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Mantener las apariencias

24 horas después de la publicación de dos exclusivas de medios estadounidenses y alemanes con filtraciones sobre las investigaciones sobre lo ocurrido el 26 de septiembre en las explosiones de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, las reacciones de los diferentes actores deja claro que no se trata únicamente de una nueva teoría con la que eliminar de un plumazo la especulación sobre la posible participación de Estados Unidos en el atentado. Es evidente que el artículo publicado por Seymour Hersh, que de forma directa y aportando un relato perfectamente factible y creíble acusa a Estados Unidos de haber colocado los explosivos que más adelante procedería a utilizar para deshabilitar de forma posiblemente permanente los gasoductos, ha obligado a las autoridades estadounidenses y europeas a aportar un relato alternativo para eliminar cualquier sombra de la duda sobre su posible culpabilidad. Estas recientes revelaciones, que llegan unas semanas después del artículo del legendario periodista y cuando solo han pasado unos días de la reunión Biden-Scholz, buscan ir un paso más allá. No se trata únicamente de aportar una hipótesis sino que esta filtración de la inteligencia de los diferentes países involucrados en la investigación y de Estados Unidos, realizada a través de medios de comunicación afines de una forma interesada y controlada, busca instalar en la conciencia colectiva una determinada idea de los hechos.

El paso del tiempo y el creciente silencio que en estos meses se ha producido alrededor del acto terrorista que destruyó unas infraestructuras críticas propiedad de varios países, entre ellos el país más importante de la Unión Europea, Alemania, ha resultado ilustrativo a la hora de analizar el interés por determinar lo ocurrido y también para apuntar a los posibles culpables. Los países occidentales señalaron rápida y directamente a Rusia como principal candidato a haber destruido esas instalaciones de las que era copropietaria y que había colaborado en construir. Sin embargo, los meses de ausencia de evidencia alguna contra Moscú pueden sumarse al hecho de que, junto con Alemania, Rusia es la principal perjudicada por los hechos como pruebas que, aunque circunstanciales, hacen altamente improbable la culpabilidad rusa.

Las sanciones de la Unión Europea, impulsadas también por Estados Unidos, que durante años ha presionado a Bruselas y Berlín en busca de minimizar el peso de Rusia en el mercado energético europeo, han supuesto para Moscú la práctica pérdida de la relación comercial directa con sus clientes europeos. La destrucción del Nord Stream supone un paso más en la ruptura de esos lazos económicos, pero, al contrario que las sanciones, los daños en los gasoductos son difícilmente reversibles a corto e incluso a largo plazo. Aun así, en un contexto de guerra, enfrentamiento político abierto y escasez de argumentos, es preciso tanto instalar en el ámbito mediático y político una hipótesis mínimamente creíble como mantener las apariencias, algo que no se limita a las versiones de lo ocurrido en el Nord Stream, sino que puede extenderse a la guerra en general.

La rapidez con la que la prensa occidental en bloque ha publicado y dado credibilidad a lo filtrado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Alemania o Suecia, que contrasta con la forma en que se desechó completamente y sin necesidad de análisis alguno la versión de Seymour Hersh, también basada en filtraciones anónimas, deja claro que la idea de que un “grupo proucraniano” sin identificar cometió el acto va a ser tratado como hipótesis de partida a corto y medio plazo. Las reacciones políticas, y especialmente las mediáticas, han dado credibilidad a la versión de que un grupo de seis personas procedentes de Ucrania, entre ellas dos buceadores, a bordo de un yate pudieron cometer el sabotaje de unas infraestructuras situadas bajo un mar altamente vigilado por la OTAN.

Es más, las publicaciones alemanas afirman que el yate, que según algunos medios partió del puerto de la ciudad alemana de Rostock, fue detectado de forma prácticamente inmediata y se realizó un registro en el que se logró extraer pruebas importantes. Según publicaba ayer The Times, los representantes escandinavos en Bruselas tuvieron conocimiento de esta versión una semana después de los hechos. “No habían sido los americanos, los rusos o los polacos, aparentemente les dijo su inteligencia, sino aventura privada con su origen en Ucrania. Se les dijo que no iba a hacerse público para evitar cualquier pregunta sobre por qué la investigación oficial sobre la destrucción de la tubería ruso-alemana transcurría con tanta lentitud”, añadió el medio.

Según esta versión, el vehículo utilizado para cometer el delito siempre habría estado en manos de las autoridades, que habrían mantenido oculta la hipótesis de la participación de un “grupo proucraniano” precisamente como elemento de protección a Ucrania en un momento en el que su dependencia del apoyo occidental era máxima. “Occidente calló para proteger a Ucrania”, sentenciaba The Times.

El temor a que la fatiga de la guerra suponga el descenso en la aceptación popular a los elevados costes que para los países de la Unión Europea está teniendo la apuesta por lo militar como una vía de resolución del conflicto ha aumentado con el tiempo y con ello la necesidad de proteger a Kiev de toda sombra de duda. De ahí que el énfasis de todos los textos publicados hasta ahora haya sido precisamente dejar clara la no participación de Zelensky y su círculo más inmediato. Según publicaba ayer The Daily Mail, la identidad del empresario que alquiló el yate también es conocida, pero su identidad no va a ser desvelada por el mismo motivo. En un giro de guion propio de una película de serie B, dicho empresario habría dejado una tarjeta de visita en el yate en cuestión. Incondicionales propagandistas proucranianos como Michael Weiss comentaban ayer que «si es la persona que estoy oyendo, la capacidad de Zelensky de negar su conocimiento está garantizada». Parece evidente que el siguiente paso será la especulación sobre ese empresario, al que es probable que pronto se le adjudique la etiqueta de «prorruso».

Ese “grupo proucraniano” habría estado compuesto por personas de origen ucraniano, ruso o una combinación de ambos, quizá un intento por mantener la sombra de la duda sobre la participación del Kremlin. Por el momento, ninguna de las exclusivas apunta al apoyo de Gobierno, servicio de seguridad o ejército alguno ni se ha tratado de explicar el cambio de postura. En los meses transcurridos entre el ataque y las actuales revelaciones, el principal argumento tanto de Alemania como de Suecia ha sido precisamente que la complejidad de los hechos apuntaba a un actor estatal. Ese ha sido uno de los razonamientos esgrimidos para acusar a la Federación Rusa. “Sabemos que esta cantidad de explosivos tiene que ser un actor de nivel estatal”, afirmó, por ejemplo el ministro de Asuntos Exteriores de Finlandia, uno de los países que más duramente ha tratado a Rusia en los últimos trece meses. La insistencia actual en la ausencia de participación de todo actor estatal hace surgir la pregunta de si toda esa retórica buscaba únicamente proteger a Ucrania de la sombra de la duda o si se trata de proteger ahora al actor o actores estatales que pudieran haber participado.

Eso sí, representantes europeos como Boris Pistorious siguen manteniendo la esperanza de que lo encontrado en el yate supuestamente utilizado no sea sino una falsa bandera para tratar de implicar a Ucrania. Llamando a la cautela, y sin duda intentando aferrarse a la posibilidad de la implicación rusa, el ministro de Defensa de Alemania insistía ayer en que las revelaciones no pueden afectar al suministro de asistencia a Kiev. La guerra continúa siendo la prioridad absoluta más allá de lo que ocurriera en el mar Báltico el pasado septiembre.

Ucrania, por su parte, se aferra también a su relato. En tono jocoso, el ministro de Defensa de Ucrania, Oleksiy Reznikov, negaba ayer cualquier implicación, aunque entendía como un piropo que se entendiera que las fuerzas especiales de Ucrania tienen la capacidad de realizar tal operación. Y en su habitual estilo de utilizar argumentos sin sentido, Mijailo Podoliak insistía en acusar a Rusia alegando que, interesada en cortar el suministro de gas a la Unión Europea -algo que no ha hecho, ya que el gas sigue fluyendo precisamente a través de Ucrania-, la Federación Rusa fue la principal beneficiaria de los hechos.

Pese a la ausencia de certezas, puede decirse ya que las filtraciones de inteligencia han contribuido a crear más dudas en lugar de resolverlas. Sin embargo, parece evidente también que, ante la insistencia de exculpar tanto a Kiev como a Washington, ninguno de los servicios de inteligencia involucrados dispone de evidencia alguna que apunte a Moscú. La Unión Europea y la OTAN afirmaron desde el momento en el que se confirmó el sabotaje que el atentado había sido cometido por un enemigo. Sin embargo, la necesidad de mantener las apariencias y la voluntad de continuar culpando de los hechos a Moscú hace cuestionable que ese enemigo vaya a ser destapado.

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