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Crimea, Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, Jerson, LPR, Minsk, Rusia, Ucrania, Zaporozhie, Zelensky

Riesgos de la guerra y de la diplomacia

Desde que se anunciara la semana pasada la retirada rusa de la ciudad de Jerson y todos los territorios en la margen derecha del río Dniéper, el espectro de la posibilidad de un acuerdo previo ha sobrevolado el debate sobre la decisión. Rusia, que desde que comenzó su intervención militar en Ucrania no ha sido capaz de expresar claramente sus objetivos reales ni ha conseguido explicar sus derrotas o falta de éxitos militares ni las decisiones polémicas, como el intercambio de los prisioneros de guerra del regimiento Azov, guarda silencio. Moscú no ha ofrecido más explicación sobre la retirada de Jerson, única capital regional ucraniana que tenía en su poder y que había sido ya designada como ciudad rusa, que las imágenes televisadas del forzado diálogo entre el ministro Shoigu y el general Surovikin en el que se daba la orden de retirar las tropas de la margen derecha.

Con esas imágenes, y la confirmación de que se trataba de una decisión tomada por el Ministerio de Defensa, es decir, por las autoridades militares, Rusia presentaba una decisión militar, no política. Sin embargo y ante la falta absoluta de información real sobre la situación en el frente de Jerson a lo largo de las últimas semanas, el discurso de necesidad militar de una retirada estratégica contrasta con el afán de los informes oficiales de alegar que cada intento ucraniano en dicho frente estaba siendo derrotado. Ahora, los mismos medios que hasta hace unos días alegaban que la margen derecha era la defensa de la margen izquierda, ahora vulnerable a la artillería ucraniana, o que se jactaban del elevado número -real o imaginario- de los ataques ucranianos en la zona, defienden la retirada como una forma de liberar tropas en preparación para nuevas acciones ofensivas. Sin información real sobre las bajas que cada una de las partes ha sufrido en los meses que se ha combatido en Jerson, y en los que las tropas rusas no han sido capaces de ampliar el territorio de seguridad ni preparar una defensa seria, la especulación sustituye a los argumentos.

Apoyan la teoría de la existencia de algún tipo de entendimiento ciertos movimientos que se han realizado a lo largo de los últimos días. En primer lugar, la rápida retirada rusa se produjo sin que fuera obstaculizada por las tropas ucranianas, que gracias a la inteligencia a tiempo real que suministran sus socios, debía ser consciente de que Rusia no preparaba una “ciudad fortaleza” sino la retirada. Si Kiev no fue consciente de los hechos y verdaderamente creyó su propia propaganda, que afirmaba que Rusia trataba de atraer a las Fuerzas Armadas de Ucrania a una trampa mortal en la batalla urbana, solo pudo serlo por la falta de información de sus socios británicos y estadounidenses, cuya inteligencia ha sido capaz de seguir al detalle cada desarrollo de los acontecimientos hasta el momento.

En segundo lugar, coincidiendo con el anuncio ruso, se desbloquearon dos aspectos enquistados durante meses: primero, Estados Unidos dio la autorización a las operaciones bancarias relacionadas con las misiones diplomáticas rusas en el extranjero y posteriormente se conoció por medio de una filtración a la agencia Reuters que los cargamentos de fertilizantes rusos retenidos desde hace varios meses en Róterdam podrán salir hacia Malawi. Como había anunciado de antemano, Rusia entregará ese cargamento de forma gratuita, una forma de diplomacia y gesto hacia el tercer mundo en un año en el que los países occidentales han acusado repetidamente a Moscú de jugar con la seguridad alimentaria de los países menos desarrollados.

Ninguno de esos aspectos prueba la existencia de ningún entendimiento previo o posible a corto plazo, pero denota un momento en el que movimientos que hasta ahora no han sido posibles sí pueden realizarse. A ello hay que sumar una oleada de informaciones filtradas a diferentes medios sobre posibles negociaciones en busca de un acuerdo o de un intento de congelar el conflicto. La Repubblica en Italia y The Wall Street Journal publicaron ya detalles sobre posibles puntos de acuerdo para congelar, aunque fuera temporalmente, el conflicto tras la captura ucraniana de Jerson, ya fuera por retirada rusa o tras una batalla en la que daban por hecho que Ucrania tomaría el control. Los términos de esa negociación partían de la continuación de la ayuda militar y financiera de Occidente a Ucrania y el uso del río Dniéper como frontera temporal entre las partes para evitar continuar en invierno una batalla que puede suponer una situación dramática para la población ucraniana en general. La garantía de continuación del suministro eléctrico de la central nuclear de Zaporozhie era otro de los aspectos mencionados, que sumado a la evidente exigencia de cese de los ataques rusos a las infraestructuras energéticas, garantizaría a Ucrania el suministro y la posibilidad de reparar los daños causados hasta el momento. Ninguna de las propuestas para paliar la grave situación de la población civil a causa de la guerra plantea garantizar el suministro de agua a ciudades tan importantes y pobladas como Donetsk, suministro sin el que peligra la temporada de calefacción.

Ayer, Dmitry Peskov, portavoz del presidente ruso, ni confirmaba ni desmentía las informaciones sobre una reunión de alto nivel de las inteligencias rusa y estadounidense en Ankara. Según publicaron tanto Kommersant en Rusia como CNN en Estados Unidos, el director de la CIA Bill Burns se reunió con su homólogo ruso Sergey Narishkin. A lo largo del día, tras muchas horas de especulación sobre si Rusia trata de negociar directamente con quien tiene la capacidad de decisión en Ucrania, CNN matizó los motivos de la negociación, que Estados Unidos ha querido que trasciendan: la advertencia a Rusia contra el uso de armas nucleares y los nacionales de cada país presos en el contrario. Burns quiso insistir en que no se trataba de una negociación, dando a entender que Estados Unidos únicamente se ha reunido para dar sus términos.

Durante los últimos días varios altos representantes de la Unión Europea, entre ellos Macron y Borrell, han mencionado la posibilidad de diplomacia, insistiendo siempre en que será Ucrania quien decida el momento y las formas. También una parte de la administración Biden, por medio de filtraciones anónimas a varios medios importantes, ha querido señalar la necesidad de diplomacia ante una victoria completa ucraniana que no ven posible. La toma de Jerson, que ayer se plasmó en la visita de Zelensky en una escenificación de fervor nacionalista, supone que Ucrania vuelve a encontrarse a una distancia geográficamente escasa de Crimea, el territorio en el que Rusia tiene más que perder y que defendería con medios más duros. No es descartable que Rusia busque de Estados Unidos un compromiso de no entregar a Ucrania misiles con capacidad de alcanzar la península, medios de los que Ucrania carece actualmente.

En las actuales condiciones, congelar, aunque fuera temporalmente el conflicto, permitiría a Rusia reforzar su agrupación y preparar la defensa de los territorios bajo su control pero dificultaría acciones ofensivas en Donbass, única zona en la que esos intentos persisten y supondría el riesgo de repetir una situación similar a la de Minsk y Minsk-2, con un alto el fuego incumplido y constantes acusaciones contra Moscú en una guerra que quedaría cronificada.

En cualquier caso, todo acuerdo supondría la rectificación del discurso de ambas partes. Rusia se vería obligada a aceptar que su situación actual es de debilidad y Ucrania a renunciar a la idea de victoria completa que sus autoridades pregonan a los cuatro vientos. “Ucrania está preparada para la paz en todo el país”, afirmó ayer Volodymyr Zelensky, que prácticamente desde su llegada al poder ha utilizado el concepto de paz como sinónimo de victoria, una paz nacida de su Victoria en la que nunca ha cabido el entendimiento con la población de Donbass y Crimea. Ya en agosto de 2021, el presidente que llegó al poder con la promesa del compromiso para finalizar la guerra, se dirigía a la ciudadanía de Donbass y Crimea para explicarles condescendientemente que debían mudarse a Rusia en caso de sentirse rusos. Ucrania, que siempre ha deseado recuperar el territorio, pero no necesariamente la población, continúa hablando de ofensivas y plantea el retorno a las fronteras de 1991 como prerrequisito para cualquier negociación. Un paso más allá, el héroe Zaluzhny ha sido aún más claro. En declaraciones a la prensa afirmó que las fuerzas armadas no aceptarán «negociaciones, acuerdos o compromisos».

Es difícil imaginar que Kiev, que el pasado marzo, bajo durísima presión militar, rechazó admitir la pérdida de Crimea, vaya a hacerlo ahora que sus tropas han recuperado y conservado la iniciativa en el frente sin exigir a Rusia demandas maximalistas que Moscú no podría aceptar. Salvo si así lo exigen sus socios estadounidenses y utilizan medidas coercitivas para garantizarlo.

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