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El peso de China

Como se venía rumoreado desde hace varias semanas, el presidente chino Xi Jinping visitará la próxima semana Moscú para reunirse con el presidente ruso Vladimir Putin. La visita, a todas luces prevista desde hace meses aunque haya sido oficialmente anunciada ahora, se producirá en un momento de crecientes tensiones políticas, geopolíticas y económicas entre Occidente y ambos países. Desde que comenzó a hablarse de la posibilidad de un encuentro Xi-Putin en Moscú, los servicios de inteligencia occidentales, fundamentalmente el británico y el estadounidense, han insistido repetidamente en la intención china de suministrar armamento a Rusia y esta misma semana se ha hablado de una supuesta adquisición rusa de material de protección y rifles chinos. En cualquier caso, se trataría de comercio entre los dos países y a unos niveles tan limitados que sería irrisorio comparar ese suministro con la asistencia militar que Occidente está prestando a Ucrania y que se produce en forma de donación, el esquema lend-lease que es, en realidad, una forma de entregas a fondo perdido, o a cambio de aumentar una deuda que tanto Kiev como sus socios son conscientes de que nunca podrá pagarse. Difícilmente pueden compararse los mil rifles, componentes de drones o chalecos antibalas que fuentes occidentales como Político afirman que Rusia ha recibido de China con el flujo masivo de armamento cada vez más pesado suministrado sin coste a las Fuerzas Armadas de Ucrania.

En su comunicado anunciando la visita, sin duda la de más alto nivel desde el inicio de la intervención militar rusa en Ucrania, el Kremlin afirmó que los dos presidentes discutirían “cuestiones sobre un mayor desarrollo de las relaciones integrales de sociedad y cooperación estratégica entre Rusia y China”. Medios de comunicación como Reuters apuntaban el viernes a que la nota de prensa no mencionaba a Ucrania. La centralidad mediática y política que ha alcanzado la guerra en Ucrania impide analizar las relaciones entre dos países que, sea por convicción o por una alianza coyuntural, se ven abogados a una cooperación cada vez más amplia. Al margen de la especulación sobre si Vladimir Putin notificó a Xi Jinping su intención de dar la orden de comenzar una operación militar especial en su reunión apenas unos días antes del 24 de febrero de 2022, las circunstancias han unido a Moscú y Beijing, que están siendo presentadas como un eje contra la hegemonía occidental.

Junto con India, China ha sido uno de los mercados con los que Rusia intenta compensar la pérdida de acceso al mercado de la Unión Europea y también sustituir a las marcas y productos occidentales que han abandonado el mercado ruso. En las condiciones actuales de sanciones e intento de un aislamiento internacional que en realidad se limita a los poderosos países occidentales y sus aliados más cercanos, las relaciones con Beijing son clave y la visita de su presidente es vista como una muestra clara de apoyo. En ello coinciden tanto la prensa occidental como la rusa, ambas interesadas, aunque por diferentes motivos, en resaltar unas relaciones entre los dos países que posiblemente sean mucho menos homogéneas y cercanas de lo que intenta hacerse ver. Las contradicciones ideológicas entre los dos países son evidentes -aunque les une el rechazo al dominio occidental y también a la expansión de valores liberales que Occidente dice estar realizando- y las élites rusas han mirado históricamente siempre a Europa desde los tiempos de Pedro I. Sin embargo, actualmente ese camino está cerrado y las opciones rusas de aguantar la guerra de trincheras que suponen las sanciones pasa por reorganizar sus prioridades hacia Asia.

La visita de Xi se enmarca también en el intento chino de mediar en el conflicto entre Rusia y Ucrania en busca de una resolución política o, cuando menos, un alto el fuego. Coincidiendo con el primer aniversario de la invasión rusa, China había publicado el 24 de febrero, un día después de la reunión del presidente ruso y el ministro de Asuntos Exteriores chino en Moscú, su plan de paz, en realidad una hoja de ruta de buenas prácticas en busca de unas relaciones internacionales basadas en el diálogo y al margen de una política de bloques. A pesar de que la propuesta comenzaba con la exigencia de respetar la integridad territorial -eso sí, de todos los países, no solo de Ucrania-, los representantes occidentales no tardaron en rechazar el texto alegando que buscaba defender la postura rusa. Uno de los primeros argumentos esgrimidos por Estados Unidos fue el rechazo a la idea de que hay “un conflicto ucraniano”, una idea repetida por los países occidentales desde que comenzó la guerra en 2014. Tampoco entonces había, en su opinión, un conflicto ucraniano. De ahí que las negociaciones entre el Gobierno y las regiones separatistas fueran rechazadas de antemano por Kiev y por Washington y la opción militar o la exigencia de rendición unilateral de Donetsk y Lugansk fueran siempre el camino preferido por Ucrania y Estados Unidos.

En un contexto grave, ya que la guerra se ha extendido a un frente mucho más amplio y la población de la retaguardia que sufre las consecuencias del estado de guerra se ha multiplicado, la situación se repite. Durante un año, Estados Unidos y la Unión Europea han exigido a China utilizar su poder para presionar a Rusia para finalizar la guerra, es decir, buscaban en Beijing un compromiso chino para exigir o forzar la rendición rusa, que habría de incluir también a Donetsk y Lugansk e idealmente también a Crimea. Los intereses chinos en Ucrania no pasan por la guerra sino por el comercio y la adquisición de industrias estratégicas como Motor Sich, cuya venta fue bloqueada por el entonces Asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos John Bolton. Su poder económico y político y su relación privilegiada con Moscú, pero también con Kiev, que pese a la legislación anticomunista no ha rechazado nunca cooperar con China, hacían de Beijing un serio candidato para el papel de mediación.

Después de conseguir el compromiso y la reanudación de las relaciones entre dos oponentes regionales como Arabia Saudí e Irán, el Gobierno chino anunció su intención de dialogar con Ucrania y Rusia en una actuación que desde Occidente se rechazó de partida. Algo similar se repite ahora ante las posibles intenciones de China de tratar directamente con Vladimir Putin en persona y Volodymyr Zelensky de forma telefónica la necesidad de trasladar el conflicto entre los dos países al plano diplomático. Antes siquiera de que se produzcan tales conversaciones, si es que van a producirse, Occidente ha querido, no solo marcar distancias, sino dejar claro su rechazo. Por una parte, como reflejan los medios del establishment como Politico, “los intentos de Beijing han causado críticas de líderes occidentales. China, argumentan, es de todo menos neutral en esta guerra, de ahí que no sea una buena opción para hacer de árbitro”.

Como es costumbre, Estados Unidos ha ido un paso más allá y ha dejado clara su postura, que no se limita únicamente a la posición de China como aspirante a negociador de paz sino a la naturaleza de la guerra en sí. En su propuesta de 12 puntos, Beijing insistía en la necesidad de un alto el fuego inmediato, pausa que permitiría recuperar las infraestructuras civiles cuya destrucción tanto sufrimiento causa a la población civil. El enfrentamiento político y económico con China hacía especialmente previsible el rechazo occidental a cualquier plan de paz chino, por lo que no puede sorprender que la negativa occidental llegue incluso hasta la posibilidad de un alto el fuego temporal. Sobre la base de que una guerra larga favorece a Rusia y que un alto el fuego daría a Moscú tiempo para integrar a los soldados movilizados, Occidente siempre ha rechazado la posibilidad de una tregua. Sin embargo, esta semana, para rechazar la propuesta china, el portavoz del Pentágono, John Kirby, se mostraba en términos aún más inequívocos.

“Los chinos pueden promocionar la idea de un alto el fuego e intentar presentarse como pacificadores. Tenemos una seria preocupación sobre eso”, afirmó Kirby, que trató de enmarcar esa declaración en la idea de que una tregua no supondría una solución al conflicto. “No creemos que esto sea un paso hacia una paz justa y duradera y, como hemos dicho, una paz justa, duradera y sostenible tiene que ser una que no sea unilateral”, añadió uno de los portavoces del país que ha abogado por exigir la rendición unilateral de Rusia -primero de Donetsk y Lugansk y ahora de todo el territorio- desde 2014 y que siempre ha rechazado la idea del compromiso que marcaban los acuerdos de Minsk. Estados Unidos busca, según Kirby, una paz “que incorpore plenamente las perspectivas ucranianas y que respete la idea básica de la sólida soberanía ucraniana”, una soberanía y unas perspectivas que siempre se han limitado a la Ucrania considerada correcta, ignorando abiertamente la existencia de los territorios que se levantaron política y después militarmente contra la imposición de esa paz en la que nunca se les permitió tener voz. Ignorar la existencia de un conflicto interno siempre sirvió para evitar cualquier solución de compromiso, una situación que empeora ahora con el país sumido en una guerra abierta y una situación económica catastrófica para la población civil.

Con la integridad territorial de Ucrania como objetivo final, lo que condena al conflicto a una guerra abierta por Crimea, “un alto el fuego en este punto”, afirmó Kirby, “aunque pueda sonar bien, no creemos que fuera a tener ese efecto”. Con Ucrania preparando ese ataque con el que la OTAN espera lograr un punto de inflexión en el desarrollo de la guerra y Rusia preparándose para la defensa, un alto el fuego actualmente es aún más improbable que hace un año. Tampoco entonces, cuando que sí se estaban produciendo negociaciones políticas entre Moscú y Kiev, los países occidentales incentivaron buscar una solución de compromiso que evitara que la guerra, entonces aún limitada, pudiera extenderse o empeorar aún más. Y aun así, comprometidos con la idea de la guerra hasta el final como única vía de resolución, los oficiales occidentales sienten la necesidad de rechazar públicamente un alto el fuego, que no solo supondría un alivio para la población civil, sino que conllevaría el riesgo de la reanudación de conversaciones políticas gracias a un mediador que no hubieran aprobado Washington o sus socios.

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