la propio ejecutivo Demócrata.
El medio estadounidense menciona tres aspectos en los que los intereses o puntos de vista de Washington y Kiev comienzan a distanciarse: la cuestión del Nord Stream, la defensa de Artyomovsk y la idea de luchar contra Rusia por el control de Crimea.
Sin embargo, tampoco en eso existe un consenso. “Desde que Rusia lazara su invasión de Ucrania, muchos analistas se han preocupado sobre la durabilidad del apoyo occidental a Kiev. No pasa una semana en la que no haya informes sobre el debilitamiento de la voluntad, fatiga de guerra o grietas en la coalición. Y aun así, tras un año de conflicto, el compromiso occidental con Ucrania no ha disminuido y, a juzgar por la asistencia entregada, es más fuerte que nunca”, escribía la semana pasada el influyente Foreign Affairs.
En realidad, las dos visiones no son contradictorias y los hechos niegan que esas fricciones puedan suponer consecuencias a corto o incluso medio plazo. En el caso de la cuestión de quién hizo explotar el Nord Stream, la prensa estadounidense y alemana han apuntado recientemente a un grupo proucraniano liderado por un oligarca (las últimas informaciones publicadas por filtraciones de la inteligencia escandinava apuntan directamente a Petro Poroshenko) y el tiempo transcurrido sin prueba alguna para implicar a Moscú refuerza la idea de que ese enemigo que hizo explotar los gasoductos europeos no se encuentra en el Kremlin. Sin embargo, los mismos medios que han lanzado las acusaciones hacia Kiev se han encargado también de exculpar al presidente Zelensky y su entorno, por lo que se ha trabajado ya para que no sea este el motivo de una posible pérdida de confianza mutua. El anuncio de la creación de una comisión conjunta de la OTAN y la UE para garantizar la seguridad de las infraestructuras críticas anunciado la semana pasada, después de la publicación de las acusaciones de la prensa, apunta también a que, por el momento, no será tampoco motivo de pequeñas fisuras entre Washington y Bruselas.
Los otros dos temas mencionados por Político para explicar las fricciones entre Ucrania y Estados Unidos son aspectos militares relacionados con la defensa de Artyomovsk y la lucha por Crimea. Partiendo de la base de que no se trata de una plaza estratégica, una parte de la administración Biden, fundamentalmente vinculada al Pentágono, no comprende el ímpetu ucraniano por emplear inmensas cantidades de munición para defender a toda costa la continuación de esta batalla simbólica. Ucrania trata ahora de contraatacar, básicamente para mantener abiertas las rutas de suministro, pero según publicaba ayer The Wall Street Journal, “las tropas ucranianas están sufriendo fuertes bajas en Bajmut, especialmente ahora que las carreteras asfaltadas ya no están disponibles para el suministro de munición y evacuación de los civiles y las pistas de tierra están impracticables para muchos vehículos”.
El tercer argumento, el de la lucha por Crimea, es el único verdaderamente capaz de crear fricciones serias entre Ucrania y sus socios. Desde hace meses, la prensa estadounidense filtra declaraciones de esa parte del Pentágono que no cree en la capacidad de Kiev de derrotar a Rusia en un territorio en que el “se ha atrincherado durante casi una década”. Este argumentario prefiere olvidar que Rusia cuenta en ese territorio con una población leal a Moscú y que ha sufrido en estos nueve años, por ejemplo, el corte de suministro de agua de Ucrania y los intentos de nacionalistas ucranianos y tártaros de interrumpir también el suministro eléctrico.
Las declaraciones de diferentes políticos, fundamentalmente europeos como Emmanuel Macron o Rishi Sunak, dan a entender que el actual aumento de la asistencia militar a Ucrania busca precisamente utilizar a Crimea para colocar a Kiev en posición de fuerza. Sin embargo, se trataría de amenazar la península, no de capturarla, para que, en riesgo un territorio y una población a los que no puede renunciar, Rusia se viera obligada a aceptar las condiciones ucranianas. Por el momento, Ucrania rechaza plena e insistentemente esa posibilidad de dejar marchar a Crimea y exige a sus socios unas armas que no todos dentro de la administración Biden están dispuestos a entregar. Solo ahí puede producirse una fricción real entre los socios. La comunicación política de Kiev está preparando a su población para la lucha hasta el final, no para el compromiso, que en las actuales circunstancias sería visto como una concesión ordenada desde el extranjero.
En cualquier caso, la financiación, armamento y munición ya comprometidas por los aliados de Kiev no corre peligro a corto ni medio plazo. La idea de una futura batalla por el mar de Azov es el punto de partida tanto para Ucrania como para sus socios occidentales. En marcha los preparativos para la campaña de primavera-verano, ningún matiz en la interpretación de las batallas va a impedir que la maquinaria de entrega de armas, munición y financiación continúe funcionando en los próximos meses.
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