En los últimos días, Ucrania ha demostrado su capacidad de atacar infraestructuras militares de gran importancia y que se encuentran a gran distancia de la frontera ucraniana. A los ataques del lunes en Ryazan y Saratov se sumó ayer uno más en Kursk, todos ellos en bases de la aviación rusa. Aunque las acciones que parecen no haber causado daños irreparables y difícilmente van a minar la capacidad de combate de Rusia en una guerra que es, fundamentalmente terrestre y de artillería, las explosiones muestran la dificultad de la defensa antiaérea incluso en la retaguardia y deja ver la creciente importancia de los drones en la guerra moderna. Los ataques de esta semana no son nuevos: los aeródromos de Crimea han sufrido un elevado número de ataques con drones, generalmente derribados por unas defensas aéreas en mayor alerta en zonas cercanas al frente que en regiones alejadas de la frontera ucraniana.
Los últimos ataques, que suponen para Rusia una preocupación añadida y crean dudas sobre la capacidad de defender sus infraestructuras militares incluso en la retaguardia, buscan causar pánico, pero quizá también mostrar a sus aliados su capacidad de hacer daño al enemigo utilizando medios propios. El ataque del lunes, por ejemplo, realizado con drones de fabricación soviética, logró dañar varias aeronaves estratégicas en una base importante de la aviación rusa. Estas explosiones coinciden con una nueva ronda de publicaciones que afirman que Estados Unidos, principal suministrador de armas y financiación para Ucrania, continúa limitando las entregas de armamento para asegurarse de que Kiev no disponga de medios con los que atacar territorio ruso. The Wall Street Journal, por ejemplo, ha publicado esta semana que Estados Unidos habría modificado los sistemas HIMARS entregados a Ucrania para impedir que esos misiles de producción estadounidense puedan atacar la Federación Rusa.
En una de sus habituales publicaciones en las redes sociales, Mijailo Podolyak, asesor de la Oficina del Presidente de Ucrania, ironizaba en su estilo habitual con los últimos ataques contra bases militares rusas en la retaguardia, y escribía que “La Tierra es redonda, es algo que descubrió Galileo. El Kremlin no ha estudiado astronomía, dando preferencia a los astrólogos de la corte. Si lo hubieran hecho sabrían: si algo se lanza al espacio aéreo de otros países, antes o después objetos desconocidos volverán al punto de partida”.
Ese es precisamente el razonamiento de Estados Unidos a la hora de limitar la entrega de armamento pesado y de largo alcance con el que Ucrania pueda atacar, como repetidamente deja claro que tiene intención de hacer, territorio ruso. Desde el inicio de la operación militar especial, el rendimiento de las tropas rusas ha sido uno de los temas más debatidos. Solo algunos medios, como The New York Times, capaz de argumentar que el escaso número de bajas causado por los ataques con misiles rusos es signo de su baja calidad, o profesionales del odio como Andrea Chalupa, que argumentaba que, debido a la corrupción, es probable que “también las nucleares estén en malas condiciones”, han dudado de la capacidad de las armas rusas de causar una destrucción mucho mayor de la que han infligido hasta el momento. La lógica, la misma que justifica que Ucrania trate de atacar ahora territorio ruso cuando no lo ha hecho en los anteriores ocho años, que también ha presentado como una guerra contra Rusia, implica que el aumento de ataques ucranianos causará, como ha causado ya, un escalada por parte de Moscú.
De la misma forma que los ataques ucranianos contra el puente de Crimea y otras infraestructuras catalizaron el inicio de la actual campaña contra las infraestructuras ucranianas, un mayor nivel de ataques contra territorio ruso, incluido el territorio de Crimea, posiblemente supondría una respuesta más dura por parte de Rusia. Esa necesidad de mantener controlado el nivel de violencia, evitando no solo que la guerra se extienda al territorio de Rusia o al de la OTAN, sino también el uso de armamento de más potencia, es el argumento principal de quienes quieren limitar las entregas de armamento a Ucrania y también de quienes advierten de la necesidad de evitar que Ucrania trate de recuperar, por ejemplo, Crimea. Un ataque que pusiera en peligro el control ruso de Crimea supondría, sin duda, la necesidad rusa de dar una respuesta dura, hecho que al menos una parte de la administración Biden, fundamentalmente vinculada al sector militar, trata de evitar.
Ayer, en respuesta a una pregunta de la prensa sobre la veracidad de la información publicada por The Wall Street Journal, el jefe de la diplomacia estadounidense, Antony Blinken, sin desmentir o confirmar los datos, dejó relativamente claro el objetivo estadounidense en esta guerra. “Nuestro objetivo es continuar haciendo lo que estamos haciendo, que es asegurarnos de que Ucrania dispone de lo que necesita para defenderse, lo que necesita para luchar contra la agresión rusa, para recuperar el territorio que le ha sido capturado desde el 24 de febrero. Y garantizar también que hay apoyo económico y humanitario para soportar lo que está pasando en el país cada día. Ese es nuestro objetivo”, afirmó Blinken. No debe entenderse en estas declaraciones una apertura hacia la paz. De ser ese el objetivo, Estados Unidos habría presionado a Kiev a aceptar el acuerdo propuesto por Rusia el pasado marzo, que implicaba la retirada rusa de todos los territorios ucranianos más allá de Donbass y Crimea.
En este tiempo, la guerra ha dado a Washington grandes beneficios en forma de presión militar y económica a Rusia, que entre otras cosas ha perdido una parte importante de su peso en el mercado energético europeo, pero es también un riesgo y trata de contenerla en su nivel actual frente al intento de sus proxis de Kiev de una escalada difícilmente controlable. Frente a la narrativa de victoria que presenta Ucrania, que implicaría, no solo regresar a las fronteras del 24 de febrero, sino recuperar fundamentalmente Crimea, el territorio en el que verdaderamente está interesada, Estados Unidos parece centrarse en regresar al stau quo anterior a la intervención militar rusa.
Kiev, que ya no esconde que busca la destrucción de Rusia, la desaparición de la lengua rusa del territorio ucraniano y sigue mostrando su desinterés por la población de Donbass a base de Grads, difiere de esa opinión. De ahí que busque justificar ante sus socios su valía militar a base de estos ataques en la retaguardia rusa, un golpe propagandístico, pero también una forma de exigir más armas y más apoyo.
Ayer, el presidente Zelensky se trasladó a Slavyansk para ofrecer su apoyo a las tropas ucranianas que viven una situación que el presidente calificó de “difícil” en la ciudad de Artyomovsk, una batalla que hace tiempo se convirtió en una carnicería, pero que Rusia no puede permitirse detener si aún aspira a avanzar hacia Slavyansk. A lo largo del día, la prensa mundial tomaba en serio la alerta ucraniana sobre un posible bombardeo masivo ruso como “venganza” por la celebración del día de las fuerzas armadas, un bombardeo que evidentemente no se produjo. Lo que sí ocurrió, en cambio, fue un nuevo bombardeo de la ciudad de Donetsk. Por la tarde, Mijailo Podoliak calificaba a los soldados ucranianos de “estrellas del rock cubiertas de amor y gloria”. Solo ayer por la mañana, esas estrellas del rock asesinaron a al menos seis civiles en la ciudad de Donetsk en una serie de ataques indiscriminados que buscan solo amedrentar un poco más a una población que el Gobierno de Kiev nunca ha entendido como propia.
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