Entrada actual
Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, GUR, LPR, Rusia, SBU, Ucrania

Colaboración de inteligencia: construyendo una herramienta contra Rusia

“La guerra de espías: cómo la CIA ayuda a Ucrania en secreto a luchar contra Putin”, titula un extenso reportaje publicado por The New York Times y que no solo confunde a Rusia con su presidente, sino que muestra que la lucha contra Moscú comenzó mucho antes de que las tropas rusas violaran por tierra, mar y aire las fronteras ucranianas en 2022. “Enclavada en un denso bosque, la base militar ucraniana parece abandonada y destruida, su centro de mando es una cáscara quemada, víctima de un bombardeo de misiles rusos al principio de la guerra. Pero eso es en la superficie”, escribe el medio, que pasa a describir una base subterránea en la que “equipos de soldados ucranianos rastrean satélites espías rusos y escuchan conversaciones entre comandantes rusos. En una pantalla, una línea roja seguía la ruta de un dron explosivo que atravesaba las defensas aéreas rusas desde un punto en el centro de Ucrania hasta un objetivo en la ciudad rusa de Rostov”. El búnker, afirma, “es un centro neurálgico secreto del ejército ucraniano” del que añade que “hay un secreto más: la base está equipada en parte y financiada casi en su totalidad por la CIA”. Ese es el punto de partida de un texto que, con toda la épica de quien describe la guerra secreta e ilegal de su inteligencia, contradice, quizá sin quererlo, el discurso oficial, centrado únicamente en lo ocurrido a partir de febrero de 2022 e insiste en utilizar la coletilla “no provocada” para la guerra.

El texto contiene toda una serie de personajes conocidos, algunos de ellos protagonistas y otros secundarios, de una guerra que comenzó incluso antes de que Rusia se hiciera con el control de Crimea. Aunque los vínculos entre los dos servicios de inteligencia de Ucrania, la inteligencia civil o SBU y la militar o GUR, son conocidos y parte de su historia había sido ya desvelada, el texto publicado por el diario neoyorquino aporta datos que confirman sospechas y convierten en certeza algunas especulaciones. En ese relato, cobra especial importancia el nombre de Valentyn Nalyvaichenko, principal impulsor de una alianza cuya labor contra Rusia -o contra Putin si hay que creer el titular- comenzó un 24 de febrero, aunque no de 2022 sino de 2014. Habían pasado apenas unas horas desde el irregular cambio de Gobierno en Kiev y la transformación de Ucrania en un Estado nacionalista y antirruso había comenzado.

“Millones de ucranianos acababan de derrocar al Gobierno pro-Kremlin del país y el presidente, Víktor Yanukovich, y sus jefes de espionaje habían huido a Rusia. En el tumulto, un frágil gobierno prooccidental tomó rápidamente el poder”, escribe The New York Times exagerando la participación en Maidan y olvidando tanto que Yanukovich había sido elegido democráticamente como que una parte del país se movilizó rápidamente para rechazar lo que correctamente percibían como un Gobierno nacionalista. Maidan fue siempre un movimiento vinculado a las regiones más occidentales de Ucrania, de donde procedía la mayoría de las caras visibles y las que estaban en la sombra, mientras que causó una mucha mayor división en el sur y el este. Es representativo, por ejemplo, lo ocurrido en Járkov, segunda ciudad de Ucrania, donde las autoridades locales y regionales -vinculadas al Partido de las Regiones- optaron por adaptarse a la nueva realidad y aliarse con el nuevo ministro del Interior, Arsen Avakov, exgobernador de la región, para reprimir las protestas “prorrusas”, adjetivo que ya era utilizado como paraguas para definir cualquier protesta contra el nuevo régimen. Eran los primeros pasos del uso de grupos radicales incorporados a las estructuras oficiales para luchar contra la reacción de ciertos sectores de la sociedad en varias regiones al cambio de gobierno percibido como un golpe de estado.

En Kiev, The New York Times presenta una imagen de película en la que “el nuevo jefe de espionaje del gobierno, Valentyn Nalyvaichenko, llegó a la sede de la agencia de inteligencia nacional y encontró una pila de documentos ardiendo en el patio. En el interior, muchos de los ordenadores habían sido borrados o estaban infectados con malware ruso”. La necesidad de justificar la actuación de la inteligencia estadounidense en una situación que llevaría a la guerra precisa de exagerar hasta límites insospechados la amenaza y la infiltración rusa. En la última década, en muchos casos simplemente como forma de deslegitimar al oponente y sin ninguna relación con la realidad, han proliferado las acusaciones de agentes rusos. Por ejemplo, en ocasiones diferentes y cada uno con su estilo propio Petro Poroshenko y Volodymyr Zelensky se han acusado mutuamente de actuar para favorecer a Rusia. En ese contexto de duda sobre la lealtad de todos y cada uno de los representantes del país, es sencillo presentar a los servicios de inteligencia completamente infiltrados por la Federación Rusa, especialmente si esa es la base sobre la que justificar el trabajo de la CIA y el MI6 para rediseñar completamente los servicios secretos ucranianos en su beneficio.

La clave del relato es presentar todos y cada uno de los acontecimientos culpando a Rusia -o directamente a su presidente- mientras se ocultan los pasos dados por Ucrania. De la misma manera que no se habla del golpe de estado de febrero ni de la colaboración de Estados Unidos con un gobierno que, al contario que el que había derrocado, no nacía de las urnas, todo lo ocurrido durante la primavera de 2014 puede resumirse en que “la situación no tardó en volverse más peligrosa. Putin se apoderó de Crimea. Sus agentes fomentaron rebeliones separatistas que se convertirían en una guerra en el este del país”. No hay en ese relato signo del golpe de estado, la implantación de un gobierno cuya agenda nacionalista causó en la población de Crimea y Donbass un rechazó que no precisó de la propaganda rusa para estallar o incluso de la operación antiterrorista iniciada por Kiev en lugar de continuar por el camino marcado y supuestamente aceptado por las conversaciones de Ginebra, que habían propuesto un diálogo nacional para superar el momento de división interna evidente en el país a lo largo de esa primavera.

“Ucrania estaba en pie de guerra”, resume The New York Times, que añade que “Nalyvaichenko pidió a la CIA imágenes aéreas y otros servicios de inteligencia para ayudar a defender su territorio. Ante la escalada de violencia, aterrizó en un aeropuerto de Kiev un avión sin distintivos del gobierno estadounidense en el que viajaba John O. Brennan, entonces director de la CIA, quien explicó a Nalyvaichenko que la CIA estaba interesada en desarrollar una relación, pero sólo a un ritmo con el que la agencia se sintiera cómoda, según funcionarios estadounidenses y ucranianos. La CIA ya se había quemado antes en Ucrania”. El relato está cargado de una épica inexistente: al contrario que tras el primer Maidan, la Revolución Naranja, cuando pronto fue evidente que iba a buscarse un acomodo para el electorado representado por Yanukovich, el cambio fundamental en 2014 es la voluntad de acabar completamente con la representación política de esa parte de Ucrania. De esa manera, se rompía ese equilibrio este-oeste, Ucrania nacionalista-Ucrania no nacionalista, que implicaba que había una forma de entender la identidad ucraniana no necesariamente contra Rusia. La CIA, como comprobaría rápidamente, no tenía nada que temer, no había ninguna posibilidad del retorno de los partidos prorrusos ni de búsqueda de una fórmula para reintroducir esas posturas en la política institucional o incluso en el activismo de los movimientos sociales. Así lo probaron rápidamente lo ocurrido en Odessa el 2 de mayo y el inicio de la guerra en Donbass, cuando Ucrania dejó claro estar dispuesta a matar para evitar que esa otra forma de entender Ucrania pudiera sobrevivir.

El relato oficial filtrado interesadamente a The New York Times cuenta con dos aspectos importantes. En primer lugar, el momento en el que se produce. “Ahora estas redes de inteligencia son más importantes que nunca, ya que Rusia está a la ofensiva y Ucrania depende más del sabotaje y de los ataques con misiles de largo alcance que requieren espías lejos de las líneas enemigas”, explica el artículo, que posteriormente introduce la clave del porqué es importante dar a conocer el trabajo de inteligencia sobre el terreno. “Si los republicanos del Congreso ponen fin a la financiación militar de Kiev, la CIA podría verse obligada a reducirla”, admite.

En segundo lugar, pese a repetir a lo largo del artículo la legitimidad del trabajo de la CIA -y el MI6, aunque la agencia británica recibe menos atención-, es preciso justificar su presencia en el país insistiendo en que no se trataba de un intento de convertir a Ucrania en una herramienta anti-rusa (como ha venido sucediendo desde 2014). “La investigación del Times encontró que el señor Putin y sus asesores malinterpretaron una dinámica crítica. La CIA no presionó para entrar en Ucrania. Los oficiales estadounidenses se mostraron a menudo reacios a participar plenamente, temiendo que no se pudiera confiar en los funcionarios ucranianos y preocupados por provocar al Kremlin”, afirma el artículo. Exculpar a Estados Unidos es siempre objetivo prioritario.

Para ello, The Times insiste en mostrar que fue Ucrania, el Gobierno post-Maidan, quien buscó profundizar en la colaboración. Lo consiguió, según el relato oficial, a base de ofrecer a Estados Unidos inteligencia sobre la Federación Rusa, concretamente sobre la flota del mar Negro. “Un pequeño círculo de oficiales de inteligencia ucranianos cortejaron asiduamente a la CIA y poco a poco se hicieron vitales para los estadounidenses. En 2015, el general Valeriy Kondratiuk, entonces jefe de la inteligencia militar ucraniana, llegó a una reunión con el jefe adjunto de la C.I.A. y, sin previo aviso, le entregó una pila de archivos de alto secreto”, escribe The New York Times. La Ucrania post-Maidan siempre basó su posicionamiento internacional en hacerse útil a los que esperaba fueran sus socios convirtiéndose en una herramienta contra Rusia. “Esa primera remesa contenía secretos sobre la Flota del Norte de la Armada rusa, incluida información detallada sobre los últimos diseños de submarinos nucleares rusos. Al poco tiempo, equipos de oficiales de la CIA salían regularmente de su despacho con mochilas llenas de documentos”, añade el artículo. La percepción de que Estados Unidos estaba utilizando Ucrania como trampolín contra Rusia nunca estuvo muy alejada de la realidad.

The New York Times llega solo tan lejos como le permiten sus fuentes, evidentemente de inteligencia a ambos lados del Atlántico. De ahí que, a la hora de describir los aspectos prácticos de la colaboración ente las inteligencias occidentales y ucranianas, los detalles sean escasos. Una excepción es la mención a la Unidad 2245, un comando de élite entrenado por la CIA desde 2016 y especializado en la captura de drones y equipamiento de comunicación ruso para descifrar el propio material y sus sistemas de encriptación. Una de las estrellas en alza de la unidad era el actual director de la inteligencia militar ucraniana, Kirilo Budanov, “conocido por sus audaces operaciones tras las líneas enemigas y con profundos vínculos con la CIA”.

“La intención del entrenamiento era enseñar técnicas defensivas, pero los oficiales de la CIA comprendieron que sin su conocimiento los ucranianos podrían utilizar las mismas técnicas en operaciones ofensivas letales”, explica The New York Times, exculpando a Estados Unidos de cualquier audacia excesiva cometida por la unidad que habían creado, equipado e instruido. Uno de esos episodios pretendía infiltrar agentes para colocar explosivos y destruir los helicópteros situados en una de las bases de Crimea. La operación, en la que participó Kirilo Budanov y que sirve de ejemplo para las que el GUR realiza actualmente, fue un fracaso: las tropas rusas se encontraban a la espera y, según su versión, los agentes ucranianos tuvieron que huir a nado. Lo hicieron, eso sí, tras haber asesinado al hijo de un general ruso. Convenientemente para Estados Unidos, el medio afirma que Ucrania no “pidió permiso” y actuó por su cuenta, causando el bochorno de Obama y Biden. La odisea en Crimea costó el puesto al general Kondratiuk, líder de la Unidad 2245. Al día siguiente, Arsen Pavlov, Motorola, fue asesinado en Donetsk por el Quinto Directorio, formado por y para la CIA con oficiales nacidos en la Ucrania independiente, no en la Unión Soviética, para garantizar su completa lealtad. Una vez, más The New York Times afirma que los hechos enfurecieron a los asesores de Obama. Ucrania siempre contó con el apoyo incondicional de la administración Obama, por lo que si estos enfados existieron, no se tradujeron en pérdida de confianza en esos grupos que habían creado precisamente para el sabotaje. Poco después, el Quinto Directorio asesinó a Mijaíl Tolstij, Givi. El cúmulo de asesinatos por parte del SBU provocó finalmente represalias rusas. “Los rusos utilizaron un coche bomba para asesinar al líder de la Unidad 2245, el comando de élite ucraniano. El comandante, el coronal Maksim Shapoval, iba de camino a reunirse con oficiales de la CIA en Kiev cuando su vehículo explotó”, afirma The New York Times, que da por hecho que fue la unidad 2245 la que asesinó a Motorola y a Givi.

Curiosamente, The New York Times olvida mencionar el mayor éxito de los asesinatos selectivos del SBU, concretamente del Quinto Directorio, en Donbass: la muerte de Alexander Zajarchenko, líder de la República Popular de Donetsk. Este asesinato sí fue resaltado tanto por The Economist como The Washington Post en artículos anteriores sobre el papel de la inteligencia ucraniana en la guerra. Dos aspectos diferencian el caso de Zajarchenko de otros como Motorola o Givi. En primer lugar, es más difícil admitir, en un artículo legitimador, que los grupos organizados e instruidos por Estados Unidos asesinaron a uno de los firmantes de los únicos acuerdos de paz existentes. Aunque Washington jamás tuvo interés por el proceso de Minsk, admitir que agentes miembros de una unidad directamente relacionada con la CIA asesinaron a uno de sus firmantes minaría el discurso de que es Rusia y no Ucrania el motivo por el que no puede haber un proceso diplomático en este conflicto.

En segundo lugar, el asesinato de Zajarchenko se produjo durante la legislatura de Trump, que el medio presenta como un tiempo de incertidumbre en el que la relación entre las inteligencias se mantuvo a pesar de la postura del presidente. Admitir que el acto de mayor valor -al menos para Ucrania- realizado por las unidades entrenadas por la CIA se produjo en tiempos de Donald Trump sería aceptar que la política estadounidense no varió en absoluto con el cambio en la Casa Blanca y podría llegar a dudarse incluso de si el retorno del Republicano a la presidencia causaría un cambio tan radical como los medios quieren presentar. Todo en la escena mediática actual busca mostrar a Estados Unidos como el país indispensable, la fuente de toda innovación, y sembrar la duda de qué puede ser de Ucrania en caso del retorno de Donald Trump.

Comentarios

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Reportes del frente archivados.

Registro

Follow SLAVYANGRAD.es on WordPress.com

Ingresa tu correo electrónico para seguir este Blog y recibir notificaciones de nuevas noticias.

Únete a otros 47K suscriptores

Estadísticas del Blog

  • 2.226.412 hits