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La lucha después de la batalla: el dolor de los supervivientes

Artículo Original: Anna Revyakina

Estado en el que quedó la casa de Anna Tuv tras el bombardeo

Las fotografías de la terrible muerte de Kristina, de 23 años, y su hija Kira Zhuk, de diez meses, en un parque de Gorlovka el 27 de julio de 2014 circularán para siempre en internet. Al parecer no han sido borradas. Lo que se publica en la red, ya no puede olvidarse. Y si alguien había comenzado a olvidarlas, ahí están las imágenes tomadas por el bloguero Vladimir Zhelyabim-Nezhinsky.

En mi cabeza han chocado durante estos años dos sentimientos encontrados. El primero a favor de publicar las imágenes: hay que dar visibilidad a la guerra, romper el bloqueo informativo, mostrar las pruebas de los crímenes de guerra del Ejército Ucraniano con un disparo que atraviese la conciencia colectiva de Occidente. Pero el “yo soy Charlie” no se tradujo en “yo soy Gorlovka”. Y lo que es más aterrador, quien mandó matar a Kristina se puso una camiseta negra con la inscripción “París”.

Pero, por otra parte, está el derecho a la intimidad de la muerte, el derecho de la madre de Kristina a tener un recuerdo positivo de su hija y de su nieta. Todos recordamos a Kira y a Kristina tiradas en la hierba, bañadas en sangre, muertas. Dos años después de aquellos hechos del sangriento verano de 2014, la madre de Kristina recordó que “esas terribles fotografías nos hacen daño y ahora es imposible borrarlas. (…) No quiero que se las vea así. Eran preciosas, inteligentes”. Esos son nuestros nuevos mártires, quién sabe cuántos fueron en realidad. Solo en Gorlovka, en el periodo entre el 27 y el 29 de julio, murieron 30 personas y 100 resultaron heridas a causa de la artillería pesada.

Anna Tuv

“El 26 de mayo de 2014 es nuestro 22 de junio de 1941” es una frase que se escucha habitualmente entre los residentes de Donetsk. Anna Tuv, de Gorlovka, tuvo su propio 26 de mayo, solo que fue en 2015. Fue el día que su familia quedó destruida: murieron su marido y su hija mayor, Katya, de 11 años. Anna resultó herida, perdió su brazo izquierdo. Sus hijos pequeños sobrevivieron, pero también sufrieron mucho. Su hijo mediano padece autismo, posiblemente a causa del trauma.

El nombre de Anna Tuv se escucha a menudo, pero raramente concede entrevistas. Es difícil de encontrar, en los últimos meses, los periodistas la han perseguido cuando ha viajado a Italia y no ha tenido tiempo para reunirse, ni siquiera por mensaje instantáneo. Qué vergüenza, compañeros periodistas. Si no ha buscado tiempo para entrevistas, quizá es que necesita tiempo para ella. O para sus hijos pequeños. Su hija pequeña, Milana, tiene cinco años y su hermano, dos años y medio más.

La historia de Anna Tuv me rompió el corazón. Tiene 35 años, como yo, es una mujer joven, bella y fuerte que se ha quedado sin su marido, su hija y su mano. Hay una expresión común sobre las madres solas: “tiene dos niños en cada brazo”. La expresión asume una cantidad de brazos, dos. Anna no tiene ese lujo y ya no lo tendrá, ninguna prótesis, por muy biónica que sea, puede sustituir a una mano de verdad.

Agarrado a una mano

Anna Tuv y yo hablamos la noche del quinto aniversario del horror de Gorlovka que mató a Kristina y Kira Zhuk. Anna ha acostado a sus hijos y me llama de Sebastopol. Su voz es potente y sonora, una voz capaz de dar un abrazo. La conexión se corta periódicamente. “Anna, lo siento”, me explica. “No puedo estar sentada, no puedo, cuando recuerdo aquello, me muevo e internet se desconecta”.

Anna nació y creció en Gorlovka, durante diez años trabajó en un quirófano, su marido y ella vivían bien, se podían mantener. A Anna y su marido no les interesaba la política, tenían suficientes cosas en qué pensar para ocuparse de lo que hacían las autoridades. En 2013, percibieron Maidan como otra revolución naranja. Anna no acudió al referéndum del 11 de mayo, su marido temía provocaciones. Cuando comenzaron los bombardeos de Gorlovka, Anna y su marido tuvieron miedo y se marcharon a Crimea. En aquel momento, su familia estaba formada por cuatro personas, su hija Milana aún no había nacido. En Crimea, Anna y su familia pasaron todo el tiempo que estaba permitido: 90 días. Volvieron aquel otoño, con la esperanza de que se cumpliera la tregua de Minsk, pero Gorlovka seguía siendo bombardeada cada día y cada noche. En su casa no tenían sótano y el invierno de 2014-2015 fue el pero invierno de los últimos años en Donbass. Fue un momento de ataques sin fin, la batalla del aeropuerto, provocaciones, sabotaje, víctimas, víctimas y más víctimas.

Acostumbrarse a la guerra también es posible, Anna se acostumbró, perdió el miedo. Cada día parecía que no podía ser peor. Hasta el 26 de mayo de 2015…

La hija pequeña, Milana, estaba durmiendo en la casa, mientras que sus hermanos, Katya y Zajar estaban con Anna y su marido Yury en el jardín. Katya acababa de volver del colegio y jugaba en el jardín mientras Anna y Yury regaban las plantas. Milaña dormía en su habitación. Esa ventana es la única que quedó intacta en el bombardeo. “Cuando empezó el bombardeo, corrí a meter a los niños a la casa”, recuerda Anna del peor día de su vida. “Los niños corrieron detrás de mí. También llevaba la jaula con los pollos. Los niños entraron en casa y le dije a mi marido que entrara en casa con los niños. Escuché un disparo que venía en nuestra dirección”.

En Donetsk se dice que no vas a oír el “tu misil” y al resto no hay que tener miedo. Durante años, he hablado con gente que ha vivido bajo las bombas y todo dicen que escucharon los proyectiles. O que no los escucharon, pero que los sintieron. “Corrí a casa y el proyectil explotó cuando cerraba la puerta”, cuenta Anna. “Mi marido estaba en la habitación, lejos de mí. Resulta que yo corrí a casa, pero él pensó que estaba en la calle. Fueron unos segundos. Entonces pareció mucho tiempo, pero fueron unos segundos”. Segundos que separan la vida y la muerte.

Anna y su marido no tuvieron tiempo para agacharse, esconderse o gritar. Yury corrió hacia Anna, abrió la puerta, la cubrió con su cuerpo, que quedó en pedazos sobre ella. Anna recuperó la consciencia en aquella terrible escena, con olor a gas y escuchando un lamento del niño. No recuerda cómo rescató a su hijo, que lloraba agarrando la mano izquierda de su madre. El shock impidió que sintiera dolor, pero miró a su mano y vio que su brazo colgaba de un hilo de piel. Anna curó a Zajar y rescató a Milana. Poco después llegó la ambulancia y Anna comenzó a comprender lo que había pasado, la escena que vería el resto de su vida en su cabeza. “A la izquierda de las escaleras estaba la mitad del cuerpo de Katya y, a su lado, el de Yury. Sin brazos y sin piernas”.

La vida posterior

Durante un tiempo, Anna ni siquiera tenía ganas de vivir, decidió hacerlo solo por sus hijos. “Sabía que me necesitaban. Milana era muy pequeña y el niño tenía tres años”, dice. “Decidí que no tenía derecho a que se me pasara por la cabeza acabar con mi vida. Mi marido me cubrió con su cuerpo para que yo pudiera vivir. Es mi obligación cuidar a los niños en nombre de todo lo bueno que teníamos”. Anna recupera la compostura rápidamente y vuelve a venir a la cabeza. No quería que sus hijos se quedaran sin ninguno de sus padres.

“El dolor físico no era comparable al otro dolor”, recuerda. “El dolor de perder a un hijo o a un ser querido. Apenas sentía dolor físico, solo me importaba lo que estaban sufriendo mis hijos heridos. No pensaba ni en el dolor ni la apariencia. Mi hijo estaba herido. Un año y medio después, Zajar hablaba con su padre muerto, como estamos hablando tú y yo ahora. Le llevé al médico, creía que el niño se había vuelto loco”. Pese a la amputación de su brazo, Anna rechazó tomar calmantes. Su hija solo tenía dos semanas y tenía miedo de intoxicar la leche.

Anna Tuv, con la foto de su marido y su hija en el «regimiento inmortal» en Donetsk

A día de hoy, Anna sigue sufriendo dolores fantasma, pero ha aprendido a controlarlos. “Para superar el dolor, me ha ayudado especialmente la terapia de arte”, cuenta. “Me invitaron a una clase, estaba en un estado mental muy malo, acababa de mudarme a Rusia. Tras la clase, sentí que había cambiado algo. Hacía días que no dormía y ese día, después de esa clase, por primera vez dormí sin parar. Me di cuenta de que plasmar las emociones en un papel ayudaba”.

Cuando se dio cuenta de que esa terapia funcionaba, comenzó a trabajar con niños y otros adultos que habían sufrido amputaciones. Anna trabajó con un campeón paralímpico de natación que había perdido un brazo. Se veía como una mujer guapa, con apariencia de modelo, pero sin un brazo. “La terapia de arte ayuda a personas que han perdido una extremidad, borra la frontera entre la salud y la enfermedad”, explica. “Entre el discapacitado y el sano. Las pinturas que realizan personas discapacitadas son admiradas por todo tipo de personas. La belleza de las pinturas no depende de las características físicas del autor. No me fijo en la apariencia física, quiero ayudar a esas mujeres que han pasado por la misma situación”.

“¿De verdad no te fijas en la apariencia de la lesión?”, pregunto incrédula.

“Sí, es cierto. Perder una mano no fue algo importante comparado con perder a mi marido y a mi hija. La mano no importa tanto. Lo único es que estaba incómoda los primeros siete meses sin una prótesis. A la gente le horrorizaba. Llegamos a Crimea y escuché: mira, una tullida. No tenía una prótesis. En aquel momento, en Donetsk no había ningún sitio para hacer la rehabilitación normal. Toda la rehabilitación era buscar un resultado cosmético. Tenía el brazo hinchado y habían amputado desde un lugar erróneo. Me decían que había que cortar otros diez centímetros del brazo y yo no quería. Pero si no cortaban más, no me podría poner una prótesis. Era un círculo vicioso. Dije que prefería seguir sin una prótesis si lo contrario requería volver a pasar por el dolor del postoperatorio. Pero entonces fui a otro médico que no quería cortar más”.

Todo por su hija

Mucho de lo que hace Anna Tuv lo hace en nombre de su hija muerta. Katya, de 11 años, era una niña preciosa. “A mí nunca me gustó dibujar”, recuerda Anna. “Pero mi hija siempre quería ir a un estudio de pintura. En algún momento, me di cuenta de que estaba cumpliendo su sueño. Su sueño no podría ser más real. Recientemente he participado en una exposición. Mi Katya iba a una escuela de modelos, posaba. Tengo una foto de Katya cuatro días antes de morir, estaba practicando para el día de protección de los niños. Iba a participar en un desfile de moda”.

Anna Tuv es una de las candidatas al Premio Nobel de la Paz de 2019. No tiene ninguna esperanza de que ella, una mujer de Donbass, pueda ganar ningún premio, pero para ella es importante romper el bloqueo informativo. “No es por dinero, lo más importante para mí es llamar la atención sobre la tragedia de Donbass. Que dejen de disparar a la población. Estuve en Italia y dije: ahora estamos hablando de paz, pero en estos momentos están bombardeando los alrededores de Gorlovka. Hay madres que cubren a sus hijos con sus cuerpos porque no tienen un sótano en el que esconderse. Por la mañana, los niños se levantan y juegan con los restos de los proyectiles en el jardín. Pero no soy Obama ni Gorbachov, así que no me van a dar ningún premio”.

En la conversación con Anna, me sorprendió cómo hablaba del premio y de cómo había ocurrido la nominación. Llegó a decirme: “estarán pensando por qué me nominaron a mí. Puede que sea porque tengo la posibilidad de viajar. Tengo un pasaporte y un visado Schengen. Puede que hubieran nominado a otra persona, pero no tenía documentos”. Le interrumpí: “Anna, no te excuses. No es por tu visado Schengen, es por ti. Has perdido tanto que eso sería suficiente desgracia para muchos. Tu historia es real, no es solo tragedia, eres una persona que está dispuesta a luchar por el futuro y por el futuro de sus hijos. Ese es tu poder, no haberte venido abajo al perder a tu hija, tu marido y un brazo”.

“Anna”, pregunto, “¿qué esperas de Rusia? ¿Qué debe hacer Rusia por el pueblo de Donbass?”

“La única vía para las Repúblicas es que Rusia las reconozca”. La voz de Anna empieza a sonar cada vez más fuerte. “Tardarán mucho tiempo en entregar los pasaportes. Hace poco he estado en Gorlovka. Vi a miles de personas haciendo colas por los pasaportes y las colas van muy despacio. La gente espera ahí con sus hijos. Es un desastre. Hombres empujan a mujeres, etc. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que todos tengan su pasaporte? Y eso ocurre en Gorlovka, que aún sufre bombardeos. Cada día hay heridos, el 26 se destruyó la última casa en Zaitsevo. Sí, los pasaportes son un paso importante. Dan la posibilidad de huir y de vivir legalmente en Rusia. Si hubiera tenido esa posibilidad, no me habría marchado de Crimea en 2014. Y los míos aún estarían con vida. Estuvimos allí tres meses, pero cuando llegó el momento, nos marchamos. Si no hubiera habido límite de tiempo, nos habríamos quedado en Crimea. Por desgracia, eso mismo le ha pasado a mucha gente. En estos cuatro años, he viajado por el mundo diciendo que es necesario reconocer las Repúblicas. Esa es mi lucha”.

Anna Tuv es una luchadora. Es espectacular ver a esta mujer joven, una madre sola y con una mano, que lucha por la paz. Cuando el mundo la ve, ¿le escuchan? Al fin y al cabo, no debería solo luchar, sino vivir, sacar adelante a esos niños que milagrosamente han sobrevivido al matadero de la guerra.

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