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Armas, Crimea, Donbass, Ejército Ucraniano, Rusia, Ucrania

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Este fin de semana gran parte de la prensa occidental se ha hecho eco de las palabras del ministro de Defensa de Ucrania, Oleksiy Reznikov, que afirmó que los preparativos para la contraofensiva ucraniana se encuentran en su fase final. A pesar de que ha pasado apenas una semana desde que el Gobierno de Kiev repitiera que precisaba de diez veces más asistencia militar de la prometida por los países occidentales, la afirmación de Stoltenberg de que ha sido entregado ya el 98% del equipamiento comprometido parece haber causado un inmediato cambio de discurso. Como proxy, Ucrania, pese a intentarlo, no posee aún la capacidad de la que se jacta de marcar los tiempos y presentar sus exigencias. Sin embargo, ni la visita del secretario general de la OTAN ni la constante insistencia de la prensa en la futura ofensiva ucraniana han de ser considerados prueba del deseo unilateral de los países occidentales de empujar a Ucrania a una ofensiva que no desea o que no considera el camino correcto.

Algo similar ocurrió hace un año, cuando se produjo la ruptura definitiva de las conversaciones políticas con las que Rusia y Ucrania trataron de lograr un acuerdo diplomático para poner fin a la guerra y al conflicto. Durante meses, y en parte gracias a la actitud de Boris Johnson, se argumentó desde ciertas posturas favorables a la negociación que fue la intervención occidental la que impidió que se produjera un acuerdo o que, cuando menos, continuaran las negociaciones. Esa teoría, a la que se ha adherido también parte del establishment ruso, ha servido para exculpar al mando ucraniano del sabotaje de las negociaciones y ha permitido presentar una imagen distorsionada de la guerra en la que Kiev es solo un títere sin capacidad de decisión ni de intereses propios.

En estos doce meses que han transcurrido desde la ruptura de las negociaciones, Ucrania ha tratado de prepararse para mantener los territorios bajo su control y recuperar aquellos bajo control ruso. En la primavera de 2022, cuando comenzó a hacerse evidente en lugares como Guliaipole (región de Zaporozhie) que la ofensiva rusa había perdido potencia, Ucrania comenzó a hablar de su contraofensiva en Jersón. Durante meses, mientras desde la parte rusa se aseguraba que la ciudad de Jersón estaba protegida, los ataques ucranianos se centraron en hacer imposible el suministro de las tropas rusas al norte del Dniéper. La destrucción de los puentes, la dificultad del terreno y la inferioridad de efectivos hizo finalmente que Rusia constatara esa realidad y se retirara de los únicos territorios de la margen derecha del Dniéper, incluida la ciudad de Jersón, única capital regional de Ucrania bajo su control, sin luchar por ella. Dos meses antes, mientras las tropas rusas esperaban la ofensiva en Jersón, una rápida maniobra ucraniana hizo a Rusia abandonar precipitadamente los territorios bajo su control en Járkov, una pérdida estratégica especialmente en lo referente al frente de Donbass.

Ambas ofensivas, que finalmente lograron su objetivo al menos parcialmente -Ucrania no consiguió capturar Kremennaya y Svatovo en la RPL, con lo que habría conseguido fracturar el frente en su lugar más vulnerable- muestran que los intereses ucranianos y occidentales estaban alineados y que no hubo una aceleración de los tiempos para satisfacer las exigencias de sus socios. Aunque durante semanas se habló de la necesidad de Ucrania de mostrar a sus patrones occidentales su capacidad de recuperar territorio y derrotar localmente a las fuerzas rusas para garantizar que el apoyo militar, económico y financiero continuara, no hubo precipitación y el ataque en la región de Járkov no comenzó hasta que se dieron las condiciones que facilitaban una victoria rápida.

Pese a repetirse actualmente la idea de que Ucrania precisa de un ataque para garantizar que la asistencia occidental no decaiga, ese argumento es aún más cuestionable ahora. La maquinaria de asistencia económica de la Unión Europea prevé un flujo constante de créditos y subsidios para los próximos meses y los movimientos de la industria militar de los países de la OTAN apuntan también a previsiones de suministro a medio y largo plazo. Y pese a las constantes filtraciones -fundamentalmente a Político, medio bien posicionado con la administración Biden- para instalar en el espacio informativo que Ucrania no tiene tiempo que perder, todo indica que esta ofensiva que Kiev no deja de anunciar lleva meses preparándose y que responde a los intereses tanto de Kiev como de Washington.

Sin duda, Ucrania precisa de movimientos ofensivos para justificar, no la continuación de la asistencia, pero sí las promesas de entrega de grandes cantidades de munición y armamento pesado. Tanto Washington como Kiev han considerado también perjudicial la posibilidad de congelar el conflicto o de pactar siquiera un alto el fuego temporal. Frente a lo ocurrido durante la guerra de Donbass, ni siquiera la intervención del Papa en busca de un alto el fuego de apenas unos días para celebrar la Pascua ortodoxa hizo posible que se llegara a plantear esa posibilidad. Y aunque la posibilidad de paz o la idea del día después de la guerra se menciona con cierta frecuencia -nadie quiere encasillarse en un papel de agente de la guerra eterna-, la maquinaria militar continúa engrasándose para la reanudación de las hostilidades a gran escala.

En su anuncio del viernes, Oleksiy Reznikov afirmó que solo falta una mejoría de las condiciones del clima, que afectan al estado de la tierra y a la posibilidad de movimiento del equipamiento pesado, y la orden de ataque. Curiosamente, días antes, uno de los informes de la inteligencia británica alegaba que Rusia utilizaba el argumento del clima y el estado de la tierra para justificar la inexistencia de una ofensiva rusa (que en realidad solo predijeron los medios occidentales, que llegaron a publicar mapas con posibles direcciones de ataque sin que hubiera indicio alguno de que Rusia se preparara para algo diferente a la defensa de sus posiciones).

Sin embargo, y pese a las palabras de Zelensky, Reznikov o Podoliak, que han presentado la ofensiva ucraniana como inevitablemente victoriosa, los últimos meses han visto también un creciente escepticismo sobre las posibilidades de Ucrania de cumplir sus objetivos. Solo los más optimistas oficiales ucranianos -y algunos liberales rusos- parecen confiar en la posibilidad de capturar, por ejemplo, la península de Crimea. Como pudo comprobarse ayer, cuando un dron ucraniano causó un incendio en un depósito de combustible en Sebastopol, Ucrania ha mostrado su capacidad de atacar el territorio, pero esos ataques localizados son, sin duda, insuficientes para poner en peligro el control ruso sobre la península. Aun así, ese sigue siendo el objetivo del Gobierno ucraniano, como han repetido constantemente tanto Podoliak como Danilov o Budanov, que representan respectivamente a la Oficina del Presidente, el Consejo de Seguridad Nacional y Defensa y la inteligencia militar, posiblemente las tres instituciones más importantes de Ucrania a día de hoy.

También se ha mostrado en esos términos Volodymyr Zelensky, que lejos de rebajar las expectativas, continúa, a riesgo de crear falsas esperanzas en su población y electorado, aumentándolas. Ayer, en una entrevista concedida a varios medios nórdicos, el presidente ucraniano alegó que la guerra no puede acabar para Ucrania como terminó la Segunda Guerra Mundial para Finlandia, es decir, con la neutralidad (que, en realidad, supuso un gran beneficio económico y político para el país como puente entre este y oeste). Por el momento, el Gobierno ucraniano no solo no limita sus expectativas de lo que espera lograr con la guerra, sino que eleva su apuesta para conseguir todos sus objetivos: la recuperación de todo su territorio, el sometimiento de Rusia al dictado occidental y su entrada en la Unión Europea y, sobre todo, la OTAN. Sin embargo, Zelensky insistió también en que la guerra puede alargarse durante años.

Después de meses presentando la contraofensiva de 2022 como la batalla decisiva, quizá definitiva, de la guerra, el Gobierno ucraniano ha comenzado a matizar esa afirmación. Ucrania no duda, al menos públicamente, de su victoria, pero quiere asegurarse de que la asistencia occidental continuará sea cual sea su resultado. La perspectiva de guerra larga planteada por Zelensky y repetida el viernes por Kuleba, que afirmó que “la contraofensiva no debe ser considerada como la última batalla”, apunta a un escenario que no se plantea la búsqueda de una solución negociada a corto plazo ni tampoco tras la ofensiva, como parecen esperar algunos líderes europeos como, por ejemplo, Emmanuel Macron. “La batalla final es la batalla que lleve a la completa liberación de los territorios ucranianos”, afirmó el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, implícitamente admitiendo que la actual ofensiva no logrará el objetivo de capturar Crimea, pero rechazando también la idea planteada por el presidente francés de una negociación en una posición de fuerza. Realista o no, la postura del Gobierno de Ucrania continúa siendo la de la victoria militar, unos intereses perfectamente alineados con los de Washington, pero que, en el futuro, pueden comenzar a chocar con los de una parte de sus aliados europeos.

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