Artículo Original: Andriy Manchuk
Irina, natural de Jmelnitski, recogía fresas en los campos de Polonia, pero problemas familiares le obligaron a regresar a Ucrania en mitad de la temporada de recogida. Era la segunda vez que participaba en la recogida de la fresa (truskawka en polaco) y, según explica, este año las condiciones laborales han empeorado notablemente. La demanda de trabajadores de Ucrania aumenta, sin embargo, los salarios se reducen de forma significativa a pesar de la buena cosecha. El trato a los trabajadores inmigrantes también empeora.
“Trabajábamos en un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Nowy Dwór Mazowiecki”, explica Irina. “No está muy lejos de Varsovia y allí hay muchos ucranianos en la recogida. Este año, algunas de las empresas organizaron autobuses especiales desde las ciudades ucranianas, los llamamos los autobuses de la fresa. Inmediatamente asignaron un puesto de trabajo y alojamiento. Es verdad que había que vivir allí. Era un cobertizo grande, una cuadra, un edificio agrícola que no está acondicionado para que viva la gente.
En invierno hicieron unas literas para unos veinte, especialmente para nosotros. Había mucha gente, hacía mucho calor, era imposible ducharse, solo se podía con agua de la manguera. Pero no había que pagar. Pero si el año pasado los dueños nos daban de comer, ahora tenemos que pagarnos la comida. Y la comida no es barata, así que la parte del salario que se gasta en la comida no se puede ahorrar».
Los salarios reales de los trabajadores ucranianos ascienden a alrededor de 100 zloty al día, por lo que, al mes, se puede llegar a 600-700 dólares. Es un buen salario para Ucrania, pero los trabajadores tienen que trabajar desde las 6 o 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde. En teoría, disponen de un día libre a la semana, pero la empresa exigía a Irina y sus compañeros trabajar siete días a la semana para evitar perder cosecha. Se vieron obligados a aceptar esas condiciones para no enfrentarse al dueño.
“El año pasado me desmayé dos veces. El trabajo parece sencillo, pero es duro. Tenemos que trabajar, aunque esté diluviando, con botas de plástico y chubasquero. Pero lo peor es el calor, no te puedes esconder del sol. Al final del día estás encharcada, duelen los pies, la espalda. Además, tratan las fresas con productos químicos y muchos de ellos hacen daño a la piel. Por la noche, muchas veces no tienes fuerza ni para cambiarte, te tumbas ahí sin moverte hasta que te dejan de doler la espalda, los pies y las manos. Algunos no se podían mover después del primer día”, recuerda Irina. “Quieren sacar todo lo que tenemos. El año pasado, nos llevaban a trabajar hasta en las fiestas, para que no se perdiera la cosecha. Perdí siete kilos en cuatro semanas”.
“Un chico incluso lloró cuando le hicieron eso”, cuenta la trabajadora de Jmelnitski. “Probablemente esperaba ganar más y es cierto que fue una vergüenza, porque trabajó muy duro. Y no se puede hacer nada cuando el jefe hace lo que quiere”. Sin embargo, según Irina, quien engaña realmente a los ucranianos son las empresas intermediarias que les prometen unos suelos que no son realistas. Los principales son ucranianos que reclutan trabajadores para las plantaciones polacas. Teniendo en cuenta la escasez de trabajadores, que siempre se produce en la temporada de verano de recogida de fresas, literalmente venden a los ucranianos a cambio de una comisión de 100-150 zloty por cabeza.
En estos momentos, la caza de trabajadores está en pleno apogeo. Según lo que informa la prensa polaca, los agricultores del país pueden perder hasta el 40% de la cosecha de fresas y frambuesas si, en las próximas semanas, no se atrae a un mayor número de trabajadores. Para ello, los agricultores han llamado a las autoridades a hacer la vista gorda ante la llegada masiva de trabajadores sin papeles para el trabajo de temporeros en el país y que se deje pasar incluso a quienes carecen de pasaportes biométricos. Porque, hoy en día, los guardias de fronteras de Polonia a menudo impiden el paso a los pasajeros de los autobuses de la fresa bajo pretexto de que carecen de dinero y documentos que confirmen que tienen un alojamiento reservado.
“Los trabajadores de Ucrania tienen que esperar mucho tiempo por los visados y no les dejan entrar en Polonia solo con los pasaportes biométricos porque, según el servicio de fronteras, con esos pasaportes solo pueden viajar de turismo. Mientras tanto, según la ley los dueños de esos pasaportes pueden trabajar en el país hasta tres meses. Ayudaría a la economía de Polonia”, afirmó en la radio polaca el presidente de la Asociación Nacional de Productores de Frutas y Verduras, Andrej Gainice.
Según Irina, la actitud ante los ucranianos empeora gradualmente, a pesar de la importancia de su trabajo. “No puedo decir que haya hablado mucho con los polacos, más con las fresas”, explica Irina. “La barrera del lenguaje crea otros problemas. Pero si en Varsovia nadie nos presta atención, en los pueblos hay una actitud negativa. El año pasado, antes de volver, unos cuantos ucranianos fueron a dar un paseo por la ciudad y unos chicos locales les increparon. Les decían que, si estaban allí para trabajar, se fueran a los campos, que no salieran de allí. Aunque también hay gente que me trató bien, de forma humana”.
Irina Kachenyuk no sabe si volverá a Polonia, ahora tiene que ocuparse de su hermana enferma. Pero no descarta la posibilidad de cruzar otra vez la frontera para recoger cerezas el mes que viene. En cualquier caso, envía más de 4.000 grivnas a casa. Como otros muchos ucranianos, Irina ve la emigración como única posibilidad real de ganar algo de dinero. Ahora en su mente solo cabe pensar en la supervivencia. “A los trabajadores no les interesa la política. Piensas en cómo hacer para no caer. En este punto, no tienes en la cabeza ni a Bandera, ni a Putin, ni Poroshenko, ni a Timoshenko. En la cola del autobús en la frontera, solo se habla de qué ha ocurrido para que todo lo que nos quede sea el infierno de las fresas”.
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