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Todas las pistas apuntan a Ucrania

Con la promesa de recibir en los próximos meses los ansiados cazas de fabricación estadounidense F-16, la última wunderwaffe con la que Ucrania dice que logrará recuperar incluso Crimea, Kiev ha comenzado ya la campaña de presión en busca de más armas occidentales con las que atacar la península del mar Negro. Ese es el objetivo de todo el armamento de precisión y largo alcance que busca el Gobierno de Zelensky, que exige, además, rapidez a sus socios. Consciente de que no debe presionar en exceso al país más poderoso, Estados Unidos, Ucrania ha optado por exigir más a sus socios europeos, mucho más débiles y en una posición de inferioridad, no solo en términos económicos, sino en cuanto a las cifras de armamento donado para la guerra. Pese a haber sacrificado mayor cantidad de armamento que otras potencias continentales como Francia y haber aportado un apoyo diplomático sin el que Ucrania no habría sido capaz de sabotear durante siete años el proceso de Minsk, Alemania ha sido el chivo expiatorio ideal para el entorno de Zelensky.

La campaña de presión a Olaf Scholz para que aceptara, a pesar de sus evidentes reticencias en aquel momento, la entrega de tanques Leopard -cuya efectividad no está siendo siquiera la sombra de las expectativas que Kiev había creado- sirve como modelo para demandar ahora rapidez a la hora de la entrega de misiles de largo alcance Taurus. Por el momento, aunque la parte más beligerante del Gobierno alemán presiona para que la entrega se produzca, el ministro Pistorius, generalmente partidario a seguir entregando armamento, ha repetido que la cuestión aún no está sobre la mesa. La realidad es que Ucrania no solicita esas entregas, sino que ha pasado directamente a exigir rapidez en ellas. Alemania, que trata de adaptar su economía a la pérdida del acceso a la energía barata que le suministraba Rusia y que era una de las bases de su competitividad, no solo está siendo tratada como el eslabón más débil de la cadena europea en términos económicos, sino también políticos. Con uno de los partidos más radicalmente proucranianos  al mando del Ministerio de Asuntos Exteriores -Rebecca Harms, de los Verdes, llegó a participar en actos de Svoboda durante los tiempos inmediatamente post-Maidan- y una coalición plagada de contradicciones, el poder de Olaf Scholz no puede compararse con el de, por ejemplo, Angela Merkel. La debilidad del canciller alemán es una de las grandes noticias políticas de esta guerra.

Es especialmente interesante que la declaración del por el momento ministro de Defensa de Ucrania Oleksiy Reznikov, cuestionado por varios escándalos de corrupción, coincida con la última publicación sobre la investigación de lo ocurrido el pasado septiembre en los gasoductos del Nord Stream. Copropiedad de Rusia y Alemania, los gasoductos sufrieron un atentado con explosivos que no destruyeron completamente la viabilidad del proyecto -por aquel entonces cerrado como represalia a la guerra-, pero causaron unos daños millonarios en caso de que, en un futuro, se tome la decisión de recuperar esta vía de conexión directa entre el principal proveedor de gas y quien era su cliente más importante. El atentado fue un éxito y eliminó toda posibilidad de que Olaf Scholz y su Gobierno pudieran, en algún momento, tener la tentación de reabrir el gasoducto.

Casi un año después, el gas ruso que transita hacia la Unión Europea -en mucho menor cantidad que antes de la guerra, aunque ha aumentado la venta de gas licuado ruso a países como España- lo hace por las tuberías ucranianas, dejando unos ingresos importantes en las arcas de Kiev. Aun así, y ahora con otras fuentes de financiación, Ucrania ha anunciado ya que no renovará el contrato de tránsito de gas entre Naftogaz Ukraina y Gazprom, por lo que la última tubería que conectaba Rusia y la UE quedaría cerrada por el interés político de Kiev. Dispuesta a perjudicar a sus aliados, incluso a quienes han aportado mayor financiación y apoyo político a lo largo de los años, Ucrania busca hacer todo lo posible para que exista una barrera infranqueable entre Rusia y los países europeos.

A pesar de no ser la parte más favorecida por la desaparición del Nord Stream -honor que corresponde fundamentalmente a Estados Unidos, que con la desaparición del Nord Stream consigue expulsar del lucrativo mercado energético europeo a un gran competidor-, Ucrania lleva meses en el punto de mira como principal sospechosa de los hechos. El intento realizado desde la política y la prensa europea en las primeras horas después de los hechos chocó contra la completa ausencia de pruebas con las que justificar que Rusia hubiera destruido sus propios gasoductos, eliminando así la única carta económica de la que disponía para presionar a países como Alemania. Y pese a que autoridades como Boris Pistorius, ministro de Defensa de Alemania, han querido aferrarse a la idea de la falsa bandera rusa, periódicamente se publican en medios europeos actualizaciones sobre el estado de la investigación que apuntan única y exclusivamente a Ucrania.

Hace varios meses, un medio polaco destapó la empresa pantalla que habría sido utilizada como tapadera para el alquiler de un yate con el que un equipo de buzos habría colocado los explosivos que posteriormente se habrían hecho explotar. Dicha empresa, que los periodistas de investigación vinculaban directamente con la inteligencia ucraniana -sin precisar si se trataba de la inteligencia civil o militar, aunque los objetivos y capacidades apuntan a la segunda-, se encontraba situada en un edificio en el que no había rastro de la agencia de viajes que decía ser. Los datos económicos, que pasaban de ingresos marginales a unos millonarios precisamente el año en el que la pandemia de coronavirus paralizó de forma prácticamente completa el turismo, cerraban el círculo de una empresa creada para fines que poco tenían que ver con los que decía cumplir. El reportaje polaco apuntaba a Zaluzhny como principal figura conocedora -o quizá participante- en los hechos. El objetivo era lograr no implicar directamente al presidente Zelensky para no manchar su imagen y su capacidad de seguir exigiendo a sus socios apoyo incondicional a Ucrania. Los periodistas polacos habían identificado incluso a un soldado ucraniano, en servicio en el momento tanto de los hechos como de la publicación, cuyo nombre no se dio a conocer.

Ahora, coincidiendo con las nuevas exigencias de Ucrania al gobierno de Berlín, un medio alemán recupera la historia para dar algunos detalles más sobre la investigación. “Todas las pruebas apuntan a Kiev”, titula Der Spiegel, que sigue la pista del yate Andrómeda, que califica de decrépito, con “unos motores que rugen como un tractor”, con el piloto automático roto y extremadamente ruidoso, “el yate perfecto si buscas no llamar la atención”. Según el medio, el Andrómeda parecía ser “otro barco desgastado, como tantos otros en el mar Báltico”.

“Según las averiguaciones de la investigación hasta el momento, un comando de buzos y expertos en explosivos alquilaron el Andrómeda hace casi exactamente un año y navegaron sin ser detectados desde Warnemünde en el norte de Alemania por el mar Báltico antes de hacer explotar tres agujeros en las tuberías del Nord Stream 1 y 2 el 26 de septiembre de 2022. Fue un asalto catastrófico contra el suministro energético, un acto de sabotaje, un ataque contra Alemania”, sentencia Der Spiegel. Según el medio, los magistrados de la Corte Federal de Justica de Alemania que instruyen la causa consideran que la operación buscaba “infligir daños duraderos a la funcionalidad del Estado y sus infraestructuras. En este sentido, se trata de un ataque a la seguridad interna del Estado”. El lenguaje jurídico de las autoridades alemanas se refiere a “perpetradores desconocidos”. “Desconocidos porque”, añade Der Spiegel, “pese a incontables investigadores, agentes de inteligencia y fiscales de una docena de países están buscando quién está detrás de los hechos, no se ha determinado quién lo ha hecho. O por qué”. Posteriormente, el medio añade los que quizá sean los detalles más importantes. “Hasta el momento, los hallazgos de la investigación, muchos de los cuales proceden de oficiales alemanes, han sido estrictamente confidenciales. Por orden de la Cancillería”.

El artículo califica la investigación como la más importante de la historia de la Alemania de postguerra y se refiere al estricto protocolo aplicado a todas las personas que participan en ella que están obligadas incluso a documentar cuándo han hablado del caso, con quién y sobre qué detalles, una exigencia que califica de extremadamente inusual para el país. Todo ello se debe a que “hay mucho en juego, eso está claro. Si fue un comando ruso, ¿sería considerado un acto de guerra? Según el Artículo V del Tratado del Atlántico Norte, un ataque contra las infraestructuras críticas de un Estado miembro de la OTAN puede activar la cláusula de defensa mutua. Si fue Ucrania, ¿pondría eso fin al apoyo al país con entregas de tanques y potencialmente incluso cazas de combate? ¿Y qué pasa con los americanos? ¿Si Washington suministró asistencia para el ataque, podría eso ser el final de la alianza transatlántica de 75 años?”

La respuesta solo sería afirmativa en el primero de los casos. La existencia de pruebas que apuntaran a la mano de Moscú habrían sido utilizadas como un potente argumento político para ahondar en la separación entre la Unión Europea y Rusia y, sobre todo, para una asistencia aún mayor a Ucrania. Sin embargo, y pese a que públicamente investigadores y fiscales mantienen abiertas todas las líneas de investigación, las fuentes citadas por Der Spiegel asumen, off-the-record, que todas las pistas llevan a Kiev. De ahí el secretismo de la investigación y el interés de la Cancillería en conocer todos los detalles, que no comparte siquiera con un círculo reducido de ministros. El silencio es máximo y se debe a esas tres preguntas. Dos de los tres escenarios que se manejan como posibles -descartada la participación de Polonia, un potencial cuarto sospechoso- llevan a aceptar que fue uno de los aliados de Alemania quien cometió un acto de terrorismo internacional que, en caso de ser cometido por un actor estatal enemigo, podría incluso activar la cláusula de seguridad colectiva de la OTAN.

En ocasiones, la realidad es exactamente como aparenta ser y la búsqueda de hechos alternativos lleva únicamente a la teoría de la conspiración. Pasaportes falsos, llamadas telefónicas, correos electrónicos, la empresa utilizada para el alquiler del yate y las pruebas obtenidas por los investigadores alemanes en el registro trazan un camino a Ucrania que es “demasiado limpio, demasiado obvio”. El único elemento que mantiene aún la esperanza de que todo se trate de una falsa bandera rusa es que todas las pistas señalan a Ucrania. Los investigadores han identificado incluso a uno de los participantes, Valeri K., cuya pista han seguido periodistas de varios medios hasta su vivienda en Dnipropetrovsk. Allí han confirmado también que el sospechoso de haber participado en los hechos se encuentra en activo en la 93ª Brigada de las Fuerzas Armadas de Ucrania y que es miembro o simpatizante de Sokil, las juventudes de Svoboda. La teoría de la falsa bandera rusa implicaría entonces que Rusia hubiera hecho explotar los gasoductos de los que es copropietaria y en los que había invertido cantidades millonarias con una trama gestada en Ucrania y cometida desde Polonia en la que habrían participado miembros o simpatizantes de uno de los partidos con mayor trayectoria en el enfermizo odio a Rusia.

El tiempo transcurrido, la completa ausencia de pruebas, el secretismo y el cierre en banda de la Cancillería alemana en lo que respecta a mencionar las consecuencias que tendría la comprobación de que no fue el enemigo ruso quien cometió el acto de terrorismo internacional contra el Nord Stream dejan claro que la pista rusa nunca llevó a ninguna parte. Las grandes preguntas siguen siendo las mismas. ¿Conocía la Oficina del Presidente los planes de ataque? ¿Tuvo Ucrania apoyo o visto bueno de otros de sus aliados? Y, sobre todo, ¿cómo logrará Olaf Scholz hacer que el ataque no salpique a sus socios y haga quedar impune al Estado desde el que se promovió?

Varios medios alemanes han publicado estas semanas la preparación de los misiles Taurus para ser entregados a Ucrania. Se habla incluso de la modificación de los chips de los misiles para evitar que sean utilizados contra objetivos considerados líneas rojas para Alemania. Evidentemente, no se trata de evitar que Ucrania ataque Alemania, sino que esos misiles no sean utilizados contra territorio ruso. Sin embargo, el planteamiento denota ya la evidente desconfianza existente hacia el proxy ucraniano, cuya palabra de no utilizar armamento occidental contra territorio ruso no es suficiente para sus principales aliados. En ocasiones, protegerse de un aliado es más difícil que defenderse de un enemigo.

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