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Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Minsk, Rusia, Ucrania

Un discurso basado en falsedades

La semana pasada, el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, Sergey Lavrov, insistía en algo que Rusia ha repetido en numerosas ocasiones en los últimos tres meses: no existen condiciones para el diálogo con Ucrania en la búsqueda de una resolución del conflicto entre los dos países. Como resulta ya habitual, la prensa publicó los comentarios del líder de la diplomacia rusa como una prueba más de la negativa rusa a negociar y no como una constatación de los hechos. No fue Rusia, que comenzó las negociaciones de paz a escasas semanas del inicio de su intervención militar, quien rompió las negociaciones de Estambul tratando de utilizar las redes sociales para reescribir el principio de acuerdo que Moscú creyó erróneamente haber obtenido. Y tampoco fue Rusia quien prohibió por decreto toda negociación política con el presidente del otro país. Es más, en estos meses, incluso tras la retirada de Jersón, Rusia, por medio de su portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zajarova, ha realizado intentos de reanudar conversaciones, negando que Moscú hubiera cerrado esa puerta. Y, ante todo, en los últimos meses Rusia ha aceptado acuerdos, como el protocolo de exportación de grano ucraniano, que han beneficiado abiertamente a Ucrania sin desbloquear las exportaciones rusas.

Sin embargo, con el relato ucraniano instalado como verdad absoluta en el establishment mediático y diplomático, cada constatación de esos hechos es presentada como un rechazo ruso a una negociación que, de haber sido promovida por los socios de Ucrania el pasado marzo, habría evitado gran parte de la muerte y destrucción que se ha producido desde entonces. Fue en aquel momento, en el que tanto los representantes ucranianos como sus aliados rechazaron negociaciones que implicaran la aceptación de la pérdida de Crimea y parte de Donbass, cuando la OTAN y la UE apostaron por financiar la guerra hasta el final, una opción que cerraba definitivamente la vía diplomática. Con el paso de los meses, Volodymyr Zelensky ha añadido nuevas líneas rojas que hacían imposible una negociación que ya no existía: los ataques con misiles, los referendos, las anexiones, etc. Todo ello se presentó como una reacción a los actos rusos, obviando que fue Ucrania quien en primer lugar rechazó el camino de la diplomacia en favor de lo que gradualmente está convirtiéndose en una guerra total. Para ello, Ucrania está en proceso de lograr el permiso de sus socios para atacar Crimea y de obtener el armamento que considera necesario para reconquistar todo el territorio.

Ucrania no esconde ya sus objetivos, que pregona a los cuatro vientos tanto en las redes sociales como en entrevistas con la prensa occidental. Con algo más de sutileza que su asesor Mijailo Podoliak, que en las redes sociales abogó por “un mundo sin Federación Rusa”, el presidente ucraniano se ha manifestado en una entrevista concedida a Sky News en líneas similares. Hace unos días, Volodymyr Zelensky sorprendió con unas curiosas declaraciones en las que afirmaba no saber si Vladimir Putin está vivo o quién dirige Rusia y ayer insistió en esa línea rechazando toda posibilidad de diálogo. En la cresta de la ola que han supuesto los anuncios de sus socios de los próximos envíos de tanques occidentales -más propagandístico que real en estos momentos, ya que ese material tardará semanas en llegar y Rusia dispone ahora de tiempo para actuar antes de que eso se produzca-, el presidente ucraniano se reafirma en su visión maximalista. En su idílica versión -que no menciona la cantidad de destrucción que requeriría-, Ucrania volverá a sus fronteras de 1991, los criminales de guerra, únicamente rusos, por supuesto, serán castigados y entonces, solo entonces, con un nuevo Gobierno en Rusia, quizá sería posible un diálogo.

Más allá de la fantástica versión de la guerra que los representantes ucranianos quieren imponer como discurso oficial y mundialmente aceptado y con el que buscan tanto crear inestabilidad en Rusia como presentarse como el ejército fiable al que Occidente debe armar sin límites, la propia argumentación de Zelensky carece de coherencia y cae en todo tipo de contradicciones con la realidad. Sin embargo, el absoluto desinterés de por el desarrollo del proceso de Minsk hace posible que el presidente ucraniano, los representantes de la Unión Europea y la prensa occidental puedan presentar a Ucrania como la parte inocente de un proceso en el que Rusia siempre jugó sucio.

A pesar de los siete años en los que Rusia buscó un formato de negociación en el que pudiera resolverse el conflicto en Donbass, la parte política de un conflicto que cuenta también con un aspecto geopolítico que los aliados de Ucrania se negaron a negociar, Moscú es presentado como la parte intransigente que siempre utilizó la negociación para ganar tiempo. El objetivo de este tipo de discurso es trazar una línea directa entre lo ocurrido en 2014, la anexión de Crimea y la rebelión de Donbass, con lo ocurrido en 2022. Ese vínculo existe, pero no de la forma en que lo explicó recientemente el expresidente francés François Hollande, que presentó los acuerdos de Minsk como una jugada occidental para evitar que Rusia pudiera ganar terreno y para que Ucrania dispusiera de tiempo para prepararse para una posterior invasión. La visión de Hollande, que no concuerda con la dada por Angela Merkel, que sí se implicó en el proceso, es exactamente la que Ucrania quiere imponer, una visión parcial en la que Rusia siempre es culpable. Rusia es culpable especialmente de la guerra civil iniciada en abril de 2014, cuando el gobierno provisional ucraniano envió a Donbass tanques y artillería en lugar del diálogo que habría podido lograr resolver un problema que, en aquel momento, era político.

En los meses posteriores, Rusia detuvo a las milicias y fomentó unos acuerdos de alto el fuego, que debían convertirse por medio del diálogo en acuerdos de paz y de retorno de Donbass a Ucrania. Lo hizo en dos ocasiones, en septiembre de 2014 y febrero de 2015, dos momentos clave de la guerra en los que las Fuerzas Armadas de Ucrania se encontraban en retirada y las milicias de la RPD y la RPL avanzando sobre territorio ucraniano. A lo largo de los siete años posteriores, fue Rusia y no Ucrania, que prácticamente desde el inicio afirmó abiertamente no estar dispuesta a cumplir varios de los puntos políticos, quien mantuvo el empeño de continuar con un proceso de paz en el que tampoco los socios de Kiev presionaron para lograr el cumplimiento de unos acuerdos que no suponían concesiones políticas inaceptables. Ucrania buscó desde 2015 lograr invertir los términos del acuerdo para convertir el autogobierno local para Donbass en una descentralización administrativa para todo el país, para eliminar la idea de una amnistía general ofreciéndosela únicamente a quienes hubieran luchado del lado de Kiev y para imponer el retorno del control de la frontera, paso final según los acuerdos, como prerrequisito para proceder a un diálogo político que no podría ser con Donetsk y Lugansk sino con Moscú. Tanto en tiempos de Poroshenko como de Zelensky, Ucrania buscó activamente sustituir el formato de Minsk por el de Normandía, donde no estaban representadas las Repúblicas Populares, posiblemente considerando que Rusia aceptaría concesiones menos dolorosas para Kiev. Una reunión cara a cara con Vladimir Putin fue durante meses la principal exigencia de Zelensky, que siempre recibió como respuesta que era con Donetsk y Lugansk con quien el Estado se había comprometido a dialogar.

Al incondicional apoyo político y diplomático que disfrutaba entonces Ucrania se ha sumado ahora un igualmente incondicional apoyo militar, lo que ha dado alas a Ucrania a rechazar también eso que buscó durante años. “No lo puedo entender, ¿esta es su decisión o es la de alguien más? Así que, ¿reunirse, para qué, para un apretón de manos? No me interesa. ¿Hablar? Realmente no comprendo quién toma las decisiones en Rusia”, afirmó Zelensky ante una pregunta sobre la posibilidad de dialogar con su homólogo ruso, del que insistió que “para mí, no es nadie”.

En su argumentación, Zelensky apeló a un pasado que abiertamente manipula para hacer encajar en su discurso actual. “No es interesante reunirse, no es interesante hablar. ¿Por qué? Porque tuvimos una reunión con él en el Formato Normandía, fue antes de la invasión a gran escala. Vi a un hombre que dijo una cosa e hizo otra”. Zelensky se refiere aquí a la cumbre de París de diciembre de 2019, única en la que participó y por la que tuvo que enfrentarse incluso a los soldados del regimiento Azov. El resultado de aquella cumbre de jefes de Estado y de Gobierno fue un comunicado de compromiso con los acuerdos de Minsk y la promesa de un gran intercambio de prisioneros de guerra que se produjo poco después. Sin embargo, no hubo por parte de Ucrania más pasos en dirección al cumplimiento de Minsk que exigencias a Rusia, rechazo frontal a todo diálogo con Donetsk y Lugansk y alegaciones de que Kiev había cumplido ya con su parte. Sin intención alguna de cumplir siquiera parcialmente aquellos acuerdos negociados con la mediación de Angela Merkel en febrero de 2015, la administración Zelensky continuó, como ya había ocurrido en tiempos de Poroshenko, utilizando los bombardeos contra Donbass como herramienta de presión política en busca de concesiones por parte de Moscú y de una reunión cara a cara con Vladimir Putin. La euforia de la guerra con Rusia ha permitido a Zelensky, no solo retorcer la visión del presente y de un futuro idílico, sino también manipular el pasado para acusar a Vladimir Putin de hacer exactamente lo que tanto él como su predecesor hicieron durante siete largos. La manipulación del discurso y el desinterés mostrado tanto por la prensa como por los aliados de Ucrania, especialmente Estados Unidos, por este proceso ayuda ahora a Zelensky a no tener siquiera que justificar un discurso basado en falsedades.

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