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Múnich, el frente ucraniano y el discurso político

“La apuesta de la lucha por la libertad y democracia de Ucrania sigue estando alta. Para todo el mundo. Estaremos con Ucrania mientras sea necesario”, afirmó Kamala Harris en su aparición en la Conferencia de Seguridad de Múnich, muy centrada en Ucrania y en Rusia debido a la muerte de Alexey Navalny en prisión y, sobre todo, a los relevantes acontecimientos en el frente de Donbass. La palabras de la vicepresidenta estadounidense no son significativas por su originalidad, sino precisamente por lo contrario: el discurso oficial imperó en el fin de semana de Múnich, en el que más que de seguridad, se habló de la guerra actual y los conflictos del futuro. En ese contexto, el protagonismo de Ucrania superó al de Israel, pese a que durante los últimos cinco meses, la guerra en Gaza ha conseguido más titulares, causado más víctimas civiles, creado una situación humanitaria mucho más grave y amenazado con extenderse a un conflicto regional con más peligro de lo que ha sucedido en Ucrania, tema que había perdido presencia en la agenda política y mediática internacional. De nuevo, la libertad y democracia del país cuyo régimen nació de un irregular cambio de Gobierno, que inició una operación antiterrorista contra una región en la que posteriormente suspendió los pagos de pensiones e impuso un bloqueo económico, bancario y de transporte y que finalmente se negó a implementar el acuerdo de paz que había firmado han de ser protegidas con el suministro de aún mayores cantidades de armamento cada vez más pesado.

El contexto lo es todo y en ocasiones, los discursos preparados de antemano en los que trata de imponerse un discurso que hace tiempo que suena vacío chocan con las conversaciones que se escuchan entre bambalinas y las declaraciones mediáticas de los participantes. Es el caso de los comentarios de Emmanuel Macron, que insistió en que “Rusia ha sufrido una derrota estratégica” en Ucrania. Es evidente que Rusia no consiguió los objetivos que planteó en febrero de 2022 con el inicio de su intervención militar: la guerra no ha terminado como afirmó Vladimir Putin que Rusia pretendía hacer, ni se ha logrado una mayor seguridad en las zonas bajo control ruso o de las Repúblicas Populares que Moscú reconoció hace ahora dos años. La destrucción ha sido especialmente masiva precisamente en Donbass, el lugar cuya seguridad pretendía mejorar Moscú. Sin embargo, también están lejos de cumplirse los objetivos de Ucrania y de sus aliados occidentales: Kiev no ha recuperado el control de Crimea ni Donbass, no se ha interrumpido el corredor terrestre de la Rusia continental a la península del Mar Negro, Ucrania es ahora mismo cada vez más dependiente de sus socios para mantener a flote al Estado y a las Fuerzas Armadas y ni las sanciones ni el aislamiento internacional han conseguido destruir la economía o la industria rusa ni han desembocado en protestas o deserciones masivas que obliguen a Moscú a renunciar a los territorios ucranianos. Y, ante todo, el gran triunfo de Moscú en el último año no han sido las capturas de las destruidas Artyomovsk o Avdeevka, sino haber derrotado la ofensiva ucraniana de 2023 pese a la gran movilización de recursos y las elevadas expectativas de Occidente.

Consolidada ya la tendencia de cronificación del estado de guerra y la necesidad de planificación de un conflicto a largo plazo contra una potencia militar que no ha perdido su capacidad industrial como Occidente deseaba, el discurso de derrota estratégica rusa ha quedado anticuado y ya no logra el objetivo deseado: justificar una mayor movilización de financiación, armamento y munición. La Conferencia de Seguridad de Múnich ha coincidido además con el primer colapso de las Fuerzas Armadas de Ucrania en la región de Donetsk en muchos años. No se trata de la rápida retirada en las primeras horas de la invasión rusa del norte de Lugansk, una región de interés secundario por la que las tropas ucranianas prefirieron no luchar. El repliegue estratégico de unas zonas de población más favorable a Rusia y donde no se habían construido grandes fortificaciones permitió que las fuerzas ucranianas se concentraran en las grandes ciudades, Severodonetsk y Lisichansk, y en puntos estratégicos como Popasnaya, donde la batalla sí adquirió niveles similares a los vividos en la vecina región de Donetsk. La retirada de Avdeevka denota una serie de problemas mucho más graves para las Fuerzas Armadas de Ucrania en una zona de gran importancia, el centro de Donbass, frente original de esta guerra.

Producida en pleno fin de semana de la Conferencia de Seguridad más importante del mundo, en la que se habían congregado líderes mundiales, autoridades militares y expertos en seguridad, la situación en Avdeevka tenía que intensificar la tendencia al catastrofismo que tanto ha aumentado en los medios de comunicación desde que el artículo de Zaluzhny en The Economist abrió la puerta a calificar públicamente de fracaso la ofensiva terrestre del verano en Zaporozhie. Aunque esta idea sigue conviviendo con la de la derrota rusa, fundamentalmente porque no hay transición a un plan B que no implique luchar hasta la victoria final de Ucrania, el temor a una Rusia reforzada marca el discurso mediático de los últimos tiempos.

Quizá nadie ha comprendido mejor la necesidad de exagerar hasta el infinito la amenaza rusa que Josep Borrell, que parece acercarse a las tendencias que alertan sobre la posibilidad de un ataque ruso a países de la OTAN -absolutamente inviable teniendo en cuenta el desgaste que la guerra de Ucrania está suponiendo para Rusia- y que abogan por asumir un conflicto con Rusia que se prolongará durante años. En su discurso de Múnich, Borrell planteó los tres principales retos para la Unión Europea: Ucrania, Gaza y la relación con el Sur Global, que el Alto Representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad teme estar perdiendo a causa de la doble vara de medir occidental y la existencia de otras alternativas en ascenso. El temor a perder la hegemonía política y la capacidad de imponer el discurso occidental como único es el hilo que los une. En el caso de Ucrania, Borrell ve tres aspectos importantes: la necesidad de avanzar en la adhesión del país a la UE, el mayor y más rápido suministro de armamento y munición y la preparación “para un largo periodo de tensiones con Rusia”. El jefe de la diplomacia de la Unión Europea presentó ese periodo como una etapa en la que “Rusia puede tener la tentación de aumentar sus provocaciones políticas y militares contra los países de la OTAN. Así que, el mensaje es claro: tenemos un problema ruso ante nosotros y es un gran reto. Y, para ello, nuestro esfuerzo militar tiene que ser sostenido en cooperación con un aliado clave como Estados Unidos. Pero tenemos que considerar diferentes escenarios sobre cuál será el compromiso de Estados Unidos en la seguridad europea”. Al estilo de los viejos soldados de la Guerra Fría, Borrell plantea una política de bloques con Washington como el Estado indispensable y Rusia como el enemigo con el que romper todos los lazos y por el que reanudar una militarización del continente que históricamente ha llevado siempre al desastre.

“Juntos, más rápido y más” es el lema de Borrell en relación con Ucrania. Y emulando a la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, que tuvo que ser desautorizada por su Gobierno tras afirmar que “estamos en guerra”, el diplomático explicó que “Si no actúan juntos, serán más débiles. Pero para trabajar juntos hace falta mucho tiempo. Para que trabajen juntos, hay procedimientos que seguir, unanimidad que alcanzar… y todo eso lleva tiempo. Así que tenemos, al mismo tiempo, que ser capaces de poner la financiación, poner la voluntad, cambiar los procedimientos y entender que estamos -y no creo que lo entendamos- en una situación de guerra”.

Todo ello se refiere, como es evidente, a la producción militar y el suministro de armamento, munición y financiación para Ucrania y especialmente a la rapidez con la que Occidente debe cumplir con ese compromiso. “No creo que la gente al más alto nivel político, al nivel intermedio y la opinión pública entiendan que estamos en una situación que requiere un modo y un enfoque completamente diferentes, que no es simplemente: «Sí, lo haremos, pero veamos el próximo Consejo de Asuntos Exteriores, el mes que viene». No, en tres meses las cosas se decidirán en el campo de batalla»”, sentenció.

No es suficiente explicar que lo planteado por Borrell, que encamina el conflicto a la guerra total a la que contribuirán los ATACMS que la NBC afirma que Estados Unidos enviará para atacar Crimea, supone una escalada peligrosa. Su discurso parte de una base irreal que parece prever un colapso inmediato, única forma en la que Rusia podría decidir la guerra en el frente con tal rapidez. La caída de Avdeevka y el relativo repliegue de Ucrania en la única zona en la que había logrado avanzar en Zaporozhie indican una debilidad ucraniana no solo en ataque sino también en defensa y un desgaste superior al sufrido por las tropas rusas. Sin embargo, incluso observando el colapso local de las defensas del fortín más importante del frente que hasta hace dos años fue el único y que sigue siendo prioritario, no hay por el momento indicios de una superioridad rusa tan determinante como para dar un golpe definitivo que deje la guerra sentenciada.

El fortalecimiento ruso y la notable mejora de sus capacidades de defensa y, quizá, de ataque muestran, en cambio, que el final decisivo en favor de Ucrania, que siempre fue una apuesta improbable, parece cada vez más una quimera. Entre la guerra eterna y el compromiso, este, por muy limitado que este sea (Minsk lo era y fue inaceptable para una Ucrania que no disponía del apoyo occidental del que disfruta ahora), es considerado inasumible. En esta guerra en la que ninguna de las partes quiere aparentar ser la más débil, no hay lugar a la diplomacia y queda únicamente la escalada. No importa cuáles sean las consecuencias para Ucrania en términos de pérdidas humanas y materiales siempre que el resultado final no implique concesiones. Entre la guerra eterna y el compromiso, sigue ganando la militarización de los conflictos, de la política y de la diplomacia.

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