La guerra del gas

Artículo Original: Alexey Zotiev

La construcción del gasoducto Nord Stream-2 se ha completado. Lo anunció el 10 de septiembre Alexey Miller. El gasoducto contiene dos filas de tuberías con una longitud de 1200 km. La capacidad combinada de las dos líneas del Nord Stream-2 es de 55.000 metros cúbicos de gas al año. Por lo civil o por lo penal, los rivales geopolíticos de Rusia han conseguido retrasar en más de un año un medio la finalización de la construcción, pero en los próximos días, el gasoducto completado comenzará a operar.

Como era de esperar, el primer país en reaccionar a esta buena noticia ha sido Ucrania. El liderazgo de este país antaño amigo, insiste en que la puesta en marcha del nuevo gasoducto amenaza directamente su seguridad nacional. Kiev insiste también en conseguir garantías internacionales por escrito en caso de que la Federación Rusa abuse del Nord Stream-2.

Es lo que exigió el 10 de septiembre Andriy Ermak, jefe de la Oficina del Presidente, en la conferencia YES Brainstorming. “Tanto durante la reunión con la canciller Merkel como durante la visita del presidente Zelensky a Washington, escuchamos, especialmente de parte del lado americano, que se tomarían pasos concretos si llegara la hora H. pero aún estamos esperando que se plasmen en un papel”, afirmó.

¿A qué hora H se refiere Ermak y cómo puede el gasoducto, diseñado fundamentalmente para garantizar la seguridad energética de toda una serie de países de la Unión Europea, amenazar a Ucrania?

Las autoridades ucranianas han promovido repetidamente la idea de que Rusia construía el Nord Stream-2 exclusivamente para, posteriormente, desviar el gas por esa tubería y atacar al país vecino sin que eso conllevara consecuencias para su propia economía. Según esa teoría, solo el tránsito de gas a través de Ucrania impide a Rusia no anexionarse el país. Así que, siguiendo la lógica oficial de las autoridades ucranianas, Rusia atacará Ucrania en cuanto expire el actual contrato de tránsito de gas en 2024.

Kiev miente. A día de hoy, cualquier persona mínimamente razonable comprende que, si, hipotéticamente, Rusia planeara atacar Ucrania, el mejor momento para esa acción habría sido 2014. Así que no es un ataque de Rusia lo que teme el Gobierno ucraniano sino algo diferente.

Es muy simple. Ucrania necesita dinero ruso: dinero procedente del Estado agresor. Al mismo tiempo, Zelensky, que hace solo unos días pregonaba desde una alta tribuna que el “gas ruso es el más sucio” refiriéndose al daño que el combustible ruso hace al medio ambiente, ahora no imagina cómo va a vivir Ucrania cuando el gas ruso vaya a Europa por otro camino.

El tránsito de gas ruso a través de Ucrania había dado a Kiev dos oportunidades al mismo tiempo. La primera era la ocasión de ganar dinero y la segunda, la posibilidad de lograr un descuento en la compra de gas, que el país necesita para cubrir sus necesidades domésticas, aprovechándose de que Rusia dependía del sistema de tránsito ucraniano.

Con la desaparición del tránsito de gas ruso a través de Ucrania, sus autoridades perderán la posibilidad de regatear los precios del gas y se verán obligados a adquirirlo a los precios con los que Rusia vende a Europa. Y Kiev no está acostumbrado a ello, ya que desde 1993, las autoridades ucranianas llevan, a las buenas o las malas, buscando la forma de conseguir beneficios, todo ello aprovechándose únicamente de la cierta dependencia rusa de los gasoductos ucranianos.

Los motivos de las constantes plegarias de Ucrania a la comunidad internacional se deben, no a la posibilidad de agresión rusa, sino a factores puramente económicos. La misma esencia de esas plegarias es absurda. Ucrania exige que Occidente obligue a Rusia a usar un sistema de tránsito anticuado y pague unas cantidades considerables por ello. ¿Por qué no intentar también obligar a Rusia a comprar sartenes de hierro ucraniano y en cantidades garantizadas?