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El frente prioritario

Aunque la cumbre de Ramstein no diera para Ucrania los resultados esperados y ni se confirmara el envío de tanques occidentales ni se haya logrado aún presionar al canciller alemán para autorizar el envío de Leopards alemanes en manos de terceros países, los aliados de Ucrania continúan planificando una ofensiva de primavera que ya han anunciado oficialmente. Por el momento, a la espera de ese material que haría ese intento de ruptura del frente posible, las tropas rusas parecen intentar tomar medidas preventivas en forma de mejorar sus posiciones en la región que más se presta a acciones ofensivas: el frente norte de Zaporozhie, donde el Dniéper no es un factor y la lucha se produciría en campo abierto, un riesgo para la parte que defiende, pero mucho más aún para la parte atacante. Aunque por el momento parece tratarse únicamente de un tanteo, Rusia no solo pretende mejorar sus posiciones, fortificadas a lo largo de los últimos meses en previsión de futuras ofensivas ucranianas, sino romper con el discurso de una victoria ucraniana que los socios de Kiev y su prensa afín pretenden presentar como segura en caso de que se suministre el material necesario para ella.

El pasado diciembre, en una entrevista que buscaba aumentar su perfil y presentar a sus tropas como un ejército fiable en cuya victoria se debía invertir, Valery Zaluzhny afirmó a The Economist que precisaba de “300 tanques, 600-700 vehículos de infantería, 500 obuses”. Con ello, el comandante de las tropas ucranianas veía factible el retorno a las fronteras del 24 de febrero de 2022. Incluso en su arrogancia, que se pone de manifiesto a lo largo de la entrevista, el general ucraniano no aspiraba con ello a reconquistar Crimea, territorio que ahora parece haberse convertido en la prioridad del discurso bélico de Ucrania y sus socios y acreedores.

Mucho se ha hablado sobre cuáles son los objetivos rusos en esta guerra. Más allá de los aspectos geopolíticos y estratégicos de lograr la neutralidad de Ucrania, algo que a día de hoy podría conseguirse solo con la derrota militar de Kiev, Rusia marcó desde el inicio sus objetivos territoriales. La oferta rusa en la cumbre de Estambul, que incluía garantías de seguridad para Ucrania mostraron claramente las intenciones rusas: no se incluía en esas garantías a los territorios de Crimea, parte de Rusia desde 2014, y a Donbass, cuya independencia había sido reconocida por Moscú el 22 de febrero de 2022 y que meses después se anexionaría oficialmente. El rechazo de Ucrania a admitir la pérdida de Crimea hizo inviables las negociaciones de paz y Rusia se vio obligada a reconducir su operación militar especial y también sus objetivos. A lo largo de los meses, Moscú advirtió de que la falta de acuerdo suponía para Ucrania el riesgo a perder más territorios, que se acumularían a esos mínimos que Rusia había marcado en Estambul. La necesidad política de justificar la movilización de reservas que se produjo en septiembre tras el colapso del frente de Járkov provocó la anexión de los territorios de Jersón y Zaporozhie.

En los 11 meses desde el inicio de la intervención militar, pese a las contradicciones y faltas de explicaciones que se han producido en ocasiones, dos han sido los objetivos que Moscú ha planteado como inapelables en términos territoriales: Crimea y Donbass, este último entendido como los territorios de la RPD y la RPL tal y como fueron proclamadas tras los referendos del 11 de mayo de 2014, es decir, las antiguas regiones de Donetsk y Lugansk. Desde septiembre se sumaron a esas dos regiones las de Jersón y Zaporozhie, oficialmente reconocidas como rusas, pero en las que la situación no es equiparable.

La población de Crimea abiertamente se posicionó en marzo de 2014 a favor del retorno a Rusia y no se han producido en estos casi nueve años movimientos proucranianos significativos. Crimea no es para Rusia únicamente el puerto principal de su flota del mar Negro, sino una región considerada parte integral del Estado y cuya población así lo ha aceptado. El caso de Donbass es prácticamente tan claro como el de la península del mar Negro. Aunque las protestas separatistas comenzaron sin el aparente vigor que siempre se vio en Crimea y no contaron con la asistencia de los hombrecillos de verde, la guerra de Ucrania contra Donbass obligó a la población a posicionarse entre el país que ofrecía a la región tanques y artillería en lugar de diálogo o el único que les apoyó durante los bombardeos y el bloqueo económico ucraniano. En la práctica, con Rusia como único país al que mirar en busca de seguridad, no solo militar, sino incluso alimentaria, gran parte de la población y de los ejércitos de la RPD y la RPL ha luchado, más allá de por su supervivencia, también por ser parte de la Federación Rusa, convirtiéndose así en una de las poblaciones a día de hoy más leales a Moscú.

La situación, por el propio desarrollo de los acontecimientos en los últimos nueve años, es diferente en las regiones de Zaporozhie y Jersón, que aunque Rusia trata ahora de recuperar todos los vínculos históricos con Rusia, la Unión Soviética o el Imperio Ruso, han formado parte de Ucrania durante los primeros ocho años del conflicto. La diferencia se ha puesto de manifiesto incluso en el plano militar: mientras que la ciudad de Jersón fue abandonada por las tropas rusas ante la dificultad de luchar por ella de forma efectiva, Rusia solo se ha retirado de localidades de Donbass, por ejemplo de Krasny Liman, cuando no había más posibilidad que hacerlo. Y pese al coste humano y en recursos que supone cada avance en el frente de Donbass, siempre ha sido considerado como principal.

Hace unas semanas, Zelensky se preguntaba por qué Rusia insistía en una batalla que calificaba de locura en Artyomovsk. Como ya ha quedado claro en las últimas semanas, la importancia del sector Artyomovsk-Soledar-Seversk es muy diferente para las partes en conflicto. Imprescindible para Rusia en su objetivo por recuperar todo el territorio de la RPD, no es para Ucrania más que un muro de contención que obliga a Moscú a destinar recursos que pudiera utilizar en otros frentes como, por ejemplo, el de Zaporozhie.

Los últimos acontecimientos confirman algo que ha sido evidente, no solo desde el pasado febrero, sino desde el proceso de Minsk: Donbass es, para Ucrania, un aspecto secundario supeditado políticamente a la integración euroatlántica y territorialmente a la recuperación de Crimea. Esas fueron las dos principales causas de que el proceso de Minsk no tuviera opción alguna de llegar a una resolución política. Por una parte, Kiev temía que la reintegración de Donbass bajo las concesiones de autogobierno local que implicaba Minsk supusiera la presencia de una región con capacidad de movilizar opinión pública y una parte de las élites contra la integración especialmente en la OTAN. Por otra, los acuerdos de Minsk no resolvían “la cuestión de Crimea”, por lo que no podían considerarse una opción válida para Ucrania.

Durante los primeros meses de guerra rusoucraniana, representantes y prensa occidental repitieron la idea de que las sanciones económicas minarían la capacidad de Rusia de librar una guerra larga, por lo que la guerra de desgaste beneficiaba indudablemente a Ucrania. Esta idea ha comenzado a cambiar. Por una parte, Rusia ha demostrado una mayor capacidad de aguante contra las sanciones occidentales y gracias al elevado precio de las materias primas, que ha redirigido hacia otros mercados, ha logrado mantener su nivel de ingresos. Por otra parte, los ataques a las infraestructuras críticas ucranianas no han minado la capacidad de combate de las Fuerzas Armadas de Ucrania, pero encarecen y dificultan el funcionamiento del país, que se ve obligado a utilizar una parte cada vez más importante de sus escasos recursos para cuestiones que no son puramente militares.

Ante la actual certeza de que Rusia será capaz de mantenerse en una guerra de desgaste pese a las dificultades logísticas que minaron su actuación en las primeras fases de la operación militar especial y constatado ya el aprendizaje que han supuesto estos meses de combates, cada vez más voces llaman a un cambio de táctica. Una parte del establishment argumenta que el suministro masivo de tanques, vehículos blindados, vehículos de infantería, armamento antiaéreo e incluso aviación, es decir, un ejército completo, garantizaría esa victoria definitiva en la ofensiva de primavera, que lograría romper el frente hacia Merlitopol y poner en riesgo a Crimea. En esa línea se encuentra también el gobierno ucraniano, que ayer mismo insistía en su línea de los últimos días. Comentando la falta de decisiones en lo respectivo al envío de tanques occidentales a Ucrania para la ofensiva de primavera, Mijailo Podoliak escribía: “Epílogo de la indecisión global. Ayudaréis a Ucrania con las armas necesarias de cualquier manera y os daréis cuenta de que no hay otra opción para acabar la guerra que la derrota de Rusia. Pero la indecisión de hoy está matando a más de nuestra gente. Cada día de retraso significa muerte de ucranianos. Pensad más rápido”.

Sin embargo, incluso algunos de los más firmes defensores de Ucrania aprecian las dificultades de la guerra, que no se limitan a las tropas rusas. Frente al discurso triunfalista que da por hecho que el suministro de tanques pondrá a Ucrania a las puertas de Crimea, una parte del sector militar muestra los matices de esa decisión. El viernes, varios medios occidentales recogían declaraciones anónimas de miembros del establishment militar estadounidense que advertían a Ucrania de no iniciar una ofensiva hasta que Estados Unidos haya suministrado equipamiento para ello y las tropas hayan sido instruidas. Sin cobertura de la aviación, que difícilmente podría participar en tal ofensiva teniendo en cuenta las defensas aéreas rusas, y con una parte de las reservas quemadas en una batalla, la de Artyomovsk, que ni siquiera es estratégica para Ucrania, un intento de ruptura en una zona en la que Rusia espera ser atacada difícilmente puede considerarse una apuesta segura. Y aunque el discurso oficial insiste en las elevadas bajas rusas en Artyomovsk, de forma extraoficial, miembros de la administración Biden afirman a la prensa que la batalla está minando la capacidad de Ucrania de preparar su gran ofensiva. “Ucrania no debe tener fijación por defender la ciudad de Bajmut [Artyomovsk] cueste lo que cueste y en lugar de eso debe utilizar la ventana de oportunidad para preparar una gran contraofensiva contra las fuerzas rusas”, escribió ayer AFP citando a un alto cargo de la administración Biden. Para Ucrania, Donbass no es una prioridad, sino una herramienta a utilizar para conseguir un objetivo.

Por el momento, la batalla en Donetsk, única realmente activa en estos meses, ha servido para Kiev de argumento para exigir un armamento concreto a sus proveedores, pero a medida que esa “coalición de tanques” vaya gestándose, el objetivo volverá a encontrarse en el sur. Frente a Rusia, que busca activamente recuperar el control de Donbass y mantener el resto del frente relativamente estático, las posibilidades de Ucrania de lograr un acuerdo favorable a sus intereses -o una victoria militar completa, algo tan improbable que ni siquiera sus aliados estadounidenses la consideran realista- pasa por avanzar hacia Melitopol y poner en peligro Crimea.

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