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Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Rusia, Ucrania, Unión Europea

El jardín marchito

La guerra rusoucraniana, la reacción internacional y el reparto del trabajo entre los aliados de Kiev han mostrado la posición de cada país en el sistema de relaciones internacionales. En el caso de la Unión Europea, siempre a la sombra de Estados Unidos, la principal lección es la de la subordinación. Durante años, algunos países europeos, que en determinados momentos históricos han mantenido el discurso defender la soberanía, han tratado de poner sobre la mesa la necesidad de una estructura de seguridad continental más allá del paraguas nuclear de Estados Unidos y la existencia de la OTAN. Ese ha sido, por ejemplo, el caso de Francia, históricamente menos subordinada a la Alianza que otros países más dóciles en este sentido, como Alemania. La cuestión no ha desaparecido completamente de la agenda, aunque sus términos han cambiado. Para comprobarlo solo hay que observar las reacciones a quienes osan pronunciar palabras como soberanía estratégica o los términos en los que personas como Josep Borrell plantean ahora la necesidad de una seguridad europea, es decir, de la Unión Europea.

La hostilidad que se encontró Emmanuel Macron en su ingenua entrevista sobre las relaciones entre China y los países de la Unión Europea, que chocó con los reproches de la parte más beligerante del Gobierno alemán, mostró que las circunstancias no se prestan a un funcionamiento mínimamente independiente de la Unión Europea. Es de esperar que este fenómeno aumente en el futuro a corto y medio plazo -quizá también a largo-, especialmente con el desplazamiento del tradicional eje de poder París-Moscú hacia los países del este política, económica e ideológicamente más cercanos a Washington que a Bruselas.

En ocasiones, las reclamaciones que dicen aspirar a la soberanía llegan de fuentes inesperadas. Es el caso de Josep Borrell, que en este año y medio de guerra común contra Rusia se ha manifestado en varias ocasiones a favor de la independencia de la Unión Europea y ha recalcado el peligro que supone para el continente -o más concretamente para las partes del continente que importan en este sentido, es decir, los países de la Unión Europea- carecer de una seguridad propia. Sin embargo, las palabras del representante diplomático del jardín europeo no buscan una independencia de Estados Unidos, sino simplemente la remilitarización del continente. La actual guerra ha mostrado que los arsenales europeos, incluidos los de Alemania, la gran potencia continental, no estaban preparados para la posibilidad de una guerra convencional. El problema, a ojos de personas sin la experiencia diplomática que implica su puesto, no es la subordinación a los intereses y a las formas de hacer de Estados Unidos, sino únicamente la falta de material militar. La postura de Borrell, que simplemente sigue la ola del sentir mayoritario del establishment de quienes empujan a la Unión Europea a perpetuarse como el socio junior de Estados Unidos, ve la guerra como la advertencia necesaria para actuar como ya debió hacerse hace tiempo.

De la misma forma que la OTAN, que con la recuperación del histórico enemigo ruso como oponente militar ha recuperado parte del poder al que siempre ha aspirado, la Unión Europea está viendo en la guerra una ocasión para presionar a todo tipo de países a seguir el rumbo establecido. Un rumbo que no ha marcado Bruselas, que ha mostrado su incapacidad absoluta para actuar de forma autónoma y que durante siete años rechazó trabajar sobre una resolución al conflicto ucraniano, sino Washington. A pesar de ello, personas como Josep Borrell, que en ocasiones parece actuar más como ministro para cuestiones europeas del ejecutivo estadounidense que como líder de la diplomacia continental, parecen creer estar haciendo fuerte a la Unión Europea a base de un discurso de rechazo a toda negociación y firme respaldo a la idea de luchar contra Rusia hasta el último ucraniano. Esa parece ser también la obligación del resto de países del planeta, al menos a ojos de Washington, Bruselas y, por supuesto, Kiev.

En este contexto, cada foro internacional y cada encuentro bilateral se convierte en un ejercicio de presión de los países de ese constructo llamado Occidente en su intento de lograr que cada país muestre su apoyo a Ucrania y su rechazo a Rusia. Sin comprender por qué países lejanos y que simplemente quieren concentrarse en trabajar en su progreso rechazan involucrarse en la guerra en lugar de en la paz, las quejas hacia ciertos países se han convertido en algo recurrente. Los últimos comentarios de Josep Borrell se han referido a los países latinoamericanos y caribeños. Repasando los resultados de la cumbre Unión Europea-CELAC del pasado julio, Borrell insistió en la idea de “lo mucho en común” entre las dos zonas del mundo, una herramienta formal para posteriormente insistir en el mensaje real. “Pero insisto: también tenemos diferencias, y Ucrania es un ejemplo de ellas”, afirmó el Alto Representante de la Unión Europea. El problema, al menos según la descripción de Josep Borrell, no parece político, sino moral. “Uno percibe que no sienten todos con igual intensidad la indignación moral que nos produce a los europeos la agresión rusa a Ucrania”, afirmó sin comprender aún que el hecho de que la guerra se esté produciendo en Europa no es argumento suficiente para que todos los países del planeta tengan la obligación moral de manifestarse, involucrarse y alinearse con el consenso de Washington. Josep Borrell, vestido con una chaqueta militar, ejercía ya de ministro de la guerra las semanas antes del inicio de la intervención militar rusa. En aquel momento, no vio con indignación moral -o con indignación de ningún tipo- el rechazo abierto de Ucrania al cumplimiento de los acuerdos de Minsk. En aquel momento, cuando Kiev seguía siendo la única parte agresora, la Unión Europea exigía también el apoyo del mundo a Ucrania, ignorando la situación que durante ocho años había vivido la población de Donbass. No es de extrañar tampoco que, desde su simplificación del conflicto hasta la parodia del bien y el mal, personas como Josep Borrell no entendieran tampoco cómo aquellos lugares que visitaron semanas atrás, en su caso la fronteriza Stanitsa Luganskaya, cayeron en manos de las Repúblicas Populares sin prácticamente lucha.

Pese al discurso de unidad, la Unión Europea se está encontrando con una serie de rechazos que no esperaba a alinearse con el discurso marcado. Los países europeos se han plegado sin dificultad al discurso de Washington, pero no así otros que han visto en la guerra europea una guerra ajena o quienes aspiran a mediar en el conflicto desde una postura neutral.

El último foro del G20 y la negociación para consensuar una declaración final son un ejemplo más de las dificultades con las que Estados Unidos y sus socios europeos están encontrándose para imponer su postura. Frente al rechazo de China e India -y, por supuesto, de Rusia-, los países europeos y Estados Unidos se han visto obligados a rebajar notablemente ese mensaje final. Pese a condenar las amenazas nucleares, Washington y Bruselas no han logrado un comunicado de condena a la “agresión rusa contra Ucrania” y han tenido que conformarse con una redacción genérica en la que Moscú ha visto una victoria y Kiev una humillación.

En realidad, los hechos no son más que la evidencia de la pérdida de poder político y diplomático occidental frente a potencias emergentes como India y China que, pese a sus diferencias, han seguido una política similar en la cuestión de Ucrania. En el caso de India, un país que Occidente considera más sencillo de atraer hacia sus posturas, eso se ha traducido esta vez en la retirada de las exigencias diplomáticas de Estados Unidos y la Unión Europea en lo relativo a Ucrania. La necesidad de que India obtuviera una victoria con un comunicado conjunto al finalizar el G20 que ha organizado ha primado esta vez frente a la imperiosa necesidad occidental de condenar a diario a Rusia. Ucrania solo es una herramienta y pese a la insistencia moral de la necesidad de apoyar a Kiev, los intereses occidentales no comienzan en el frente sino que miran a China. Así lo ha declarado abiertamente Josep Borrell, que en las últimas horas ha dejado claras las prioridades: la victoria de Ucrania, la derrota de Rusia y “recalibrar el acercamiento a China”. No necesariamente en ese orden.

Comentarios

Un comentario en “El jardín marchito

  1. Me gusta tu blog un monton, además escribes muy bien, y explicas mejor. Aupa Nahia. Ya he pasado el enlace a los colegas y más de uno te leerá, fijo.

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    Publicado por Javier | 15/09/2023, 10:28

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