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Más guerra para «acortar la guerra»

Menos de 24 horas después de que el Gobierno tuviera que salir al paso de graves acusaciones de corrupción que han provocado los ceses o dimisiones de dos viceministros, el fiscal adjunto de la Fiscalía General y el segundo de a bordo de Andriy Ermak, mano derecha de Volodymyr Zelensky, Ucrania pudo ayer celebrar su esperada victoria. Tal y como ya habían anticipado los medios de comunicación y tras una breve pero intensa campaña política y mediática internacional para obligarle a tomar la decisión correcta, el canciller Olaf Sholz superó sus reticencias y anunció finalmente que Alemania no solo aprobará la entrega de tanques Leopard-2 de países aliados, sino que enviará también catorce de sus preciados carros de combate.

Desde hace semanas, los tanques alemanes Leopard-2 y M1 Abrams estadounidenses están siendo presentados como la garantía de éxito de la ofensiva de primavera que tanto la OTAN como Ucrania han anunciado ya y cuyo objetivo será, previsiblemente, el frente de Zaporozhie y concretamente la ciudad de Melitopol, considerada la puerta de Crimea. Con ese avance, Kiev partiría en dos el territorio ruso en el sur de Ucrania y obligaría a Moscú a tomar serias decisiones al encontrarse, nueve años después de la anexión pacífica de la península, ante la necesidad de defenderla militarmente. Esa parece ser la estrategia de Ucrania a la hora de recuperar su territorio según las fronteras internacionalmente reconocidas.

Mientras Rusia lucha metro a metro por avanzar en su frente prioritario, Donbass, Ucrania parece haber planteado la estrategia de poner en peligro Crimea, única forma en la que Rusia se vería obligada a aceptar el diktat de los socios internacionales de Ucrania. De ahí que, ahora, doce días después de que Rusia comunicara oficialmente la captura de Soledar, anuncio que llegó dos días después de que sus posiciones se consolidaran sobre el terreno, Ucrania haya aceptado finalmente su retirada de la ciudad. A lo largo de estas dos semanas de evidente pérdida de la ciudad -incluso Denis Pushilin fue grabado en el centro de la ciudad-, la prensa ha continuado dando por ciertas las falsas informaciones ucranianas. Dos semanas después de los hechos, un portavoz de las Fuerzas Armadas de Ucrania confirmó a AP la retirada ucraniana alegando buscar “defender vidas”, una versión que contradice el masivo envío de refuerzos que Ucrania ha realizado a la zona desde que se intensificara la batalla hace ya varias semanas. Frente a la voluntad de los mandos militares de retirarse de forma ordenada a la segunda línea de defensa, las autoridades políticas, con Zelensky a la cabeza, han buscado en este tiempo dar a la lucha por Artyomovsk-Soledar una épica que requería su defensa a toda costa. Sin embargo, con la inestimable colaboración de la prensa, Ucrania ha logrado instalar la idea de que tanto Arytomovsk como Soledar carecen de importancia. Es posible que no la tengan para Ucrania, pero derribar el muro de esa línea de defensa es clave para el intento de avance ruso en su frente prioritario.

El anuncio del envío de Leopards alemanes, que se unió a la confirmación de Joe Biden de que Estados Unidos enviará 31 tanques Abrams, ha logrado eclipsar toda información sobre corrupción, las bajas que Ucrania está sufriendo en el frente y también el que Kiev no ha sabido explotar las debilidades rusas en sus momentos más vulnerables. Ucrania no ha sido capaz de atacar el punto más vulnerable de Donbass y romper el frente de Lugansk, región a la que llegó tras el colapso del frente de Járkov el pasado septiembre, cuando Rusia aún no había incorporado a los soldados movilizados. El triunfalismo ucraniano en el frente mediático no siempre se corresponde con las realidades del frente militar y los anuncios anticipados de victoria pueden fácilmente convertirse en un ejemplo. La contraofensiva anunciada, que tendrá que producirse en campo abierto, implica el intento de irrumpir en territorio ruso, avance en las que los tanques, rusos u occidentales, serán vulnerables si carecen de la cobertura aérea que, a día de hoy, es cuestionable que Ucrania pueda ofrecer. No es de extrañar así que figuras como el viceministro de Asuntos Exteriores y exembajador de Kiev en Alemania, Andrej Melnjik, haya comenzado ya la campaña para lograr que los países de la OTAN envíen aeronaves de combate. Siempre dispuesta a exigir más a sus socios, Ucrania no se conforma ya con los “Tornado” alemanes a punto de ser retirados, sino que busca F16 estadounidenses, para cuyo manejo se precisaría una instrucción aún más larga que el ya importante periodo de entrenamiento que requieren los tanques occidentales que ahora se prometen a Kiev.

En su anuncio del envío de los primeros Leopards, que teniendo en cuenta la intensidad de la guerra no van a ser los últimos, el canciller alemán, consciente de la vulnerabilidad en la que se encuentran su país y su figura, volvió a caer en una de sus habituales contradicciones. Aunque el gesto no puede entenderse más que como una escalada en la guerra, un paso más hacia la guerra total, y va a ser entendido en Moscú como un acto hostil y una amenaza directa, Olaf Scholz llamaba a no escalar la guerra en Ucrania, un mensaje que no solo contradice sus actos, sino también las palabras de su ministra de Asuntos Exteriores. En los inicios de la intervención rusa, el calificativo de guerra proxy para definir el conflicto en Ucrania como una lucha subsidiaria entre la OTAN y Rusia era considerado un discurso propagandístico procedente de Moscú. Sin embargo, y en perfecto inglés para que su audiencia internacional lo comprendiera, Annalena Baerbock justifica ahora la necesidad de actuar conjuntamente y sin presiones entre los países aliados de Ucrania porque “estamos luchando una guerra contra Rusia”. Su mensaje supera incluso al del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, que insiste aún en que la Alianza no participa en la guerra.

Al margen del excesivo triunfalismo que causa automáticamente todo anuncio de armamento occidental -que generalmente viene acompañado de entrega de armamento de origen ruso o soviético, como también ocurre ahora con un lote de tanques que Marruecos adquirió a Bielorrusia- y el tiempo que ese material tardará en estar a disposición de la ofensiva ucraniana, el anuncio supone un mensaje claro: la OTAN apuesta por una guerra cada vez más cerca de ser total y no deja espacio alguno para la diplomacia. Así lo han comprendido ya un puñado de países, que se han apresurado a sumarse a esa “coalición de tanques” a la que quiere unirse también España. En boca de la ministra Robles, España ofreció ayer enviar tanques Leopard-2, aunque estos requieran de “puesta a punto”. En agosto de 2022, Robles se vio obligada a admitir que el lote de Leopard-2 de segunda mano adquiridos a Alemania era imposible de donar a Ucrania al encontrarse “en una situación absolutamente lamentable”.

Frente a la posición de los países europeos, la respuesta de América Latina ha sido el silencio o el rechazo. Pese a la oferta estadounidense de sustituir el armamento ruso enviado a Ucrania por armamento estadounidense, una propuesta que deja ver la importancia del armamento de origen ruso o soviético, presidentes como Gustavo Petro han sido mucho más contundentes que sus homólogos al otro lado del Atlántico. A quienes alegan que el envío masivo de armamento cada vez más pesado busca “acortar la guerra”, el rechazo latinoamericano en involucrarse en una guerra ajena y lejana busca precisamente evitar empeorar una situación que ya es muy grave. Ratificando con hechos sus palabras de buscar la paz completa y rechazando el uso de las armas, el presidente de Colombia ha declarado preferir que las armas rusas se queden en Colombia como chatarra en lugar de enviarlas a la guerra.

El cambio de rumbo de Alemania, esperado tras la campaña interna y externa a la que ha sido sometido el canciller Scholz, condena a Europa a un riesgo cada vez más elevado. Poco a poco, representantes de la diplomacia dejan clara la situación: una guerra proxy en la que Ucrania pone la sangre, propia y ajena, mientras que Occidente pone las armas y la financiación. La palabras de Baerbock no son sino la oficialización de lo afirmado hace unos días por el ministro ucraniano de Defensa Oleksiy Reznikov, que ofreció a Ucrania como ejército europeo en la guerra común contra Rusia.

Sin que aparentemente cause preocupación alguna, esa asistencia millonaria, armamento ilimitado y apoyo político, diplomático y mediático prácticamente incondicional a Ucrania llega a un Gobierno en el que uno de sus principales portavoces, Mijailo Podoliak, escribe abiertamente que “apoyar a la Federación Rusa o quedarse a un lado en esta guerra contra la civilización se está convirtiendo en totalmente inaceptable. Un mundo sin Federación Rusa”. Podoliak, que hace unos días anunció ataques en Moscú o Ekaterimburgo, para posteriormente afirmar que no serán ucranianos sino internos -táctica habitualmente utilizada en los casos en los que Ucrania ha cometido ataques en territorio ruso-, escribió en su canal de Telegram que Rusia sufrirá entre dos y cuatro derrotas militares, tras lo cual el proceso de desintegración y desmoralización del ejército ruso será inevitable.

La fantasía de Podoliak, representante oficial de la Oficina del Presidente de Ucrania, continúa con violentas revueltas internas, la independencia de los “sujetos étnicos” de la Federación Rusa, la toma del poder de un gobierno provisional que negociará la desmilitarización de la frontera, el castigo a los criminales de guerra y, por supuesto, cuantiosas reparaciones de guerra. Podoliak termina su mensaje alegando que el tiempo necesario para lograr ese escenario, depende exclusivamente de que los socios occidentales de Ucrania entreguen, en los periodos exigidos, el armamento solicitado por Ucrania. Esa es la idea de “acortar la guerra” que plantea el ejército proxy de la OTAN en Ucrania.

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