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«Trama de espías»

Han pasado ocho meses desde que, el 26 de septiembre de 2022, se produjeran las explosiones que inhabilitaron tres de los cuatro gasoductos del Nord Stream 1 y 2, este último nunca oficialmente inaugurado ni utilizado. Desde entonces, las teorías de la conspiración y la especulación han sido la norma entre el secretismo de los diferentes países que investigan los hechos y el desinterés general por saber quién hizo explotar unas infraestructuras críticas propiedad de varios países en una de las zonas más patrulladas por la OTAN. Las acusaciones comenzaron prácticamente de inmediato, especialmente desde el lado occidental. Mientras Rusia, en boca del portavoz del Kremlin Dmitry Peskov, exigía saber qué había ocurrido y si se trataba de un accidente o sabotaje, oficiales y medios occidentales comenzaron a dar por hecha la autoría rusa. Tras ocho años de acusar a Rusia de bombardear las ciudades de Donbass bajo control de la RPD y la RPL, era natural que las acusaciones de hacer explotar unas infraestructuras clave de las que era copropietaria resultaran aceptables a una población instalada en la credulidad más absoluta sobre un país desconocido.

Confirmado el sabotaje al encontrarse restos de explosivos, Rusia puso sus miras en el Reino Unido, recordando a su viejo enemigo del siglo XIX como gran potencia naval. Para entonces, el exministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radek Sikorski, había borrado ya el tuit con el que daba las gracias a Estados Unidos. Como parte más beneficiada de la eliminación de un gasoducto que consideraba una competencia inaceptable, Washington ha sido, especialmente desde las acusaciones de Seymour Hersh, uno de los principales sospechosos de haber cometido el atentado. Sin embargo, y entre escaso interés público por conocer qué ocurrió el 26 de septiembre en las aguas del mar Báltico, los medios de comunicación han ofrecido solo fragmentos de diferentes especulaciones y no existe certeza alguna de que haya, entre los servicios secretos europeos que investigan los hechos, una gran voluntad de resolver el caso.

Después de meses de silencio y de un paso del tiempo que puede considerarse una prueba de que los servicios secretos e investigadores europeos no habían encontrado evidencias para culpar al chivo expiatorio deseado, Rusia, varios medios comenzaron a defender la hipótesis del “grupo proucraniano” que, sin el apoyo de ningún actor estatal, había hecho explotar el Nord Stream utilizando un yate deportivo, el Andrómeda, y un pequeño equipo formado por personas ucranianas y/o rusas. Todos los medios que publicaron esta versión insistieron en que los detalles conocidos eran escasos, aunque sí se daba el más importante: el desconocimiento de Volodymyr Zelensky y su Gobierno. Pronto, voces fervientemente proucranianas y miembros de think-tanks encargados de defender a toda costa al proxy occidental comenzaron a insistir en ello. Michael Weiss, un viejo conocido de la propaganda proucraniana desde 2014, escribía entonces que “si es la persona que estoy escuchando, Zelensky no tendrá problema para negar su conocimiento”. La siguiente actualización de esta teoría incluía un dato más: las explosiones habían de hacerse coincidir con el cumpleaños del empresario que financiaba el sabotaje, una acusación implícita a Petro Poroshenko, nacido el 26 de septiembre de 1965. El expresidente ucraniano dispone de los recursos económicos para financiar una operación como la planteada y los contactos de inteligencia para hacerla posible. Sin embargo, parece difícilmente creíble que fuera a asumir el riesgo de destruir unas infraestructuras propiedad de varios países, entre ellos Alemania, aliado clave para Ucrania en Europa.

Siempre con el objetivo de exculpar tanto a Estados Unidos como al Gobierno de Ucrania, las últimas informaciones publicadas hace varias semanas buscaban nuevamente instalar la duda sobre la actuación rusa. Varios medios apuntaban a la presencia de buques rusos en las inmediaciones de las zonas en las que se produjeron las explosiones en los días anteriores al sabotaje. El sentido común es suficiente para comprender que Rusia no tenía nada que ganar y mucho que perder con la destrucción de los gasoductos, especialmente si, como tantas veces repitió la prensa occidental en 2022, pretendía utilizar el peligro de un invierno sin gas como herramienta de presión contra la Unión Europea. Según publicó la semana pasada The Times, medio que, aun así continúa presentando a Moscú como uno de los principales sospechosos, las autoridades alemanas son escépticas y no han observado ninguna evidencia de participación de esos misteriosos buques rusos en los hechos. La investigación alemana parece centrarse en el yate Andromeda y la operación en la que supuestamente habría participado para destruir el Nord Stream.

“Restos de explosivos «de grado miliar y sumergibles» fueron posteriormente encontrados en el yate. La teoría afirma que cinco hombres y una mujer viajaron a Alemania con pasaportes búlgaros y rumanos falsos y después utilizaron el yate como plataforma para una pareja de buceadores experimentados que colocaron las bombas a una profundidad de 70 metros”, explica The Times, que en el siguiente párrafo admite que “las autoridades alemanas piensan que el ataque solo pudo haberse realizado con ayuda de un servicio de seguridad estatal y han destapado pruebas que apuntan a la participación el diario Süddeutsche Zeitung y sus socios informativos”.

Como Estados Unidos, que con la eliminación del Nord Stream y el rechazo europeo al gas ruso elimina un competidor en su lucha y la de sus aliados por el lucrativo mercado energético europeo, Ucrania es el principal beneficiado del sabotaje. Pese a la guerra de Donbass y al conflicto político entre los dos países, durante años, Kiev ha exigido a Rusia la continuación del tránsito del gas que Gazprom vende a sus clientes europeos. Es más, la cumbre del Formato Normandía de diciembre de 2019 que debía avanzar hacia una resolución a la guerra, produjo resultados tangibles tan solo en la cuestión del gas. Los acuerdos existentes se prorrogaron y Rusia se comprometió, con la inestimable mediación de Alemania, a unas cantidades mínimas que debía transitar a través de Ucrania incluso tras la puesta en marcha del Nord Stream-2. Pese a la actual guerra abierta entre Rusia y Ucrania, el tránsito continúa y Rusia depende ahora para enviar sus materias primas a países como Hungría de un país sospechoso de haber hecho explotar el Nord Stream.

Aunque sin grandes revelaciones, las investigaciones periodísticas sobre lo ocurrido en el mar Báltico continúan. Un largo artículo publicado en el medio polaco Frontstory, sin descartar la posibilidad de una falsa bandera rusa, aunque aun admitiendo que no existe ninguna evidencia al respecto, intenta profundizar en los detalles conocidos sobre esa supuesta pista ucraniana. Los periodistas de investigación del medio, siguiendo los datos aportados por la investigación y la mención a una agencia de viajes llamada Feeria Lwowa y de la que nadie había oído hablar, han seguido la pista de esta compañía hasta un edificio de cinco pisos típico de la etapa socialista y en la que no hay rastro de la empresa ni de las otras 128 allí registradas, una práctica que el artículo admite que apunta a una tapadera de algún servicio de inteligencia. Es sospechoso también su llamativo aumento de ingresos, que se multiplican por once en 2020, año en el que la pandemia llevó a la ruina a miles de empresas turísticas. Conocedores del nombre de uno de los participantes en la colocación de los explosivos, los periodistas polacos, que no revelan esa identidad por motivos de seguridad, han podido comprobar que existe en las Fuerzas Armadas de Ucrania una persona -hombre o mujer- en activo en la que coinciden el nombre y la edad mencionados por la investigación. Frontstory solo menciona de esa persona su participación en la guerra y sus “suntuosos tatuajes”.

Sin pruebas de la culpabilidad rusa en un ataque terrorista que habría sido duramente condenado en caso de haber podido probarse la participación de Moscú, el interés por resolver lo que el medio polaco califica de trama de espías sigue siendo limitado. Con las autoridades políticas europeas instaladas en el objetivo de proteger a sus aliados de cualquier culpa, no es de esperar una resolución en los próximos meses, ni tampoco que la aparición de más pruebas acusatorias incómodas para Kiev o Washington supongan consecuencias que marquen las posturas políticas actuales de los diferentes actores. El Nord Stream parece haber quedado en el olvido como un daño colateral en una guerra común contra Rusia que no ha hecho más que empezar.

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