Artículo Original: Yulia Andrienko / Komsomolskaya Pravda
Temprano por la mañana, la carga de ayuda humanitaria para Mariupol se prepara cerca de la oficina en el centro de Donetsk. Los paquetes contienen harina, cereales, aceite de girasol, azúcar, carne en lata. Por separado hay medicinas, dulces y agua. Es ayuda que llega de Rusia Justa, que abrió una filial en Donetsk para la protección legal de los ciudadanos mucho antes del reconocimiento de las Repúblicas. “Ahora llegará Sobol con el pan y nos movemos”, dice el diputado del Parlamento de la RPD Alexey Yigulin, al que ahora es raro ver vestido de algo que no sea camuflaje.
Sobol llega y resulta que lo que había entendido como un nombre de guerra de una persona es realmente el nombre de guerra del vehículo. Quienes van en este coche son sables y, en el otro, castores. “Te tendrás que sentar para que podamos cargar el máximo de paquetes en el coche. Vas a ir como si fueras contrabando ilegal”, ríe Yigulin. El mérito del pan recae sobre el diputado de la RPD Vladislav Berdichevsky. Se une también el diputado Sergey Telnij, a quien todos conocemos de Gorlovka. Ahora los diputados tienen más territorio del que ocuparse. Con esta composición de personal, llevan ayuda a Mariupol varias veces a la semana. “Y antes del viaje, tenemos una tradición: hay que cortar la punta para que el viaje vaya bien”. Y me entregan una barra de pan para cortar la punta y comerla.
Subo al coche y me lleno del aroma a pan recién hecho. Hay 700 barras aún calientes en las bolsas. El equipo de Yigulin se pasa en cadena los paquetes de ayuda humanitaria y ponen, unas sobre otras, las bolsas de pan que llegan hasta el techo y me encierran.
Mariupol nos recibe con viento sur y animación. Cerca del hipermercado Metro hay un ruidoso mar de personas. Aquí se puede obtener la ayuda humanitaria rusa, cargar el móvil, recoger agua e incluso ducharse. Al lado hay un mercado espontáneo en el que los dueños de granjas privadas venden las primeras verduras, huevos, bacon. También hay intercambios naturales aquí. La mayor parte de la gente con carros o en bicicleta lleva guirnaldas de botellas.
“Ayer pasé media hora esperando, pero me pude duchar. El agua está templada, no caliente, pero no nos importa”, dice un chico. Cuanto menos tiene una persona, menos necesita; las exigencias proceden de la saciedad. Aquí se acepta todo, aunque a veces haya que esperar tres días por ayuda humanitaria. Seguimos avanzando hacia las zonas a las que no llega la ayuda humanitaria oficial. “¿Dónde hay civiles con hambre aquí?”, pregunta Alexey al militar de uno de los muchos puestos de control. “Aquí hay hambre por todas partes”, responde. “Vale, entonces dónde hay más niños y ancianos”, insiste Yigulin.
El soldado nos muestra el camino a uno de los edificios donde hay muchas familias con niños en los sótanos. Nos advierten que tendremos que dar un rodeo, la carretera está bloqueada. El cementerio de coches, como lo llamamos, y los árboles caídos todavía bloquean la carretera en muchos sitios. Sin embargo, por primera vez desde que vengo a Mariupol, veo servicios públicos, tanto locales como nuestros, de Donetsk. Van vestidos con chaleco naranja, un punto de color en medio de las grises ruinas de la ciudad. Pero incluso las propias ruinas están escondidas por el incipiente verde y brillantes tulipanes crecen en todas partes en los patios. Están aquí pese a todo y el simbolismo es demasiado. Hasta las mismas flores deben de estar atónitas de todo lo que ha pasado a su alrededor esta primavera.
“Lo más importante hoy es impedir una hambruna en los territorios liberados. Incluso en una ciudad tan grande como Mariupol, estamos lidiando con ello todos juntos. Ya podemos decir que no hay amenaza de hambruna aquí. Hay mucho trabajo por hacer: reconstruir las viviendas y las infraestructuras. Pero lo principal es que, con el cese de hostilidades, la vida en paz regrese gradualmente”, explica Alexey. Está rodeado de personas con muchas preguntas: cómo salir, dónde recuperar los documentos quemados, cuándo comenzará la retirada de escombros y, lo más importante, cuándo será reconstruido Mariupol.
“Mi casa quedó destruida por un bombardeo. Es evidente que Ucrania fue quien obligó a las batallas urbanas, pero el bombardeo fue ruso. ¿Quién lo reconstruirá: Ucrania o Rusia”, pregunta un joven.
“No creo que Ucrania te vaya a reconstruir nada”, le contesto.
“El programa de reconstrucción de Mariupol está siendo preparado y será anunciado próximamente. ¿Tendremos tiempo de reconstruir todo antes de que llegue el frío? Es una pregunta difícil. Sé que la reconstrucción comenzará por los edificios menos afectados y que los quemados serán derribados y se construirán nuevos”, contesta Vladislav Berdichevsky.
Lo más difícil es avanzar. En cuanto nos acercamos a la puerta de la siguiente dirección, quienes han llegado tarde se abalanzan sobre nosotros después de ser advertidos por sus vecinos. “Gracias, hijos. Que dios os bendiga”, dice una mujer casi sin aliento al recibir su paquete de manos de Alexey a través de la ventanilla del coche.
“Alexey, ¿cómo te tratan los civiles?”, le pregunto.
“Nunca he tenido que enfrentarme a una reacción negativa. Al contrario, la población agradece nuestra ayuda. No olvidemos que Mariupol, como otras ciudades y pueblos de Donbass, participó con nosotros en el referéndum de 2014. Aquí está nuestra propia gente”, responde.
Puede que esta sea la diferencia entre que propios y ajenos, que nadie les reprochará haber pagado impuestos para financiar ATO durante ocho años y que la mayoría se haya mantenido en silencio sino que se les alimentará y se les llevará agua. Esto es lo primero, todo lo demás vendrá después.
“Deberíais ver cómo dejaron nuestras casas los azovtsi. La gente se agolpaba en garajes y sótanos y tiraron nuestras puertas. Si no las podían abrir, las volaban con dinamita. Como cucarachas, se infiltraron en nuestras casas. Se llevaron todo: el ordenador, incluso el medidor de tensión. Se llevaron todo de los armarios, buscaban ropa para cambiarse”, cuenta una de las mujeres.
“Estos europeos me han dejado un desastre, hicieron sus necesidades en medio de la habitación porque los baños ya se habían desbordado. No puedo ir al piso así, es asqueroso”, añade su vecina.
Hay decenas de miles de testimonios similares sobre cómo las tropas ucranianas se escudaron detrás de la población civil, colocaron posiciones de tiro en pisos y utilizaron una crueldad animal: quemaron casi todos los pisos ya en retirada, solo por venganza.
Repartimos paquetes en diferentes direcciones, pero no llega para todos. Alexey promete volver y la gente le entrega listas de medicinas. Llevamos muchas, pero a veces la población tiene necesidades específicas que no son fáciles de cubrir incluso en tiempos de paz.
En uno de los cruces, Yigulin ve a militares conocidos. Hace dos semanas y media aquí aún había batalla y estos chicos ayudaron a evacuar a civiles bajo el fuego. Ahora aquí está tranquilo. Y recuerdo la honorable misión por la que me preguntó Liudmila Rozhnova, la profesora de historia del Colegio Número 26. Sus estudiantes escribieron cartas a los militares y caminaron desde Kuzbass hasta nosotros, hasta Donetsk, durante veinte días.
“Dónde: a Donetsk. A quién: a un soldado”. Alexey le entrega la carta a un militar. Lee y sonríe. “Qué bonito y sincero es el apoyo de los niños. Que estudien bien y nosotros liberaremos no solo Donbass sino toda Ucrania de los fascistas”, dice el barbudo militar con nombre de guerra Malina. Al ver nuestros coches, los niños corren. Son los que más rápido se han adaptado y prácticamente han olvidado el hábito de la tecnología. Andan en bici, juegan con los animales y entre ellos por las ruinas. Que jueguen y se ensucien a sí mismos y la ropa. Alexey les da unos caramelos. Entonces nos acordamos de que los profesores de Donetsk nos han dado, entre otras cosas, unas cometas. Probablemente sean más exóticas aquí que los tulipanes. Pero que a partir de ahora sean lo único que vuela en el cielo sobre Mariupol.
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