Entrada actual
Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Rusia, Ucrania

La arrogancia de la guerra

Como situación extrema tanto para quienes la libran como para quienes la sufren, la guerra supone un cambio cualitativo en toda la población afectada y en el contexto en el que se produce. La guerra no es solo el aspecto militar ni la miseria que supone para la población que vive y muere entre las consecuencias militares y económicas, sino que modifica todo el ecosistema geopolítico, político, económico y social en el que se desarrolla. Aunque la información siempre fue poder, la rapidez con la que actualmente circula la información por el espacio digital -e incluso, al menos en comparación con épocas anteriores, también el analógico- hace aún más importante el aspecto mediático y la lucha por la imposición del discurso. Y al igual que en el frente, aquí también se producen excesos y demostraciones interesadas que, aunque no se correspondan con la realidad, sirven a las partes en conflicto para manejar la narrativa y crear un determinado estado de opinión que les sea favorable.

Mucho más consciente de ello que Moscú, que inicialmente trató de mantenerse al margen y marcó distancias con lo que ocurría, por ejemplo, en Donbass, Kiev ha sabido siempre manejar esa zona gris entre la propaganda y la ficción para lograr apoyo diplomático, político y militar de sus socios. De esta forma, mientras Rusia se desgastaba y mostraba su incapacidad de obligar a Ucrania a actuar de forma responsable, Kiev lograba de la prensa imponer la falsa idea de la ocupación rusa de Donbass y de sus aliados, la cobertura diplomática y política para no tener siquiera que cumplir el acuerdo de paz que había firmado. Con ese trabajo previo realizado con empeño durante prácticamente ocho años, no fue difícil para Ucrania hacer olvidar todo lo ocurrido en la guerra de Donbass, una agresión militar y económica que Ucrania se negó a detener, o que su lucha por ganarse los corazones y las mentes de los territorios perdidos había pasado por negar sus pensiones en la RPD y la RPL o construir un muro para impedir el paso del agua del Dniéper al canal del norte de Crimea.

Es ahí donde comienza a presentarse la arrogancia de la guerra, causada en parte por las enormes muestras de solidaridad hacia Ucrania desde el 24 de febrero de 2022 y el apoyo militar occidental, pero también por el uso interesado de la comunicación y del discurso para conseguir determinados objetivos, costara lo que costara. Esa sensación de superioridad moral y capacidad de imposición de una narrativa concreta afecta tanto a las autoridades políticas como a esa parte de la población que dispone de un foco mediático para denunciar -correctamente, como debe hacerse siempre- la dramática situación de millones de personas en Ucrania, pero que jamás derramaron una lágrima por la población de Donbass en los ocho años de conflicto en los que no se produjo en el país una sola manifestación contra la guerra o de solidaridad con sus conciudadanos.

Así puede organizarse un foro para plantearse cómo llevar al mundo la voz del pueblo ucraniano que los medios han entendido como una iniciativa periodística de valor que promocionar a nivel internacional. Instalado en toda la prensa occidental un discurso de solidaridad con el pueblo ucraniano y defensa a ultranza de la guerra como única herramienta para derrotar al enemigo común ruso, think-tanks y expertos que han abogado por la guerra desde 2014 utilizan la plataforma internacional que les ha dado la intervención rusa para avanzar aún más sus intereses. Esa actuación ya ha valido un Nobel de la Paz para quien desde ese verano en el que Ucrania comenzó la guerra contra Donbass exigía a Estados Unidos armas para derrotar a Rusia y se jactan de ello ahora, cuando la diferencia entre las milicias que luchaban entonces y el ejército ruso que lo hace ahora es evidente al ojo humano.

Esa sensación de superioridad hace también posible que incluso las afirmaciones más cínicas sean tenidas en cuenta y difundidas como mensajes oficiales. El martes, las defensas antiaéreas rusas derribaban más de media docena de drones sobre los cielos de Moscú. Al menos uno de ellos causó daños en una vivienda residencial de la capital rusa. Poco después, Europa Press titulaba “Ucrania niega estar involucrado en los ataques con drones contra Moscú”. La fe ciega y la voluntad absoluta de seguir a Kiev incluso en sus justificaciones más alocadas supone llegar a ese titular a partir de un tuit publicado por el asesor de la Oficina del Presidente Mijailo Podolyak, que escribió que “los drones se vuelven como protestas explosivas contra los autores del terrorismo aéreo en Ucrania” y que “incluso la inteligencia artificial es ya más inteligente que el más visionario de los líderes militares y políticos rusos”. Aunque en realidad una forma de confirmar la autoría ucraniana, las palabras de Podolyak son suficiente para hacer avanzar el discurso que ve inevitable, o “matemática” la victoria ucraniana.

El mismo objetivo tiene también anunciar una victoria segura, algo que nunca puede garantizarse en un conflicto militar, o afirmar, como Kiril Budanov u Oleksiy Danilov han hecho repetidamente, que las tropas ucranianas pronto alcanzarán, o incluso tomarán, Crimea. Hace meses, el líder de la inteligencia militar ucraniana y figura en alza en el campo militar y político ucraniano, afirmaba en una entrevista que sus tropas estarían en Crimea antes del verano, un presagio imposible de cumplir, pero que nunca ha querido matizar.

La arrogancia de la guerra lleva a soñar durante ocho largos años con aplicar contra Donbass el escenario Krajina de un blietzkrieg militar que acabara de una vez por todas con las incómodas Repúblicas Populares, cuya existencia dificultaba la imposición de un país centralista y unitario basado en el nacionalismo. Pero, sobre todo, es no comprender por qué la población del otro lado del frente pueda buscar aliados y que la ofensiva no fuera hacia el este sino hacia el oeste.

El verano de 2014 mostró a Ucrania que su teórica superioridad frente a las recién creadas milicias de Donbass y la ayuda que llegaba de Rusia -nunca fue posible mostrar columnas armadas similares a la mostrada por Ucrania la semana pasada camino a Belgorod- no tenía por qué traducirse en la victoria rápida que Poroshenko presagió en su campaña electoral. 2022, por su parte, mostró a Rusia algo similar, aunque no existió, al menos públicamente, una soberbia similar a la ucraniana y las tan repetidas afirmaciones de que Moscú esperaba capturar Kiev en 72 horas no eran más que propaganda de guerra difundida por la inteligencia británica. En guerra, nada está garantizado e incluso las posiciones aparentemente más consolidadas pueden correr peligro en un futuro siempre incierto, puede que ni siquiera tan alejado.

Quizá no haya mejor ejemplo de la soberbia de la guerra que la del expresidente Poroshenko, que prometió ganar la guerra “en días, no semanas” e intentó, por medio de una fallida provocación en el estrecho de Kerch, justificar un estado de excepción que impidiera celebrar unas elecciones en las que era consciente que jamás podría ganar. Hace unos años, el entonces presidente Poroshenko pronunció, en un acto en Odessa, unas palabras que quienes han defendido a Donbass recuerdan a la perfección: “Nuestros hijos irán a las guarderías y a los colegios; sus hijos se sentarán en sótanos. Porque no saben hacer nada”, posiblemente una frase sacada de contexto, pero que refleja a la perfección el desprecio de la Ucrania post-Maidan a Donbass. En un efecto bumerang que no ha pasado desapercibido -y que no debería celebrarse, como no debe celebrarse la guerra y el sufrimiento humano que causa-, esta semana ha podido verse a un serio Petro Poroshenko acompañado de otros diputados ucranianos, entre ellos un triste Volodymyr Vyatrovich, anterior guardián de la memoria nacionalista ucraniana, refugiándose de los misiles rusos en un sótano.

En ocasiones, quienes han fomentado o utilizado la guerra, acaban siendo víctimas de sus consecuencias. Sin embargo, la percepción de superioridad moral propia o la sensación de impunidad absoluta pueden llevar a error. En el plano militar, eso puede traducirse en batallas perdidas o en bajas injustificadas y en el frente mediático, puede llevar al descrédito. Sin embargo, la capacidad de Ucrania de imponer su discurso sigue siendo tal que puede permitirse incluso manipular un fragmento de vídeo difundido a la prensa internacional -y repetido hasta la saciedad esta semana-, con el que conseguir hacer a alguien como Lindsey Graham aún más beligerante que su estado natural. Pocos han sido los medios que han matizado las imágenes, en las que, gracias a la labor de montaje de las autoridades ucranianas, el amigo de John McCain, que enaltecía la guerra de Ucrania desde sus años iniciales, respondía que era “una buena inversión” estadounidense a una frase de Zelensky en la que el presidente ucraniano se refería a los soldados rusos que están muriendo en el frente. Desde su actual impunidad, Kiev reescribe los hechos a su antojo, siempre en busca del relato necesario en cada momento.

Comentarios

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Reportes del frente archivados.

Registro

Follow SLAVYANGRAD.es on WordPress.com

Ingresa tu correo electrónico para seguir este Blog y recibir notificaciones de nuevas noticias.

Únete a otros 47K suscriptores

Estadísticas del Blog

  • 2.227.077 hits