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Propuestas de «paz»

Después de meses de exigir una comunicación directa con China, segunda potencia mundial y actualmente uno de los principales aliados de Rusia, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky logró su ansiada conversación telefónica con Xi Jinping. No se trató de una visita a Kiev, una imagen con la que el Gobierno ucraniano sueña para poder utilizarla como argumento para insistir en su discurso de aislamiento internacional de la Federación Rusa, pero la conversación ha sido presentada como un paso importante. Sin embargo, las diferentes posturas políticas y el posicionamiento ante la guerra han marcado el análisis sobre los resultados de la conversación y las implicaciones de futuro. Optimistas de diferentes tipos han querido ver en la conversación una apertura de Kiev a la posibilidad de diálogo o, al contrario, una posibilidad de conseguir de China una postura menos prorrusa.

“Al contrario que Occidente”, explicaba la BBC en su breve texto sobre la conversación entre los presidentes de China y Ucrania, un indicador de la importancia de la reunión virtual, “China ha buscado presentarse como neutral hacia la invasión rusa”. Pese a las informaciones filtradas por los gobiernos occidentales a la prensa hace unos meses, no ha entregado a Rusia armamento y es probable que nunca valorara siquiera hacerlo. Ese discurso, que desapareció de los medios con la misma rapidez con la que apareció, siempre pareció una idea existente solo en las mentes de quienes la filtraron. Aun así, cumplió con su objetivo: Occidente pudo utilizarla para “advertir” a China de las consecuencias políticas y diplomáticas que tendrían esas entregas y posteriormente logró jactarse de haber obtenido las promesas chinas de no enviar armamento a Rusia, algo que posiblemente nunca pensara hacer. En el juego diplomático que rodea directa e indirectamente a la guerra en Ucrania, Occidente tampoco ha sido nunca un actor neutral. No lo es ahora, cuando se apoya en la superioridad moral de defender al más débil, que ha sido agredido por una potencia militar, política y económicamente superior, pero tampoco lo fue antes de que el 24 de febrero de 2022 las tropas rusas intervinieran extendiendo a todo el país la guerra de baja intensidad que hasta entonces se limitaba a Donbass.

En su conversación con el presidente Xi, Zelensky no logró ni una condena de la guerra ni que China se desviara del camino marcado por su postura en los últimos meses. El mensaje más claro que se puede extraer de la conversación con el presidente ucraniano es que China se mantiene “en el lado de la paz”. El mensaje es coherente con la actuación china a lo largo del último año -y también de los últimos nueve años- y, sobre todo, con su hoja de ruta para la paz presentada días antes de la visita de Xi Jinping a Moscú.

Pese a la evidente falta de resultados, ya que Kiev no consiguió extraer frase alguna que poder presentar como un apoyo explícito a la postura ucraniana o una condena a Rusia, tanto Ucrania como sus aliados intentan presentar la conversación como el inicio de un proceso que les favorece. “Hablé con el líder de China”, afirmó Zelensky tras la llamada telefónica, que definió como “larga y bastante racional” para posteriormente centrarse en el mensaje principal. “Suele decirse que tales conversaciones abren oportunidades. Ahora existe la oportunidad de dar un nuevo impulso a nuestras relaciones: Ucrania y China”. En los últimos nueve años, como en los anteriores, el interés de Beijing en Ucrania ha pasado por mantener las relaciones comerciales, que se mantuvieron pese a la legislación anticomunista ucraniana, que no fue obstáculo para el intento chino de adquirir la empresa estratégica Motor Sich, que Ucrania trataba de privatizar. La intervención estadounidense, concretamente de John Bolton, impidió la venta cuando el proceso se encontraba ya relativamente avanzado, un episodio que la prensa occidental parece haber olvidado en su análisis sobre la postura china ante el Gobierno de Ucrania y las “oportunidades” de reclutar a Beijing para el bando occidental.

Con cualquier postura favorable a la búsqueda de una solución diplomática a la guerra, condenada como imperdonable neutralidad o equidistancia, la postura de China está siendo presentada como un apoyo prácticamente explícito a Rusia. En su reciente visita a Beijing, Lula da Silva, buscó el apoyo chino a su intento de poner fin a la muerte y destrucción que está causando la guerra trasladando el conflicto militar al plano diplomático. Como era de esperar, el presidente brasileño obtuvo el apoyo de Beijing, cuyos intereses se alinean con esa postura. Sin embargo, ese empuje a la diplomacia, retorcido por oficiales y medios occidentales como una propuesta que favorece a Moscú -e indirectamente a Beijing, oponente político y económico real de Estados Unidos y sus socios junior europeos-, ha obligado a Lula da Silva a condenar nuevamente la invasión rusa, algo que Brasil había hecho ya con su voto en las Naciones Unidas. La búsqueda de un proceso de negociación para buscar una salida dialogada al conflicto -no solo a la guerra- no ha de ser considerado como una postura prorrusa o incluso neutral. Aun así, toda declaración favorable a la paz, es condenada como una concesión imperdonable a los intereses de Moscú.

“Es necesario parar. La gente está muriendo y no hay interés en hablar de paz”, ha declarado el presidente brasileño durante su visita a España, que ha coincidido con la salida hacia Ucrania de los tanques Leopard prometidos a Kiev. El discurso de Lula da Silva sobre la necesidad de paz cae en saco roto en un país como España, donde tanto las autoridades como la prensa generalista se alinearon rápidamente con las posturas más atlantistas y beligerantes ante el conflicto. Quizá la declaración más representativa del estado de las relaciones internacionales en relación con la guerra rusoucraniana que se ha producido esta semana sea la del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, que a pesar de calificar de “positivo” que el presidente brasileño se involucre en la búsqueda de la paz, afirmó que tanto España como Brasil desean lo mismo, una paz duradera y justa, pero añadió que existen “matices” entre las posturas de ambos países.

En otras palabras, aunque el objetivo es aparentemente el mismo, el bloque atlantista y el bloque favorable a la negociación difieren en la forma en la que ha de lograrse la paz. Mientras los segundos abogan por la negociación y por dejar de lado declaraciones altisonantes y absolutas que en nada favorecen al diálogo ni a la consecución del objetivo, los primeros lo han apostado todo a la opción militar.

Es el caso también de Emmanuel Macron, a quien estos últimos días se ha vinculado a las propuestas de Lula da Silva sobre una solución negociada. A medio camino entre la postura que lidera da Silva, y que es también la de Xi Jinping, y el maximalismo de Kiev y sus socios más radicales, que solo se conformarán con la derrota militar completa de Rusia, el presidente francés ha dejado clara su posición: la contraofensiva ucraniana debe infligir el daño suficiente para obligar a Moscú a negociar en una posición de debilidad en la que no tenga más opción que someterse al dictado de Kiev. Eso sí, es improbable que, en ese caso, Rusia fuera a aceptar cruzar algunas líneas rojas, la más clara de las cuales es la renuncia a Crimea.

Con más guerra como apuesta única para poner fin a la guerra, el bloque atlantista no renuncia a desacreditar a las posturas pacifistas o negociadoras ni a presionar a Beijing en busca de una postura abiertamente proucraniana. “Creo que es importante también que China tenga una mejor comprensión de las perspectivas ucranianas”, afirmó en su rueda de prensa en Kiev Jens Stoltenberg. Es improbable que China no sea consciente de la situación en Ucrania, de la actuación tanto de Moscú como de Kiev y sus socios durante el proceso de Minsk o del papel de Occidente en al prolongación de la guerra en Donbass o de las interferencias para impedir acuerdos como el de Motor Sich. Sin embargo, los oficiales occidentales continúan tratando de sembrar discordia entre Moscú y Beijing utilizando a Ucrania como simple herramienta, posiblemente conscientes de que no hay, a corto plazo, ninguna posibilidad de que la mediación china pueda dar lugar a una negociación.

Como era de esperar, durante su conversación con Xi Jinping, Volodymyr Zelensky trató de lograr el apoyo de China a su “plan de paz” de doce puntos, una propuesta presentada hace unos meses y que busca recuperar la integridad territorial de Ucrania según sus fronteras de 1991 por medio de la rendición unilateral de Rusia. Para disgusto de quienes han querido ver en las palabras de Zelensky sobre lo positivo de la posible mediación china en busca de la paz una voluntad de negociación, el primer ministro Shmygal insistió nuevamente en cuáles son las condiciones de Ucrania para iniciar un proceso de diálogo. Al igual que ocurría en los años del proceso de Minsk, el prerrequisito de Kiev es la retirada de las tropas rusas, es decir, la rendición unilateral y voluntaria de Rusia. Esa capitulación habría de producirse al margen de la opinión de la población de aquellas regiones que explícitamente han dejado claro que no desean volver bajo control de quienes les hicieron la guerra sin siquiera declararla o cortaron el suministro de agua para destruir su agricultura y obstaculizar al máximo su vida diaria.

“Es fundamental que la voz del país agredido sea escuchada y que su propuesta sea tenida en cuenta”, afirmó en su crítica a Lula da Silva el presidente del Gobierno de España Pedro Sánchez. Sin embargo, esa postura no se extiende, por ejemplo, a la población de Donbass, agredida e ignorada durante años sin que los países que ahora presentan a Ucrania como la portadora de la verdad y la razón absoluta se molestaran en exigir a sus aliados de Kiev que cumplieran con los acuerdos firmados para poner fin la guerra. Como ahora, también durante los años de guerra en Donbass, la paz siempre quiso decir la victoria unilateral e incondicional de Ucrania. En este contexto, cualquier propuesta de paz o intento de negociación no puede, pese a sus buenas intenciones, lograr resultado alguno.

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