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Sin un final a la vista

Hace exactamente un año, por medio de un discurso pregrabado, el presidente ruso Vladimir Putin anunciaba el inicio de una operación militar especial con la que el país debía liberar los territorios de las Repúblicas Populares según fueron proclamadas en 2014 y desnazificar y desmilitarizar Ucrania. Durante los meses anteriores a la invasión, la inteligencia de los países de la OTAN había trabajado duro para instalar en la conciencia colectiva la falsa idea de que Rusia podría capturar Kiev en 72 horas. Aunque ese lema siempre fue desinformación occidental, el hecho de que la guerra se haya alargado más allá de lo deseado por Moscú ha servido en este tiempo para el discurso ucraniano de exaltación de sus éxitos y sus habilidades. Sin embargo, al margen de esas falsas concepciones de una guerra corta en la que Rusia lograría someter a Ucrania en poco tiempo, es indudable que Moscú ha encontrado en Ucrania una serie de dificultades que, aunque debió prever, no esperaba.

Mucho se ha debatido sobre los objetivos concretos que perseguía el liderazgo ruso con su ataque a Ucrania y, sobre todo, con su avance sobre Kiev. Sin suficiente cobertura aérea y partiendo de la falsa premisa de que las tropas ucranianas no se resistirían -un imperdonable error de inteligencia, que jamás debió confiar en que un ejército no lucharía hasta el final después de haberse curtido durante ocho años en las trincheras-, las tropas rusas avanzaron de forma rápida hacia la capital ucraniana para chocar finalmente con el muro ucraniano que nunca lograron derribar. Sin embargo, los actos de las autoridades rusas y las palabras de Vladimir Putin apenas unas horas después del inicio de la operación militar apuntan a que el interés de Moscú no fue capturar toda Ucrania o reabsorber al país para su esfera de influencia.

“Será más fácil llegar a un acuerdo con vosotros”, afirmó Vladimir Putin al apelar a las tropas ucranianas a derrocar a sus autoridades políticas. Ese discurso, sumado al hecho de que Rusia inició, de forma prácticamente inmediata, las primeras rondas de conversaciones de paz, apunta a que el objetivo real de Moscú era un acuerdo rápido por el que obligar a Kiev a aceptar la pérdida de Crimea, posiblemente también de Donbass y a renunciar a la OTAN a cambio de garantías de seguridad para Ucrania. De esa convicción de que un acuerdo era posible nacieron las negociaciones que culminaron el 29 de marzo en Estambul, cumbre en la que se esperaba un acuerdo preliminar o, cuando menos, un alto el fuego. Sin embargo, para ese momento, Ucrania, que había logrado ya defender su capital y ganar el tiempo necesario para mostrar a sus socios la necesidad de recibir armamento ofensivo con el que luchar una guerra larga, rechazó abiertamente todo acuerdo que implicara pérdidas territoriales. Con ello Kiev, con el apoyo explícito de sus socios, optó por la guerra hasta el final, impidiendo así una resolución que, aunque dolorosa, habría evitado gran parte de la muerte y destrucción que se han producido desde entonces.

A la hora de determinar las fases políticas y militares que han transcurrido en este año de guerra rusoucraniana, que se suman a los ocho años de guerra de trincheras en Donbass, es preciso tener en cuenta el punto de inflexión de Estambul. A lo largo de los últimos días de febrero y el mes de marzo, las tropas rusas avanzaron con cierta rapidez hacia el norte en la República Popular de Lugansk, hacia el sur camino de Volnovaja en la República Popular de Donetsk y hacia el norte desde Crimea. Consciente del aspecto clave que suponía la defensa de Kiev, Ucrania sacrificó en el sur a batallones territoriales, unidades nacionalistas, voluntarios y reclutas movilizados, manteniendo en la zona de la capital a sus mejores unidades, que impidieron el asedio de la ciudad.

La retirada rusa de Kiev, anticipada tras la cumbre de Estambul cuando, creyendo estar a las puertas de un principio de acuerdo, Vladimir Medinsky anunció una disminución de actividad militar en la zona para facilitar a Ucrania la toma de decisiones, supuso el final de una primera fase militar y política que ha marcado el desarrollo de los meses posteriores. Las tropas rusas habían logrado llegar hasta la frontera natural del Dniéper en el sur, capturar puntos importantes como Jersón, Melitopol, Energodar o Berdiansk y avanzar en dos direcciones sobre Mariupol. Sin embargo, las tropas rusas no habían logrado asediar completamente ni Kiev ni Járkov, por lo que la presión militar nunca fue existencial para Ucrania, cuyo Gobierno se mantuvo al frente y, con ayuda de sus socios, logró dilatar las negociaciones el tiempo suficiente para organizar su defensa. La visita de Boris Johnson a Kiev la primera semana de abril, cuando se había logrado ya convertir las bajas de los duelos de artillería en ejecuciones sumarias rusas, no fue más que la culminación de la fase de simulación de negociación. Pese al crédito que el propio Johnson se da a sí mismo a la hora de paralizar el proceso de negociación, el acuerdo era ya un sueño lejano. Como ocurriera en Minsk y en Normandía, Ucrania utilizó las negociaciones para ganar tiempo y permitir a sus socios reforzar sus defensas para preparar lo que, con el tiempo, ha ido convirtiéndose en una guerra total.

La siguiente fase de la guerra implicó el agotamiento de la ofensiva rusa y la preparación de la contraofensiva ucraniana. Con grandes dificultades y sufriendo fuertes bajas, las tropas rusas capturaron una parte importante de la región de Járkov. Destacaban en esta zona la ciudad de Balakleya, con uno de los mayores arsenales del país, y, sobre todo, Izium, la ciudad en la que en abril de 2014 comenzó la operación antiterrorista. Sin embargo, exhaustas tras la ofensiva de Kiev, donde las bajas fueron elevadas, y a causa de la larga batalla por Mariupol, las tropas rusas no pudieron, a lo largo de los siguientes meses, traducir su superioridad artillera en más avances territoriales, que a lo largo de julio se limitaron únicamente al frente central de Donbass. La primera semana de julio, las autoridades rusas daban por liberado todo el territorio de la RPL, aunque pocas semanas después se verían obligadas a defenderlo nuevamente de la ofensiva ucraniana.

El estancamiento de julio y agosto de 2022, un momento en el que Ucrania anunciaba abiertamente su próxima contraofensiva y utilizaba su artillería de largo alcance para destruir los puentes alrededor de Jersón y todo tipo de polvorines y arsenales rusos en el frente sur y en Donbass, es un momento importante precisamente por todo lo que no ocurre. Rusia es capaz de controlar el primer intento de contraofensiva ucraniana en Jersón, que termina llenando de heridos los hospitales de Nikolaev, pero que ha creado ya las condiciones que harán imposible para Moscú defender la ciudad en el futuro. Aunque llevó semanas de constantes ataques con sus flamantes HIMARS estadounidenses, Ucrania logró inutilizar el puente Antonovsky, clave para la logística rusa en su punto más vulnerable: la ciudad de Jersón y el resto de territorios en la margen derecha del río Dniéper.

Sin embargo, fue el rápido ataque ucraniano en Járkov el que supuso un punto de inflexión y obligó a las autoridades rusas a tomar decisiones políticas y militares. En apenas unos días, Rusia perdió, en una retirada apresurada y desorganizada que implicó bajas y pérdida de equipamiento, tanto Balakleya como Izium, perdiendo así toda posibilidad de avanzar sobre Slavyansk y Kramatorsk desde el norte. Las tropas rusas tampoco pudieron defender Kupyansk con el Oskol a su espalda, un signo inequívoco de las dificultades a las que se enfrentaría para defender Jersón.

El colapso del frente de Járkov obligó finalmente a las autoridades rusas a decretar la movilización parcial que había tratado de evitar durante meses. A ese decreto se sumaron otras decisiones de no menor importancia política y militar. Sergey Surovikin fue nombrado comandante en jefe de las tropas de la operación militar especial y con él comenzó una nueva táctica que pasaba por el ataque a las infraestructuras críticas ucranianas con el objetivo de minar la capacidad de las Fuerzas Armadas de Ucrania y, sobre todo, obligar al país a desviar recursos del plano militar al civil. Ese fue también el momento en el que, tras la precipitada convocatoria de referendos, Rusia aceptó como propios los territorios de la RPD, la RPL y las regiones ucranianas de Jersón y Zaporozhie, anexiones que serán únicamente simbólicas mientras Moscú tenga que defenderlas militarmente de los ataques ucranianos.

La movilización, el agotamiento de ambas partes y la llegada de la temporada de barro ralentizaron el desarrollo de los acontecimientos en el frente, con la batalla concentrada únicamente en Donbass. Pese a la inercia heredada de la ofensiva de Járkov, que permitió a Ucrania capturar Krasny Liman cuando ya había sido proclamado como parte de Rusia, las tropas ucranianas no lograron, como se esperaba, romper el frente de Lugansk en dirección a Kremennaya y Svatovo, donde se lucha aún entre pequeños avances rusos.

El primer aniversario del inicio de la intervención militar rusa se produce con Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de la Federación Rusa, al mando de unas tropas que, en las próximas semanas o meses, deberán enfrentarse a la anunciada ofensiva ucraniana, que previsiblemente se centrará en Zaporozhie, con el objetivo de capturar Melitopol y poner en peligro el control ruso de Crimea. Para ello, Ucrania ha obtenido ya la promesa del suministro de tanques occidentales y busca también recibir aviación y misiles de largo alcance. Sin embargo, en esa futura ofensiva se enfrentarán a unas tropas rusas más conscientes de los riesgos, con disponibilidad de un mayor número de soldados y con sus posiciones defensivas reforzadas. En este camino a la guerra total que supone la apuesta occidental por la vía militar hasta el final, los próximos meses serán decisivos para marcar el desarrollo de los acontecimientos. En esa guerra, cada vez más peligrosa para la población civil, la única certeza es la creciente destrucción.

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