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Alto el fuego, Batallon Aidar, Bombardeos, Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, Intercambio prisioneros, LPR, Lugansk

Crónica de un intercambio de prisioneros

Original: Denis Grigoriuk

Nunca antes había estado en Lugansk. No había tenido ocasión de visitar el Lugansk ucraniano, pero el destino me dio la oportunidad de dar un vistazo a la capital de la República Popular de Lugansk.

216801_600Nos dirigimos al intercambio de prisioneros entre la RPD/RPL y Ucrania. El intercambio debía haberse producido el 16 de octubre, pero ante la falta de acuerdo había quedado pospuesto,  forzando a los prisioneros a esperar otras dos semanas más por su libertad. Pero lo primero es lo primero.

La recogida se produjo en el antiguo edificio del SBU en Donetsk. El lugar se ha convertido en un mito, especialmente para los amigos de hablar de torturas en la RPD. Los propagandistas ucranianos no pierden la ocasión de repetir las habituales historias de las torturas rusas en el sótano del SBU. Aquí tuvimos la oportunidad de charlar con los prisioneros ucranianos, que tenían un aspecto mejor que bueno. Era la primera vez que acudía a un intercambio de prisioneros, pero las fotografías de milicianos torturados habían creado cierta imagen de lo que es estar preso. Esos mismos prisioneros del “sótano de Donetsk” se asemejaban más a presos comunes que a prisioneros de guerra a los que los malvados separatistas han intentado sacar información.

Me sorprendió aún más saber que uno de ellos era miembro del batallón Aidar, conocido por su crueldad. El batallón ganó notoriedad debido al sadismo con el que trataron a la población civil en el territorio que controlaban. Además, el miembro del batallón Aidar es natural de Lugansk. No es necesario hablar de su educación moral, es suficiente decir que abandonó con facilidad a su familia, que debió encontrarse bajo el fuego de artillería de su despreocupado hijo. Respondió con indiferencia a las preguntas de los periodistas. Era evidente que el chico no se arrepiente de nada y que no tardará en abandonar la vida civil para regresar a las filas del batallón de la Guardia Nacional para continuar con sus negocios sucios.

Salimos de Donetsk en una columna. El vehículo en el que viajaban los prisioneros iba acompañado por otros vehículos de apoyo y el vehículo personal de la defensora del pueblo de la RPD Daria Morozova. Tras ellos se extendía una fila de coches con periodistas, principalmente rusos. Solo dos colegas y yo representábamos a la República.

A lo largo del viaje, pudimos disfrutar de las espectaculares vistas de la región de Donetsk. El clima fue mágico: la extraordinaria belleza de las nubes flotando en el cielo azul, el sol calentando los campos tras el frío de la noche y ni siquiera el viento se atrevía a molestar al sol. Llama la atención la vista de la estepa de Donetsk y es difícil no admirar los campos, las colinas. Aquí ya reina el otoño. Los campos se han vuelto amarillos, las hojas de los árboles han pasado de verde a un color dorado. Pero no todo ha cambiado, así que aún quedan campos verdes. Creo que muchos no apreciaban nada de esto antes de la guerra, pero ahora disfrutan de las imágenes de diferentes fotógrafos y se sienten orgullosos de su tierra. Por desgracia, ha sido necesaria una guerra para despertar esos sentimientos.

Llegamos a Lugansk. Entramos a la ciudad por el sur. Por el camino, no se aprecian excesivos daños. La batalla tuvo lugar al norte, así que el ejército ucraniano no ha tocado esta zona. La población podía escuchar los sonidos de la guerra, pero los proyectiles nunca llegaron hasta aquí. Las heridas de la guerra son evidentes a medida que nos acercamos al centro de la ciudad: casas destruidas, completamente quemadas, restos de las paredes de viviendas residenciales o edificios administrativos. En el caliente verano de 2014, la población vivió aquí momentos durísimos: sin agua o luz y con bombardeos masivos diarios e incursiones de la aviación ucraniana. Un año después, la población recuerda con horror esos tiempos, pero ha aprendido a vivir de nuevo.

Llegamos al lugar en el que se encontraban detenidos los prisioneros de guerra ucranianos en la RPL. Les esperamos. Un grupo de periodistas locales ya trabajaba en el lugar mientras un grupo de lánguidos chicos esperaba nuestra llegada para comenzar el intercambio. Entre el grupo de reporteros, me llamó la atención un joven. Vestía pantalones de camuflaje, botas de combate y un jersey. Tenía un aspecto perfectamente normal, jamás habría pensado que fuera uno de los prisioneros. Había estado charlando tranquilamente con una joven periodista. Sin querer, me convertí en testigo de su conversación.

La periodista preguntó al soldado de donde era, por qué había venido a la guerra y cómo había sido capturado. Me resultó mucho más interesante la pregunta sobre si se arrepentía de sus actos. No se arrepentía de nada en absoluto. El soldado estaba convencido de que había cumplido con su obligación con el país. Pero había fracasado. Solo se arrepentía de haber sido capturado. Salvo por ese detalle, podía decir que había protegido a su patria. No sabía que en Járkov existiera gente así. Pero en todas las familias hay alguna oveja negra.

Se reunió a todos los prisioneros y continuamos hasta el último puesto de control de la RPL en la ciudad de Schastye. Allí, se pidió a los periodistas que abandonáramos nuestros vehículos personales y subiéramos al autobús en el que viajaban los prisioneros o a la ambulancia. El autobús estaba lleno. Me recordó a un viaje en transporte público en plena hora punta.

216556_600El intercambio tuvo lugar en el punto sobre el río Seversky Donets. Al principio no se veía a nadie. Antes de salir, los militares se adelantaron para comprobar el terreno. Hasta que todo estuviera claro, nadie podría salir del autobús. Dimos la vuelta, por si el intercambio fracasaba y teníamos que abandonar la zona rápidamente. Por la ventana trasera podíamos ver el proceso de negociación entre los representantes.

No fue duro, una simple conversación entre dos personas. Dos enemigos declarados que en cualquier momento estarían dispuestos a lanzarse a la yugular del otro. Antes habrían sido capaces de sentarse a beber vodka, discutir y después seguir cada uno por su lado. Eso era posible antes de la guerra. Ahora parece algo increíble sacado del género fantástico.

El oficial del ejército de la RPL dio la señal de que era posible liberar a los prisioneros, aunque para eso primero tenía que salir la horda de periodistas. Los ucranianos debieron sorprenderse al ver a tanta gente saliendo del pequeño “Bogdan”.

Era el momento de las negociaciones entre los encargados de ambas partes. Cotejo de las listas, negociaciones, clarificaciones. El intercambio llevó su tiempo. Las listas coincidían y era evidente la alegría de los prisioneros al volver a casa. Pero no hubo tiempo para más. El ejército nos pidió que subiéramos al autobús lo antes posible para alejarnos del intercambio lo antes posible. El ejército ucraniano podría disparar contra nosotros en cualquier momento. En guerra todos los métodos son posibles. Qué más se puede decir. Conocemos los trucos del enemigo y no lo sabemos por rumores.

Por un momento no me di cuenta de que los ya exprisioneros habían tomado asiento. Se habían perdido entre tantos periodistas. Gritaban “ya estamos en casa”. La alegría no solo se veía en sus caras, sino que la transmitían. Quise disfrutar del momento con ellos, las emociones más sinceras que había visto nunca. Eran emociones comparables a las de la alegría de un niño al recibir un regalo de Año Nuevo, solo que mil veces más intenso.

Los chicos tuvieron que vivir durante diez meses en las mazmorras del SBU. Destacaba especialmente uno de ellos. Estaba sentado y sin ninguna emoción, miraba por la ventana. Era todo lo contario al resto, una completa ausencia de emociones. Tenía un ojo de cristal. Al mirarlos, no se veía vida. Tengo la sensación de que ha perdido la ilusión por vivir. No pensaba en nada. Estaba sentado y simplemente miraba por la ventana. Empecé a sacar fotos. Grabé una parte. La cámara sacaba fotos con rapidez. Sus párpados empezaron a pestañear al eco de la cámara. En todas las fotos aparecía con los ojos cerrados. Paré y le observé un rato. Pestañeaba a menudo, al margen de la cámara. Tengo la impresión de que no podía controlar el proceso, que era algo nervioso.

Regresamos al puesto de control de la RPL. Ya podíamos relajarnos y salir del autobús. Tras nosotros salieron los prisioneros. Los periodistas, como buitres, se lanzaron con sus preguntas contra los pobres chicos. Los prisioneros liberados se perdieron entre las cámaras. Entre la gente, vi al chico del autobús. Le estaba entrevistando uno de los canales de la televisión rusa, así que escuché que el SBU le capturó en su propia casa hace diez meses. No era un soldado, era un simple civil. Pero la inteligencia ucraniana sospechaba que colaboraba con los terroristas. Pudo contactar con su familia una sola vez. Estuvo preso diez meses. Y ahora estaba siendo liberado. Ya no era un prisionero. Pero el prisionero no le ha liberado. Quién sabe si lo hará alguna vez.

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