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El despertar estratégico de la escalada sin fin

El conflicto ucraniano ha contado desde su estallido bélico en 2014 con tres aspectos diferenciados y muy vinculados entre sí: un factor civil de lucha entre dos formas de entender Ucrania, que derivó en la guerra de Donbass; el conflicto entre Moscú y Kiev, con componentes territoriales, políticos, económicos, sociales y culturales y un conflicto entre Rusia y Occidente en el que ambas partes veían a Ucrania como un proxy en la lucha por las cotas de poder y las esferas de influencia. El desinterés por resolver la guerra civil de 2014, que acrecentó la disputa entre Rusia y Ucrania y fue contaminando cada vez más el creciente choque entre Moscú y las capitales occidentales, ha derivado en una guerra a gran escala que poco tiene que ver con el conflicto bélico de baja intensidad que se vivió durante ocho años en Donbass. Diez años después, entre la creciente desolación y la decepción por el escaso resultado obtenido por Ucrania en la contraofensiva terrestre de 2023, el aspecto geopolítico amenaza con eclipsar todos los demás factores en una escalada, por el momento solo verbal, con un potencial peligroso.

Con Estados Unidos preocupado por su dinámica electoral interna y con el equipo de Joe Biden escorándose cada vez más a la derecha en materia antiinmigración para lograr que el Partido Republicano conceda los más de 60.000 millones que la administración Demócrata quiere para Ucrania, la pelota está sobre el tejado europeo. Como principal donante de Kiev, la UE, que ha decidido convertir la guerra en el conflicto existencial que no es, se ve en la necesidad de elevar la apuesta o arriesgarse a perder parte de lo invertido. A pesar del compromiso que adquirieron con su presencia en Minsk en febrero de 2015 en la negociación del acuerdo que debía poner fin al conflicto civil que marcó los ocho años transcurridos entre la victoria de Maidan y la invasión rusa, los países europeos siempre estuvieron cómodos con la guerra de Donbass. E incluso con las tropas rusas asediando Kiev y en riesgo de que se cronificara nuevamente un estado de guerra en Ucrania -en esta ocasión no de baja intensidad, como había ocurrido en Donbass, sino de la más alta posible en la guerra terrestre-, los países europeos nunca favorecieron la búsqueda de una resolución diplomática.

Condenadas ambas partes a la guerra hasta la derrota final o el agotamiento de ambos bandos, el cálculo pasaba por el éxito de la ofensiva de Zaporozhie con la que Ucrania esperaba romper el frente y llegar hasta Crimea y con la que algunos de sus socios deseaban obligar a Rusia a sentarse en la mesa de negociación entre la espada y la pared. Es el caso de Emmanuel Macron, el líder europeo que con más claridad expresó que ese era el objetivo real de la contraofensiva ucraniana, que en aquel momento estaba aún en su fase de ilusión, aquella en la que importaban las promesas y faltaban aún meses para que los tanques ucranianos fueran detenidos por los campos de minas, la artillería y los drones Lantset rusos. Como afirmó el presidente francés en repetidas ocasiones, Ucrania precisaba de una victoria para obligar a Rusia a negociar en posición de inferioridad.

Ahora, esa deseada victoria ucraniana se ha convertido en la decepción que ha llegado en el peor momento posible, coincidiendo con las dificultades electorales de Joe Biden, que no puede aportar la financiación que precisarían las Fuerzas Armadas de Ucrania para preparar la nueva ofensiva que Zelensky y su equipo aspira a planificar. En este sentido, el discurso ucraniano camina contra la corriente actual de catastrofismo exagerado y análisis que apuntan a la necesidad de un plan B, la búsqueda de la segunda mejor opción posible o que simplemente advierten a Ucrania de la necesidad de emplear 2024 en la defensa del frente y esperar a 2025 para plantearse siquiera grandes operaciones ofensivas.

La dinámica del frente terrestre, en el que Rusia ha recuperado la iniciativa, la ausencia de financiación estadounidense y las dificultades europeas para construir una posición estratégica coherente y movilizar sus recursos industriales y económicos para producir el material que actualmente no puede suministrar Washington han llevado a una exaltación que ha superado todos los límites tras las palabras de Emmanuel Macron sobre la posibilidad del envío de tropas occidentales a Ucrania. En apenas unos meses, el presidente francés, el último dirigente europeo que se reunió con Vladimir Putin para tratar de evitar la intervención militar rusa, ha pasado de afirmar que era precisa una victoria ucraniana, pero que no había que humillar a Rusia, a causar la ira de sus aliados alemanes poniendo sobre la mesa el envío de tropas, percibido por el canciller Scholz como una forma de traspasar el umbral de la beligerancia.

“Francia no contempla enviar sus tropas a Ucrania”, afirmó Macron apenas unos días después de haber causado un enfrentamiento con Alemania, que con cierta ligereza había desvelado la presencia de tropas británicas y quizá francesas con labores vinculadas directamente al uso de los misiles enviados por sus países. “Es un debate sobre qué podemos hacer para Ucrania”, insistió. Pese a las apariencias, no se trataba de un cambio de opinión sino de la reafirmación de su postura. En la misma visita a Chequia en la que pronunció esas palabras en una entrevista, el presidente francés afirmó en su discurso: «Debemos ser conscientes de que esta guerra nos afecta. Debemos ser lúcidos, ya hace dos años que repetimos que la guerra ha vuelto a suelo europeo. Hemos revelado la ayuda suministrada. ¿Es nuestra guerra o no es nuestra guerra? ¿Podemos darle la espalda a la realidad? No lo creo, es un despertar estratégico que asumo”. Olvidando deliberadamente que la guerra llegó al suelo europeo hace una década y también el nulo papel francés a la hora de dar los pasos para evitar que ese conflicto se extendiera, Macron apela en su discurso actual a la responsabilidad de los países europeos de lograr los objetivos.

Para ello, se escuda en la amenaza rusa y en una visión absolutamente distorsionada de las intenciones de su presidente. “Preguntad al presidente Putin lo que no está dispuesto a hacer. ¿Quién inició la guerra en Ucrania? ¿Quién amenaza con armas nucleares? Si cada día explicamos cuáles son nuestros límites a alguien que no los tiene, el espíritu de derrota está al acecho», añadió. La doctrina nuclear rusa no ha cambiado y prevé el uso de armas nucleares como último recurso tras un ataque nuclear o convencional si pone en peligro la integridad del Estado, algo que podría suceder a consecuencia de una guerra contra la OTAN. Así lo explicó Vladimir Putin junto a Emmanuel Macron tras la maratoniana reunión de seis horas en la que, tras la negativa de la OTAN a negociar la no expansión de la Alianza hacia el este, el presidente francés quiso convencer a su homólogo ruso de no invadir Ucrania.

El nerviosismo europeo parte del miedo a la derrota. Por primera vez desde 2022, es Ucrania quien se encuentra a la defensiva, sin saber exactamente qué hacer para parar la sangría en el frente terrestre y con la incertidumbre de si llegará pronto la financiación estadounidense y si la Unión Europea podrá compensar esos retrasos. Porque la respuesta a la pregunta de qué pueden hacer los países europeos es simple: el bloque debería duplicar su aportación a Ucrania y ofrecer la financiación a corto plazo y no en planes multianuales para suplir a Estados Unidos. Aun así, pese a disponer de la financiación, la Unión Europea se encontraría ante las dificultades que ya tiene para producir el material militar necesario o adquirirlo en el mercado. Esa y no la posibilidad de una derrota ucraniana que diera pie a Rusia a atacar países de la OTAN es la causa del nerviosismo extremo de líderes como Emmanuel Macron.

Dispuesto a convertirse en el adalid de la máxima beligerancia, Macron celebró ayer una reunión con los líderes de los principales partidos con presencia parlamentaria, en la que esbozó sus planes para Ucrania y buscó apoyos políticos para hacer que Francia sea el país que lidere el esfuerzo a favor de Ucrania. Según ha trascendido en la prensa francesa, Macron planteó tres ideas principales. Los países occidentales no deben ponerse límites, ya que eso daría a Rusia una “ventaja comparativa”. Los socios de Ucrania deben, además, movilizar rápidamente medios suplementarios frente a la amenaza rusa. En otras palabras, deben compensar el equipamiento que Estados Unidos debería enviar y actualmente no puede a causa del bloqueo legislativo. Finalmente, apoyándose en la idea de la ambigüedad estratégica, Francia y sus aliados deben apoyar a Kiev para evitar la derrota, aunque sin situarse en una posición beligerante. Es ahí donde choca con la visión, por ejemplo, del canciller Scholz, que ha dejado claro que ve esa frontera en la presencia de tropas en labores de uso, por ejemplo, de misiles.

“He llegado inquieto y he salido aún más inquieto”, advirtió tras la reunión Manuel Bompard, de la Francia Insumisa. En la misma línea se mostró Fabian Roussel, representante comunista, que afirmó que Macron está  “dispuesto a comprometerse en una escalada bélica que puede ser peligrosa”. Desde las antípodas ideológicas, Jordan Bordella, número dos de Marine LePen, insistió en que “luchar contra una potencia nuclear como Rusia es irresponsable y extremadamente peligroso para la paz mundial”, ante lo que el periodista opositor ruso Leonid Ragozin reaccionaba escribiendo que “cuando la extrema derecha aparenta ser razonable en comparación con el radicalizado centro, hay un peligro para la democracia”.

Las declaraciones de los grupos políticos representados en la reunión no apuntan al acuerdo con el presidente. La ecologista Marine Tondelier, por ejemplo, recordó la unanimidad que se había producido en Europa contra las palabras de Macron sobre la posibilidad de enviar tropas occidentales a Ucrania. Sin embargo, esa unanimidad no fue tal: los países bálticos mostraron su entusiasmo por la idea y el Reino Unido utilizó la ambigüedad que exige Macron para dejar la puerta abierta. Y tampoco el rechazo aparente de los partidos franceses a la beligerante postura de su jefe de Estado representa completamente las posturas de los grupos políticos.

Según afirmaba ayer Le Figaro, los Republicanos valoran un voto favorable y los socialistas y ecologistas dudan sobre su postura ante la votación no vinculante en relación con la cuestión de Ucrania que va a celebrarse en el martes en la Asamblea Nacional y el miércoles en el Senado. En ese arco parlamentario en el que la extrema derecha de Marine LePen aboga por acuerdos bilaterales con Ucrania al estilo de los firmados por el Reino Unido o Italia pero pone la línea roja en la adhesión a la OTAN y a la UE y el centro republicano, socialista y ecologista duda en su postura pero valora un voto favorable, tan solo los dos partidos más a la izquierda, el Partido Comunista y la Francia Insumisa, se muestran abiertamente en contra de la postura de Emmanuel Macron.

En la reunión con los grupos políticos, que pretendía preparar el terreno para las sesiones parlamentarias de la próxima semana, el presidente francés no se limitó a ambiguas amenazas, sino que planteó escenarios concretos. Según La Croix, que cita al líder de los comunistas Fabian Roussel, “Emmanuel Macron ha esbozado, apoyándose en un mapa, el escenario de un avance del frente «hacia Odessa o hacia Kiev, lo que podría desencadenar una intervención» para parar a Rusia”. Un avance ruso sobre Odessa es, a día de hoy, tan irreal como un ataque a la OTAN. Rusia se ha hecho con la iniciativa en la guerra terrestre, pero sufre gravemente en el mar Negro, donde Ucrania, un país sin armada, está siendo capaz de destruir o inutilizar a la flota rusa, necesaria para cualquier intento de aproximación a Odessa. Sin la flota, Rusia habría de romper el frente, cruzar el Dniéper y superar Jersón y Nikolaev para amenazar Odessa, algo que precisaría de un colapso defensivo en las filas de Ucrania.

Absolutamente irreal en las condiciones actuales, la referencia a la posibilidad de un ataque a Odessa no es casual. El miércoles, durante la visita de Volodymyr Zelensky a la ciudad, un ataque con misiles rusos destruyó un hangar militar situado a escasa distancia del lugar en el que el presidente ucraniano realizaba una rueda de prensa junto al primer ministro griego Kyriákos Mitsotákis. El equipo de Zelensky reaccionó rápidamente para calificar el ataque de intento de asesinato del presidente. Frente a la acusación, la prensa rusa ha reaccionado publicando una imagen captada por uno de los drones de vigilancia rusos en la que puede observarse el convoy de Zelensky en su última visita a Jersón, una forma de probar que Moscú no busca asesinar al jefe de Estado de Ucrania. A esa misma conclusión han llegado también sectores de la defensa de Ucrania. Natalia Gumeniuk, portavoz de las Fuerzas de Defensa del Sur, negó la vinculación entre el ataque y la presencia de Zelensky, un desmentido que no ha sido suficiente para evitar un nuevo aumento de tensión por parte de ciertos líderes occidentales obsesionados con exagerar al máximo la amenaza para justificar la enésima escalada.

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