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El problema de las expectativas

Mientras ciertos países y sus líderes continúan realizando esfuerzos para facilitar una negociación que busque un final diplomático a la guerra y reduzca el sufrimiento de la población civil a ambos lados del frente, Ucrania y sus socios se mantienen firmes en su postura contraria a cualquier compromiso y siguen poniendo todas sus esperanzas en el esfuerzo militar de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Washington, Londres, Bruselas y Kiev habían planteado 2023 como el año en el que Ucrania se hiciera definitivamente con la iniciativa militar y, poniendo contra las cuerdas a las tropas rusas, lograra una posición de fuerza para imponer los términos de una resolución al conflicto sin que Moscú tuviera argumentos para contrarrestarlo. En boca de líderes europeos como Emmanuel Macron, no ha sido un secreto que el objetivo de la contraofensiva que acaba de comenzar debía ser el momento en el que se determinara el futuro de la guerra. El presidente francés se ha referido repetidamente a la operación militar de esta primavera-verano como la forma con la que Kiev lograría situar a Moscú en una posición óptima para una futura negociación.

Los movimientos de las dos últimas semanas, con ataques exactamente en las direcciones que se esperaban desde que se anunció la preparación de la contraofensiva, hacen ver que este plan ha comenzado. Ayer, Hanna Malyar, viceministra de Defensa y habitual portavoz de las Fuerzas Armadas de Ucrania afirmó que las tropas han liberado ocho localidades desde el 4 de junio, cuando se reanudaron activamente las hostilidades en el frente central de Zaporozhie. Se trata de un resultado que, aunque Ucrania trata de resaltar, de ninguna manera cumple con las expectativas que se habían creado a lo largo de los últimos meses, en los que el triunfalismo del discurso de superioridad absoluta del armamento occidental sobre el equipamiento ruso había hecho que prácticamente se diera por hecha la victoria ucraniana. En este tiempo, oficiales y representantes ucranianos han vinculado abierta y directamente la cantidad de armamento occidental, no ya con la victoria contra Rusia, sino con la rapidez de esta. Ese discurso choca ahora con una realidad que, pese a ser previsible, parece haber resultado inesperada para los acérrimos defensores de Ucrania, que pasan ya a minimizar los daños y justificar lo que se está percibiendo como malos resultados.

Siguiendo la línea de analizar únicamente el armamento utilizado sin poner en contexto la situación en la que se da la batalla, The New York Times alertaba ayer de la diferencia existente entre las promesas realizadas a Ucrania y cómo se han materializado en realidad. Promesas incumplidas, armamento no entregado o piezas defectuosas u obsoletas son ahora el argumento elegido para justificar que el avance ucraniano no esté siendo, de momento, el deseado. Pese a que las tropas de Kiev han realizado algunos avances, no han logrado romper las defensas rusas, un resultado que no debería resultar inesperado teniendo en cuenta las circunstancias y las partes en conflicto.

Sin embargo, aunque parece evidente que, dos semanas después del inicio de la ofensiva, Ucrania no solo no ha logrado romper la primera línea de defensa rusa sino que ni siquiera ha llegado a ella, sigue habiendo medios europeos que, como la agencia EFE, observan que las tropas ucranianas han superado las expectativas. No es de extrañar que quienes se manifiestan de esta forma sean medios europeos que informan exclusivamente desde un lado del frente y que lo hagan generalmente utilizando como fuente principal el parte de guerra proporcionado por Ucrania.

En uno de los escasos reportajes realizados al otro lado del frente, el canal francés TF1 recogía los testimonios de los soldados rusos. «Su ofensiva ha sido anunciada desde hace 6 meses. Hemos tenido el tiempo de prepararnos, no somos imbéciles. Vigilamos permanentemente, en cuanto visualizamos un objetivo llamamos a la artillería, que golpea por todas partes”, afirmaba uno de ellos en una declaración que es coherente tanto con la diferencia en el potencial militar de ambos países como con los preparativos rusos para una operación exactamente como la que se está produciendo. La semana pasada, medios estadounidenses como The New York Times, generalmente más honestos que los europeos, recogían la queja ucraniana de estar encontrándose con una gran resistencia por parte de las tropas rusas. El éxito de Jersón, donde las tropas rusas ni siquiera lucharon por mantener la ciudad, y especialmente en Járkov, donde la mala preparación y la falta de previsión de una ofensiva que el comando ruso debió ser capaz de prever, habían hecho creer tanto al comando ucraniano como a la prensa afín a Kiev que las tendencias que se manifestaron el pasado otoño no solo iban a repetirse, sino que de ninguna manera podrían revertirse.

En un artículo con el que busca justificar la actual estrategia de continuar la guerra como única forma de resolución del conflicto, el think-tank CEPA explicaba ayer por qué Kiev no ha logrado ahora lo que sí consiguió entonces: sorprender a las tropas rusas, hacerse con la iniciativa y recuperar una importante cantidad de territorio. El artículo admite que, en aquel momento, las tropas rusas se encontraban sobreextendidas, incapaces con el número de efectivos de que disponían entonces, de mantener un frente excesivamente extenso y que no habían previsto. Rusia comprendió en Járkov que su agrupación militar debía aumentar para lograr contener el frente, algo que se consiguió en la región de Lugansk a costa de bajas y, en aquel momento, contra pronóstico. Los artículos que, como el de CEPA, explican ahora que la situación del pasado otoño pudo parecer un espejismo que no reflejaba completamente la realidad no logran justificar por qué, si la superioridad ucraniana era entonces tan elevada, las tropas de Kiev no pudieron capturar, como parecía inminente, Kremennaya o Svatovo, obligando a Rusia a retroceder en una zona clave cuya pérdida habría supuesto enormes problemas logísticos.

Ayer, fuentes rusas comenzaban a hablar de acciones ofensivas rusas precisamente en esa área del frente, un primer intento de defensa activa que, por el momento, no puede calificarse de ofensiva, ni siquiera local. Sin embargo, tratándose de uno de los puntos aparentemente más vulnerables ya que los bosques del entorno ayudan a superar los problemas de campo abierto que Ucrania sufre en Zaporozhie, la situación actual refleja que, en este sector, las tropas de Kiev han perdido la iniciativa que adquirieron con el blitzkrieg de Járkov.

Las imágenes de equipamiento occidental destruido, sin duda las más buscadas por el comando y la prensa rusa, no solo buscan reflejar una cierta imagen del frente. Con ellas, Rusia puede afirmar con pruebas gráficas que la imbatibilidad del equipamiento occidental no es más que un lema de propaganda, un elemento importante para mantener la confianza de sus efectivos y su población, una seguridad que aumenta proporcionalmente con el tiempo que Ucrania emplea sin lograr ningún éxito táctico verdaderamente relevante. Ayer, las autoridades militares de Kiev admitían que la situación en el este es “difícil”, un eufemismo que, teniendo en cuenta el habitual triunfalismo ucraniano, resulta significativo.

Lo es también que organizaciones como CEPA admitan ahora la dificultad de Ucrania para realizar una ofensiva terrestre contra un ejército bien armado y con posiciones fortificadas careciendo de superioridad aérea. Pese a las burlas que ha sufrido en el pasado la aviación rusa, la curva de aprendizaje que ha supuesto esta guerra ha obligado a los medios occidentales a admitir el éxito de la preparación de este aspecto. La semana pasada, los medios dedicaban halagos a los Ka-52 y llegaban a afirmar que “la caballería ucraniana tiene un problema con los helicópteros de combate rusos”.

Los partes de guerra tienden siempre a subestimar las bajas propias y exagerar las ajenas, por lo que las cifras rusas no han de considerarse como realistas en lo que respecta a las enormes bajas que afirma está sufriendo Ucrania. Sin embargo, también los medios han admitido esas elevadas pérdidas, generalmente afirmando que Rusia sufre aún más bajas. La lógica militar implica que la parte atacante generalmente ha de sufrir mayores bajas que la defensora, por lo que Ucrania se encuentra ahora en la situación en la que se encontraba Rusia hace unas semanas en Artyomovsk o se encontró prácticamente todo el año pasado.

Las dificultades de Ucrania son lo suficientemente preocupantes como para que incluso medios ucranianos como The Kyiv Indepent publiquen un informe del Institute for the Study of War, uno de los think-tanks más importantes del establishment estadounidense, en el que se afirma que Ucrania podría estar pausando su contraofensiva para reevaluar las tácticas. Se explica así por qué las tropas de Kiev han detenido gran parte de sus avances -que en realidad eran escasos- y no se espera una ofensiva más amplia a lo largo de la próxima semana. La guerra puede cambiar con facilidad y las distancias en el frente sur son limitadas, por lo que una ruptura local puede suponer un grave problema logístico, pero, por el momento, no se ha producido. Se impone, de momento, la lógica de la superioridad artillera y aérea rusa, que unida a la preparación de la defensa y un mejor uso de drones para la vigilancia y ataque, han permitido a Rusia mostrar una efectividad defensiva superior a la deseada por Ucrania y sus socios, que se resignan a la necesidad de planificar la guerra a largo plazo. Ayer, reafirmando su voluntad de asistir a Kiev mientras sea necesario, Olaf Scholz llamaba a unas políticas acordes con la certeza de que la guerra puede extenderse en el tiempo.

La esperanza de que la actual ofensiva pueda infligir un golpe definitivo a Rusia parece disiparse e incluso algunos think-tanks advierten de algo evidente: la guerra actual no puede compararse con las libradas por la OTAN en las últimas décadas. CEPA, por ejemplo, afirma ahora que “Ucrania está intentando hacer lo que ningún país de la OTAN ha hecho desde que la alianza se creó en 1949: conducir una maniobra de operaciones de armas combinadas contra un adversario igual o casi igual”, algo evidente desde el principio, pero que parece resultar sorprendente ahora mismo en vistas a la sorpresa por la resiliencia de las tropas rusas. Dando a las tropas ucranianas un mérito exagerado teniendo en cuenta que Ucrania ha obtenido de sus socios una asistencia militar prácticamente equiparable al presupuesto militar anual de la Federación Rusa, CEPA insiste en que “la única ocasión en la que miembros de la OTAN se enfrentaron a una campaña terrestre a gran escala contra un adversario convencional -aunque mucho más débil- fue durante la Operación Libertad Iraquí, cuando disponían de una completa superioridad aérea”. Las dificultades a las que Ucrania iba a enfrentarse en su ofensiva del sur eran obvias. Sin embargo, la necesidad de mantener el discurso triunfalista para justificar la continuación del flujo de armas a Kiev hacía imposible una argumentación racional que introdujera estos matices. Ahora, la realidad del frente se impone al discurso y entran en juego no solo el armamento sino la preparación de la defensa y el ataque. la contraofensiva de Ucrania no ha hecho más que empezar, por lo que no se puede valorar en su totalidad, pero se puede decir ya que las tropas de Kiev no están cumpliendo las expectativas que ellas mismas habían inflado artificialmente con el objetivo de obtener más ayuda de sus socios.

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