Esta semana, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ha recibido de sus socios el apoyo político que exigía. El encuentro de Zelensky con Macron, Scholz y Draghi en Kiev no solo supone la visita de más alto nivel de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, sino que ha mostrado la importancia de la cuestión ucraniana en la política nacional de sus respectivos países. Tras semanas de críticas, el canciller alemán, principal víctima de los ataques de quienes consideran su postura excesivamente moderada -comenzando por los halcones de su propio Gobierno- quiso realizar una demostración de apoyo político en un gesto que tiene más de política nacional que de internacional. Pese a los reproches públicos sobre la limitada ayuda militar alemana a Ucrania en los últimos tres meses, Ucrania debe ser consciente de que el régimen post-Maidan difícilmente habría salido adelante sin el apoyo alemán, especialmente tras la firma del acuerdo de Minsk de febrero de 2015.
El apoyo alemán, al igual que el francés, ha permitido a lo largo de los últimos siete años mantener la ficción de que existía un proceso de Minsk con el que Ucrania pretendía recuperar los territorios perdidos de Donbass a cambio de una serie de concesiones mínimas para un país que no había ganado la guerra: derechos lingüísticos y culturales, cierta autonomía económica y una policía regional. Considerado una imposición rusa, la voluntad del ganador, Kiev jamás tuvo intención de cumplir esos acuerdos. Como ahora pregona el expresidente Petro Poroshenko, que participó en las negociaciones junto a Angela Merkel, François Hollande y Vladimir Putin, Ucrania se aprovechó de esa prórroga de siete años para reforzarse y rearmarse. En la misma línea se ha mostrado recientemente Angela Merkel. Ante las críticas recibidas, la excanciller alemana defendió su postura y su actuación hacia Rusia y Ucrania argumentando que estos años habían dado a Kiev tiempo para desarrollarse.
Más empobrecida que hace siete años, con un problema demográfico de constante pérdida de población a causa de la caída de la natalidad y aumento de la emigración laboral ante la falta de oportunidades en un país cuya corrupción no ha descendido en estos años, Ucrania ha mantenido en este tiempo el discurso de integración euroatlántica como única promesa de futuro hacia sus ciudadanos. Menos democrática que cuando se firmó el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea -en estos años, Ucrania ha prohibido los partidos comunistas, y desde el inicio de la intervención rusa todos los partidos de izquierdas, el principal partido de la oposición y otros partidos menores no lo suficientemente nacionalistas-, es difícil justificar que Ucrania cumpla con los requisitos de entrada en la Unión Europea o incluso la obtención del estatus de país candidato, una promesa de futuro que no tiene por qué convertirse en realidad.
Sin embargo, tras el apoyo que mostraron en Kiev Macron, Scholz y Draghi, Ucrania recibió el segundo apoyo diplomático de alto nivel de esta semana. La Comisión Europea recomendará la concesión de dicho estatus a Ucrania y a Moldavia, a quienes se dará unos meses para cumplir con ciertas condiciones. Según recogían ayer fuentes ucranianas, se trata de condiciones similares a las exigidas por el Acuerdo de Asociación y que Kiev saboteó durante años. Sin embargo, las condiciones han cambiado y la extensión de la guerra a un territorio que va más allá de Donbass marca la agenda política más incluso que la militar. Desde que comenzó la guerra, y más aún desde que comenzó la intervención rusa, Ucrania ha utilizado la situación militar y su frontera con Rusia para proclamar al país frontera exterior de Europa, defensa ante los orcos, la horda, términos abiertamente utilizados por autoridades políticas ucranianas actualmente.
Esa idea es también el principal argumento que está utilizando actualmente la presidenta de la Comisión Europa, Úrsula Von der Leyen, que el viernes publicaba en las redes sociales un emotivo mensaje de apoyo a Ucrania. Acompañado de una sonriente imagen de sí misma vestida de azul y amarillo, Von der Leyen afirmaba que “los ucranianos están dispuestos a morir por las perspectivas europeas. Queremos que vivan con nosotros el sueño europeo”. Nadie esconde ya que el principal activo de Ucrania como país candidato a unirse a la Unión Europea y a la OTAN es su voluntad de morir -y sobre todo de matar- en nombre de la guerra de Europa contra Rusia.
Tampoco es un secreto que Ucrania ha optado por la estrategia de explotar un número real o imaginario de bajas y escasez de material. El baile de cifras hace difícilmente creíble cualquier afirmación de las autoridades ucranianas sobre el número de bajas del Ejército Ucraniano, que tampoco han tenido un seguimiento de la prensa que pudiera dar un dato aproximado. Esta semana, además del creciente número de víctimas diarias reportado por los diferentes oficiales ucranianos, ha comenzado a explotarse también la cifra de equipamiento perdido por el Ejército Ucraniano. El viceministro de Defensa Valery Karpenko afirmó el viernes que las pérdidas de equipamiento ascienden al 30-40%, en ocasiones el 50% en términos de armamento pesado. “Estamos recibiendo armas en grandes cantidades”, afirmó en referencia a las armas occidentales, pero continuó con un reproche. “Por desgracia, teniendo en cuenta el intensivo uso de esos recursos, son suficientes para suplir solo un 10-15% de nuestra demanda total. Necesitamos artillería, proyectiles, blindados, tanques. Y necesitamos urgentemente sistemas de defensa antiaérea y lanzacohetes múltiples”, suplicó.
La estrategia es clara: la guerra contra Rusia es una guerra occidental en la que el valiente Ejército Ucraniano, prácticamente desarmado, no puede luchar si no recibe urgentemente tal cantidad de armas que vaciarían, no solo las ya maltrechas reservas europeas, sino también las estadounidenses. Como herramienta de una guerra colectiva contra el enemigo común, Ucrania espera recibir, no solo armas y financiación, sino el premio de formar parte de lo que tanto Kiev como Bruselas califican de la familia europea.
Sin embargo, para ello, Ucrania debe lograr un camino hacia la paz y el mantenimiento de un Estado funcional y viable, algo que pasa por un paso de la fase militar a la fase diplomática, algo que todos los socios de Ucrania aceptan que ocurrirá en algún momento, pero difieren en sus formas y también en el fondo. Frente a la propuesta de los líderes de la Unión Europea, que buscan un alto el fuego para consolidar las posiciones, detener el avance ruso en Donbass y rearmar a Ucrania para que pueda recuperar algunos de sus territorios -fundamentalmente todo aquello que no es Crimea y Donbass, perdidos para Ucrania y tan destruidos que ni Kiev ni Bruselas desean reconstruirlos-, otros socios más radicales buscan una victoria completa para Ucrania.
En esos términos se manifestó al menos el primer ministro británico Boris Johnson, la última de las visitas de alto nivel que ha recibido Zelensky esta semana. Al igual que en su primera visita, tras la que se jactó de haber convencido al presidente ucraniano de que sus socios no aceptarían un compromiso con Rusia, el objetivo de Johnson era presionar en busca de la guerra hasta el final, un conflicto en el que Ucrania solo debe negociar una vez que todos los soldados rusos abandonen el territorio ucraniano. Esa concepción, que parte de las fronteras de 1991, es decir, incluyendo Crimea, supondría un conflicto eterno en el que Ucrania tiene escasas posibilidades de salir victoriosa, pero que garantizaría la desestabilización de Rusia que buscan el Reino Unido y sus socios de Washington. «Nunca estaremos seguros si damos la espalda a la valiente Ucrania», escribió ayer sábado Boris Johnson en un artículo de opinión publicado por The Times en el que presenta la necesidad de continuar asistiendo a Ucrania en una guerra que será larga. Eso sí, como afirmó el sábado el primer ministro holandés, Mark Rutte, es «prácticamente nuestra guerra».
A medio camino entre las propuestas europeas de negociar desde una posición de fuerza que observa falsamente el presidente Macron y la guerra eterna que parece buscar Johnson, Ucrania, por medio de David Arajamia, promete negociaciones. En lo que pudiera parecer una concesión a las sugerencias de Macron, Scholtz y Draghi, el líder de la delegación ucraniana en las negociaciones con Rusia afirmó el viernes que las negociaciones serán posibles a partir de septiembre. Después de prometer una contraofensiva con la que las tropas rusas serían expulsadas en junio y retrasarla posteriormente a julio (a la espera de los mil howitzers que exigía Podoliak y que no van a llegar), Ucrania promete ahora su gran ofensiva para agosto. Después, en una posición de fuerza, podrá volver a las negociaciones.
La experiencia de Minsk recuerda que ninguna tregua ni acuerdo militar es viable cuando no existe la voluntad política para implementarlo. Durante años, Kiev afirmó repetidamente defender unos acuerdos que saboteaba consciente y activamente con el objetivo de ganar tiempo y de consolidar su negativa a cumplir sus compromisos firmados. La promesa de futuras negociaciones en caso de encontrarse en una situación de fuerza indica la repetición de la misma estrategia. Puede que, en un futuro a medio plazo, posiblemente tras la finalización de la batalla por Donbass, Ucrania se vea obligada a negociar. Sin embargo, la esperanza de armamento occidental con el que tratar de recuperar Jerson y el sur de Zaporozhie y con el que disparar contra Donetsk desde incluso más lejos (el sábado Ucrania disparó más de 400 proyectiles contra la ciudad) hace inviable cualquier acuerdo a corto plazo. Por el momento, pese a la aparente preocupación de Boris Johnson, el peligro de un compromiso entre Rusia y Ucrania es inexistente.
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