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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Política, Rusia, Ucrania, Zelensky

Si paga Occidente

A principios de julio, cuando se cumplía el primer mes de la ofensiva ucraniana y comenzaban a aparecer las dudas sobre si el gran ataque iba a logar los objetivos exigidos por los proveedores de la guerra, Oleksiy Reznikov buscaba un motivo para animar a sus socios a enviar más armamento. El ministro de defensa tenía entonces dos opciones: alegar que Ucrania está, en realidad, defendiendo la civilización europea de la barbarie rusa o adoptar la idea de la guerra proxy y animar a sus socios a participar en ella. Reznikov eligió la segunda opción y alegó que los países de la OTAN debían aprovechar la coyuntura para utilizar Ucrania como un campo de pruebas. Los aliados, argumentaba el ministro, “pueden en realidad ver si sus armas funcionan, su eficiencia y si tienen que ser actualizadas”. Ucrania nunca ha escondido su opinión de que lucha una guerra contra Rusia que es común a sus socios, estos sí, algo más reacios a admitir la realidad y dispuestos únicamente a suministrar las armas necesarias para continuar, pero no a lucharla ni a admitir que se libra una guerra proxy contra el histórico enemigo ruso.

Aunque sin dar nombre a la situación, incluso los grandes medios aceptan ahora que Ucrania recibe órdenes sobre el correcto uso del armamento -una de las grandes quejas de Estados Unidos es el derroche de proyectiles-, la táctica y la estrategia. Tanto la prensa estadounidense como la británica han publicado detalles sobre la reciente reunión de los altos mandos militares en la que Valery Zaluzhny no tuvo más remedio que aceptar las exigencias de sus socios y centrar la ofensiva ucraniana en una dirección principal, el eje Orejovo-Melitopol, en lugar del ataque en varias direcciones que había priorizado el mando ucraniano. Completamente dependiente de sus socios para seguir luchando -Ucrania simplemente carecería de la munición necesaria para continuar la guerra-, las opciones de Kiev de rechazar las sugerencias de sus aliados son escasas y se limitan a aquellos aspectos que no contradigan los intereses de Washington, Londres y, en menor medida, Bruselas. Por ejemplo, Ucrania puede permitirse utilizar armamento occidental en territorio ruso contra los deseos de Occidente, como ha hecho en las redadas encabezadas por grupos abiertamente neonazis, pero no contradecir a sus socios en cuál ha de ser el eje principal de sus acciones ofensivas.

La dependencia económica de Ucrania con respecto a sus socios hace que la definición de proxy de Occidente se quede corta para definir la situación actual. Kiev no solo no sería capaz de continuar luchando, sino que, en caso de que desapareciera o disminuyera en exceso la asistencia occidental, el país no sería capaz de cubrir los servicios básicos del Estado. De ahí que Occidente cuente ahora mismo con una herramienta con la que convencer o coaccionar a Kiev a seguir el camino deseado, algo que no se limita únicamente al aspecto militar. Sin embargo, la facilidad con la que los objetivos estratégicos de Kiev se han alineado con el de sus proveedores ha hecho que no se hayan producido hasta ahora grandes disidencias ni fricciones, que se han limitado a episodios como el de las quejas británicas sobre la falta de gratitud de Ucrania o a las exigencias de Zelensky sobre la entrada en la OTAN, momento en el que quedó claro que Kiev no tiene capacidad de decisión en algunos de los temas que más le importan.

Presentado como un héroe desde febrero de 2022, Zelensky ha visto cómo su presencia mediática y sus apariciones estelares en todo tipo de países y foros internacionales le han garantizado premios, recepciones con las que ni siquiera podía soñar antes del inicio de la invasión rusa y un apoyo sin precedentes y prácticamente sin contrapartidas a su país. Sin embargo, incluso el ya célebre presidente de guerra ha sufrido ciertas críticas que han trascendido en medios muy cercanos a la administración Biden, aliado indispensable del presidente ucraniano. Político llegó a publicar un artículo en el que se dejaba claro que Estados Unidos no considera imprescindible a Zelensky y aseguraba que un posible asesinato del presidente daría lugar a un gobierno colectivo que continuara adelante con los planes ya establecidos. El subtexto del artículo no era una amenaza de muerte a Zelensky, sino una advertencia de que no es imprescindible.

Político, igual que han hecho también otros medios, planteaba una serie de críticas al presidente ucraniano, que han aumentado desde que la ofensiva ucraniana ha dado síntomas de no ser todo lo potente que se había esperado. Uno de los temas recurrentes en los discursos críticos hacia Zelensky se refiere a sus credenciales democráticas. Las críticas, superficiales y centradas únicamente en la etapa desde febrero de 2022, se centraban en la prohibición de partidos políticos y el rechazo de Zelensky a celebrar elecciones en guerra. Las tendencias autoritarias del actual presidente ucraniano no se limitan a esta etapa de guerra que afecta a todo el país, sino que se remontan al periodo anterior, cuando la batalla militar estaba contenida en Donbass y la política buscaba ya eliminar, acosar, marginar o expulsar las opciones políticas e ideológicas que contradijeran el discurso nacional ucraniano, ya entonces cada vez más cercano al de la extrema derecha nacionalista.

Con millones de personas desplazadas por la guerra, ya sea en otras zonas del país o en el extranjero, Zelensky no manipulaba la realidad al argumentar que no se daban las condiciones para celebrar unos comicios. El presidente ucraniano estaba respaldado por la legislación del país, que impide la celebración de elecciones en momentos de ley marcial, ahora vigente en el país. Sin embargo, incluso sus aliados más cercanos y las figuras más radicalmente proucranianas parecen haber visto en la voluntad de Zelensky de prorrogar el estado de excepción indefinidamente un problema que requiere de solución. Ayer, el presidente ucraniano respondió a una crítica del estadounidense Lindsey Graham que el senador estadounidense le manifestó en una conversación directa. Curiosamente, el problema no es la celebración de elecciones legislativas, algo escasamente sorprendente teniendo en cuenta el uso que el actual Gobierno ucraniano ha hecho de la Rada, sino las elecciones presidenciales. En una guerra presentada como una lucha entre democracia y autoritarismo, Occidente requiere de un presidente avalado por las urnas.

Zelensky se mostró ayer dispuesto a convocar a la Rada para realizar los cambios legislativos que serían necesarios para hacer posible la celebración de elecciones en condiciones de guerra, algo que Ucrania deberá hacer antes o después ahora que la continuación de la guerra a largo plazo parece una certeza. La necesidad de dar un aspecto democrático a un Gobierno que ha aprovechado la guerra para prohibir a todo el espectro no nacionalista de la escena política -tendencia que había comenzado ya con la prohibición del Partido Comunista- aumentará a medida que se alargue la guerra, situación que puede suponer una condición favorable para Zelensky. Con todo partido mínimamente opositor prohibido, marginado, demonizado y exiliado y con figuras como Poroshenko o Timoshenko sin nada diferente que aportar, la única oposición posible podría parecer la extrema derecha nacionalista. Pero incluso en ese caso, una vez asimiladas por el Estado, y por Zelensky personalmente, la retórica y el argumentario de partidos como Svoboda, ninguna de las figuras del nacionalismo puede tampoco amenazar a Zelensky.

En unas condiciones de éxodo del país y de cientos de miles de hombres en el frente, las garantías de unos comicios en esas condiciones serían escasas, si es que el país lograra organizar la logística necesaria para realizarlas. Es más, ese es el principal argumento de Zelensky, que en su respuesta a la oportunista crítica de Lindsey Graham dejó claras sus exigencias. Zelensky, consciente de que incluso a pesar de la ausencia de elecciones no va a perder el favor de sus aliados, marcó sus condiciones. El presidente ucraniano está dispuesto a celebrar unas elecciones, aunque solo en caso de que los países en los que se han refugiado millones de ucranianos se encarguen del proceso en sus países, con observadores en todo el país, incluidas las trincheras y con una generosa financiación exterior. Con la guerra como única prioridad, Zelensky mostró abiertamente su rechazo a financiar un proceso electoral.

“Lo siento, no estoy pidiendo nada”, afirmó Zelensky, que aunque ha basado la economía del país en las líneas de crédito extranjeras, añadió que “no voy a celebrar elecciones a crédito. Tampoco voy a quitar dinero a las armas y dárselo a las elecciones”. El presidente ucraniano sugirió incluso la cantidad deseada para poder celebrar unas elecciones. Zelensky mencionó la cifra de 5.000 millones para unas elecciones en paz y, aunque no mencionó una cifra concreta, recordó que el proceso sería aún más caro en condiciones de guerra.

Zelensky está dispuesto a celebrar unas elecciones de trámite en las que legitimar nuevamente su figura. Eso sí, solo está dispuesto a hacerlo en unas condiciones en las que no puedan participar fuerzas políticas opositoras y con una financiación específica para ello. Han de ser Estados Unidos y la Unión Europea quienes financien el proceso y envíen a los observadores. En ese caso, el presidente ucraniano estaría dispuesto a cumplir con los deseos de sus aliados. Ucrania ya no actúa como proxy, sino prácticamente como colonia. Sin embargo, al igual que en el aspecto militar, también aquí los intereses de Zelensky coinciden con los de sus socios: a todos ellos les interesa celebrar unas elecciones de trámite, a pesar de que no existan ni las condiciones políticas ni de seguridad necesarias con las que seguir enalteciendo la democracia ucraniana. De ahí que no sea descartable que la Rada reciba las órdenes de adaptar la legislación al servicio de la reelección de Zelensky. Si la celebración de elecciones en Ucrania es necesaria para Occidente, Zelensky tendrá que buscar la forma de simular un proceso electoral normal. Siempre que Occidente corra con los costes.

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