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Barreras, puertos y exportaciones

Con Rusia y los países occidentales inmersos en una guerra proxy de enormes consecuencias políticas, económicas, militares y sociales, Ucrania será nuevamente uno de los temas estrella de la Asamblea General de Naciones Unidas que se celebra, como cada año, este mes de septiembre. Pese a las durísimas críticas, acusaciones e insultos que ha recibido recientemente de oficiales importantes del Gobierno ucraniano, Antonio Guterres ha anunciado que utilizará la presencia de las delegaciones implicadas para tratar la cuestión en la que Naciones Unidas ha tenido más protagonismo: la Iniciativa de Grano del Mar Negro. Desde los días anteriores a que se consumara la retirada rusa del acuerdo de exportación de productos agrícolas ucranianos, el Secretario General de la ONU ha tratado de participar, de momento sin éxito, en una negociación a tres bandas para lograr, ya sea la reanudación del acuerdo o un acuerdo ampliado que cumpliera con las promesas que Rusia recibió hace un año.

En la explicación de su retirada -breve y sin detalles, como prácticamente cada explicación que Moscú ha dado al público en el año y medio desde el inicio de su intervención militar-, Rusia rechazaba los términos del acuerdo al entender que, pese a haber cumplido su parte, no había recibido aquello que esperaba lograr. En otras palabras, no se había garantizado la exportación de los productos rusos, fundamentalmente los fertilizantes, un producto clave para el mercado internacional, ni se había reconectado al sistema SWIFT al banco ruso de exportaciones agrícolas. Esa ha sido la posibilidad que ha manejado Guterres estas semanas, aunque para lograrlo precisaría del acuerdo de los países que han sancionado a Rusia y la han expulsado de este sistema internacional de pago. Es decir, Guterres precisaría de la buena voluntad de Estados Unidos, mucho más cómodo acusando a Rusia de utilizar el hambre como arma que con la reconexión de un banco ruso para garantizar la exportación de un producto que, por su privilegiada posición en el mercado, le proporcionaría ingresos relativamente relevantes. De ahí que esa reconexión no se produjera en el año que estuvo en vigor el acuerdo de exportación, ni Guterres haya logrado ningún avance desde que comenzó a buscar la forma de dar a Rusia un motivo para regresar a él.

Pese al prematuro optimismo del presidente Erdoğan, que antes de su visita a Sochi dio a entender que la iniciativa estaba a punto de reanudarse, nada indica que haya actualmente posibilidad de acercar las posturas. Kiev exige la reanudación del acuerdo y considera una capitulación inaceptable que Rusia consiga nada a cambio, mientras que Moscú exige las mismas condiciones que exigía cuando anunció su retirada y continúa con los ataques contra los puertos ucranianos, una destrucción que habría podido evitarse con la prórroga del acuerdo, pero a que a día de hoy parece ya un punto de no retorno.

La pérdida del corredor de exportación a través del mar Negro ha obligado a los socios de Ucrania a buscar una alternativa para la salida al mercado mundial de los productos ucranianos, unos ingresos necesarios en las armas de Kiev, que actualmente dependen de forma creciente y preocupante de los subsidios y créditos extranjeros. A la pérdida efectiva de las exportaciones marítimas directas, hay que sumar los problemas con los que Kiev está encontrándose con sus vecinos y aliados. Ucrania ha aumentado las exportaciones de grano a través de los puertos del río Danubio, vía en la que precisa de la colaboración de Rumanía. Miembro de la OTAN y abierta defensora de Kiev, Rumanía ha tratado de adaptarse a las condiciones, aunque ha chocado con las crecientes exigencias ucranianas.

No se trata únicamente de copar con el enorme aumento del tránsito a través del Danubio, sino de cumplir con las expectativas de Ucrania, que pretende hacer uso de los puertos rumanos a su antojo  y determinar las rutas. Por el momento, la alianza con Ucrania ha prevalecido por encima de las quejas, aunque las reticencias de Rumanía hacia la actitud ucraniana han trascendido en la prensa a lo largo de las últimas semanas. El tránsito a través del Danubio ha ascendido, según los datos recientemente publicados, a 2.500 millones de toneladas. Sin embargo, los ataques rusos en los puertos del Danubio y la posibilidad de que esos bombardeos se extiendan en aquellos que aún cargan grano -fundamentalmente Izmail y Reni- está haciendo aumentar los costes tanto de transporte como de seguros.

Además de la salida a través del Danubio, se ha tratado de aumentar los volúmenes exportados a través de la ruta terrestre vía Polonia y otros países fronterizos con Ucrania y que son además algunos de los aliados más cercanos de Kiev. Esta ruta de exportación plantea dos problemas: la capacidad de tránsito y el choque de los intereses económicos. Pese al intento de aumentar la capacidad, la ruta terrestre no puede competir con la marítima en términos de volúmenes transitados. Actualmente, según ha publicado esta semana The Wall Street Journal, la ruta terrestre es capaz de exportar 15-16 millones de toneladas de productos agrícolas ucranianos, a los que habría que sumar lo transitado a través de Rumanía por la ruta del río Danubio. Esas cifras contrastan con los 57 millones de toneladas de productos -grano y aceite, fundamentalmente de girasol- que Ucrania pretende exportar este año. Según el medio, el bloqueo naval ruso derivado del fracaso a la hora de prorrogar el acuerdo de exportación de grano impide la exportación de tres cuartos de los productos que Ucrania aspira a colocar en el mercado internacional.

Ucrania se encuentra también con el rechazo de sus países vecinos a permitir el paso de los productos ucranianos. En este sentido, los intereses económicos de esos países continúan primando sobre la voluntad de apoyar a su aliado. De ahí que países como Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía -por el momento, solo se ha desmarcado Bulgaria- hayan exigido a la Comisión Europea la prórroga de la prohibición de importación de grano y otros productos ucranianos. La intención de estos países es alargar el periodo de vigencia de este veto, que expira el 15 de septiembre, hasta finalizar el año. “Apoyamos la prohibición de exportaciones a nuestros países hasta final de año”, afirmó el ministro de Agricultura polaco, que añadió que “incluso si fracasa, algunos países impondrán sus propias restricciones”.

Aún más contundente se mostró el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki, que afirmó que “no permitiremos la reapertura de los mercados agrícolas independientemente de la decisión de la Unión Europea. O la Comisión Europea cumple con nuestros deseos, escucha nuestra voz e introduce a partir del 15 de septiembre una prohibición de la importación de cuatro tipos de grano en el territorio de la Unión Europea o lo pondremos en marcha nosotros mismos”. Es decir, algunos de los aliados más firmes de Ucrania en el ámbito miliar están dispuestos a impedir unilateralmente, al margen de la Unión Europea, la entrada de productos ucranianos.

Las dificultades para la exportación han supuesto la creciente acumulación de excedente, con las consecuencias que ello supone para los precios. Los productores ucranianos están dispuestos a exportar a precios más bajos, lo que supone una competencia que países como Polonia no están dispuestos a admitir. Tampoco lo están sus agricultores y empresas agrícolas, origen de las protestas que dieron lugar a la prohibición. A nivel interno, el excedente supone una caída de los precios, algo positivo para la empobrecida ciudadanía, pero un problema para los productores agrícolas, que se encuentran además ante la campaña de recogida con el riesgo de cargar con un enorme excedente que no tienen capacidad de exportar. Por el momento, Ucrania no puede contar en este caso con la solidaridad europea, que se extiende a lo militar y político, pero que desaparece en el momento en el que se ponen en cuestión los intereses económicos nacionales.

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