Cumplido ya el primer año de guerra rusoucraniana, el conflicto continúa marcando política y económicamente la realidad de todos los países implicados directa e indirectamente en la lucha. Pero aunque las consecuencias económicas vayan más allá del territorio en el que se está produciendo la batalla, las consecuencias directas de la muerte y destrucción que implica la guerra se producen a diario en los territorios controlados por Rusia y Ucrania. La destrucción es máxima especialmente en los pueblos y ciudades de Donbass, fortificados por Ucrania durante los siete años de Minsk, un proceso en el que Kiev siempre demostró no creer y del que ahora reniega abiertamente. El desinterés de los socios occidentales de Ucrania por forzar a su aliado a cumplir con el acuerdo que todos ellos habían negociado ha hecho posible que el cambio de discurso no resulte chocante ante la prensa. Kiev puede permitirse ahora afirmar abiertamente que jamás tuvo intención de implementar los acuerdos de Minsk sin necesidad siquiera de justificar el cambio en la narrativa, aunque no en la actuación. Pese al compromiso prometido por el candidato Zelensky y la aparición, a lo largo de 2019, de un movimiento “contra la capitulación”, nunca hubo opción alguna para seguir el camino de Minsk.
Según datos de Naciones Unidas, a fecha del 13 de febrero, más de ocho millones de personas permanecían en el extranjero, más de dos millones de ellas refugiadas en la Federación Rusa, una pérdida de población que se une a la crisis demográfica que precede a la guerra y que difícilmente podrá recuperarse íntegramente. La situación para quienes han permanecido en el país roza la catástrofe incluso en los lugares más alejados del frente. A los apagones y condicionantes directamente asociados a la guerra hay que sumar la fuerte inflación. Según los datos del Banco Nacional de Ucrania, en el año transcurrido desde el inicio de la intervención rusa, la inflación ha ascendido gradualmente desde un ya elevado 10% al actual 26%, donde se ha estabilizado en los últimos tres meses. Y pese a que la actuación económica ucraniana no ha optado, como sí lo han hecho Rusia, la Unión Europea o incluso Estados Unidos, por una forma de keynesianismo para responder a la crisis económica vinculada a la guerra, la intervención estatal ha minimizado, cuando menos en parte, las dificultades económicas. Teniendo en cuenta el fuerte desequilibrio de la balanza de pagos desde febrero de 2020, la intervención del Banco de Ucrania en defensa de la grivna ha conseguido que no desaparecieran de un plumazo, por ejemplo, los ahorros de la población.
Sin embargo, pese al éxito que, según algunas fuentes, supone que la economía ucraniana no haya colapsado completamente, la diferencia entre ingresos y gastos existente actualmente es difícilmente sostenible a medio plazo. Aunque en los primeros meses de asistencia occidental Ucrania logró aumentar el valor de sus exportaciones, en los últimos seis meses, este ha caído notablemente mientras aumentan fuertemente las importaciones, que en el último año se han triplicado. Esa tendencia, sumada a la creciente desconexión entre ingresos y gastos, apunta a la caída de reservas, un problema que perpetuará aún más la dependencia de Ucrania de la asistencia y las líneas de crédito internacionales en los próximos años.
Tampoco ha de asumirse como viable el mantenimiento del actual nivel de apoyo económico y financiero de los países occidentales a Ucrania. Aunque Kiev continúa insistiendo en instalar en la conciencia colectiva la idea de que Ucrania no solo lucha por sí misma y por su libertad sino por la seguridad colectiva y por la defensa de los valores occidentales y europeos, discurso que también fue utilizado durante los años de guerra en Donbass, la fatiga de la guerra puede apreciarse en los datos de las recientes encuestas. Las poblaciones europeas y norteamericanas han aceptado como necesario el apoyo a Ucrania, pero las cifras de aprobación del suministro de armas descienden gradualmente. Coincidiendo con la visita de Joe Biden a Kiev, AP publicaba los datos de una encuesta que muestra el descenso del porcentaje de población favorable al envío de armas del 60% del pasado mayo al 48% actual.
Lo ocurrido el último fin de semana en Berlín también es ilustrativo de que existe una parte de la población, aunque por el momento no es mayoritaria, contraria a contribuir a la continuación de la guerra a base de enviar armamento cada vez más pesado. En la capital alemana, la colocación de un tanque ruso destruido en el frente y recuperado por las fuerzas ucranianas debía convertirse en una muestra de rechazo a la invasión rusa. Sin embargo, y coincidiendo con una significativa manifestación contra la guerra celebrada en la ciudad, el tanque quedó cubierto de flores y los manifestantes retiraron incluso la bandera ucraniana que ondeaba sobre él. Refiriéndose tanto a los resultados de las encuestas como a lo ocurrido en Berlín, el canal de Telegram ucraniano Rezident comentaba, con preocupación, que la parte ucraniana es vista actualmente como el partido de la guerra, por lo que no es de esperar un aumento del apoyo popular.
El descenso del apoyo activo de la población hacia la realidad de una guerra larga, dura y peligrosa en Europa contrasta con el decidido apoyo que continúa pregonando la clase política, que periódicamente promete continuar asistiendo a Ucrania hasta la victoria final. La situación ha probado ser propicia para asumir el inmenso gasto imprevisto que está suponiendo, por ejemplo, para los países de la Unión Europea. En un año de políticas expansivas y disponibilidad de grandes cantidades de euros, tanto la UE en sí como los diferentes países han optado por políticas para paliar los efectos económicos de la guerra en la población y controlar, por ejemplo, los precios del gas o la inflación. Sin embargo, esa capacidad de actuación se limitará a medida que regresen al debate público las exigencias de control del déficit y haga acto de presencia la idea de la austeridad. Según datos publicados por Statista, entre el 24 de enero de 2022 y el 13 de enero de 2023, Ucrania ha recibido el compromiso de entrega de un total de 73.170 millones de euros, el equivalente al 36% del PIB del país en 2021. De esa asistencia, 25.100 millones de euros corresponden a la asistencia financiera que está permitiendo a Ucrania continuar el pago de pensiones y salarios, entre otros los de las Fuerzas Armadas. En la situación actual, los 1.500 millones mensuales comprometidos por la Unión Europea suponen un balón de oxígeno para el país en guerra, cuya industria está, como muestra el aumento de las importaciones, prácticamente paralizada y cuya capacidad de mantener por sí mismo la economía es, ahora mismo, imposible.
Conscientes de la inviabilidad de mantener a largo plazo el apoyo militar y financiero a Ucrania, los socios de Kiev han apostado por la próxima ofensiva de primavera-verano como herramienta definitiva para derrotar a Rusia. Con más claridad que sus homólogos, Emmanuel Macron se ha referido a la ofensiva del sur como forma de arrinconar a Rusia -en Crimea- y obligar a Moscú a aceptar los términos ofrecidos por Occidente. Como repetía el pasado fin de semana Jens Stoltenberg, “para lograr la paz, hay que armar a Ucrania”. Según Occidente, que parece haber apostado por las armas occidentales y la capacidad de lucha de Ucrania para causar un colapso del ejército ruso que difícilmente va a producirse si no lo hizo el pasado septiembre, la forma de “acortar la guerra” y evitar problemas a largo plazo es aumentar significativamente la capacidad de destrucción de su ejército proxy.
Pero los países occidentales miran ya más allá de la guerra y buscan una salida para el día después. Un extenso artículo publicado en The Wall Street Journal se ha referido a ello hace unos días. “Tenemos que empezar a pensar, y lo estamos haciendo, en cómo se presenta el futuro de posguerra para garantizar que tenemos seguridad y estabilidad para los ucranianos y seguridad y estabilidad en Europa”, afirmó Antony Blinken según cita el medio. Ni Blinken ni sus socios europeos han tratado de explicar, ni van a hacerlo en el futuro, qué hicieron durante los ocho años en los que, con su ayuda, Ucrania continuó siendo un riesgo para la seguridad de la población de Donbass gracias a su apoyo diplomático y político para evitar el cumplimiento de los acuerdo de Minsk, que quizá no habrían evitado la guerra, pero que habrían reducido notablemente el riesgo en Donbass y en Ucrania.
Tras ocho años ignorando el peligro que la guerra suponía para una parte del país que dicen defender, no es de extrañar que para la diplomacia occidental solo cuente como factor significativo la seguridad de Ucrania, concretamente de la parte de Ucrania bajo su control. El diario estadounidense se refiere a un planteamiento que está siendo trabajado por Alemania, Francia y el Reino Unido para garantizar la seguridad de Ucrania más allá de la guerra y que, a juzgar por los escasos datos ofrecidos, cuenta con amplias similitudes con las garantías que Rusia ofrecía en marzo de 2022 en las negociaciones de paz entre los dos países. Según The Wall Street Journal, la oferta de garantías de seguridad no implicaría ni la vía directa y rápida a la OTAN que exige Ucrania ni comprometería el Artículo V de seguridad colectiva. Sin embargo, esta parece ser la oferta con la que los aliados europeos pretenden ofrecer a Zelensky una “victoria política que pueda presentar en casa como incentivo para las negociaciones”.
Por el momento, imbuidos por la retórica de victoria militar que presentan a diario a su población y a sus acreedores, los representantes ucranianos persisten en su discurso maximalista y no parece haber intención alguna de preparar a la población para un posible compromiso, ya sea en términos territoriales -ni siquiera sus socios confían en que Ucrania vaya a ser capaz de recuperar Crimea- o en cuanto a la cuestión política. Ucrania sigue presentando futuras victorias tanto en lo militar -victoria segura y restitución de las fronteras de 1991- como en la consecución de sus objetivos políticos -inicio inmediato de las conversaciones de adhesión a la Unión Europea y posterior plan de acceso a la OTAN- sin que la incertidumbre de una guerra en la que aún quedarán muchas batallas por librar pueda hacer cambiar el guion oficial de quienes no buscan la paz sino imponer su fuerza en muchos casos sobre una población que va a resistirse a ello.
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