Artículo Original: Denis Grigoriuk
Después de tres meses, vuelvo por una carretera familiar, a lo largo de los molinos de viento medio muertos, hacia Kominternovo. En este tiempo, la situación política que rodea el conflicto ha cambiado de forma significativo. En la prensa occidental se promociona la posible reanudación de las hostilidades. Es normal que el pueblo esté tenso. El ambiente es radicalmente diferente al de la localidad de la mina 6/7 en Gorlovka. La parte sur del frente ha estado en tensión desde el pasado otoño. La situación no ha hecho más que empeorar en los últimos tres meses. El comando ucraniano no ha escondido el hecho de que pretende tomar territorio de la RPD y aislarlo de la frontera con la Federación Rusa.
Nuestro coche avanza por la “carretera” cubierta de nieve. Las comillas no son accidentales, ya que no hay asfalto como tal y ahora la nieve ha cubierto los baches y agujeros. Por motivos evidentes, la carretera aquí no cuenta con mantenimiento. Se puede ver por las huellas el poco tráfico que hay a Kominternovo.
“Si hay un flash, saltamos del coche inmediatamente”, dice el voluntario. Es la solución estándar en caso de bombardeo, ya todo el mundo está familiarizado con ello, pero hay que decirlo otra vez para que no se olvide en caso de emergencia. En una de las últimas visitas, los voluntarios se vieron bajo el fuego. Están seguros de que su coche ya es perfectamente conocido al otro lado del frente, así que llamará la atención de los soldados ucranianos. Tampoco es alentador que nos hayamos cruzado con dos jeeps blindados de la OSCE circulando en dirección opuesta. Aunque a los observadores no les gusta especialmente visitar Kominternovo, su presencia teóricamente da esperanza de que no se vayan a utilizar armas.
Intentamos circular rápido hasta el pueblo. Un coche negro en un paisaje blanco es un objetivo demasiado tentador, así que intentamos no retrasarnos e ir directamente al destino. El invierno en Kominternovo es impresionante: casas destruidas cubiertas de nieve, paredes destruidas, señales agujereadas, restos de pilares que salen del suelo y parecen Grads. En este ambiente, las figuras solitarias de personas mayores que se mueven por el pueblo aparecen de vez en cuando. Me fijo en un hombre mayor que va al pozo con un cubo para sacar agua. Detrás de él hay un edificio vacío lleno de agujeros y sin tejado.
En una casa típica del frente, nos reciben dos mujeres conocidas: la trabajadora social Lyubov Ivanovna y Svetlana, a la que llaman la alcaldesa no oficial del pueblo. Las vimos a finales de octubre, cuando entregamos medicinas. El coche aparca frente a la casa de Svetlana, que limpia la nieve para hacer un camino. Un grupo de gatos aparece detrás de la puerta abierta.
“Sveta tiene 11”, dice Lyubov al ver que nos fijamos en los animales y decide hacer un comentario sobre estos bigotudos habitantes del frente.
“¿Qué voy a hacer con ellos? Tenía uno, bueno, dos. Empezaron a venir más. Todos son tan bonitos”, dice mientras varios gatos le rodean los pies. Uno negro, uno marrón y blanco y otros dos de color pardo. Los animales siempre se aferran a los humanos. Incluso en las trincheras. Se instalan con los soldados y viven con ellos en los refugios, siempre cerca de las fuentes de calor.
“Entrad. No hace falta que os quitéis los zapatos. La nieve no es barro”, nos invita. Las ventanas de su casa, que dan a la parte donde están las posiciones ucranianas, están cubiertas de metal y contrachapado. La fachada de la casa está llena de agujeros. Nos sentamos en una pequeña habitación con un sofá, dos mesas y un armario. En las paredes hay fotos de familiares e iconos. La sala está caldeada y tiene electricidad. Eso me llama inmediatamente la atención, porque a finales del año pasado había problemas con el suministro eléctrico en Kominternovo, ya que un ataque destruyó el transformador. Durante mucho tiempo no pudo ser ni reparado ni reemplazado, pero finalmente se ha logrado encontrar una salida a la situación.
En la mesilla hay una televisión en la que se escucha un programa de la televisión rusa. Reconozco incluso a uno de los invitados, ya que participé con él en un programa la última vez que estuve en Moscú hace dos años. Con la antena puesta, escucho que los invitados comentan los temas más importantes del momento.
“¿Cómo estamos? De momento está tranquilo. Hoy no han disparado, pero lo hicieron ayer. Llegó el camión del pan. Supongo que se dieron cuenta, no sé, y empezaron a disparar con armas ligeras. El conductor se las vio para dar la vuelta al otro lado de la tienda”, cuenta Lyubov Ivanovna. La trabajadora social saca su teléfono y nos muestra imágenes. Una mina cayó en su jardín la semana pasada. La foto muestra el proyectil incrustado en el suelo. Todas las localidades del frente están llenas de imágenes así. “No sé qué es, ¿por qué disparan contra mi casa? Esto es justo después de que llegarais el lunes”, les dice a los voluntarios, que regularmente llevan suministros médicos al pueblo.
Según la mujer, los militares están en máxima alerta. Incluso los residentes intentan no pasar mucho tiempo en la calle. Salen de uno en uno, fundamentalmente a la tienda y vuelta a casa. La última vez que estuve en el pueblo, pudimos incluso charlar con la población un rato en la calle. La población local insistía en que hay que estar más feliz, pero se podía sentir la tensión en el aire. Ahora es diferente y no solo porque hace frío.
Los bombardeos normalmente empiezan sobre las cinco de la tarde, pero hay excepciones, como ocurrió el día anterior o la semana anterior, cuando un proyectil impactó en el jardín de Lyubov. Los drones sobrevuelan regularmente Kominternovo. Pueden lanzar minas desde el aire. Cuando usan mortero, al menos se puede escuchar la “salida” y el sonido al llegar. Al menos hay algo de tiempo para reaccionar, para tirarse al suelo. Los drones son diferentes.
Mientras nos encontrábamos en Kominternovo se producían las conversaciones entre los representantes de los países del Formato Normandía en París. Acordaron una desescalada en Donbass. Las redes publicaban rumores sobre que una posible consecuencia de esta cumbre serían las conversaciones directas entre Kiev, Donetsk y Lugansk. Pero a este rumor hay otra docena que niega esta posibilidad, ya que Ucrania percibe esas negociaciones como “un crimen contra la soberanía”. Sin embargo, en Kominternovo recelan de las noticias sobre las negociaciones sobre Donbass que tienen lugar en otros lugares. Eso significa que el silencio se puede romper en cualquier momento y que puede ocurrir cualquier provocación que no haga más que emporar una situación ya de por sí tensa.
Salimos del pueblo aún más rápido. No podemos olvidar la historia de Jlebovozka, que fue bombardeada el día anterior. Despiden al coche unas pocas personas mayores solitarias que se atreven a salir de casa. La señal de 4G aparece cuando estamos en zona relativamente segura. Miro las noticias, nada especialmente alentador.
No parece que haya nada que vaya a desescalar la situación en este momento. Al contrario, el 26 de enero había información sobre una docena de países que ya han suministrado a Ucrania armas, equipamiento y otros elementos necesarios para una ofensiva en Donbass. No se puede decir que esa “asistencia” favorezca una resolución pacífica al conflicto. 4000 proyectiles de artillería de Chequia que posiblemente caigan sobre las cabezas de la población de Kominternovo, Zaitsevo, Dolomitnoe, Trudovskie, Spartak y otras localidades y pueblos a lo largo de la línea del frente, donde siguen viviendo civiles. ¿Le importan a alguien en Occidente? Lo dudo. Al menos, toda la prensa habla solo de los militares del frente y de los civiles que están dispuestos a unirse a los batallones de defensa territorial para la “guerra con Rusia”. Fue a finales de 2014 cuando hubo una movilización masiva en Ucrania y muchos de los voluntarios se unieron a los batallones voluntarios que fueron a la guerra en Donbass.
Pero lo más importante que Occidente hace por Ucrania es el apoyo informativo. Los periodistas que ya están describiendo escenarios para la “invasión rusa de Ucrania” justificarán los crímenes de guerra de las tropas ucranianas. Aunque ya han creado una cobertura informativa para ello de antemano, alegando el sabotaje con amoniaco, continúan escalando la situación en Donbass. La maquinaria funciona a todas sus revoluciones. La pistola está cargada y, antes o después, tiene que disparar.
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